Créditos

Desde comienzos del siglo pasado, los pueblos uitoto de la cuenca del Amazonas han sufrido desplazamientos forzados y matanzas. La comunidad se ha reducido de 200.000 habitantes, a 6.444 según el censo de 2005.

El hombre blanco y su dinero, su capacidad de explotación y sus violencias. Esa capacidad perversa de haber hecho desaparecer de la faz de la tierra a miles de indígenas uitoto, los mismos que habitaban la madre tierra desde el origen de los tiempos.

¿Cómo los mataron? La historia fue así:

La zona del medio Caquetá no estaba originalmente habitada por los murui muina, la casta uitoto de la que provienen el abuelo Reinaldo Ruiz y su hijo Diógenes. Los carijona eran los que milenariamente siempre poblaban dicha zona.

Los murui muina llegaron a Los Monos porque huían. En los años 20 del siglo pasado empresarios de la cauchería comenzaron a esclavizar y a exterminar a miles de aborígenes en la región de La Chorrera. Muchos de ellos se fugaron y caminaron días y noches buscando un refugio.

Esos hombres y mujeres –sin nada más que su lengua y su cultura - salieron a una trocha cercana adonde ahora quedan Los Monos, una pequeña montaña al norte del Amazonas, en los límites con el Caquetá. El río es el que marca la frontera. En Los Monos nacieron hijos y nietos de verdaderos sobrevivientes.

El abuelo Reinaldo, junto con otro patriarca indígena llamado Máximo, fue uno de esos primeros migrantes. La población que hoy en día habita Los Monos, Puerto Sábalo y Berlín, se calcula en unos 1.200. Y, según el censo del DANE de 2005, los uitoto de la cuenca de la Amazonía suman 6.444.

Diógenes, quien gracias a una beca de un gobierno extranjero estudió y se graduó de filósofo, cuenta que su pueblo llegó a tener más de 200.000 habitantes. Hay varios estudios e investigaciones sobre la lengua uitoto que corroboran esta teoría.

De hecho, hubo linajes de uitotos que fueron aniquilados totalmente durante las distintas épocas. Porque primero fue la cauchería, luego llegó el narcotráfico, los paramilitares, la guerrilla. Y desde hace veinte años, los mineros ilegales con el mercurio.

La historia de la cauchería en La Chorrera es uno de los capítulos más oscuros del pasado de Colombia. Por investigaciones académicas y por testimonios de los mismos sobrevivientes se sabe de los métodos que utilizó la empresa Casa Arana y Hermanos para explotar a los indígenas que vivían en extensas y remotas zonas del Putumayo colombiano.

La compañía usaba a los uitoto como esclavos para que sacaran a los árboles el extracto con el que luego se elabora el látex para el caucho. Fue tanto el martirio que sufrieron los indígenas, que muchos de ellos se lamentaron de que la selva les hubiese dado ese tipo de bosque. Pero el problema no eran los árboles. El problema eran los inhumanos que estaban detrás del millonario negocio. El problema era la avaricia.

Un famoso informe recogido por un hombre llamado Roger Casement, quien fuera cónsul de Reino en Río de Janeiro, reveló que más de 40.000 uitotos fallecieron tras ser expuestos al hambre, el maltrato y otra cantidad de vejámenes.

Muchos de los grupos étnicos que se derivaban de los uitoto terminaron fragmentados. Se contaban por cientos y por miles los hombres que murieron prendidos en fiebre y por enfermedades como el sarampión y la varicela.

Las migraciones se dieron hacia todos los flancos. Había que huir para no morir. Muchas de esas familias terminaron en el Perú. Se trata de parentelas que nunca supieron qué pasó con sus hijos, sus abuelos, sus madres.

Del pueblo nonuya, por ejemplo, no quedaron sino pocos habitantes. Y con los años, solo dos de ellos lograron volver a sus territorios ancestrales. Así lo documentó una investigación de Juan Álvaro Echeverri e Isabel Victoria Romero, de la Universidad Nacional. Esos dos hombres se casaron con dos mujeres de otros grupos y así se creó una nueva comunidad. Hacia los años 90 ya eran 100.

En Los Monos hay temor. Temor de desaparecer, temor de seguir viendo nacer niños malformados, temor de seguir viendo la llegada de enfermedades. Si estar abandonados por el Estado y a expensas de un veneno que los mata no es exterminio, ¿entonces qué lo es?