Colombia ya no depende musicalmente de los tres grandes artistas de hace unos años. Ahora hay más de 100 nombres que se escuchan por todo el mundo. La música es tan diversa que va desde el vallenato hasta el punk, y en el medio aparecen ritmos tradicionales del país fusionados con otros sonidos del mundo. Es precisamente esto lo que hace que los artistas colombianos sean de los más atractivos de la industria latinoamericana.
Medios como The Guardian, The New York Times y Rolling Stone hablan del momento de efervescencia por el que pasa el país. Incluso, Songlines UK, una de las publicaciones de música más autorizadas del mundo, dijo en 2016 que Colombia tenía “la escena musical más interesante y vibrante de Suramérica”. También el director de Rolling Stone Colombia y del Festival Almax, Diego Ortiz, afirmó que “las bandas colombianas ahora más que nunca están girando por todo el mundo”. Y el director de Sony Music para América Latina, Alejandro Jiménez, aseguró que “no existe ningún otro país que tenga la capacidad de exportación que tiene hoy Colombia”.
A propósito SEMANA seleccionó a 31 artistas con grandes historias y cifras destacadas que dan cuenta de ese panorama.
La música que seduce al mundo
Ganan premios, rompen récords, llenan estadios y aparecen en medios de todo el planeta. Los músicos del país asombran a personajes de la talla de Obama. ¿A qué se debe el fenómeno?
Hace unos 12 años, cuando Juanes y Shakira eran de los artistas latinos más cotizados en el mundo, muchos comentaban que la música colombiana vivía su mejor momento en el exterior. Recibían frecuentes premios y reconocimientos, los invitaban a cantar en eventos como la final del Mundial de fútbol y sus canciones sonaban en países tan disímiles como Alemania y Japón. Pero lo que pasó el año pasado con artistas colombianos como J Balvin, Maluma y la propia Shakira adquirió tal magnitud, que superó con creces los éxitos de entonces. Al fin y al cabo los datos de giras, premios, conciertos llenos o los récords en plataformas como YouTube o Spotify muestran que los músicos nacionales viven una época dorada. Y en todos los géneros: desde el folclor y la fusión de lo local con lo popular hasta el cuestionado reguetón.
Tanto es así que en 2016 la revista Songlines UK, una de las publicaciones de música más autorizadas del mundo, ya decía que el país tenía “la escena musical más interesante y vibrante de Suramérica”.
Las cifras de 2017 lo confirman: de los 12 sencillos en español que estuvieron en el top 100 de Spotify, 5 son colombianos o incluyen artistas de este país; en 3 de los 10 videos más vistos en YouTube hay colombianos; y Mi gente, el éxito de J Balvin con el francés Willy William, ocupó el número uno en el listado de las 50 canciones más reproducidas en Spotify en su historia (la primera en español en hacerlo) y fue escogida por Barack Obama como su canción favorita de 2017.
Además, el autor de Mi gente y Maluma, fichados por grandes casas disqueras, ya hacen parte de los 100 videos musicales más populares de la historia de YouTube. En Twitter, por ejemplo, tienen más seguidores que Mick Jagger o Paul McCartney. Y batieron otros récords: una canción de J Balvin ocupó durante 22 semanas el número uno en la lista latina de Billboard y puso 7 canciones dentro del top 30 de ese listado. Hasta Ellen de Generes lo invitó a su afamado show.
Entre tanto, las giras de Maluma agotaron la boletería en España, México y Argentina. Y está entre las 50 cuentas con más seguidores del mundo en Instagram, lo que demuestra que atrae muchas fans, la mayoría adolescentes, valiéndose de su apariencia. No están solos. Detrás vienen Sebastián Yatra, Cali y el Dandee, Piso 21, Manuel Turizo y Karol G, entre otros.
Pero no es todo. Otros grupos y cantantes, independientes –no programados en las grandes emisoras–, hoy reciben reverencias en Francia, Bélgica, China o México. Nidia Góngora -cuyo último disco fue escogido por Juan Carlos Garay, el crítico de música de SEMANA, como el disco colombiano de 2017-, Puerto Candelaria, Systema Solar, Monsieur Periné, Bomba Estéreo, La 33, Profetas, Rolling Ruanas, Mitú, Tribu Baharú, Herencia de Timbiquí, Frente Cumbiero y La Chiva Gantiva, entre otros, seducen internacionalmente por mezclar ritmos locales (muy diversos) con sonidos universales, como el pop, el rock, el funk, la electrónica, el jazz o el reggae. Ningún festival ni gran mercado musical prescinde del nombre Colombia. Hasta organizan foros y paneles para hablar de los sonidos nacionales.
Es cierto que Colombia no es un caso aislado. El diario The New York Times y la revista Rolling Stone fueron contundentes: 2017 fue el año de la música latina en el mundo. Sus seguidores oyeron esos ritmos en Spotify un 110 por ciento más que el año pasado; en YouTube, artistas latinos realizaron 6 de los 10 videos más vistos (en 2016 solo hubo 1) y 45 entraron en el top 100.
Aunque los puertorriqueños Luis Fonsi y Daddy Yankee batieron prácticamente todos los récords con Despacito, es innegable que, a la par de ellos, Colombia logró algo sin precedentes en su historia musical. De hecho, en ese megaéxito trabajaron dos productores colombianos, Andrés Torres y Mauricio Rengifo. Pero ¿por qué los nacionales llaman tanto la atención?
Evolución musical
En primer lugar, porque los músicos aprovecharon la diversidad cultural del país: cinco regiones, cada una con ritmos e instrumentos diferentes. Como dice Julián Guerrero, vicepresidente de turismo de ProColombia, la “herencia étnica que mezcla África, Europa y América y, por otra parte, la diversidad geográfica”.
“Los habitantes tienen una musicalidad según donde vivan: el Pacífico da un tono y el Caribe da otro”, agrega Héctor Buitrago, productor y músico de Aterciopelados.
Pero estos ritmos no solo se fusionan con los del mundo. El músico y productor Iván Benavides dice que la gran migración interna vivida en Colombia por el conflicto hizo que las ciudades recibieran millones de desplazados, que, en otras palabras, también portaron su cultura y se mezclaron y generaron música de gueto, como la salsa choque, la champeta o la música urbana.
La mezcla de la diversidad colombiana genera ritmos –como la cumbia o los sonidos tradicionales del Pacífico– pocas veces oída, pero que invitan a bailar y no pasan desapercibidos.
Se trata de sonidos particulares salidos de cualquier etiqueta. Los independientes cautivan a los europeos, muy abiertos a ver qué hay en otros lugares del mundo.
Pero para explicar este fenómeno también hay que remontarse a la historia. Más precisamente hasta comienzos de los años noventa cuando irrumpen dos álbumes fundamentales para la música nacional: La tierra del olvido (Carlos Vives) y El Dorado (Aterciopelados). Ambos hicieron que ritmos tradicionales, ignorados por generaciones, tomaran un nuevo aire. Otros artistas también exploraron y les agregaron nuevos instrumentos, fusionaron lo local, lo popular y lo moderno. Así nació el sonido de la ‘séptima papeleta’, como lo llama Benavides: “Un nuevo espíritu musical, a partir de Constitución del 91, que reconoce la diversidad étnica y cultural del país”.
Benavides tiene que ver con esta transformación, junto con el guitarrista Teto Ocampo y el productor inglés Richard Blair (colaborador de Peter Gabriel, el impulsor del World Music), quien llegó a Colombia tras la voz y ritmos de Totó la Momposina. Los tres resultarían fundamentales no solo para La tierra del olvido, sino para el nacimiento de grupos pioneros de música fusión como Bloque de Búsqueda o Sidestepper.
Casi a la par, Shakira y Juanes, con grandes sellos disqueros, sonaban y ocupaban los primeros lugares en los rankings de la música latina y del mundo. La barranquillera, por ejemplo, hasta 2013 era la tercera cantante más premiada en la historia de la música.
En esa época también tomaba fuerza el reguetón en Puerto Rico, pero no estaba en los planes de nadie que, ya a finales de los años noventa, este ritmo llegara a Medellín para quedarse. Encontró acomodo en una ciudad que, como dice José Luis Galán, que trabajó en marketing de Sony Music, reúne un gran clima, lindas mujeres y un hip hop que crecía en algunas de sus comunas. Tres elementos fundamentales en el universo de esta música.
Hoy, el polémico ritmo gobierna las audiencias, rompe las plataformas digitales con sus números y atrapa a un público anglohablante.
Medellín es su meca y allí le han dado un sello: las letras de las canciones resultan sugestivas y provocadoras, para muchos vulgares, pero en todo caso pegajosas.
Tanto es así que músicos de este género de otros países, como el afamado puertorriqueño Nicky Jam, encontraron en esta ciudad la fórmula del éxito.
“El reguetón de Medellín tiene su propio ritmo: más melódico, más romántico y lírico y con sutil influencia de otros géneros tropicales”, explica Leila Cobo, editora de la revista Billboard, considerada la biblia de la música.
Pero la popularidad del género crece tanto como sus críticas: lo critican por su calidad (porque se produce rápidamente, porque repite el mismo compás y porque recurre a herramientas que mejoran la voz), por promover la cultura del dinero fácil, por hacer alusión al consumo de drogas, por sus contenidos misóginos y por sus letras sexualmente explícitas. Como en la canción de Maluma 4 babys, que dice, entre otras cosas: “La tercera me quita el estrés, polvos corridos, siempre echamos tres”.
“Esa música embrutece a la humanidad”, dijo en septiembre pasado Totó la Momposina durante del Festival Gabo de Periodismo. El propio Iván Benavides dice que, a pesar de todo, el reguetón es el gran producto de la música colombiana, pero por su poca calidad duda que queden en la memoria.
Cobo sigue explicando el éxito mundial del reguetón: “Los jóvenes de la ciudad hallaron una música hecha por gente de su edad, que les hablaba de manera directa, con franqueza, en su idioma… El reguetón era de la calle, real, tangible”.
Héctor Buitrago también lo defiende: “Lo urbano definitivamente es talento y aunque un ‘beat’ se haga con un computador, hay que tener ritmo y talento para hacer bailar a la gente”.
A todo eso se suma que la industria cambió. Poco a poco, los artistas independientes y los urbanos empezaron a crecer con la aparición de las nuevas tecnologías para hacer música y difundirla mediante plataformas como YouTube, iTunes, Deezer y Spotify. Así ya no necesitan ni intermediarios, ni grandes estudios, ni representantes, ni grandes sellos disqueros. Tanto que de 2016 a 2017 el streaming (la música que se escucha en línea) creció un 60 por ciento y el formato tradicional cayó casi un 8 por ciento.
La radio comercial –fundamental antes de los años noventa para presentar un artista– también perdió fuerza con este nuevo panorama. “Antes se conocía un banda por un amigo o porque se oía en radio, pero hoy basta con ir a internet”, dice Tato Lopera, exintegrante del grupo tecno Estados Alterados. Algo muy parecido dijo hace poco Visitante, miembro de Calle 13 y uno de los grandes productores de América Latina: “Hoy YouTube es la gran vitrina para encontrar nuevos talentos”.
Estas condiciones fueron propicias para que los artistas colombianos se dispararan en el mundo.
Más que reguetón
Pero hay mucho más que reguetón en lo que Colombia exporta musicalmente. Gran cantidad de artistas, sobre todo independientes, generan unanimidad en cuanto a su calidad, aunque no producen controversia, no tienen las mismas ventas, no salen programados en las grandes emisoras, no tienen millones de seguidores en redes, ni cuentan con multinacionales a su favor. Además de su fuerza musical, hay otras razones a su favor: apoyo estatal, el surgimiento de mercados de la música, formación académica y el roce que tienen en los festivales en los que participan.
Desde 2009 surgieron espacios como el BOmm (Bogotá Music Market), Circulart, el Mercado Mundial del Pacífico, el Mercado Cultural del Caribe, el Minec (Mercado Insular de Expresiones Culturales), plataformas de circulación y promoción musical que reúnen a agentes internacionales, programadores de festivales en el mundo, empresarios de la música global y talentos nacionales para que estos puedan girar fuera de Colombia y así conseguir disqueras y la infraestructura que necesitan. Así ocurrió con Cero 39 y Colectro, que se pudieron presentar en Glastonbury; o como Canalón de Timibiquí, fichado por Eden Music, en Europa, y Cuza Agency, en Estados Unidos.
Pero no solo se han mostrado en Colombia. Afuera están los grandes monstruos como el Womex, en varias ciudades europeas, y el South by Southwest, en Austin, Texas. Para que los colombianos llegaran allá tuvieron mucho que ver las gestiones del Ministerio de Cultura y ProColombia, que entendieron que de las industrias culturales, la música era la menos costosa de exportar.
Y esos mercados sirven de trampolín para llegar también a festivales como el Womad, Glastonbury, Roskilde, Lolapalooza, Rock in Rio, Vive Latino, Machaca, Festival Generiq y Rencontres Trans Musicales, entre otros. A varios de estos conciertos suelen asistir no menos de 70.000 personas, y los colombianos comparten tarima con bandas como Arcade Fire, Foo Fighters, Iggy Pop, Justice, Gun’s and Roses o Def Leppard, un roce musical que puede originar nuevas fusiones. Hasta YouTube les echa una manito, pues tiene un portal (YouTube para Artistas) en el que pueden identificar los lugares del mundo donde más suenan sus canciones y organizar así sus giras.
Detrás de este éxito está la formación académica, pero no solo de músicos, también de ingenieros de sonido, productores y promotores.
Buitrago recuerda que cuando quiso estudiar música, solo había dos universidades que ofrecían la oportunidad. “Ahora hay más herramientas, los jóvenes están mejor formados, tienen redes sociales para difundir lo que hacen, saben cómo ser mánager, cómo hacer producción. Saben de todo”, dice.
Todo ha cambiado tanto que ya no es necesario un estudio o una disquera para firmar un contrato. Hoy se puede grabar un disco de calidad en un apartamento si se tienen los instrumentos necesarios. Luego puede ir a cualquier agregador digital, entregar el contenido, y al otro día subirlo y quedar a disposición en todas las plataformas del mundo.
Pero la importancia de la radio, especialmente de la pública, no se puede subestimar. Ella visibilizó a muchos de los artistas hoy consagrados, quienes encontraron el espacio que las emisoras comerciales no les daban. El Profe Álvaro González, de la emisora pública Radiónica, que nació en 2005, cuenta que a la estación llegaban todos los sonidos de grupos como Bomba Estéreo, Chocquibtown, Monsieur Periné, Systema Solar, Crew Peligrosos y Diamante Eléctrico.
El poder de la música hoy es tal que se convirtió en una gran herramienta para promocionar el país.
Eso quedó en evidencia cuando el video de ‘Colombia, la tierra de la sabrosura’ –la campaña que ProColombia lanzó a finales del año pasado para publicitar al país en el exterior– acumuló 4 millones de visitas en apenas 6 días, mientras que la campaña pasada, titulada ‘Realismo mágico’, llegó a 2,9 millones en 4 años. La razón del éxito es que esta nueva campaña está protagonizada por músicos como Sebastián Yatra, Piso 21, Maía, Martina la Peligrosa, Herencia de Timbiquí y Alexis Play.
Y es que no hay duda de que la música se está convirtiendo –a la par del ciclismo o del fútbol– en uno de los grandes bastiones de la imagen de Colombia en el mundo. Lo mejor de todo es que es un fenómeno que apenas se empieza a dimensionar.
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