Por: Camila Restrepo
A Jhonier Montaño ni su propia familia le creyó que estaba vivo. “¿Cuántos años tienes?, ¿cuál es la cédula de mí mamá?, ¿en el orden de hermanos a quién sigues?, ¿cómo se llama el colegio donde estudiaste?”, fue el interrogatorio que le hizo su hermano, 19 años después de haber perdido contacto con él. La prueba reina fue una foto. Aunque con lujo de detalles pasó el primer filtro, un retrato suyo –que poco se parece al joven que se enroló en las Farc- lo revivió en la memoria de su familia.
Sentado en el filo de una montaña de barro, Jhonier se escampa en una caseta donde se lleva el registro de la gente que entra y sale de la zona en Icononzo, Tolima. Mientras ve pasar las volquetas, carros y tractores que conducen los ingenieros, junto a Marcela Velandia, recuerdan la vida rica en anécdotas, pero angustiante que les tocó vivir.
Ella, al igual que cualquier otro excombatiente en la zona al que se le pregunte, se la tragó la guerra y la devolvió a la vida un cuarto de siglo después. En septiembre, al tiempo que el país empezaba la cuenta regresiva que le pondría fin a las confrontaciones armadas con las Farc, Marcela conectaba los puentes que necesitaba para obtener un número que la pusiera en la misma línea con su mamá.
Tras cada contacto, a la exclamación de un ¡Estás viva!, se suma el incontrolable llanto de las familias. A Tatiana, por ejemplo, la reconocieron de entrada. Pero fue tanta la emoción, que su mamá se dejó ahogar en unas lágrimas que no la dejaron hablar más. “Le tocó pasarme a mi hermana mayor y yo la llamé a ella un mes después”, recuerda esta excombatiente del Frente Primero que se reportó con su familia después de 15 años.
Jhonier, Marcela y Tatiana, salieron de la clandestinidad, pero el salto a la vida civil ha sido a cuenta gotas. Ninguno se ha encontrado frente a frente con sus familias. Muchas razones por ahora hacen que eso no sea posible. Primero, el costo del viaje y, en segundo lugar, la zozobra que sienten por el rearme de los grupos posdesmovilización. Además, de la presencia de los disidentes que quedaron tras la dejación de armas de las Farc.
Esa es una de las razones que viene postergando el reencuentro de Gonzalo Beltrán con su familia. La verdad, yo no sé quién estará vivo. Incluso, ellos tampoco saben qué ha pasado conmigo. Si yo existo o no existo, dice. Aunque creó un perfil en Facebook, ya con 16 amigos, no ha dado con un rastro que lo conduzca al paradero de los suyos en Pizarro, Chocó. Una de las tantas zonas del departamento que desde hace meses viene advirtiendo la presencia de grupos armados que, según testigos, tienen fuerte presencia en el Litoral de San Juan.
Marcela tampoco ve un encuentro cercano, aunque desde de que se puso en contacto con su mamá la llama casi todos los días para saber cómo está. “No los quiero traer acá. Muchas veces uno es el culpable y son los familiares los que terminan pagando. Hay que esperar”, dice. No es para menos, el número promedio de personas que componen la familia de un guerrillero es de 11 y las noticias que le llegan de guerrilleros y familiares muertos en Cauca, Caquetá, Antioquia, Nariño y Putumayo, se le roban cada rato la tranquilidad.
Aunque todo comenzó cuando apenas era una adolescente, el pasado 7 de junio Marcela se desprendió de todo lo que la ató a la guerrilla, para empezar su vida a los 40 años desde ceros. Estaba nerviosa y sudaba mucho esa tarde que se presentó en el campamento de la Misión de la ONU en la entonces zona veredal de Icononzo.
Era su turno, la siguiente en la lista que protagonizaba -en la intimidad- la dejación que concluyó en Pondores (La Guajira) cuando salió el último contenedor con armas el pasado 27 de junio. Con sigilo se dirigió por los resbaladizos caminos que de los cambuches en lona y plástico conducían a las carpas donde se asentaron los hombres que llevaban el registro y almacenamiento. Ese día su fusil, junto al de todo el arsenal de la guerrilla, quedó bajo llave para siempre.
No es que extrañe la guerra, sino que “por años el fusil fue mi respaldo de vida y mi compañero”, dice. Un sentimiento que comparte con buena parte de los hombres y mujeres que ya recibieron de manos de las Naciones Unidas su certificado. Aunque ese no fue su caso, los números de la contraseña y el que aparecía en el vital documento no coincidían. El fusil se quedó y a ella le dejaron con un papel provisional.
Partir de cero
Más de un mes se tardó la Registraduría Nacional en tomar los datos y entregarles contraseñas a los excombatientes que nunca habían sacado la cédula. Debido a eso, solo 7 de los 320 interesados en presentar las pruebas del Icfes para validar estudios pudieron llenar los formularios de inscripción que solicita el Gobierno.
En la zona Antonio Nariño, por varios meses, las cosas funcionaron a media marcha. No solo por los evidentes retrasos que se presentan en la adecuación de las habitaciones de cuatro por seis metros donde se ubican los excombatientes, sino también porque la reincorporación en gran medida se reduce a la autogestión y al voluntariado.
Los improvisados cambuches que se veían dispersos por la falda de la montaña en febrero, cuando arrancó la concentración, hasta hace unas semanas estaban intactos. Han pasado ocho meses desde cuando entró en vigencia el acuerdo y la imagen que predomina es la de más de 300 guerrilleros asentados en unas zonas donde todavía no hay condiciones para vivir. Un retrato de ello fue el infructuoso intento del Sena para llegar a ese campamento. “Una vez llegó una comitiva y como el bus no pudo entrar, no volvieron. Aunque tampoco había aulas ni sillas”, dijo una de las guerrilleras.
A Marcela, por ejemplo, el tiempo normalmente se le va cumpliendo con las tareas diarias que le asignan y en clase. Con cuaderno en mano, un grupo de 30 personas se juntan en el aula máxima. Son dos horas en la mañana y dos en la tarde las que dedican diariamente. La idea, era abonar el terreno hasta hace 15 días que llegaron los profesores especializados. Mientras tanto, un grupo de 7 guerrilleros con niveles de escolaridad más altos eran los encargados de impartir las clases. Entre ellos, un chileno al frente de matemáticas.
El Icfes fue durante varios días el dolor de cabeza. Aunque no todos tuvieron la posibilidad de presentarse y validar rápidamente el bachillerato, no se quieren quedar atrás con su tránsito a la vida civil. Saben que el tiempo es oro, y entre más se demoren en enfrentar sus procesos, más traumático será. “Lo que hacemos es un acercamiento al lenguaje y esquema formal de la prueba”, explica Valentina una de las líderes del proyecto. A su juicio, son muchas las cosas que ellos ya manejan, por eso lo que intentan hacer es acercarse a la cotidianidad a la academia.
De acuerdo con el censo socioeconómico que la Universidad Nacional llevó a cabo hace unas semanas, hay una baja escolaridad entre los miembros de las Farc que hacen su tránsito a la vida política. Se trata de una característica predominante entre los hombres con un 9,7 % y en las mujeres del 1,7 %. Eso sí, cabe resaltar que en ambos casos la problemática va disminuyendo significativamente cuando se trata de la secundaria, aunque 16 personas de las 10.015 censadas tienen estudios universitarios.
De la caracterización que hizo la institución educativa sobresalió una característica: cuanto más se ha permanecido vinculado a la organización, la formación académica es mayor. En ese sentido, brota un reto enorme: alrededor de 1.139 personas no tienen nivel educativo y 5.689 apenas cuentan con la básica primaria. Muestra de ello es que la mayoría de los excombatiente de la zona de reincorporación que hay en Icononzo, hayan quedado en los ciclos de nivelación III y IV. Es decir: sexto, séptimo, octavo y noveno. De los 220 que presentaron su examen de diagnóstico, 25 recibirán su grado en diciembre.
Sin duda, en esta vereda del Tolima se respira una gran expectativa de profesionalización. El problema, sin embargo, es que no hay quién atienda esa sed de conocimiento. “En una ocasión abrimos un curso de agroeconomía e informática básica. Se inscribió mucha gente pero no pudimos arrancar. No había cómo”. Incluso, muchos se han tenido que ausentar esporádicamente de clase, para ayudar en la construcción de las casas. Aunque ya van más de 250 casi terminadas donde se ha traslado una cifra importante de excombatientes, todavía les falta agua potable que llega en carrotanques día de por medio. Pero se ha avanzado en otras cosas.
“Ya hicimos una tarea oficial de apertura masiva de cuentas. Nos dieron los listados de las personas, se hizo unos filtros y con base a eso establecimos quiénes estaban en condiciones para tener una. Alrededor de 5.977 excombatientes ya tienen cuentas. Se hizo un proceso de campo con 117 asesores en las zonas para hacer la apertura uno a uno y entregar las tarjetas débito”, explicó Luis Enrique Dussán López, nuevo presidente del Banco Agrario. Sin embargo, la apertura no es total. A través de estas cuentas sólo podrán manejar los recursos que les empezó a desembolsar el Gobierno: 2 millones de pesos que recibieron por única vez el 15 de agosto y los pagos mensuales del 90 por ciento del salario mínimo por dos años.
Poco a poco se van acostumbrando al cambio de timón. No todos tienen celular ni recursos suficientes para conseguir uno, pero quienes han logrado reunirse con su familia o tejer lasos de amistad con otros civiles, ya están conquistando un terreno por el que nunca habían transitado: el de la tecnología. Un camino que los ha llevado de vuelta a sus raíces más profundas.
No todos han tenido suerte en esa búsqueda. Osman Blanco, por ejemplo, es un cartagenero que dejó envolatar la relación con su familia hace más de 27 años. “Lo más valioso” que le queda es un hijo de 16 que no veía desde el 2011 y con el que compartió sus primeros días de libertad, después de que cruzó la salida de la cárcel Palogordo en Girón, Santander.
“Aprendí zapatería y panadería. También tomé cursos de medioambiente y derechos humanos”, cuenta orgulloso. Llevaba más de 13 años en la cárcel por rebelión, terrorismo, daño en bien ajeno, homicidio y lesiones personales. Ahora, lo único que espera es tener sus papeles en regla con la Jurisdicción Especia de Paz (JEP) para poder reencontrarse con su hijo y celebrar junto a él no sólo su primer cumpleaños, sino también su graduación ahora que llega a grado once.
Cerca de 3.000 excombatientes han recuperado la libertad amparados en la Ley de Amnistía e indulto. Osman es uno de ellos, pero no el único. Hay centenas en las diferentes cárceles esperando que se resuelva su situación jurídica. Por eso, es que el exjefe guerrillero Jesús Santrich lideró una protesta en solitario para conseguir que "se acaben las trabas" y los hombres y mujeres que aparecen en la lista que presentaron las Farc recuperen su libertad.
Camino pantanoso
Los excombatientes de las Farc se reincorporarán a la vida civil colectivamente, bajo esquemas de cooperativas, que trabajarán de lleno en los territorios donde antes hicieron la guerra. Cultivos de mora, granadilla, tomate de árbol, frijol, arveja y cebolla son algunos de productos que crecen desde hace unos meses en Icononzo. La apuesta de las tres compañías también incluye un gallinero, una marranera y una conejera. Además, de una de un plan para controlar los 50 perros que se ven por la zona.
Pese al ritmo y los tropiezos del andamiaje jurídico, desde hace meses a los excombatientes en la vereda La Fila, se les ve sin armas, de civil y disciplinados. Ya no forman, no hay filas y mucho menos marchan, pero todos los días madrugan a trabajar en los proyectos que las Farc quieren sacar adelante como organización. La Escuela de Comunicación es uno de ellos. De esa idea surgió en La Habana la agencia NC Noticias que cubrió de cerca la negociación y ahora está al frente de la implementación. Talleres de diseño gráfico, periodismo, edición, redes sociales y camarografía son algunos de los cursos que por ahora ofrecen.
“Nos preguntamos mucho qué falta: ¿voluntad o mayor contundencia? Tanta preocupación por las armas y nada que se ve ese interés por las mujeres y hombres”, dice Valentina sentada a un lado de la casa donde se hospeda Carlos Antonio Lozada, cuando los visita. Está preocupada y no ve con tanta claridad lo que el Gobierno tiene para ofrecerles a ellos, sin embargo, mientras se refiere al listado de incumplimientos no se le brota ni una pisca de duda sobre su elección. “Ahora tenemos más razones para darle continuidad a la lucha política a través de la gestión y autogestión”, agrega.
A ese proyecto del que se abandera Valentina como maestra, se suma el de los 315 excombatientes que están presentando un curso en Facatativá para vincularse a la UNP, además del taller que tomaron 40 excombatientes con la Unidad Administrativa Especial de Organizaciones Solidarias. Ellos quieren armar varias cooperativas para que más adelante Ecomun se convierta en una confederación de cooperativas. Un organismo de tercer nivel. Pero para llegar allá tienen que arrancar desde abajo y primero armar las organizaciones básicas. Se van a dedicar a diferentes temas: ahorro y crédito, producción agrícola, servicios, salud y temas de industrialización, explicó el director de la unidad, Rafael González.
En Icononzo, a Jhonier lo conocen por sus habilidades en matemáticas. Quizá por eso, cree que al final terminó siendo el elegido para representar a la zona Antonio Nariño en Bogotá. De jean, camisa blanca y cachucha negra, se le vio este martes cuando pasó a una tarima en las instalaciones del Sena a recoger su certificado de manos de la ministra de Trabajo, Griselda Janeth Restrepo; Joshua Mitrioti, director de la Agencia de Reincorporación Nacional y Eduardo Díaz, como delegado del Ministerio del Posconflicto.
Estando uno en el campamento no alcanza a imaginarse este acompañamiento, dice emocionado mientras los asistentes a la graduación se movían desesperadamente para alcanzar una entrevista con algunos de los 40 guerrilleros que están listos para prender los motores de las Ecomun. Cada uno empieza a encajar y a Marcela le ocurre algo similar. Este domingo, durante la instalación del congreso constitutivo de las Farc, se le vio sentada al costado de izquierdo de la sala. De jean y con una camiseta blanca, traía estampados los rostros de Jacobo Arenas, Manuel Marulanda y Alfonso Cano. Ella, es una de las 1.200 delegadas que llegó a la capital donde se definirán el nombre, los representantes, los símbolos y el espíritu del nuevo partido.
Con extrema timidez, Marcela, Tatiana, Osman, Valentina y Jhonier se asoman a ver su nueva realidad, mientras el país encara el desafío de atenderlos. Su reincorporación es clave, de ella dependerá, en buena medida, que este sea el fin de la pesadilla de la guerra.