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La Alcaldía de Medellín aumentó en 30 por ciento el valor que se le reconoce a cada silletero por participar en el desfile y en 70 por ciento los ingresos para la Corporación de Silleteros.
Foto: David Amado Pintor.

Una tradición que emociona hasta las lágrimas: los silleteros de Santa Elena

En 2015 estos fueron reconocidos como Patrimonio Cultural e Inmaterial de la Nación. Cada 7 de agosto, 520 de ellos se toman las calles de Medellín para exhibir sus creaciones florales ante el público.

“En este sembrado –dice José Zapata mientras señala un arado de cuadra y media que se extiende en bajada– hay 65 tipos de flores que se producen en Santa Elena. Ahí tiene usted agapantos, clavellinos, astromelias, josefinas, todas ellas son flores que se cultivan desde hace años”. 
Su español campechano tiene el tono arrastrado y seseante que ha hecho carrera y se ha convertido en el cliché del antioqueño en el país.

Su atuendo impecable, preparado con escrúpulo para las visitas, también es un lugar común: sombrero de palma, camisa blanca, poncho y carriel terciado, pantalón negro, machete al cinto y alpargatas. 
Estamos en su casa de la vereda El Rosario, a 20 kilómetros de Medellín, sobre las montañas del oriente. El cielo despejado y los arreboles de la tarde predicen el fin del invierno y dibujan una sonrisa en su rostro. Las borrascas y las heladas que sacuden estas cimas han menguado y abren paso a los brotes que se crecen a la intemperie y cambian el olor del aire.

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La mayoría de flores usadas para las silletas vienen de las fincas de Santa Elena, a las afueras de Medellín.
Foto: Cortesía Alcaldía de Medellín.

“Esta casa que usted ve ahí –dice José y vuelve a señalar– fue la de mis viejos. Ellos la heredaron de los abuelos. Aquí nacimos y nos criamos los ochos hijos. Y aquí cada uno tiene su casita”. 
Su historia se repite en las conversaciones de las familias que llevan cinco o seis generaciones en estos quiebres. Aún hoy, más allá del crecimiento urbano y demográfico, las 17 veredas del corregimiento se distinguen por los apellidos de sus habitantes: los Londoño, de Barro Blanco; los Amariles y los Sánchez, de San Ignacio; los Rojas y los Alzate, de Mazo, y así. 
“Pero no solo la tierra fue heredada”, apronta José Zapata en medio del sembrado.

Cuenta que sus padres y los vecinos de antaño, gente que nació a finales del siglo XIX o en la primera mitad del siglo XX, y convirtió a Santa Elena en una despensa agrícola de Medellín, también fue la responsable de enseñarles, a fuerza de trabajo, los oficios del campo. 
En aquella época los viejos bajaban a la ciudad para vender toda suerte de productos silvestres: carbón vegetal, tierra de capote, musgos, sarros, legumbres y hortalizas.

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510 silleteros bajan cada agosto a Medellín a presentar el tradicional Desfile de Silleteros.
Foto: Cortesía Alcaldía de Medellín.

Fueron ellos, invitados por las élites citadinas, quienes iniciaron un desfile que buscaba representar al campesino y su intercambio comercial con la ciudad, y que puso énfasis en las flores ornamentales que llegaban de los vértices montañeros. 
De ellos –dice José Zapata– recibieron las lecciones necesarias para elaborar una silleta (no como herramienta, pues a estas alturas está claro su sentido simbólico).
De ellos también heredaron la ‘chapa’ de silleteros. 
Tras regresar del sembrado, mientras acaricia una de las silletas que tiene exhibidas a un costado de su casa, explica que en la actualidad hay cinco categorías que participan en el desfile: silleta monumental –que de grande es un monumento–, silleta artística –hecha en relieve y llena de arabescos y detalles–, silleta emblemática –que incluye un mensaje compuesto por frases e imágenes– silleta tradicional –sin duda la más bella, compuesta por flores auténticas de la región– y silleta comercial –encargada de resaltar una institución o empresa–.

Ya en el interior de su casa, convertida en museo y coronada por un letrero que reza Finca Silletera El Pensamiento, presenta toda suerte de álbumes, recortes de prensa, fotografías, afiches y calendarios que prueban que ser silletero se ha convertido para él, como para tantos hombres y mujeres de este corregimiento, en un estilo de vida.

¡Traiga silicona!
Mucha agua ha corrido por la quebrada Santa Elena, que nace a 2.600 metros de altura y baja en desbandada hacia Medellín, desde el primer Desfile de Silleteros, organizado por la Oficina de Fomento y Turismo en 1957. Dicen que fueron un puñado de campesinos los encargados de inaugurar un teatro que no ha parado de crecer. Hoy son 510 silleteros los que bajan a la capital de Antioquia cada 7 de agosto para mantener vivo el evento principal de la llamada Feria de las Flores.

El día previo al desfile Santa Elena cierra sus carreteras de acceso. El corregimiento se convierte en un laberinto de calles peatonales atiborradas de gente que viaja desde cualquier lugar del mundo para encontrarse cara a cara con los silleteros, entrar en sus moradas, tomarse unos tragos y observar de cerca el ritual familiar de la elaboración de las silletas. 
Los preparativos comienzan semanas antes, pero no todo está bajo control las horas previas al desfile.

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Cada silletero conserva un contrato de participación con la Alcaldía de Medellín que además del dinero representa honor y dignidad.
Foto: Cortesía Alcaldía de Medellín.

“No existen palabras para describir el hecho de ser silletera. Yo he llorado en el desfile, pero no por el peso, como piensa alguna gente. La emoción es tan grande, ver todo ese público, recordar a los abuelos que iniciaron esta tradición, se le salen a uno las lágrimas"
- Milena Rodríguez

“Algunas veces las flores se acaban, o la silicona para pegarlas no alcanza, y uno tiene que salir corriendo a ver quién le presta o le vende para poder terminar”, cuenta Milena Rodríguez en su casa de la vereda Piedra Gorda. Y agrega que en su familia participan del desfile cuatro mujeres, incluida su madre Cecilia Grajales, y el menor y único hombre, Juan Fernando.

Aunque ellos no tienen sembrados y sus rutinas laborales son diferentes a las faenas del campo insisten en mantenerse vinculados a la fiesta porque los abuelos así lo hicieron y porque forman parte de una comunidad donde hay lazos de cooperación y solidaridad que se han logrado mantener en el tiempo.

Cada silletero tiene un contrato de participación con la Alcaldía de Medellín. Estos contratos, además del dinero, representan honor y dignidad. Son como poderes que pasan de familia a familia y van sucediéndose de generación en generación. El 7 de agosto, cuando la madrugada despunta, centenares de camionetas cargadas de silletas enfilan hacia la ciudad.
Los silleteros ajustan sus atuendos impostados y sopesan sus cargas –que pueden alcanzar los 100 kilos–.

Ya en la ciudad, bajo el sol del mediodía, apuran el paso y avanzan, entre cabriolas y vivas, por las principales calles del centro. El recorrido dura cuatro kilómetros y es observado de cerca por cientos de miles de nacionales y extranjeros.
“No existen palabras para describir el hecho de ser silletera –dice Milena mientras su madre y sus hermanas, que se han sumado a la conversación, asienten con la cabeza–. Yo he llorado en el desfile, pero no por el peso, como piensa alguna gente. La emoción es tan grande, ver todo ese público, recordar a los abuelos que iniciaron esta tradición, se le salen a uno las lágrimas”.

Nuestras flores en todo el mundo

Su cultura no se queda en Medellín, ni en la Feria de las Flores, es una representación del país en el exterior. La Alcaldía les ha dado el apoyo para su visibilización en el exterior. Estos artistas han participado en ferias y eventos tanimportantes como la Feria Internacional de Turismo (Fitur) en España, el World Travel Market en Londres o Silleta Fiexpo en Chile. Son 5.788 millones de pesos los que ha invertido la Alcaldía en este cuatrienio para apoyar a los silleteros con la elaboración de sus silletas, los materiales, traslados, viáticos, tiquetes aéreos, alojamientos y asistencias médicas de los 30 eventos en los que participan cada año.