En la base de Tolemaida, la libertad está encarnada en un hombre y una máquina, insignias del Ejército, que participaron en la Operación Jaque y, como los 15 secuestrados, también cambiaron sus destinos.
Aunque lleva 10 años escondiendo su identidad, cuando camina por los pasillos, los hangares y las pistas de la base de la Aviación del Ejército en Tolemaida, los soldados lo reconocen y paran a saludarlo. Pero son pocos los que lo llaman por su nombre o apellido.
-¿Qué hubo, Libertad? ¿Qué ordena, Libertad?, le dicen.
El soldado Libertad fue uno de los 12 que el 2 de julio de 2008 subió al helicóptero 3375 del Ejército y, sin una sola arma a bordo, volaron el cielo del Guaviare, aterrizaron sobre un sembrado de coca, rodeados de más de 400 guerrilleros, y sacaron del corazón de la selva a 15 secuestrados que habían pasado entre 5 y 10 años en el padecimiento del secuestro. Los ejecutores de una de las operaciones militares más impresionantes de la historia.
Fueron soldados reclutados entre lo mejor de las divisiones del Ejército. El general Mario Montoya, entonces comandante de esa fuerza, les preguntó si estaban dispuestos a emprender una misión en la que lo más probable es que terminaran fusilados, y todos ellos contestaron que sí.
La fama del soldado entre la tropa de ese sector de Tolemaida solo es superada por la del helicóptero que abordó ese 2 de julio de 2008, y que permanece estacionado entre las decenas de aeronaves que ocupan las pistas de la base. Es el Libertad 1, al que muchos conocen como el Caballo de Troya moderno, un MI17 que llegó desde Rusia al aeropuerto El Dorado, en la noche del 16 de abril de 1997, a bordo de un Antonov, un avión de transporte de origen soviético.
El soldado Libertad no ha dejado de abordarlo en estos 10 años que han pasado desde Jaque. En estos 10 años que, tanto a la máquina como al hombre, les cambió el destino.
La historia de la operación se ha contado mil veces, casi como un relato épico que sirve de instrucción en regimientos militares de todo el mundo. La operación nació desde los rangos más rasos de la inteligencia del Ejército. Los hombres que se dedicaban a escuchar las comunicaciones radiales de la guerrilla diseñaron un plan que, al principio, parecía demencial: cortar la comunicación entre los operadores de Alfonso Cano, el comandante de las Farc, suplantarlos y ordenarle a los carceleros de tres grupos de secuestrados que los reunieran en un mismo punto en el Guaviare, donde podrían liberarlos.
La coartada que usaron fue sencilla: Reyes quería conocer a sus rehenes de mayor valor estratégico, a quienes usaba para presionar el canje por guerrilleros presos. Una vez en el punto de encuentro, los soldados, haciéndose pasar como miembros de una comisión humanitaria, se los arrebatarían a la guerrilla. Y todo sin disparar una bala. Era una misión suicida.
Los elegidos fueron entrenados durante semanas. Recibieron clases de actuación para que interpretaran sus papeles de guerrilleros, periodistas y médicos. También para que neutralizaran sin armas a César y Gafas, los comandantes que irían a bordo, los carceleros de los secuestrados.
Los dos helicópteros que participarían en Jaque también se prepararon. Peluca, un contratista del Ejército que 10 años después sigue en Tolemaida, cuenta que le ordenaron remover el verde de las hojalatas y pintarlos de blanco y rojo, para que parecieran aeronaves civiles. Él hizo caso y cuando entregó el trabajo, lo encerraron en la base, le quitaron el teléfono y lo aislaron durante 8 días. Nadie podía saber del plan que estaba en marcha.
En la víspera del 2 de julio, los hombres abordaron las máquinas y ese plan que parecía una locura, se volvió un hecho. En las portadas de los diarios de todo el mundo aparecieron los rostros de los 15 secuestrados, mientras las caras de los hombres que los devolvieron a la libertad se mantuvieron ocultas.
En una ceremonia privada, el entonces presidente Álvaro Uribe Vélez les puso la Cruz de Boyacá, la máxima medalla que otorga Colombia. En los 6 meses posteriores a Jaque, los soldados que ejecutaron la operación salieron del país, la mayoría hacia Estados Unidos, donde se volvieron instructores. Con los años regresaron al país. Sin embargo, la mayoría de ellos, por la visibilidad que adquirieron tras la operación Jaque, no pudieron seguir ascendiendo rangos y decidieron, inconformes, retirarse del servicio. Algunos sintieron que no les cumplieron las promesas hechas antes de graduarse de héroes.
El destino del Libertad 1, donde los 15 secuestrados volvieron a la vida, también cambió. Se volvió una insignia y nunca lo volvieron a pintar con los tonos verdosos del combate. Además, como le habían desmontado el blindaje para no levantar sospechas entre los guerrilleros, no pudo volver a la guerra. Desde entonces, está dedicado a labores humanitarias: extinguir incendios, trasladar enfermos, atender emergencias. Su misión más reciente fue servirle a la población de Ituango, en la crisis de la represa hidroeléctrica.
En esas labores, el Libertad 1 ya completa 5.900 horas de operación. Una pequeña parte de su vida útil, que puede extenderse por varias décadas más. Un destino muy distinto al del Libertad 2, el que los acompañó durante Jaque y que, como se decidió a última hora para resguardar la misión, no descendió al rescate sino que se quedó sobrevolando la zona de la operación.
Ese era el 3381, una aeronave gemela del Libertad 1, que al volver de la operación recuperó su camuflaje y sus colores de combate. El Ejército no podía darse el lujo, en esos años de la guerra dura, de tener dos aeronaves tan potentes dedicadas a labores humanitarias. En una de sus misiones, cuando despegaba de Carepa, en el Urabá antioqueño, se cayó y se incendió. El piloto a bordo murió y la aeronave quedó hecha cenizas.
"Siento satisfacción total por las personas que hoy en día pueden llevar una vida en libertad, al lado de sus familias, viviendo la vida que no vivieron durante esos años que duraron en la selva". El destino de ese soldado anónimo y del helicóptero con el que comparte sobrenombre parecen ligados. Ya son incontables las veces que lo ha lavado con sus propias manos, y que lo ha volado, luego de Jaque. Allí, en Tolemaida, la Libertad no es abstracta, está encarnada en un soldado y una máquina.