volver a lista
de personajes

Edson
Velandia

image

Foto: Alejandra Quintero

El burro desenmascarado

La voz de Edson Velandia retumba como una de las más originales y polifacéticas del país. Su potencia proviene del esfuerzo por explorar al campesino, al culebrero, al músico académico, al esposo y a otras cien facetas ocultas tras su máscara.

Velandia quemó la máscara que lo volvió famoso. Se fue hasta la Patagonia, y cuando sentía que la banda se le estaba desgajando, le prendió candela a la cabeza del burro que la representaba. En 2011 llegó el fin temporal de Velandia y la Tigra, esa banda felina del monte con la que se comió los festivales masivos como Rock al Parque (Bogotá), Altavoz (Medellín), y con la que consolidó la rasqa, una especie de género de raíces campesinas con guitarras eléctricas y batería, que más parece su forma de vida: visceral, orgánica, que sin pudor escupe lo que tiene adentro.

Edson Velandia dice que brega por quitarse las máscaras. Desmaquillarse por el bien del arte y del espíritu. La música se le volvió la forma de deshojarse, de entender quién es en las muchas las dimensiones que lo habitan. El campesino que lleva en los huesos, en sus genes. El coplero, semiculebrero que aprendió a representar de tanto ver a su padre, un cuentachistes de profesión y de televisión. El músico juicioso que se cultivó en la universidad, con grandes maestros como Blas Emilio Atehortúa, uno de los mejores sinfónicos del país. El artista repentista que admira a su amigo el Negro Navas, un pintor marginado y demencial. El muchacho mechudo, callejero y conversador de Piedecuesta, Santander. El observador conmovido de las montañas bravas del Cañón del Chicamocha. El papá de Luciano y el esposo de Adriana.

De tanta mezcla, pero sobre todo de la voluntad de explorarla y comprenderla, tenía que salir un sonido genuino. Y le salió tan genuino que le tocó inventarse un género. Lo llamó rasqa y a sus admiradores, que no paraban de aumentar, parecía gustarles la idea: lo que hacía Velandia de verdad era rasqa, pura rasqa.

Aunque Velandia es el único que compone rasqa, no es el único de los rasqas. Sus letras presentan un desfile de personajes iniciados en esa vida, pobladores reales y prosaicos de su pueblo, a los que tiene el mérito de encontrarles la poesía. El ‘Sietemanes’, el inventor de casi todos los mejores pasos. El ‘burro enrazado con tigra’ que realmente es el alcalde del municipio. El ‘Negro Navas’, el artista que nunca corrige su obra. El ‘DJ Trucha’, que combatía las mafias de los aguacateros. El ‘compadre’, un tipo de triste ortografía pero mano llena de soltura, como la de Velandia. Y aunque dice que no lee tanto como quisiera, es capaz de rimas sublimes y versos conmovedores sacados a puro oído y corazón.

Sus canciones son el desfile de los excéntricos, peligrosos y encantadores, como el mismo Velandia. Él que dirigió a la Big Band Bogotá -una de las mejores bandas de jazz del país- con un machete en vez de batuta. El que se ganó una beca de dramaturgia del Ministerio de Cultura y presentó su ópera La bacinilla de peltre, sobre un poeta con estreñimiento, en el Teatro Colón, aunque le habría dado lo mismo si lo hacía en una cancha de microfútbol barrial. El que se inventó un álbum lujurioso, Oh, Porno!, y también armó banda con los niños del jardín La Ronda para publicar un disco infantil Sócrates, en honor repartido entre el filósofo, el futbolista, y las palabras esdrújulas. En cada uno de sus inventos, Velandia se desenmascara un poco.

"No me interesa abarcar el mundo sino mi contexto. Tener una influencia y recibir influencia es sabroso. Eso me sirve para ser honesto", dice sobre el amorío que tiene con Piedecuesta. En contraste con muchos de los músicos de las regiones que empiezan a ganar reconocimiento, él no cambia su pueblo por la capital donde están la industria y los grandes escenarios. Prefiere el lugar que es capaz de inspirarlo con solo salir de su parcela hacia la plaza de mercado, y cruzarse en el camino a sus amigos, a los personajes de su música.

En toda esa correría ya suma 14 discos, bandas sonoras de más de 10 películas colombianas como La sociedad del semáforo y Pariente, y un montón de títulos imputados: genio, grosero, gamín. El más de los rasqas. Y lo acusarán con otros tantos mientras sigue explorándose.

Velandia dice que quiere ser como el pintor maduro, el que apenas tira un brochazo y ya deja listo el cuadro. Y en esas anda. Parándole bolas a su esposa, a su hijo, a los viejos conocidos del pueblo, y atento hasta a las matas de su casa. A ver qué es lo que le dicen, qué es lo próximo que saca de adentro. Para el público queda el goce de seguir viendo a Velandia mientras se quita el maquillaje.