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El 6 de septiembre de 2014, un accidente aéreo puso fin a la vida del mayor conocedor de los pueblos indígenas en aislamiento en Colombia. La avioneta que llevaría a Roberto Franco desde Florencia hasta Bogotá cayó en medio de la selva por causa del mal estado y del sobrepeso. Con Franco se fue también valiosa información sobre estos enigmáticos pobladores. Sin embargo, Cariba Malo, su obra maestra, sirvió como punto de partida para una investigación que aún continúa su curso. Estos son los principales hallazgos de Franco, a partir de su libro.
"Es posible que en Colombia subsistan diez o más pueblos aislados en esas selvas inmensas, sitios donde tienen puestos sus ojos las compañías mineras y petroleras”.
Roberto Franco
Ilustración: "Indio del río Verde", dibujo de A. de Neuville según bosquejo del autor.
“Estos tigres son peligrosos, me dijo Maribba, porque esta tierra es de indios bravos que son los que mandan a los tigres y a los caimanes que coman gente”.. Así inicia Cariba Malo, la obra insignia de Roberto Franco y el primer insumo técnico y científico en Colombia sobre la presencia de pueblos indígenas aislados en nuestra Amazonia, que tuvo como fin que el estado reconociera la existencia y derechos de estas comunidades y evitara a toda costa el contacto con la sociedad nacional.
En la investigación, publicada en 2012, dos años antes de su muerte, Franco parte de la historia de los cacicazgos de los yorimanes y yurimaguas del siglo XVII, grupos con la boca y la cara tatuadas que habitaban en territorio brasilero que se creían extintos. Franco, tras una exhaustiva búsqueda de material bibliográfico antiguo, de testimonios de diversos personajes y hasta sobrevuelos a ras de selva, demostró que hacia finales del siglo XIX descendientes de estas etnias migraron hacia las selvas colombianas huyendo de los caucheros para aislarse definitivamente del mundo occidental.
“Hemos rememorado la historia de algunos pueblos indígenas que hace 500 años fueron grandes y poderosos, dominando el sector medio del río Amazonas. La hipótesis sustentada a lo largo de este trabajo plantea que los yorimanes-yurimaguas, ibanomas y aisuares no se extinguieron, y que sus descendientes viven en las selvas colombianas. Existen indicios sobre las relaciones entre los pueblos aislados passés y yuris, al igual que sus movimientos, abandono de malocas y su establecimiento en el Parque Nacional Natural río Puré. Es posible que en Colombia subsistan diez o más pueblos aislados en esas selvas inmensas, sitios donde tienen puestos sus ojos las compañías mineras y petroleras”, narra Franco en el epílogo de su obra.
Y lo concluye con una frase certera: “esperamos que no cesen en su lucha por continuar alejados de nosotros, alejados del mundo de los motores, motores que solo sirven para ser garroteados y hacer chaquiras con sus tornillos más pequeños y colgárselas del cuello con una pita de chambira. Cariba malo”.
En enero de 1969 Colombia conoció el primer contacto documentado sobre los indígenas aislados. Unos caucheros y cazadores ingresaron a la maloca de unos indígenas por el río Puré, a los que la historia llamó después los caraballos.
Julián Gil y Alberto Miraña entraron al sitio sagrado, mientras que Alejandro Román decidió no hacerlo, ya que tenía malos presentimientos. Volvió a una finca en la boca del río Cahuinarí a esperar a sus compañeros. Pasaron varios días y los dos caucheros no regresaron, así que realizaron dos expediciones sin resultados positivos: desaparecieron.
“En la segunda expedición, organizada por la Armada, liderada por el hermano de Gil y con las participación de militares, indígenas, caucheros y cazadores armados de fusiles, escopetas y machetes, fue encontrada una maloca sin cerco. Una de las patrullas mató a cinco indígenas indefensos, un crimen que quedó en la impunidad. Seis más fueron tomados como rehenes y estuvieron dos meses en La Pedrera, hasta que un periodista devolvió a la familia retenida a su maloca. Fueron llamados caraballos por el parecido del hombre mayor del grupo con Bernardo Caraballo, un boxeador de la época. Nadie entendió su lengua”, relata Franco en Cariba Malo, que significa hombre blanco malo.
El evento, difundido en medios de comunicación nacionales e internacionales, despertó el interés del mundo, y afloraron relatos amarillistas y de poca veracidad. Según Franco, describieron a los caraballos, sin evidencia alguna, como indígenas carnívoros de cuerpos corpulentos, con pies y brazos largos que llegaban hasta las rodillas, y los tildaron de salvajes. “Sólo faltó que dijera que eran micos”.
Para justificar la muerte de los cinco indígenas, los verdugos dijeron que habían encontrado botones de la camisa de Julián Gil en la expedición. El reportero francés Ives-Guy Bergès, quien devolvió a la selva a la familia de indígenas retenidos, narró que los caraballos eran un estado prehistórico dentro del Estado colombiano. “Dijo que vio caminos anchos de tres metros, que parecían transitados durante miles de años. Que los indígenas le decían a los blancos cariba. Por señas, interpretó que los caucheros estarían muertos. Uno pronunció Cariba malo, alzó una tapa del suelo y mostró una tumba”, cita Franco en su libro.
Para Franco, una de las afirmaciones más interesantes del reportero francés fue que descubrió sitios habitados por tribus desconocidas que viven en la edad de piedra. En sobrevuelos halló a 80 kilómetros de la maloca descubierta por las comisiones que buscaban a Gil, otra más. “Los techos de las dos están construidos de materiales diferentes, su corte es distinto, aunque en la forma guardan una gran relación”.
El investigador Robert Carneiro, del Museo de Historia Natural de Nueva York, también citado en Cariba malo, reflexionó sobre la desaparición del cauchero. Planteó que podría tratarse de sobrevivientes de los yuris, tribu catalogada como extinta hace más de medio siglo. No creía que fueran caníbales. Según Carneiro, para 1.820 habían 2.000 yuris y luego muchos habían sido capturados para trabajar en las caucherías, por lo que pensaron que estaban extintos. “Su hipótesis de que los caraballos eran yuris ahora es un hecho, por los vocablos. Otro trabajo, del lingüista Juan Álvaro Echeverri, concluyó que la lengua de los caraballos es la misma yuri”, concluyó Franco.
El mundo, sin saberlo, en ese episodio estuvo cara a cara con los no contactados.
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Cultivos como plátano, chontaduro, yuca y coca en medio de la selva puede indicar la presencia de algún pueblo indígena en aislamiento. En Colombia hay dos casos confirmados y 18 indicios.
Crédito: Cristóbal von Rothkirch, alianza ACT y PNN.
Franco ya sospechaba sobre la procedencia de los yuris y otros pueblos indígenas de la zona. Creía que eran descendientes de cacicazgos dominantes del curso medio del río Amazonas desde tiempos prehispánicos, en la várzea brasilera. Por eso, enfocó su investigación en leer crónicas y relatos de las épocas de la conquista.
Encontró que los cacicazgos tupinambas, omaguas, yurimaguas, aisuares e ibanomas fueron los primeros en sucumbir ante los españoles y portugueses, debido a su localización en las riberas del gran río.
“(...) Estos conquistadores describieron a los indígenas como gente pintada de rojo y negro, tatuados, con armas de madera y cañas, adornados con plumas, y conchas, y palos o cañas en las narices. Unos tenían vestidos y otros estaban desnudos, y sus cabezas eran raras”.
Ilustración: "India del río Verde", dibujo de A. de Neuville según bosquejo del autor.
En esa época recibieron el primer y letal impacto: desplazamiento, nuevas enfermedades y epidemias, esclavitud y guerra.
Para comienzos del siglo XVIII, estos grupos ya habrían desaparecido de la zona. Pero la investigación de Franco arrojó que algunos pueblos lograron sobrevivir en tierra firme y en condiciones distintas a las del siglo XVI. Las dos principales expediciones españolas en el curso del Amazonas durante ese siglo fueron en 1540 y 1560, pero hay pocos datos en los apuntes de los cronistas.
El primer viajero, Francisco de Orellana, se desprendió de su hermano conquistador de los incas en 1540, en cercanías de la boca del río Coca en el Napo.
“En sus expediciones, los españoles utilizaron arcabuces y ballestas para combatir con multitud de indios por largos trechos del río, quienes usaban escudos elaborados con conchas de lagartos y cueros de manatís y dantas. Estos conquistadores describieron a los indígenas como gente pintada de rojo y negro, tatuados, con armas de madera y cañas, adornados con plumas, y conchas, y palos o cañas en las narices. Unos tenían vestidos y otros estaban desnudos, y sus cabezas eran raras”.
Veinte años después, en 1560, la expedición de Pedro de Ursúa y Lope de Aguirre bajó por el río Huallaga hasta el Marañón, y desde allí por todo el curso del Amazonas. “Hubo conflictos, asesinatos y crueldades. Muchos pueblos indígenas, guerreros, alfareros y con chamanes, estaban vacíos por miedo a los españoles. Casi un siglo después, cuando las coronas de España y Portugal estaban unidas, llegaron a Belén de Pará dos curas franciscanos, derrotados en su intento por evangelizar a los pueblos de los encabellados del río Putumayo. Los portugueses enviaron una expedición de 47 canoas con 70 soldados y 1.200 indígenas, la tercera más grande que viajó por el río Amazonas. Esa penetración despobló las riberas”.
Llegaron a una provincia llamada Yorimán, descrita en las crónicas antiguas como la más nombrada y belicosa de todo el río Amazonas, la cual tenía una extensión por 70 leguas con poblaciones densas. “Uno de los pueblos, los yorimán, eran respetados y temidos. Vivían en las islas y riberas del río Amazonas, pero fueron esclavizados por los portugueses”.
En las últimas dos décadas del siglo XVII, el padre Samuel Fritz estableció misiones jesuitas españolas en el sector conocido hoy como Tabatinga y en la boca del río Negro. “En su diario cuenta que en 1689, los yurimaguas y aisuares tenían lenguas diferentes pero las mismas costumbres. Vivían desnudos, comían cazabe y fariña y vendían cuyas o totumas. Dice que los yurimaguas eran belicosos y señores de todo el río Amazonas, pero que ahora vivían acobardados y consumidos por las guerras. Muchos se retiraron a otras tierras y ríos para estar más seguros”.
Franco concluye que los yurimaguas sobrevivientes decidieron dispersarse por ríos como el Içá, Japurá, Juruá y Solimões. A mediados del siglo XVIII su nombre cambió a yurupixunas, que incluían yuris, passés, uainumás y jumanas de diferentes tradiciones lingüísticas. “Por esa época buscaban zonas de refugio en los afluentes de los ríos Puré y Cahuinarí, en sitios alejados de las rutas de navegación y de los poblados españoles y portugueses”.
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Las malocas de los aislados son diferentes a las de los indígenas tradicionales. Son rectangulares con los extremos redondeados, rodeadas de árboles y algunos cultivos.
Crédito: Cristóbal von Rothkirch, alianza ACT y PNN.
El politólogo investigó a fondo qué sucedió con los yuris, jumanas, uainumás y passés, posibles descendientes de yurimaguas o yorimanes que sobrevivieron en los cursos bajos de los ríos Putumayo y Caquetá. Empezó con la situación del río Putumayo: “desde comienzos del siglo XVII, fue recorrido en toda su extensión por curas franciscanos empeñados en evangelizar, mientras que los cazadores de esclavos penetraron sus orillas. Los pobladores indígenas tendieron a ubicar sus asentamientos selva adentro, lejos de la plaga española y portuguesa que introducía enfermedades. Los misioneros los atraían con hachas, machetes, cuchillos y vestuarios a cambio de inculcarles su palabra divina y evangélica”.
La segunda mitad del siglo XVIII estuvo marcada por la competencia entre los imperios español y portugués, fuerzas que desataron guerras, esclavitud, enfermedades y dislocación en los indígenas sobrevivientes.
Ilustración: "Indio sibundoy", dibujo de E. Ronjat según indicaciones de E. André.
Los yuris del Putumayo-Içá tenían una compleja organización social. Con la fundación del poblado de Tabatinga por los portugueses en 1773, invadiendo territorio que correspondía a España, las autoridades españolas informaron que en los trabajos de construcción eran empleados indios yumaná, yuri, passé y ticuna. “Un testimonio afirma que en Tabatinga había tres indios yuris aprisionados con cadenas. En 1787, cuando las misiones del Putumayo estaban en decadencia, uno de sus frais informó que los portugueses esclavizaban a los indios y los acorralaban hacia los bosques. Desde esa época, los portugueses controlaron el río Putumayo y el territorio ribereño de los yuris, passés y jumanas”.
En 1768, el cura José Monteiro escribió en su diario varios vestigios de los yuri en el río Negro, como los tatuajes que tenían en sus caras y una malla negra que comienza en los pómulos y desciende hasta la parte baja de la mandíbula inferior. “De las raíces del cabello sale un trazo negro que, pasando por entre los ojos, termina sobre la nariz. Líneas negras bajan desde las sienes y tienen huecos en las orejas y labio inferior, con pedazos de flechas. Usaban cerbatanas, lanzas de palo rojo con veneno en las puntas y escudos de piel de caimán o danta”.
La segunda mitad del siglo XVIII estuvo marcada por la competencia entre los imperios español y portugués, fuerzas que desataron guerras, esclavitud, enfermedades y dislocación en los indígenas sobrevivientes. Franco afirma que los resultados fueron el sometimiento, resistencia y búsqueda de zonas de refugio por parte de los indígenas.
Con la independencia del imperio español, a comienzos del siglo XIX bajó la actividad misionera, pero los brasileros mantuvieron su presencia en buena parte de los ríos Putumayo y Caquetá. A finales de siglo, el caucho fue la base de la economía de la selva amazónica, manteniéndose por casi 30 años. La violencia cauchera fue catalogada por Franco como la peor de todas las atrocidades coloniales, que hizo huir a tribus y segmentos hacia zonas cada vez más alejadas de los ríos.
Una exploración de naturalistas alemanes por los ríos Amazonas, Negro, Solimões y Japurá, arrojó información sobre los yuris y passés, y depositó en un museo de Múnich una colección de objetos etnográficos de ambas tribus. Carl Friedrich von Martius, uno de los expedicionarios, relató que los yuris eran la tribu más poderosa entre el Isá y Japurá, pero que ya no quedaban más de 2.000 almas.
“En 1820, Martius llegó muy cerca a la boca del río Puré, donde encontró una comunidad yuri, comandada por el tuchaua Miguel, indio de estatura larga y compacta, con ojos brillantes de guerrero. Los hombres andaban con guayuco y las mujeres estaban desnudas. Tenían cultivos de plátano, yuca, algodón y urucú. Martius llevó un indígena yuri a Múnich, al igual que dos esclavos mirañas-muriatés, que murieron al poco tiempo”.
Cuando exploraba el Japurá hasta Araracuara, uno de sus compañeros encontró yuris, passés, jumanas y uainumás viviendo cerca del río Negro, “algo que demuestra que su traslado desde el Caquetá fue masivo y que su población debió ser muy grande. Los yuris y passés tenían la costumbre de recluir a las mujeres en el tiempo de la menstruación. Practicaban la couvade, la cual consistía en que cuando nacía un hijo hombre, lo acostaban junto a su padre en una hamaca para que la mujer recién parida lo atendiera”.
Treinta años después, época de las primeras líneas de barcos de vapor, dos ingleses exploraron selvas de Brasil. Conocieron a los yuris en el río Negro, con tatuajes en círculo alrededor de la boca, de formas similares a los monos ardillas de boca negra, y expertos en el manejo de la cerbatana.
En esa época, Colombia adelantaba la Comisión Corográfica, al mando de Agustín Codazzi. Hacia 1856, el coronel e ingeniero italiano estuvo en el piedemonte amazónico, donde encontró una población apreciable de yuris y passés en contacto con los colombianos. Le llamó la atención el hábito de los indios del Caquetá de pintarse o teñirse los dientes y boca de negro con jugo de hierbas y cal cáustica.
FRANCO RELATA QUE LOS YURIS, PASSÉS Y JUMANAS FUERON MENCIONADOS CONTINUAMENTE DURANTE LOS SIGLOS XVIII Y XIX, PERO AL FINALIZAR EL XIX Y COMIENZOS DEL XX DESAPARECIERON DEL MAPA. SOLO VOLVIERON A APARECER, POR LO MENOS LOS YURIS, EN 1969.
Ilustración: "Indios cuaiqueres", dibujo de Maillart según bosquejos de E. André.
Rafael Reyes emprendió un trabajo de extracción de quinas en los bosques del Cauca y el Putumayo. Cuando llegó a Colombia, entre 1904 y 1909, permitió la presencia continua de la Casa Arana, descuidando las fronteras del país y los pueblos indígenas de la Amazonia. En sus memorias aparecen los yuris en la banda derecha del río Putumayo. “En uno de sus textos cuenta que en el primer viaje del vapor desde el alto Putumayo, encontró 500 indios hermosos y robustos, pero a su vuelta casi toda la gente había muerto. Solo sobrevivió una india con su hijo, quien le contó que después de su paso por el sitio, la tribu fue atacada por una especie de tisis galopante. Ella le informó que los indígenas salían despavoridos cuando oían estornudar a un blanco”, relata Franco en Cariba malo.
Otro relato de Reyes indica que los orejones estaban a mitad de camino entre el alto Putumayo y el Amazonas. Unos 300 kilómetros más abajo de su asentamiento, encontró una tribu de indios que, según él, hablaban con ladridos de perro o gritos de monos. “Dice Reyes que durante diez años de viajes por el Putumayo, nunca volvió a encontrar a aquella tribu que le parecía la especie más degenerada del hombre, semejante a los pigmeos negros nómadas”. Para Franco, esas palabras develaron un explorador eurocentrista, racista, despectivo y discriminador.
El comercio de esclavos que llevaban a cabo los brasileros, subsistió en Putumayo y Caquetá hasta finales del siglo XIX. Pero luego llegó una nueva forma de esclavitud: la de los caucheros, que destruyó y diezmó a los grupos indígenas, “llevando a unos a su extinción, a otros a soportar un régimen de sufrimientos y millares de muertos, y muchos a un aislamiento en zonas alejadas de difícil acceso”.
Franco menciona que los yuris, passés y jumanas fueron mencionados continuamente durante los siglos XVIII y XIX, pero al finalizar el XIX y comienzos del XX desaparecieron del mapa. Solo volvieron a aparecer, por lo menos los yuris, en 1969.
“El siglo XX comenzó con el auge del caucho, llevando incluso a la guerra entre países por zonas fronterizas. El control de la mano de obra indígena se volvió de mayor importancia y fueron esclavizados. Grupos de los ríos Caquetá y Putumayo buscaron refugio en zonas aisladas, como la del Puré”.
En pleno auge del caucho, el explorador alemán Theodor Koch-Grünberg pasó por la boca del Apaporis. Al final de su viaje llegó al establecimiento cauchero de La Libertad, donde vivía Ernst Berner, que trabajaba con la Casa Calderón, con indígenas uitoto, miraña y carijona en condiciones de servidumbre. En Puerto Nariño, tuvo conocimiento de las matanzas de mirañas perpetradas por los caucheros. En su viaje por el río Puré halló dos casas abandonadas de yuris y passés, sitio de habitación de los yuru pischuna (los de boca negra) y los uainumá. “Esta es la última mención certera de un viajero sobre los yuris, passés y uainumás antes de 1969; pero ratificó la idea de que podrían sobrevivir en esa zona”.
Indio yurupixuna, Alexandre Rodrigues Ferreira. 1974.
Indio yurupixuna con manto de jaguar, Alexandre Rodrigues Ferreira. 1974.
Indio yurupixuna, Alexandre Rodrigues Ferreira. 1974.
Indio yuritaboca. Fuente: Jörg Helbig (editor), 1994.
Las selvas de la frontera colombo-brasilera, entre el Caquetá y Putumayo, son un misterio. Franco dice que hace 120 años, hasta cuatro pueblos indígenas que vivían en los cursos bajos de los ríos Japurá e Içá, decidieron aislarse para dejar atrás los ataques, tragedias y enfermedades: eran grupos que ya conocían estos ríos desde por lo menos el siglo XVIII.
Por medio de entrevistas a pobladores de los bajos río Caquetá y Putumayo, Franco profundizó en la historia de estos indígenas entre 1970 y 2010, luego de la desaparición del cauchero Julián Gil en Puré por indígenas caraballos o patones. “Ese hallazgo destapó el territorio. En esa época, el poblamiento de la región del bajo río Caquetá colombiano era por comunidades yucuna, tanimuca, carijona, bora y miraña. La Pedrera era una guarnición militar, un internado capuchino y el asiento de comerciantes y sus trabajadores indígenas”.
Franco dice que hace 120 años, hasta cuatro pueblos indígenas que vivían en los cursos bajos de los ríos Japurá e Içá, decidieron aislarse para dejar atrás los ataques, tragedias y enfermedades: eran grupos que ya conocían estos ríos desde por lo menos el siglo XVIII.
Ilustración: "Indio telembí", dibujo de Sirouy según bosquejos de E. André.
En 2002, la cuenca colombiana del río Puré quedó protegida con la figura de Parque Nacional Natural. Pero desde los años 70 y hasta la actualidad, varias personas, iglesias, instituciones y empresarios han estado interesados en la región, apetecida para pistas de aterrizaje y laboratorios de cocaína, tráfico de maderas y extracción de oro. “Los madereros, tigrilleros, narcotraficantes, mineros y guerrilleros no tenían interés alguno en los pueblos aislados, aún cuando ocasionaron encuentros indeseados”, explica Franco.
Sin embargo, Cariba Malo cuenta casos de un interés directo en los indígenas aislados, como el de los hijos del desaparecido Julián Gil, que al crecer han recorrido la región con la ilusión de encontrar a su padre; misioneros evangélicos que estuvieron en La Pedrera en los 70 y 80 intentando contactar a los caraballos; y padres capuchinos. Ramón Riobo, un maderero del Putumayo, le contó a Franco que en el tiempo del caucho los brasileros rodearon, dispararon y mataron a varios indígenas. “Cogieron a un niño y lo llevaron a un campamento para instruirlo en la lengua. Luego lo llevaron al monte para que hablara con su gente”. Para Franco, este testimonio podría afirmar que en los tiempos del caucho sí hubo una matanza de indígenas, probablemente yuris, aislados en las selvas del río Pupuña.
Entre 1900 y 1974, una cacería en busca de pieles finas predominó en los Llanos y selvas de Colombia. Según Franco, todo empezó con garzas masacradas por sus plumas, y luego caimanes y babillas para hacer chalecos con sus pieles. “De los años 60 en adelante, el objeto fueron los perros de agua, para terminar con tigres y tigrillos. Campesinos, colonos e indígenas recorrieron los Llanos, Amazonia y el Caribe, masacrando animales”.
En el tiempo de las tigrilladas, como lo cuenta uno de los personajes entrevistados por Franco, los cazadores vieron a los nukak y en una ocasión capturaron a dos de ellos con un bebé, llevados por los misioneros del Instituto Lingüístico de Verano. “A partir de ese encuentro, los misioneros establecieron una pista de aterrizaje en Guayacana, en las sabanas de la Fuga, para contactar a los nukak, pero fracasaron al parecer por rechazos violentos”.
En la región del Puré la cacería fue tardía, en 1967, por su lejanía y los rumores de indios bravos. “Esta actividad pudo tener impactos sobre los aislados del Puré, ya que tienen limitaciones en su movilidad y dependen de la carne de monte. La fauna debió ahuyentarse con el ruido de los tiroteos. Una de las formas de pago de los indígenas ribereños a los patrones de La Pedrera era su participación en largas expediciones por los ríos Puré y Yarí, cazando con escopeta, cartuchos y fariña. Esa caza para las pieles motivó a Julián Gil a la conquista de las selvas del Puré en busca de animales”.
Años atrás, Valois Rojas, sargento del puesto militar de La Pedrera, vacacionaba con cazadores indígenas por el río Puré, para cazar dantas. Asegura que sacaba 250 pieles. En Leticia hablaba con George Tsalickis, conocido traficante de animales, quien le compraba las pieles y las exportaba. En sus jornadas de caza, nunca encontró rastros de los aislados.
Terminada la ola que movió la cacería, a mediados de los 70 llegó a La Pedrera Donald Fanning, un misionero evangélico de la iglesia Bautista que piloteaba su propia avioneta y atendía a la población indígena con servicios de salud. En sus sobrevuelos, identificó malocas de indígenas aislados en las cuencas de los ríos Puré y Bernardo. “Con el fin de llevar la palabra de Dios a los aislados, consiguió donaciones de ropa, hamacas, toldillos y herramientas, y organizó sobrevuelos en los que tiraba mercancías en los patios de las malocas”.
Fanning vivió en La Pedrera entre 1974 y 1978 y siempre tuvo interés en los caraballos. Identificó seis malocas de dos tipos: una media o abierta y cinco rectangulares con extremos redondeados. Fue amigo de Homero Paredes, con quien viajó por agua y tierra para contactar a los indígenas. En 2010, Franco entrevistó a Paredes, quien sobrevoló siete veces la zona. “La primera vez se apagó la avioneta. Al rato volvió a prender y salieron los indios de la maloca. Donald les tiró anzuelos y nylon. Ellos los recogieron. Me dijo: estoy dispuesto a buscar a los caraballos, creo que no son bravos y vamos a ver cómo dialogamos”.
Paredes narra que ambos expedicionarios fueron por el río Bernardo. “En una trocha de entrada, el gringo, algo asustado, encontró a uno de ellos, pero no entendía lo que decía. Le regaló una escopeta y cartuchos. Luego, aguas abajo, vimos a dos indios desnudos. Después volamos dos veces más y ya no estaban ahí, habían abandonado la maloca. Nunca pudo hablar con ellos, porque los mirañas no lo acolitaron”.
“Desbarataban las plantas de luz y les sacaban los tornillos más pequeños. No se dejaban ver. Yo ví señas, ramas partidas y rastros, pero no los busqué porque comen gente”.
Ilustración: "Indio telembí", dibujo de Sirouy según bosquejos de E. André.
Valois Rojas, el sargento del puesto militar, también sobrevoló con Fanning. Cuenta que una vez vieron cuatro malocas. “Donaldo, que cargaba una supercámara, se emocionó. Me dijo: siéntese en el suelo allá al lado de la puerta de la maloca y cuando yo pite abra la puerta y bote un bulto cada que pasemos. Todos salieron a mirar, desnudos. Les dimos hamacas y hachas. Por ahí fuimos unas 20 veces, siempre a la misma maloca, como por tres años”.
Hacia 1987, un misionero de la Misión Nuevas Tribus llegó con otros estadounidenses al Araracuara. “Entraron por el río Bernardo con Elías Macuna como guía, uno de los asesinos de la expedición de rescate de Julián Gil. Establecieron un campamento cerca a los caraballos y pusieron herramientas en un lugar visible. Sólo encontraron sus huellas. Desistieron del contacto porque los indígenas no cogían las mercancías”.
El negocio de la cocaína llegó al bajo Caquetá y a la Amazonia a finales de los 70, para transformar las hojas de coca en pasta. Pero la actividad no tuvo grandes dimensiones porque la materia prima era muy limitada: solo había coca para el mambeo indígena. Por eso, los primeros empresarios colombianos de la cocaína se trasladaron a Perú y Bolivia, donde la hoja era abundante. “Sí establecieron pistas y laboratorios escondidos en la selva, para la cristalización de la pasta y el envío del producto terminado a Medellín y Cali”.
El negocio de los narcotraficantes amazónicos tuvo su auge en los años 80 y comienzos de los 90, con base en pasta peruana o boliviana. Llegaron las pistas de aterrizaje y laboratorios entre los ríos Caquetá y Putumayo y Caquetá y Apaporis, financiadas por los carteles de la droga. “En los 80 se establecieron cerca a los ríos Caquetá, Putumayo y Puré, en por lo menos una docena de lugares que rodeaban el territorio de los aislados del Puré, muy cerca de sus malocas. Sobre el Puré, estaban las pistas León o el 6 y Vecino, en Aguablanca”.
Un indígena, que trabajó desde 1985 en un laboratorio en el quebradón del Hilo, le contó a Franco que a los aislados les gustaban los tornillos de los motores. “Desbarataban las plantas de luz y les sacaban los tornillos más pequeños. No se dejaban ver. Yo ví señas, ramas partidas y rastros, pero no los busqué porque comen gente”.
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Los indígenas de los resguardos cercanos a los pueblos aislados son sus más grandes protectores. Con ayuda de entidades como ACT y PNN, se comprometieron a no cazar ni alterar los ecosistemas.
Crédito: Juan Arredondo, alianza ACT y PNN.
En el tiempo que duró la transformación de la pasta de coca en la Amazonia colombiana, los aviadores sobrevolaron por las malocas de los aislados. Cuando funcionó la pista del Caimo en Las Palmas, en los 80, el piloto Carlos Matiz sobrevoló con el cacique Boa el territorio de los mirañas. “Por el Pupuña, pasamos encima de una tribu. Vimos la maloca, el chontadural, la chagra y los platanales”. Franco dice en Cariba malo que esta es la principal referencia sobre la existencia de otro grupo diferente de los yuris o arojes en la región del Cahuinarí-Pupuña y que podría tratarse de passés o uainumás.
Un informante anónimo contó que en 1984, cuando sobrevolaba la región del Cahuinarí, vió pequeñas colinas en forma de senos de mujer, con un claro compuesto por ocho viviendas con piso de tierra alrededor de un patio. Al aterrizar encontró el poblado abandonado, pero los fogones prendidos. “En los lagos de La Pluma y La Guama del río Cahuinarí observó encierros de tortugas charapas que los caraballos mantenían para su consumo”.
“A unos 30 metros, en la selva, los aislados tenían seis campamentos. Un día llegaron a la pista unos 200 indígenas blancos, con ojos claros y pelo liso y castaño. Iban con arcos, lanzas, cerbatanas”.
Ilustración: "Indio piapocos", dibujo de Riou según bosquejo de E. Lejanne.
Otro personaje informó que la pista Vecino, en las cabeceras del río Puré, estaba cerca de tres malocas de aislados. “El piloto les tiró labiales y espejos por cuatro veces seguidas, pero la última vez todo estaba abandonado. Primero salían con arco y flecha y le tiraban a la avioneta”. Benedicto Silva aseguró que en 1989 viajó desde La Pedrera por río hasta la quebrada Aguablanca, donde había una pista de aterrizaje y laboratorio. “A unos 30 metros, en la selva, los aislados tenían seis campamentos. Un día llegaron a la pista unos 200 indígenas blancos, con ojos claros y pelo liso y castaño. Iban con arcos, lanzas, cerbatanas”.
Omar Calderón, habitante de Tarapacá, le dijo a Franco que entre el río Puré y los caños Ticuna y Alegría, había dos o tres ranchos. “El piloto les tiraba espejos para que se miraran la cara. Le tiraban flechas a la avioneta. Un abuelo Arica me contó que esa gente tiene olfato de perro, no comen sal ni toman trago, y comen gente”. Dagoberto Patricio, habitante de Tres Esquinas, también le relató a Franco que en 1986, a media hora de la pista León en el río Puré, había un grupo aislado. “La maloca era redonda, había plátano y chontaduro y tenía un patio amplio y limpio. Cada vez que íbamos ahí estaban, pero la última vez habían cambiado de sitio. Seguro no les gustaba el sonido del avión. Más allá había malocas de indios bravos, fuera de los patones. Son bravos, porque cuando pasaba la avioneta disparaban”.
Las FARC entraron al territorio de los aislados del Puré a finales de los 80. Los guerrilleros tenían caminos para pasar de la cuenca del Caquetá al Putumayo. “No estuvieron interesados en esta zona tan alejada de los centros productivos sino hasta cuando el dinero del narcotráfico los atrajo. La guerrilla tuvo un papel importante en la erradicación de las pistas y laboratorios, ya que cuando las exigencias monetarias fueron exageradas, los narcotraficantes prefirieron abandonar el negocio”.
La guerrilla trató de inmiscuirse en los asuntos indígenas. En la piedra del Sol, un sitio de importancia cultural para los indígenas mirañas, dibujaron con pintura roja un aviso que decía FARC, Frente Amazónico. “Del Caquetá al Putumayo abrieron caminos, que en algunos casos se cruzaban con las trochas de los aislados. Testimonios documentan el esfuerzo de la guerrilla por hacer un camino desde el Hilo hasta el Puré, a partir del año 2001, para que fuera carreteable, que pasaba muy cerca de cuatro malocas de los passes y yuris. En ese proceso, los aislados les desbarataron dos motores y una planta eléctrica con puro garrote, para sacar los tornillos y tuercas”, le dijo un indígena anónimo de La Pedrera a Franco.
Otro indígena reclutado por las FARC, describió a los caraballos como de cabello negro con traje para sostener el sexo, de piel chocolate, muy morenos, sin pinturas y musculosos. “Estuve a unos cinco metros de un caraballo. Nunca hubo un choque con ellos. Ellos tienen una voz que uno no puede entender”.
Ilustración: "Indio piaroa", dibujo de P. Fritel según bosquejo de E. Lejanne.
“A 20 minutos de camino al sur del Hilo ya habían evidencias de los caraballos. Usábamos el camino de los indios. Encontramos un campamento de los caraballos y un laguito cerrado con mucho pescado. A una hora vimos dos lanzas de madera roja que usaban para matar dantas. Vimos rastros de gente que nos había estado siguiendo. El camino de ellos estaba tapado con hojas y varas, mostrándonos que no debíamos pasar”, cita Franco a un indígena que servía como guía de la guerrilla.
Otro indígena reclutado por las FARC, describió a los caraballos como de cabello negro con traje para sostener el sexo, de piel chocolate, muy morenos, sin pinturas y musculosos. “Estuve a unos cinco metros de un caraballo. Nunca hubo un choque con ellos. Ellos tienen una voz que uno no puede entender”.
Estos testimonios le sirvieron a Franco para confirmar la presencia de los aislados cerca de los campamentos guerrilleros. “Los indígenas manifestaban su oposición a la presencia de la guerrilla mediante acciones violentas contra los objetos, pero no contra las personas. Los yuris eran muy tácticos y fácilmente podrían haber matado, pero no lo hicieron, posiblemente por la cantidad que había, más de 200 individuos armados, y por el recuerdo de la expedición de rescate de Julián Gil, en la que cinco personas de su grupo fueron asesinadas. Ellos ya saben el precio que deben pagar por matar a un blanco intruso”, concluye Franco.
Algunas versiones encontradas por el experto datan que algunos indígenas sí atacaron a la guerrilla. “Dicen que una vez mataron a cuatro guerrilleros con flechas envenenadas y a dos en una trampa con puyas envenenadas. Comentan que en uno de estos casos, la guerrilla habría tomado represalias violentas contra los indios”.
En la Amazonia, la labor maderera se concentró en la extracción de cedro, madera fina vendida a buen precio, de poco peso y que, además, flota. “Para su extracción se requiere de un empresario que tramite los permisos y cuente con el capital para pagar, mediante un intermediario, a los monteros, corteros, paleteros y balseros. Los monteros son los mejores conocedores del bosque y quienes han encontrado rastros de los aislados, llamados patones”, relata Franco.
La actividad maderera entre el río Pupuña y la frontera con el Brasil también afectó a los aislados, pues las incursiones de los madereros con motosierras y botes perjudicaron la cacería con el ruido y tumba de árboles. “Cuenta un montero de Tarapacá, que cuando seguía las pistas de la mancha de cedro, un grupo se internó en la selva en busca de un camino hasta el río Puré: no vimos a los indios, solo rastros. Cerca al Puré, encontramos un cambuche, cortado como con serruchito. Eran de los indios bravos, vimos palos enterrados en el piso amarrados con bejuco. Habían huellas fresquitas, estuvieron ahí y se fueron”.
Omar Calderón, poblador de Tarapacá, comentó en Cariba malo que una vez, mientras sacaba madera, encontró un campamento de los indios. “En la noche, el indio bravo remeda todo pájaro o animal para asustar”. Otro personaje dijo que cuando estaba usando motosierra para llevar maderas finas, escuchó voces raras de gente conversando en el camino. “En tres ocasiones nos robaron el almuerzo del portacomidas. Solo veíamos rastros de pies grandotes”.
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Para proteger a los aislados y respetar su decisión de no tener ningún contacto con los blancos, ACT trabaja con los indígenas que habitan cerca a las zonas con su posible presencia.
Crédito: Juan Arredondo, alianza ACT y PNN.
El primer campanazo de la existencia del oro en la Amazonia oriental fue en 1985, en la serranía del Taraira, río fronterizo entre Colombia y Brasil. “Desde entonces aparecieron numerosos aventureros empeñados en buscarlo, que recorrieron cientos de ríos y quebradas con sus bateas. En los años 90 aparecieron balsas y dragas para extraer oro en el río Inírida, alto Putumayo, Caquetá en el sector de Araracuara y en los ríos Puré y Cotuhé”.
“En Puré, la minería inició hacia 1992. Pero fue solo a partir de 2001, cuando avanzaba el estudio para declararlo como Parque Nacional, que las organizaciones indígenas de la región de La Pedrera y la organización Conservación Internacional, denunciaron dragas brasileras en el sector colombiano del Puré”, recapitula Franco en su libro.
En 2002, luego de la constitución de Puré como Parque, una de las principales acciones de los funcionarios fue hacer seguimiento a la minería ilegal, en coordinación con autoridades brasileras. “Esta actividad ha causado graves impactos sobre los ecosistemas y el curso mismo del río. Una gran preocupación es el contacto de los aislados con los mineros, lo que podría traer consecuencias desastrosas”.
Los dos hijos del desaparecido Julián Gil han hecho expediciones en el territorio de los yuris, con el fin de encontrar a su padre. “Guerrilleros contaron el mito que en una maloca de los indios habían visto a un señor viejo de pelo y barba blanca, que podría ser Julián Gil. Por estas razones, los hijos de Gil han hecho cuatro expediciones, en donde han visto a los aislados y sus caminos. En una ocasión se chocaron con los caraballos y en un sitio vieron una trampa con dos hojas de palma de milpesos, y en medio una flecha con veneno puesta a la altura del pecho”.
Uno de los hijos de Gil, también llamado Julián, conversó con Franco en Leticia en 2010. “Cuenta él que entró cuatro veces a la zona del Puré y Bernardo, pero no en busca de los indios, sino de oro. Me dijo: creo que la guerrilla les dejó herramientas de trabajo, pues ellos cortan bien los palos y el camino es limpio. Lo hacen para trasladarse de una maloca a otra. Alcancé a ver la maloca de lejos, tenía cierto grado de parecido a una maloca redonda”.
Le confirmó que su único encuentro con los aislados ocurrió cuando buscaba las colinas de Futahy. “Nos escondimos como a diez metros en unas matas. Venían dos hombres, dos mujeres y tres niños, desnudos. Traían lanzas de unos tres metros con 50. Para mí, ellos, si uno los ve agresivos, simplemente uno se va. Queda la duda de que el viejo esté vivo”.
“Esta actividad ha causado graves impactos sobre los ecosistemas y el curso mismo del río. Una gran preocupación es el contacto de los aislados con los mineros, lo que podría traer consecuencias desastrosas”.
Ilustración: "Indio de Pitayó", dibujo de A. de Neuville según bosquejo del autor.
En 2010, la dirección territorial Amazonia de Parques Nacionales, con asesoría técnica de la Amazon Conservation Team, realizó un sobrevuelo por Puré para tener certeza de la existencia de los aislados y justificar la necesidad de una política pública para protegerlos, la cual quedó concretada el año pasado con el Decreto 1232.
“Hasta ese momento, no había algo tangible como una fotografía de una maloca o una imagen satelital de los aislados. Elaboramos un mapa con 18 coordenadas que abarcaban sectores de los parques Cahuinarí, río Puré y el resguardo Predio Putumayo”, escribió Franco en Cariba malo.
“Sobrevolamos por cinco horas los puntos establecidos y sólo al final del primer día logramos ver, desde una altura de 300 metros, una maloca rectangular con los extremos redondeados. La emoción fue mayúscula. Al día siguiente identificamos claros en medio del bosque, primero una maloca media o abierta, después un rancho de dos aguas semiabandonado y por último dos malocas rectangulares con los extremos redondeados”.
No lograron ver gente, lo que asaltó la duda de Franco de que fueran malocas abandonadas. Pero en Bogotá, al mirar con cuidado las fotografías, aparecieron imágenes pixeladas de tres personas, una lata de zinc y humo. “Los yuris y passés viven todavía en las selvas de la Amazonia colombiana. Un estudio lingüístico nos dio la certeza necesaria para afirmarlo. Ellos compararon una serie de vocabularios de las lenguas que se hablaban en el bajo Caquetá y Putumayo, como yuri, cauixana, coeruna, curetú, jumana, mariaté, miranha-carapana-tapuya, mura, passé y uainumá, con 38 palabras y expresiones recogidas por el padre Antonio Font en 1969 con un hombre y una mujer caraballo en La Pedrera”.
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Amazon Conservation Team, Parques Nacionales Naturales y comunidad indígena de la Amazonia son los encargados de proteger a los aislados. Este trabajo conjunto lleva más de dos décadas.
Crédito: Juan Arredondo, alianza ACT y PNN.
Los pueblos no contactados de la Amazonia no tomaron la decisión de cortar con el resto de la humanidad de una manera voluntaria. Lo hicieron obligados, hace cientos de años, por simple supervivencia. Huyeron de los peligros que el hombre blanco les ofreció desde su llegada a la selva.
EN COLOMBIA YA HAY DOS CASOS CONFIRMADOS DE PUEBLOS EN AISLAMIENTO, LOS YURI Y PASSÉ, QUIENES HABITAN EN EL PARQUE NACIONAL NATURAL RÍO PURÉ EN EL DEPARTAMENTO DEL AMAZONAS, ADEMÁS DE 18 INDICIOS DISTRIBUIDOS POR TODA LA REGIÓN AMAZÓNICA.
Ilustración: "India de Pitayó", dibujo de A. de Neuville según bosquejo del autor.
Antes de la llegada de los españoles y portugueses a la selvas amazónicas, es decir antes del siglo XVI, los pueblos indígenas vivían en plena tranquilidad haciendo uso de su conocimiento ancestral para poder habitar entre las densas selvas. Lo hacían desnudos en medio de la manigua sin ningún tipo de pena, cazando lo que les ofrecía la naturaleza pero respetando su equilibrio. No sabían lo que eran los vicios o la contaminación, y sus enfrentamientos eran por territorio entre las diferentes etnias.
Sus primeros contactos con el hombre blanco fueron nefastos. Muchos murieron por el ingreso de enfermedades como una simple gripa, hasta ahora desconocidas para ellos. Tanto así que con el estornudo de alguno de los conquistadores europeos, los indígenas temblaban de miedo y huían hacia lo profundo de la selva. Otros cayeron en las manos de los nuevos inquilinos para convertirse en sus esclavos, o fueron sometidos a crueles torturas y matanzas.
A los indígenas que lograron sobrevivir luego de la partida de los europeos, les esperaba un mundo cargado de nuevos atentados y amenazas. Con el paso del tiempo llegaron a la zona misioneros, caucheros, cazadores, madereros, guerrilleros, extractores de oro y narcotraficantes, que no fueron benévolos con su modo de vida y los fueron acorralando a pasos agigantados. Tanto así que algunas etnias tomaron la decisión de aislarse en sitios recónditos para cortar de tajo todo contacto con esa sociedad que solo les trajo desgracias y desangre.
Así nacieron los pueblos indígenas en aislamiento de la Amazonia, un gran interrogante que varios expertos han tratado de descifrar para evitar que sigan esa ruta hacia la extinción que inició en la época de la conquista. Uno de ellos es Daniel Aristizábal, que actualmente coordina el equipo de planicie de la Amazonia y pueblos en aislamiento de Amazon Conservation Team Colombia (ACT). Asegura que las amenazas no han mermado en el territorio.
En Colombia ya hay dos casos confirmados de pueblos en aislamiento, los yuri y passé, quienes habitan en el Parque Nacional Natural río Puré en el departamento del Amazonas, además de 18 indicios distribuidos por toda la región amazónica. Para el sociólogo de ACT, una de las principales amenazas actuales para estos indígenas es la desbordada deforestación en la zona, la cual en 2017 acabó con más de 144.000 hectáreas de bosque.
“La deforestación es la gran problemática en zonas como el Parque Nacional Natural Serranía de Chiribiquete, su actual víctima. Sin embargo, detrás de este accionar está ese capitalismo desenfrenado que no tiene conexión con los ecosistemas. El ser humano occidental tiene la concepción de conocer y explotar todo sitio que conozca. Siente una obsesión por explorar, conocer, registrar y reportar, sin aplicar el principio de precaución, lo que tiene en riesgo a los aislados de la Amazonia. Debemos meternos en la cabeza que lo mejor es no ir a ciertos sitios”.
El coordinador de esta ONG norteamericana, que lleva 22 años trabajando en la selva y con las comunidades que allí habitan, afirma que hasta el año pasado la principal amenaza en Colombia fue la carencia de una política pública que defendiera a estas poblaciones. En 2018 se expidió del Decreto 1232, que da medidas especiales para la prevención y protección de los derechos de los pueblos indígenas en aislamiento y crea el Sistema Nacional de Prevención y Protección de los derechos de estos grupos. “Ahora el reto está en implementarlo”.
Sin embargo, el territorio está plagado de amenazas legales e ilegales, directas e indirectas, que tienen en serios aprietos a los aislados. “La Amazonia sucumbe ante factores como la minería, ganadería, soja, carreteras e hidroeléctricas, que podrían catalogarse como indirectas. También hay actividades directas que buscan atentar contra estos pueblos, como los misioneros, quienes sí tienen la función de buscarlos, además de turistas y antropólogos”.
Hasta entre los mismos indígenas pueden surgir problemáticas para los aislados. Aristizábal ha conocidos casos de personas que quieren buscar a estos pueblos porque aseguran que son familiares lejanos. “Entonces sienten nostalgia por recuperar esa parte de su cultura que perdieron y manifiestan su interés por buscarlos. También están las venganzas tribales entre diferentes tribus. Por ejemplo, un indígena con sed de venganza porque sabe que algún familiar murió a manos de los aislados, entonces, para defender su hombría, tiene la intención de matarlos”.
Complementa que el año pasado, en Brasil hubo un enfrentamiento entre indígenas aislados y ya contactados, que dio como resultado la muerte de 10 aislados. “Están amenazados, las tribus conocidas dicen que los van a seguir buscando matarlos. Las autoridades trabajan en localizarlos para evitar la masacre. En esos casos hay tomar medidas”.
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Indígenas que habitan cerca a las posibles áreas donde están los aislados fueron sensibilizados sobre la necesidad de respetar su decisión de no contacto. Son los encargados de velar que nadie llegue a sus territorios a alterar su orden.
Crédito: Juan Arredondo, alianza ACT y PNN.
Los yuri y passé, indígenas que antes de la conquista española y portuguesa habitaban en territorio brasileño, poco a poco fueron migrando hacia las selvas colombianas en busca de un refugio seguro ante tantas masacres y violencia. Eligieron la zona del río Puré, declarado como Parque Nacional Natural en 2002, como su sitio de aislamiento.
Aunque sus hogares en la cabecera del río están blindados por densas selvas y pantanos, la zona ha contado con amenazas que ponen en peligro su sobrevivencia. “El río Puré está ubicado en la frontera con Brasil, por ahí llegaron hace más de 400 años. Antes de la creación del Parque, sus principales problemáticas eran las pistas de aterrizaje construidas por los narcotraficantes, el tráfico de madera, la cacería y pesca y la minería ilegal del oro, impactos que fueron mermando un poco desde el 2015. De lo único que no sufrieron fue de las retaliaciones de los caucheros y la guerrilla. Los yuri no son pueblos guerreros como los miraña, que sí tuvieron duros enfrentamientos con los caucheros”, dice el funcionario.
Pero con la desmovilización de las FARC, por la zona del Puré han llegado nuevas rutas del narcotráfico, que habían tenido un freno en los últimos 10 años. “Desde hace dos años hemos identificado varias de estas rutas. En los ríos Putumayo y Caquetá hay bases militares en las partes de Colombia y Brasil, entonces los narcos, para evitar pasar por ahí, están cortando por el río Puré. Aunque los aislados están más distantes de ese trayecto, en cualquier momento podría presentarse un contacto, lo que desataría un enfrentamiento entre ambos bandos. También hay una fuerte amenaza por la extracción de madera selectiva en la parte sur del Parque”.
A finales de los 70, misioneros de la Misión Nuevas Tribus o Instituto Lingüístico de Verano, encontraron sus rutas. Eran expertos y rigurosos lingüistas con la capacidad de traducir la biblia a las lenguas indígenas, entre médicos, antropólogos, enfermeros y pilotos dispuestos a morir en su misión de evangelizar.
Ilustración: "Indio sibundoy", dibujo de Maillart según los dibujos de E. André.
Después de la creación del Parque, muchas de las amenazas fueron controladas, como sacar a los misioneros que entraron por el sur, negar permisos de infraestructura y frenar la construcción de antenas de comunicación satelital. “La minería de oro está en parte controlada. En 2014, luego de la muerte de Roberto Franco, construimos la cabaña Puerto Franco en la frontera con Brasil, un sitio de control y monitoreo que ha logrado disminuir las balsas que ingresaban desde el país vecino. Alrededor de Puré tenemos cuatro cabañas más, algunas operadas por la misma comunidad”.
En los años 70, el pueblo indígena nukak habitaba en paz entre los ríos Guaviare e Inírida. Estaban aislados del hombre blanco y eran nómadas en un territorio definido y con patrones de movilidad prediseñados por ellos mismos. Es decir que durante todo el año migraban a varios sitios, pero en una misma zona. En época de invierno, la tribu iba a ciertos lugares para cazar, y en verano se movían a otros sitios donde había frutas.
“Tenían una ruta fija durante todo el año, seguían patrones de movilidad en un territorio. A finales de los 70, misioneros de la Misión Nuevas Tribus o Instituto Lingüístico de Verano, encontraron sus rutas. Eran expertos y rigurosos lingüistas con la capacidad de traducir la biblia a las lenguas indígenas, entre médicos, antropólogos, enfermeros y pilotos dispuestos a morir en su misión de evangelizar. Decidieron instalarse en la mitad del territorio nukak a escondidas del gobierno colombiano”, cuenta Aristizábal.
Según el experto, su propósito no era darles alcohol, explotarlos, prostituirlos o esclavizarlos, sino convertirlos a su religión. En esa época, los nukak ya estaban enfermos por la cercanía con cocaleros, madereros y miembros de las iglesias, algo que aprovecharon los misioneros.
“Les empezaron a dar medicinas para enamorarlos, teniendo así un poder superior al del chamán. Durante cinco años, los Nukak siguieron por su ruta normal pero con un contacto intermitente con los evangélicos, quienes fueron aprendiendo su idioma. En su paso, les mostraban fotos de Jesús y les daban acetaminofén y machetes. Como sabían que no los iban a matar o explotar, los indígenas no les temían”.
Cuando al gobierno le llegó información sobre las acciones de los misioneros con los nukak, prendió las alarmas.“Los sacaron de la zona y decidieron deportarlos. Esa medida radical fue un error bien intencionado. Al no encontrar a los misioneros en sus expediciones, los nukak empezaron a salirse de su territorio para buscar los medicamentos y herramientas a las que los habían acostumbrado. Así llegaron a donde los colonos, ganaderos y cocaleros, quienes quedaron impactados al ver mujeres desnudas y niños enfermos. Unos capturaron a los niños por pesar. Eso es secuestro. Todos fueron expandiéndose por el Guaviare”.
Mientras salían de su territorio sagrado, este fue ocupado por madereros, cocaleros y paramilitares. En 1988, unos 40 nukak llegaron al municipio de Calamar. Otros aparecieron en San José del Guaviare. Varios murieron al tener contacto con enfermedades desconocidas para ellos, como sarampión y gripe. “Cuando quisieron volver a su hogar, lo encontraron lleno de actores ilegales, quienes los vieron como amenazas u oportunidades para esclavizarlos y meterlos en sus filas como guías”, dice Aristizábal.
Survival International, movimiento global por los pueblos indígenas, indica que 50 por ciento del pueblo indígena nukak murió durante los años que siguieron al contacto de finales de los 80, y los que sobreviven siguen vulnerables a enfermedades respiratorias agudas, su principal causa de muerte. “En 1993, el gobierno reconoció finalmente el derecho de esta tribu a su territorio ancestral. El resguardo Nükák Makú fue ampliado en el año 1997 hasta alcanzar casi el millón de hectáreas de selva. A pesar de este reconocimiento legal y del fin del conflicto armado, los nukaks siguen sin poder regresar a sus tierras”.
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Amazon Conservation Team lleva más de 20 años trabajando por los pueblos aislados en la Amazonia colombiana. Jornadas de sensibilización con la comunidad sobre la historia de estas etnias es una de las principales actividades.
Crédito: Juan Arredondo, alianza ACT y PNN.
Desde 2010, Amazon Conservation Team (ACT), dedicada a la conservación de los bosques y la cultura ancestral de la Amazonia, estudia los pueblos en aislamiento en Colombia. La organización norteamericana confirmó la presencia de los grupos yuri y passé en el Parque Nacional Natural río Puré en Amazonas, y a la fecha ya suma cerca de 18 indicios distribuidos por toda la región. Este es el trabajo investigativo y cuidadoso para encontrarlos y protegerlos de nuevas amenazas.
“(...) También recogimos testimonios de gente que vivió en aislamiento, lo que nos dio elementos para atender un posible contacto en el futuro. No solo es demostrar la presencia del pueblo, sino la filiación lingüística, las amenazas sobre su territorio y los patrones de movimiento”.
Ilustración: "Indios sibundoyes", dibujo de Maillart según los dibujos de E. André.
El sobrevuelo narrado por Roberto Franco sobre el Parque Nacional Natural río Puré en 2010, que arrojó la confirmación de la presencia de los yuri y passé en la zona, es tan solo una de las múltiples actividades que realiza Amazon Conservation Team para hallar a los pueblos indígenas aislados en la Amazonia colombiana.
Daniel Aristizábal, quien coordina el equipo de planicie de la Amazonia y pueblos en aislamiento de ACT, cuenta cómo esta Organización No Gubernamental, que desde hace 22 años trabaja en líneas de gobierno, territorio y alternativas productivas, ha armado el rompecabezas de los no contactados.
El hito más importante sobre los aislados fue la creación del Parque Nacional Natural Puré en 2002, aunque ya había contactos con los nukak en los años 80, y otros en los 60 y 90 en Vichada. El tema cogió más peso luego de la publicación de Cariba Malo. Desde ahí, trabajamos con el apoyo de varias entidades en seis líneas estratégicas, que le apuntan al gobierno y territorio de estos pueblos, las cuales nos han permitido contar con un mapa conformado por cerca de 18 indicios en la Amazonia y los dos confirmados en Puré, insumo que manejamos con total discreción”, dice el sociólogo.
La primera fase para dar con los aislados fue la generación de información. “Es investigación, pero los indígenas odian esa palabra. Buscamos antecedentes sobre quiénes son los aislados, por qué lo hicieron, dónde podrían estar, qué pasa cuando son contactados, cómo es mejor atenderlos cuando hay contacto y aspectos en el panorama internacional. También recogimos testimonios de gente que vivió en aislamiento, lo que nos dio elementos para atender un posible contacto en el futuro. No solo es demostrar la presencia del pueblo, sino la filiación lingüística, las amenazas sobre su territorio y los patrones de movimiento”.
Esta fase nació con Roberto Franco, quien al momento de su muerte trabajaba para ACT. “Le añadió un fuerte componente histórico a la investigación. Su trabajo tiene un rigor académico de historia muy fuerte, a diferencia de otras investigaciones, como en Perú, que solo hace uso de sobrevuelos e imágenes de satélite. Con Roberto, que llevaba más de 20 años trabajando en la selva, desarrollamos una metodología más completa, con pasos como recoger información detallada en las zonas con indicios, hacer una revisión bibliográfica de los viajeros, exploradores, caucheros, colonizadores y misioneros, mapas antiguos de alemanes, franceses y portugueses del siglo XVIII, para conocer los patrones de los pueblos que ya no están. De ahí salen las primeras hipótesis”.
Con la vasta documentación de hace siglos, el paso a seguir fue ir a los territorios con posibles indicios históricos. “La investigación es indirecta y no invasiva, en pocas palabras no es ir al territorio a buscar a los aislados o ponerse las botas para dar con sus malocas. Hicimos sobrevuelos lineales y no en forma de círculos por la selva donde pueden estar los aislados, donde pudimos captar, por ejemplo, los hogares de los yuri y passé en Puré. Pero no son invasivos, no lanzamos un micrófono o un GPS desde la avioneta a ver quién sale a cogerlo, y por ahora no hemos hecho uso de drones”, enfatiza Aristizábal
Apunta que los sobrevuelos tienen el menor impacto en la zona. “Es distinto que un avión haga 10 sobrevuelos, subiendo y bajando por la selva, tratando de fotografiar a los indígenas, que recorrer a no menos de 400 metros de altura solo una vez la zona en una aeronave. Si vemos la maloca, tomamos la foto, sin importar que salga desenfocada, y anotamos la coordenada. En otros países esto es distinto, hacen más de cinco vueltas a distancias bajas”.
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En la Amazonia colombiana hay 18 indicios de pueblos aislados. En estas zonas, las autoridades trabajan con las comunidades para evitar la llegada de foráneos como misioneros y turistas.
Crédito: Alianza ACT y PNN.
Finalizado el trabajo por aire y la búsqueda de libros y documentación desde la época de la conquista, ACT empieza la identificación de testimonios claves en la población que ha tenido injerencia en los posibles sitios de aislados. Esto abarca desde abuelos chamanes indígenas, funcionarios de parques, cazadores, pescadores, madereros y biólogos, hasta antiguos narcotraficantes, mineros, guerrilleros y misionero.
“Luego, con sensores remotos satelitales, analizamos los ecosistemas, cuencas y ríos. Al cruzar esta información es posible identificar zonas de posible habitación. Por ejemplo, hay patrones comunes en los aislados del mundo: están ubicados en cabeceras de los ríos, en zonas más elevadas que otras, que no sufren de inundaciones y bien conservadas. Sus hogares los hacen lo más lejos posible de la amenazas. Entonces nos enfocamos en áreas con muchos recursos naturales, con abundancia de palmas, árboles y fauna”, dice el coordinador de la ONG.
Ese cruce de entrevistas, análisis históricos e información ecosistémica, fue el que ya arrojó como resultado los 18 indicios y los dos casos confirmados. “Antiguamente, lo único que hacían para buscar a los aislados eran los sobrevuelos, pero sobrevolar la selva buscándolos sin información previa es imposible. Es más, hoy en día ya solo son necesarias las imágenes satelitales para definir la zona: la tecnología es mejor que hace 10 años. Desde 2013 no sobrevolamos en busca de aislados”.
“Hay patrones comunes en los aislados del mundo: están ubicados en cabeceras de los ríos, en zonas más elevadas que otras, que no sufren de inundaciones y bien conservadas”.
Ilustración: "Indio sibundoy", dibujo de Maillart según los dibujos de E. André.
Con la posible presencia de aislados, ACT inicia la etapa de prevención y protección en terreno con las autoridades y comunidades de la zona. “En donde hay indicios o casos confirmados, trabajamos con las autoridades para que el territorio esté protegido y nadie vaya a meterse allí. Con las autoridades apoyamos los planes de manejo, hacemos recorridos de control y vigilancia, capacitaciones y monitoreo con satélite. Hicimos sobrevuelos esporádicos sólo para identificar las amenazas, ya que debemos respetar su derecho al aislamiento”..
Las comunidades indígenas adyacentes a los aislados, liderados por chamanes, han creado acuerdos de manejo entre vecinos. “Estos incluyen acuerdos de cacería, pesca y extracción de madera en esos territorios, para que lo hagan en áreas de influencia de los aislados. Nuestra visión es que el trabajo de protección de aislados incluya el ordenamiento territorial. En otras partes de Sudamérica han instalado cabañas de control y vigilancia, además de patrullajes de hombres armados para que nadie entre. Acá es distinto: si hay indicios, el trabajo es con la comunidad que está en la zona, para que lleguen a estrategias de ordenamiento territorial”, asegura Aristizábal.
A su vez, educa a la población indígena con cartillas sobre jaguares y dantas, en especial a los niños, para que aprendan y reconozcan que en el territorio es importante proteger a los animales y plantas de las que viven los aislados. “En este canasto está la educación ambiental y divulgación del tema a nivel local. Los chamanes son fundamentales, por eso los capacitamos en cartografía”.
Otra línea de ACT es la incidencia en política pública para lograr que estos pueblos sean reconocidos de manera nacional e internacional. “Todo empezó con el esfuerzo de que en Colombia existiera una normatividad o marco normativo que permitiera su protección, la cual por fin fue concretada en julio de 2018 en el Decreto 1232, que instauró la prevención y protección de pueblos indígenas en aislamiento o estado natural. También incidimos en que todos los marcos existentes adecúen o adapten su accionar a estos pueblos, y apoyamos instrumentos de política pública indígena como los Planes Nacionales de Desarrollo y los planes departamentales del Amazonas. Todo decreto indígena debe tener por lo menos un artículo que diga algo sobre los aislados”.
Amazon Conservation Team está preparado para un posible contacto inicial de los aislados con el mundo occidental. “Ya hubo un contacto inicial con un pueblo del Vichada, el cual decidió salir del aislamiento. Los apoyamos con asesoría para varias tutelas, las cuales dieron como resultados un fallo a favor para crear un resguardo. Pretendemos que todo el Estado sea diferencial y no cometa los mismos errores que hizo con los nukak, un pueblo aislado que al contacto con la civilización recibió maltratos. Este trabajo también incluye ayudas humanitarias, construcción de sus historias de vida, educación, construcción de viviendas, agua potable y demandas ante el Ministerio del Interior”, anota Aristizábal.
Para el coordinador de la ONG, la cuenca Amazónica, no solo la parte colombiana, está inundada de pueblos aislados, algunas zonas más que otras. Son pueblos que no conocen fronteras, por eso adelanta trabajos internacionales de apoyo con personas de Perú y Brasil, para ampliar el tema de protección a aislados.
“La gente local, en especial indígenas, ha estado muy desconectada, ya que en esos sitios no hay internet ni grupos de investigación formales. Por eso, hemos favorecido espacios de intercambios internacionales para poner en conexión a los indígenas colombianos que tienen contacto con los asilados, con gente de otros países, y así aprenden cómo son protegidos en otros sitios”.
Estos encuentros han servido para conocer cómo actúan los otros territorios amazónicos cuando hay contacto con los aislados. “A diferencia de Colombia, en otros países sí ha habido contactos recientes, como en Perú, donde grupos indígenas pasan por guerras tribales con los aislados. Eso podría pasar acá, así que las experiencias sirven bastante. Ya casi sale a la luz un plan de contingencia que estamos elaborando con Parques Nacionales y las comunidades, documento que indicará cómo debemos actuar si hay un contacto. Lo estamos nutriendo con los casos reportados en Perú y Brasil”, complementa Aristizábal.
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Misioneros, caucheros, españoles y portugueses han sido los principales detonantes del aislamiento de los pueblos indígenas en la Amazonia. Hoy, la comunidad de la selva vigila que nadie ingrese a los sitios de los no contactados.
Crédito: Juan Arredondo, alianza ACT y PNN.
Parques Nacionales Naturales fue una de las entidades que presionó al gobierno para la creación del Decreto 1232, de la mano con Franco y ACT. Pero su trabajo con los no contactados viene desde 2002, cuando creó el Parque Nacional Puré con el objetivo de salvaguardar los territorios de los posibles aislados.
“Luego de determinar que en Puré estaban los yuri y passé, creamos un plan de manejo para precisar la localización de zonas intangibles donde nadie puede hacer actividades que afecten a estos pueblos. Desde ahí empezamos a acercarnos al Ministerio del Interior para caminar hacia una política pública sobre pueblos indígenas en aislamiento. Como Colombia no tenía mucha experiencia en el tema, recibimos asesoría de países como Perú, donde los casos de aislados abundan”, aseguró Diana Castellanos, directora territorial de la Amazonia de Parques Naturales.
Con el descubrimiento de más indicios en la Amazonia, Parques emitió una resolución interna que incluye directrices de cómo actuar en el caso de encontrar un aislado. “Centra su accionar en los planes de manejo, es decir zonificar áreas intangibles, y generar acciones de contingencia como socializaciones y acuerdos con los vecinos de los aislados, comunidades y funcionarios regionales para que aprendan sobre su existencia. Es estar preparados para un posible contacto”, apunta la directora.
En Chiribiquete hay serios indicios de aislados en la parte sur, descubiertos en el proceso de su primera ampliación. Con los vecinos de la zona, que son resguardos indígenas como Mirití, Parques ha trabajado para no afectar la decisión de no contactarse con el resto de la civilización.
Ilustración: "Indios guahíbos", dibujo de Riou según bosquejo de E. Lejanne y fotografías.
Este instrumento contará con los protocolos que deben aplicar los funcionarios de Parques y vecinos del sector si llegan a encontrar a un aislado, para así mitigar los efectos negativos del mismo. “Incluye cosas simples como no darles ropa o comida, y evitar contactos directos para que no haya contacto con enfermedades y virus que sus cuerpos desconocen”.
En Chiribiquete hay serios indicios de aislados en la parte sur, descubiertos en el proceso de su primera ampliación. Con los vecinos de la zona, que son resguardos indígenas como Mirití, Parques ha trabajado para no afectar la decisión de no contactarse con el resto de la civilización. “Estos indígenas siempre han sabido sobre los aislados y tienen reglas internas para no alterarlos. Hoy en día estamos actualizando el plan de manejo para incluir zonas de la parte norte, que sí colindan con los colonos. Los evangélicos siempre son una amenazada constante”, dijo Castellanos.
En el sur de Chiribiquete, cerca al río Mirití, Parques construyó una cabaña para evitar el ingreso de foráneos a la zona, trabajo apoyado por los indígenas del resguardo. En el norte están contempladas dos cabañas más por el resguardo Yaguará 2, zona de ingreso de extranjeros y evangélicos.
Para Castellanos, el decreto firmado el año pasado fue un gran esfuerzo para respetar el aislamiento de estos indígenas. Sin embargo, evidencia que varias de las acciones consignadas no marchan como debieran. “Habla de la conformación de un comité, que aún no está establecido. Si un indígena decide dejar el aislamiento, no hay un procedimiento o protocolo que establezca el paso a seguir, a quién toca llamar”.
El decreto también establece alertas tempranas que adviertan los riesgos de vulneración de sus derechos, algo que no ha llegado a feliz término. “Hay que afinar esos instrumentos, para que cuando algo suceda podamos actuar bien y coordinados entre las entidades, colonos y demás indígenas. Todos debemos estar bajo la misma sombrilla y no repetir la historia de los nukak. Hay que mover el decreto y no quedarnos sólo con la firma”, puntualiza la directora territorial.
A Parques le afana una nueva piedra en el camino que puede truncar el aprendizaje con otros países con más experiencia sobre los aislados. El gobierno prohibió que los funcionarios salieran del país a recibir capacitaciones. “Ni invitados por ONG o entidades internacionales podemos ir a reuniones en el exterior, a las cuales asistían los funcionarios locales que están en las zonas donde viven estas etnias”.
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Niños indígenas de la Amazonia colombiana aprenden sobre la historia de los pueblos aislados en nuestras selvas. Una historia que empezó en la época de la conquista y que hoy sigue vigente por factores como la deforestación.
Crédito: Alianza ACT y PNN.
Los recorridos por aire y tierra de Amazon Conservation Team por la selva amazónica y las entrevistas a comunidades indígenas, misioneros, narcotraficantes y cazadores cercanos a los 18 indicios de pueblos aislados han arrojado resultados sorprendentes sobre su forma de vida. En varias ocasiones, han ingresado a otras zonas pobladas a robar hachas, machetes y ollas.
“SI UN INDÍGENA DECIDE DEJAR EL AISLAMIENTO, NO HAY UN PROCEDIMIENTO O PROTOCOLO QUE ESTABLEZCA EL PASO A SEGUIR, A QUIÉN TOCA LLAMAR”: PARQUES NATURALES.
Ilustración: "Indio guahíbo", dibujo de Riou según bosquejo de E. Lejanne y fotografías.
¿Dónde viven? ¿Cómo han logrado camuflarse y sobrevivir a las guerras de la conquista española, la invasión de los misioneros, los reclutamientos de los caucheros y las acciones depredadoras de los cazadores de animales? ¿Saben que existen otros pueblos a su alrededor?
Esas son apenas algunas de las preguntas que despiertan los pueblos aislados del territorio amazónico, de los cuales en Colombia solo hay confirmados dos grupos: los yuri y los passé, que migraron hacia el territorio nacional desde Brasil, escapando de las enfermedades y nefastos golpes del hombre occidental, hasta asentarse en inmediaciones del río Puré en el Amazonas.
En su libro Cariba Malo, Roberto Franco mencionó que las malocas, sitios donde habitan y hacen sus rituales los indígenas, fueron las principales evidencias para constatar su presencia. Se trata de construcciones de forma rectangular con los extremos redondeados casi camufladas entre el verde selvático, con unos pocos cultivos de chontaduro y plátano a su alrededor.
Varios misioneros, que sobrevolaban la Amazonia colombiana, arrojaban objetos desde las alturas cada vez que encontraban una maloca rara en el territorio con el fin de empezar a conquistarlos para luego llevarles el mensaje de su religión.
Amazon Conservation Team, organización que suma 18 indicios en zonas de la Amazonia, asegura que los pueblos indígenas tradicionales tienen sus malocas rodeadas por claros, sin árboles, lo contrario a los aislados. “Como son tan frágiles y pueden caen fácil sobre la maloca, los tumban con machetes. Los aislados no pueden hacer eso, ya que no cuentan con las herramientas necesarias para talar. Por eso, sus sitios de hábitat están repletos de árboles, una condición que los ayuda a camuflarse. Si vas en una avioneta es difícil encontrarlas. Hay que tener un ángulo perfecto para verlas. Es una barrera de protección”, indicó Daniel Aristizábal, coordinador del equipo de planicie de la Amazonia y pueblos en aislamiento.
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La comunidad indígena de la Amazonia colombiana fue fundamental para identificar a los pueblos aislados en el país. Hoy en día están comprometidos con su protección y hacen parte de los planes de manejo de las entidades.
Crédito: Juan Arredondo, alianza ACT y PNN.
Los caminos que abren en medio de la selva también son distintos a los de la mayoría de los indígenas conocidos, que son trochas abiertas con machete y hacha. “Los cortes de los aislados son diferentes, es un corte limpio que no denota el uso de herramientas. Además, normalmente en maloca tradicional es normal ver camisetas y pantalonetas colgadas en el techo, con láminas de cinc, un timbo o un balde. Eso poco aparece en un pueblo aislado, aunque hemos visto casos de poblaciones que en su rebusque, y para cazar y pescar, buscan cosas de afuera para esas funciones”.
conoce gente alrededor de las zonas de los aislados que ha visto evidencias de su ingreso a sus hogares, donde entran a llevarse instrumentos metálicos. “Unos dicen que hacen expediciones de un mes fuera de su lugar de aislamiento para buscar herramientas de metal como ollas, machetes y cuchillos. Cualquiera pensaría que tendrían interés por colchones, ropa, toldillos y hamacas para mejorar su calidad de vida, pero no. Solo les atrae lo metálico y las cuerdas. Piensan en mejorar su trabajo en la selva. La mayoría de los testimonios sobre esas incursiones fueron en sitios de los nukak, en el Araracuara, en Vichada, y Perú y Brasil”.
Varios indígenas, que fueron reclutados por las FARC en los 90, le contaron que en varias ocasiones, los aislados ingresaron a las zonas guerrilleras a desbaratar a punta de garrote los motores y las plantas de luz para llevarse los tornillos y tuercas, sin atacar a los humanos.
Ilustración: "Indio guahíbo", dibujo de Riou según bosquejo de E. Lejanne y fotografías.
En el trabajo adelantado por ACT con la población vecina a los aislados, muchos aseguraron que aunque nunca los han visto de frente, la pérdida de sus ollas y herramientas es una evidencia fuerte de su presencia. “Algunos se han dejado ver con ollas y machetes en las manos. No lo usan para tumbar cualquier cosa, ya que los cuidan como trofeos. Un indígena utiliza su machete seguido hasta que ya no sirve, porque puede comprar otro. Lo que sabemos de los aislados es que esas cosas las usan estratégicamente, casi siempre solo lo hace el líder. No tumban un árbol de gran porte, porque son conscientes de que después ya no servirá más”.
Roberto Franco también plasmó ese comportamiento de los yuri y passé del Parque Nacional Puré en Cariba Malo. Varios indígenas, que fueron reclutados por las FARC en los 90, le contaron que en varias ocasiones, los aislados ingresaron a las zonas guerrilleras a desbaratar a punta de garrote los motores y las plantas de luz para llevarse los tornillos y tuercas, sin atacar a los humanos.
Las chagras, sitios donde los indígenas tumban bosque para poner sus pocos cultivos, también difieren en los pueblos aislados. “La forma tradicional de la chagra, abierta con hachas y machetes, es cuadrada. La de los aislados es una cosa loca sin forma. Las abren cuando normalmente cae un árbol, lo que aprovechan para tumbar los árboles pequeños. Las plantas que no son de la selva también son un indicio de su presencia. Puedes no ver la maloca, pero si aparece un parche de cultivo de plátano en la mitad de la selva, es porque alguien está ahí y no son narcos. Sabemos que cultivan yuca, coca, plátano, maíz y chontaduro”, dice el experto.
En colombia solo hay dos evidencias físicas de la presencia humana de estas tribus, por lo menos por parte de ACT. Fue en el 2010 cuando en los sobrevuelos de Roberto Franco vieron indígenas entrar y salir de la maloca en la zona del Parque Puré, de las etnias yuri y passé. “Quedaron borrosas y no han sido divulgadas. En otros países, donde vuelan harto con cámaras pegadas debajo del avión, si hay imágenes claras de los rostros”.
Los abuelos indígenas cercanos a los yuri y passé del Amazonas aseguran que las tribus son nativas de la zona, algo en lo que discrepa la ONG. “Nuestra hipótesis es que los yuri son de un cacicazgo de un pueblo fuerte que estaba en la bocana entre el río Caquetá y Putumayo en el Amazonas de Brasil, en una geografía que fue punto de encuentro entre españoles y portugueses. Cuando fueron llegando los conquistadores, estas tribus subieron por el Caquetá y Putumayo hasta encontrar el río Puré. Viven ahí desde hace 120 años y recorrieron más de 700 kilómetros en su migración”.
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En Chiribiquete hay serios indicios de la presencia de tribus aisladas. En la zona sur, Parques Nacionales construyó una cabaña para monitorear la zona y controlar el ingreso de misioneros y turistas, grandes enemigos.
Crédito: FCDS.
El simple hecho de estar aislados en un mundo gobernado por la interacción y la comunicación, despierta un centenar de conjeturas y teorías sobre estos pueblos indígenas, las cuales casi siempre son simples mitos sin ningún fundamento. Entre esos rumores está que son hombres de más de tres metros, brujos y belicosos.
Colombia es un país sumergido en decenas de mitos y leyendas que han logrado sobrevivir al paso del tiempo. En la región Caribe, aún permanece intacto el cuento de la Llorona, que sale en las noches a buscar a sus hijos muertos. En las montañas andinas dicen que habita una mujer cubierta por hojas, la Madremonte, asustando a los infieles, al igual que la Patasola, que chupa la sangre de los hombres. En todo el territorio hablan de las brujas, que tienen el poder de convertirse en pájaros negros para ingresar a las casas.
Los pueblos aislados no han sido ajenos a estas creencias y habladurías por parte de las comunidades. Al no conocerse imágenes certeras sobre sus pobladores, su forma de vivir, hábitos y costumbres, han surgido varios mitos que los expertos tratan de desvirtuar para que no pongan en riesgo su ya ajetreada situación.
Muchos aseguran, sin siquiera haberlos visto, que son personas gigantes, patones, guerreros, veloces y que tienen la capacidad de ver de noche. Rumores que despiertan un miedo entre la sociedad, el cual, para Daniel Aristizábal, coordinador del equipo de planicie de la Amazonia y pueblos en aislamiento de Amazon Conservation Team (ACT), ayuda a su aislamiento, hasta que ocurra un contacto.
“Hemos investigado que este tipo de factores favorece para que nadie ingrese a donde hay indicios de su presencia. Pero cuando haya un contacto los puede perjudicar, ya que serían atacados. Es un arma de doble filo. Muchos piensan que son caníbales y que miden hasta tres metros, mitos que no han sido confirmados. Seguramente son muy fuertes, así lo requieren para vivir en la selva”.
A los aislados los han etiquetado con varios términos que han ocasionado más mitos. Unos les dicen los no contactados y otros pueblos en aislamiento voluntario, los cuales generan afirmaciones falsas, como que no saben de la existencia de otros miembros de la sociedad o que decidieron por simple voluntad, aislarse del mundo. “Yo no creo que existan pueblos no contactados, eso indica que jamás han visto a un blanco o que no entienden lo que hay afuera. Decidieron aislarse porque conocieron lo peor de nuestra sociedad, los ataques y matanzas desde la época de la conquista. Han vivido masacres y violaciones o padecieron de gripes por parte de los otros pobladores desde hace 300 años”, dice el experto.
Un caso puntual son los urumi, que aunque probablemente no tuvieron contacto con los españoles, si vieron cómo los pueblos indígenas vecinos fueron muriendo de malaria, sarampión o gripe, introducidas por los blancos a la zona. “Posiblemente hablaron con otros indígenas que les dijeron que los hombres con cruces y túnicas los estaban matando. Saben lo que es un machete, una cuerda o un motor y conocen las amenazas que podrían afectarlos”.
Hacen constantes expediciones por el territorio, en las que encuentran cuchillos y otros elementos metálicos que para ellos son trofeos. “Pueden hacer un carguero de bejuco y botarlo, pero jamás lo harán con un cuchillo, machete o partes de un avión. En la selva hay muchas cosas abandonadas, como timbos de gasolina que dejaron los narcos. Por años, los misioneros han estado botándoles ropa, cosas y fotos desde las avionetas. Saben que hay más cosas afuera, lo que no conocen es la amplitud. Relacionan al hombre blanco con los narcos, guerrilleros, misioneros, mineros y madereros que los han perjudicado, esa es para ellos la cara de la sociedad”, indica Artistizábal.
El vuelo que conecta a Bogotá con Leticia pasa por encima de las malocas de los aislados ya confirmados en Colombia, los yuri y passé, todos los días. El coordinador de ACT asevera que el avión hace parte de su día, como si fuera el sol en la mitad del cielo. “Es algo cotidiano para ellos. También han escuchado los artefactos utilizados por los narcos. En zonas aledañas al río Puré, donde habitan los aislados ya conformados, han contado con minería y pistas de aterrizaje de los narcotraficantes. Algunos de ellos los vieron al final de la pista, corriendo de un lado al otro”.
Lo que más altera a Artistizábal es la palabra voluntario, término que abunda en la literatura que hay sobre los aislados. “Nadie sale de su territorio de manera voluntaria, necesita de una acción o un motivo para hacerlo. Es como decir que un desplazado por la violencia decidió abandonar su tierra por decisión propia. Obviamente fue su voluntad coger a los hijos y salir despavoridos, pero eso lo hacen porque mataron a sus madres o familiares o agredieron el territorio. La palabra voluntario suena como algo muy rico, que me quiero aislar del mundo occidental por capricho. Tratamos de quitarle ese romanticismo al término”.
Es cierto que pueden sobrevivir sin medicinas, luz o gasolina, pero padecen de necesidades al igual que cualquier ser humano. Para la ACT, son expertos en cazar y cultivar en la agreste selva, pero su vida es muy dura. Solo el hecho de negarse a la comunicación es complicado, algo que los humanos llevan en los genes. “Ningún pueblo en la historia de la humanidad nació aislado o decidió aislarse porque sí. Por su historial de amenazas decidieron prohibirse al intercambio genético, cultural, de lenguaje y hasta amoroso, afectivo y familiar”.
Los seres humanos por naturaleza son comunicativos, intercambiadores, comerciantes y exploradores, cualidades que los aislados decidieron sacrificar porque les ha ido mal con el contacto con los blancos. La ONG tiene testimonios crueles de aislados que abandonaron esta condición: unos les amarraban la boca a los niños en la noche para que no lloraran, por miedo a que otros los escucharan. Otros dejaron de cocinar para que el humo no los delatara, decidieron no construir más malocas porque tenían que migrar al ver amenazas o tuvieron que dejar morir a los niños enfermos al no poder caminar.
“Otro mito es que estos pueblos son de grandes poblaciones. Eso es falso. Son poquitos, algo que los hace más vulnerables a la muerte. Como todos los pueblos indígenas son muy estructurados: hay un chamán, un cantor, un guerrero y un pescador, pero si alguno de ellos mueren van perdiendo su estabilidad. Vivir en aislamiento para muchos es romántico en el sentido de resistirse al capitalismo y la conquista, pero es más sufrimiento y zozobra”, indica Artistizábal.
Los aislados que han tomado la decisión de ingresar a la sociedad, como una tribu en Vichada, primero describen su experiencia con una sobredosis de nostalgia por la selva, un lugar sin enfermedades, bonito, que les daba alimento. “Es como ver la infancia a pesar de haber sido pobre, da nostalgia. Pero luego de indagar más en su forma de vida, emerge lo difícil que fue estar aislados. Reflexionan sobre lo duro que es trabajar en el bosque, prender fuego, convivir con los bichos y enfrentar la soledad. Muchos simplemente se cansan, poco a poco van perdiendo a las mujeres y no puede reproducirse. Un indígena nos contó que su pueblo duró 30 años sin coca, una planta sagrada para ellos. Perdieron sus semillas cuando trataban de huir por un río, la balsa se volteó”.
Los yuri y passés, aunque son etnias distintas, al parecer han viajado juntas. Aristizábal indica que para su punto de vista son tribus hermanas, que comparten mujeres y tiene sus malocas muy cerca. “Mi hipótesis es que llevan 200 años juntos, y que hoy seguramente son los mismos. Eso es común en la selva, por eso los nombres son compuestos: bora miraña y matapi yucuna son ejemplos. Casi siempre son familias fusionadas. Muchos aislados han robado mujeres de otras etnias para seguir reproduciéndose”.
Se dice que migran de territorio en territorio y no tienen un lugar fijo. “Hay de todo. Muchos pueblos no eran así, pero por las condiciones y los atentados que sufrieron han cambiado. Algunos tenían malocas grandes para la tribu, pero ahora hacen cambuches porque saben que tienen que moverse para que no los encuentren. Pero no andan como moscas volando por al aire de manera errática en el territorio. Tienen sus rutas”.
Foto: Juan Gabriel Soler - Amazon Conservation Team.
En el territorio selvático protegido más grande del mundo hay serios indicios sobre la presencia de los indígenas aislados. Podría tratarse de carijonas, uitotos y urumis. Pero nunca han dejado verse, ni siquiera sus malocas.
En julio del año pasado, el mundo conoció que entre las selváticas tierras del Guaviare y Caquetá, había un lugar místico único en el planeta que parece elaborado por seres de otra dimensión. Luego de su ampliación a 4,2 millones de hectáreas y su declaración como Patrimonio Mixto de la Humanidad por parte de la Unesco, el mundo vió por primera vez los archipiélagos de roca con centros boscosos, llamados tepuyes, del Parque Nacional Natural Serranía de Chiribiquete, que lucen suspendidos en el aire, con muros decorados por pinturas rupestres de más de 12.000 años.
Sin embargo, su paso a la fama trajo consigo varios impactos que hoy lo tienen al borde de una hecatombe ambiental. Aprovechando la firma de los acuerdos de paz y la salida de las FARC de la selva, otros actores ilegales llegaron al territorio, como disidencias y terratenientes, que no han cesado en su hambre por adueñarse de esas tierras mitológicas e inexploradas.
A finales de 2018, la Fundación para la Conservación y Desarrollo Sostenible (FCDS) y la Gran Alianza contra la Deforestación denunciaron parches deforestados de más de 1.000 hectáreas, además de una carretera ilegal que serpentea por el sector noroccidental del Parque, rumbo al Caguán.
En ese entonces, Rodrigo Botero, Director de la FCDS, aseguró que la motosierra va rumbo a las cabeceras de los ríos Cuemaní y Yarí, donde, al parecer, habitan carijonas, uitotos y urumis: pueblos en aislamiento desde hace cientos de años. “El encuentro de las mafias come-tierra y colonos con estas comunidades puede ser mortal. Al no contar con defensas para enfrentar las enfermedades de los blancos, los pueblos desaparecerían del mapa, como pasó en la Conquista y ahora con los nukak”, dijo Botero en su momento.
¿Qué tan cierto es que Chiribiquete es hogar de estas etnias aisladas de la sociedad? Carlos Castaño-Uribe, antropólogo que pisó la zona por primera vez en 1987, que dirigió el Sistema de Parques Nacionales Naturales por más de una década y lideró tres expediciones para lograr su ampliación y declaración, basado en las publicaciones de Roberto Franco en 2010, afirmó que hay posibles grupos carijonas localizados entre los ríos Ajajú y Macaya.
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Las autoridades no han podido evidenciar malocas de pueblos aislados en las tupidas selvas de Chiribiquete, razón por la cual su presencia aún es un misterio.
Crédito: FCDS.
“Además de un grupo carijona o mururi entre los ríos Luisa y Yarí; urumi en la parte alta de los ríos Mirití, Yavilla y Metá; y murui entre los ríos Cuemaní y Sainí. Esto sirvió de argumento para la definición de la política pública de aislamiento voluntario”, contó en un artículo publicado en la última Revista Colombia Amazónica del Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas (Sinchi), dedicada a Chiribiquete.
En la misma revista, Fabio Melo Rodríguez, magíster en historia de la Universidad Javeriana, hace un recuento histórico de investigaciones de Castaño y Roberto Franco sobre los carijonas en Chiribiquete. “La extensa región de la Serranía de Chiribiquete fue habitada, al menos en el último periodo de su ocupación, por la etnia carijona, cuya lengua pertenece a la lengua lingüística Carib. Se reconocen como hombres jaguar, y para ellos Chiribiquete significaba cerro o roca donde se dibujaba. Según Patricio von Hildebrandt, vivían en una región de extensas formaciones rocosas y tepuyes, algo diferente a los demás pueblos indígenas de la Amazonia, e intercambiaban productos como cera, veneno y miel por cuchillos, hachas y machetes con los misioneros españoles y comerciantes colombianos”.
Cita una publicación de Castaño en 1998, la cual afirmó que las primeras referencias documentales de los carijonas datan de la segunda mitad del siglo XVIII, y se deben a misioneros franciscanos. Por su parte, Roberto Franco, en su libro Los carijonas de Chiribiquete indicó que durante el siglo XVII, los franciscanos comenzaron su labor misionera en el Llano y las selvas del Caquetá a partir de San Juan de los Llanos, y que posteriormente, en 1737, habían fundado en dicha región varias misiones con indigenas achaguas, cacaitos, catamaes, cataricoas, churubenes, homoas, camuniguas, coreguajes, pamiguas, tamos, beotas y caribes.
“Algunos de los clanes con los que fueron constituidos los pueblos de misión eran miembros del pueblo carijona. Los límites de los carijonas, que además de Chiribiquete incluyen las serranías de Araracuara e Iguaje, eran el río Vaupés en inmediaciones de los lagos El Dorado y Puerto Nare; río Apaporis aguas arriba de la desembocadura del Cananarí hasta el río Ajajú y el curso bajo y medio del Macaya o La Tunia; ríos Mesay, Cuñaré, Yavillá y Amú; el curso medio y bajo del río Yarí; ríos Cuemaní, Tuyarí, Sainí e Imiya; y el río Caquetá desde el río Cuemaní arriba de la angostura de Araracuara hasta la isla de Mariñame, más abajo de la boca del río Yarí”.
UNA DE LAS HIPÓTESIS DE ACT EN CHIRIBIQUETE ES QUE LOS AISLADOS QUE POSIBLEMENTE HABITAN EN ESAS SELVAS NO SON ORIGINARIOS DE ESOS SITIOS, SINO QUE LLEGARON AHÍ POR LAS AMENAZAS VIVIDAS DESDE HACE SIGLOS.
Ilustración: "Indio guahíbo", dibujo de Riou según bosquejo de E. Lejanne y fotografías.
Melo Rodríguez concluye que las características principales del territorio de los carijonas era su gran extensión, las dificultades de acceso y lo poco atractivas que resultan las tierras en términos productivos, lo cual le otorgaba una relativa marginalidad en el contexto amazónico.
Además, en las guerras constantes que mantenían los carijonas con los pueblos vecinos, las dificultades geográficas del territorio, incluyendo los tepuyes, seguramente sirvieron de refugio y defensa. Comían lo que cultivaban: yuca, plátano, piña, maíz, batata, caimitos, chontaduros y recolectaban hormigas, comején, mojojoy, cazaban monos y venados.
Físicamente, el científico Patricio von Hildebrand los describe por su belleza, porte, altura sobresaliente, gente bien formada, proporcionada, además de inteligentes, orgullosos, leales, hábiles comerciantes, cazadores, diestros para fabricar veneno para cacería, guerreros y navegantes, con gusto por la carne humana, en especial los de la tribu quiyoyo (uitoto).
Daniel Aristizábal, coordinador del equipo de planicie de la Amazonia y pueblos en aislamiento de Amazon Conservation Team (ACT), dijo que la presencia de aislados en Chiribiquete aún no está cien por ciento confirmada y que la zona hace parte de los 18 indicios definidos por la organización desde hace más de 15 años. “A la fecha no hay evidencias físicas sobre su presencia, como imágenes de sus malocas o chagras. Solo han dejado ver sus huellas. Carlos Castaño ya asegura que están confirmados, una aseguración que nosotros discrepamos”.
Comenta que sí pueden haber varios grupos, pero aún están investigando la situación a fondo. “Hablamos de fuertes indicios y extensas evidencias de posible presencia de aislado. Eso no debe decir que no debemos protegerlos. El principio de precaución, incluido en el Decreto 1232 de 2018, dice que deben protegerse aunque solo haya indicios. ACT hizo el estudio de aislados para la segunda y tercera ampliación de Chiribiquete, pero en ninguna logramos corroborar la hipótesis”.
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El Parque Nacional Puré, donde habitan los yuris y passés, es uno de los mayores tesoros biodiversos de toda la Amazonia. Dantas, tigrillos, osos hormiguero y armadillos conviven con estos indígenas.
Crédito: Leonardo Villa.
En Chiribiquete, la organización norteamericana realizó varios sobrevuelos, utilizó imágenes satelitales y conversó con la población aledaña al Parque, estudios que no arrojaron una sola imagen o testimonio de las malocas de los aislados. “En algunas imágenes satelitales dudamos. El acervo histórico y el análisis ecosistémico de la zona dicen que sí pueden estar ahí, pero eso hasta ahora es sólo un indicio. Castaño dice que están confirmados porque los sintieron y vieron fuego, pero ese informe nadie lo conoce”.
Una de las hipótesis del experto en Chiribiquete, es que los aislados que posiblemente habitan en esas selvas no son originarios de esos sitios, sino que llegaron ahí por las amenazas vividas desde hace siglos. “Por eso pensamos que dejaron de construir sus malocas. Sin embargo, puede que estén bastante ocultas y no puedan ser vistas desde el aire. Cuando eso ocurre, en otros países realizan expediciones numerosas por los sitios. Acá eso no está permitido ni se ha hecho. Un científico brasilero, que lleva 40 años trabajando en el tema, está de acuerdo en recorrer esos territorios. Me dijo que una vez vio solo a dos aislados, en un sitio que antes tenía más, en una selva de su país. A todos los mataron. Por eso reflexionó sobre no hacer expediciones. Concluyó que por respetar el aislamiento desde que fueron confirmados, 20 años después hubo una masacre que los acabo a todos”.
Aristizábal coincide en que Chiribiquete podría contar con carijonas, uitotos y urumis, pero no organizados como pueblos. “En el caso de los aislados son clanes, fragmentos o familias que se aislaron de su pueblo. El aislamiento inicia por un líder carismático que convence a parte de la tribu. De los huitotos, que son un montón, creemos que tienen varios grupos aislados en la Amazonia. Incluso puede tratarse de solo dos o una persona. En Brasil han identificado un indio del puraco aislado”.
En cuanto a los ruidos y sensaciones que Castaño ha expresado constantemente en sus expediciones a Chiribiquete, el coordinador de la ACT considera que es un evento común entre los aislados amazónicos. “Hacen ruidos que no pertenecen al ecosistema. Por ejemplo, a las 10 de la mañana aparecen sonidos de chicharras, que no cantan a esa hora. Es normal escuchar ruidos de animales nocturnos en el día, lo que podría indicar dos cosas: un grupo aislado o un simple descache de un mico nocturno”.
“HACEN RUIDOS QUE NO PERTENECEN AL ECOSISTEMA. POR EJEMPLO, A LAS 10 DE LA MAÑANA APARECEN SONIDOS DE CHICHARRAS, QUE NO CANTAN A ESA HORA. ES NORMAL ESCUCHAR RUIDOS DE ANIMALES NOCTURNOS EN EL DÍA, LO QUE PODRÍA INDICAR DOS COSAS: UN GRUPO AISLADO O UN SIMPLE DESCACHE DE UN MICO NOCTURNO”: ACT
Ilustración: "Danza de los mitúes", dibujo de P. Fritel según el texto y unas fotografías.
Uldarico Matapí, el único chamán que le queda a la etnia matapí en el Amazonas, nunca ha puesto un pie en Chiribiquete, y asegura no tener la intención de hacerlo. Sin embargo, conoce el territorio como si fuera la palma de una de sus manos, de coloración amarilla por el contacto con las plantas medicinales de los bosques.
“Como fui seleccionado por mi papá para heredar todo el conocimiento de sus antepasados desde que estaba en el vientre de mi madre, tengo el don de transportarme al territorio por medio del pensamiento. Así conocí el Chiribiquete, un sitio que tiene prohibida la entrada de cualquier ser humano por albergar la espiritualidad y en conocimiento de los indígenas. Los pictogramas que están en los muros de la Serranía antes estaban en una gran maloca, donde los creadores diseñaron el futuro del mundo, figuras que indican cómo sería el manejo para el futuro”.
Recuerda que la maloca explotó en lo que denomina la segunda época, donde surgió la creación de las cosas. “Eso dispersó la maloca en varias formaciones rocosas: lo que hoy conocemos como el centro de la Serranía de Chiribiquete. Para nosotros, los pictogramas son espacios espirituales de donde proviene todo el conocimiento chamánico. No fueron pintados por humanos, son imágenes del plan de manejo para el mundo”.
Esos espíritus o energías vivas, que tienen la misión de mantener los ecosistemas en orden, no pueden ser transformados por la mano del hombre. Según Uldarico, si llega una persona humana a alterar ese orden, todo quedará borrado. “Chiribiquete tiene prohibido el ingreso humano. Solo nosotros podemos hacerlo, pero por medio de nuestros pensamientos y conocimientos. Es un lugar misterioso donde habitan dueños sobrenaturales que no permiten la presencia humana. Para mantener todo el conocimiento y sabiduría, es necesario que no haya nadie”.
Por eso, el chamán matapí cree que en la Serranía de Chiribiquete no hay indígenas habitando, pero sí pueden estar en las zonas aledañas, como la que fue ampliada el año pasado. “En la segunda era del mundo, habían unas ocho tribus en la zona. Pero la mayoría murió porque eran muy brujos, chamanes espirituales que hicieron maldades. Eran guerreros entre ellos. Los sobrevivientes son caníbales. En las áreas cercanas a la Serranía pueden haber carijonas, caraballos y urumi”.
En sus viajes de pensamiento por Chiribiquete nunca los ha visto. Pero por lo que conoce del pasado de estas etnias guerreras, afirma que pueden desaparecer con el contacto con los blancos. “Así lo dice la historia. Las gripes acabaron con muchos. He escuchado que la mayoría de niñas salen infértiles. Por eso han ido desapareciendo. Las fotos de indígenas aislados que aparecen en varias investigaciones sobre Chiribiquete existieron hace muchos años, hoy ya ninguno sobrevive”.
Para el sociólogo de la ACT, Chiribiquete es un punto de encuentro único en el planeta, tanto en términos culturales, biológicos, geológicos y ecológicos, que alberga todo lo que signifca la selva paisajísticamente, como su riqueza cultural y natural, las pictografías (ya identificadas cerca de 70.000) y los posibles indígenas aislados.
“Es una fotografía de lo que debería ser la Amazonia, que si logramos proteger, salvamos a toda la región. Históricamente, desde hace miles de años, Chiribiquete es un punto de frontera: tanto de los pensamientos de los pueblos indígenas, el último trazo del Escudo Guayanés, la frontera que encontraron los españoles en la conquista, quienes al igual que los portugueses, no pudieron pasar más allá del Araracuara”.
Siempre ha sido un punto de frontera y por razones aún desconocidas, ha estado bastante protegido, a pesar de las amenazas en su entorno. “Ahora vuelve a recaer otro de esos momentos de fronterización: la frontera agrícola vs. la selva, algo que antes pasó con los europeos conquistadores, que tuvieron enfrentamiento con grandes imperios indígenas como los carijonas y uitotos. La zona tiene condiciones cinematográficas que lo hacen un sitio emblemático que debemos proteger a toda costa”.
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Científicos e investigadores aseguran haber sentido o visto cosas raras en las expediciones para la ampliación de Chiribiquete. Ruidos, huellas y pictogramas recientes hacen parte de estas evidencias.
Crédito: FCDS.
Para la ampliación y declaración de Chiribiquete, varios expertos y científicos visitaron la zona para establecer su potencial biológico y cultural. En esas expediciones, algunos tuvieron sensaciones extrañas que podrían indicar la presencia de los aislados. Ruidos raros en medio de un silencio perpetuo, huellas de pies sobre los caminos abiertos por machetes y ojos en medio de la oscuridad.
Gonzalo Andrade, director del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de Colombia y magíster en biología, es un hombre privilegiado. Es uno de los pocos que ha logrado poner sus pies, observar con sus propios ojos y palpar la inmensidad del bosque del Parque Nacional Natural Serranía de Chiribiquete, la joya de la corona colombiana en términos ambientales y culturales.
Lo conoció por primera vez en 1992, y desde ese momento quedó enamorado de los mágicos tepuyes, la gran diversidad de ecosistemas que jamás había visto y el sobrevuelo constante de mariposas, su gran pasión, que no cesaban de posarse por todo su cuerpo. Este biólogo ya suma más de 20 expediciones por la zona. incluidas las dos últimas, en 2016 y 2017, para recolectar muestras de biodiversidad que lograran la declaración de Patrimonio Mixto de la Humanidad por parte de la Unesco.
Recuerda que en su último viaje a la zona mística, tuvo sensaciones extrañas que podrían estar relacionadas con la presencia de los indígenas aislados de Chiribiquete, hasta la fecha no confirmados. El evento ocurrió en el inicio de una noche envuelta en un silencio inmarcesible. “Estábamos en uno de los tepuyes. Los antropólogos iban a dormir en lo alto del tepuy y los biólogos en una parte más baja. Yo estaba en la última. Los radios satelitales que utilizábamos para comunicarnos entre ambos grupos, se dañaron. Quedamos incomunicados. Hacia las 6 de la tarde, empezamos a escuchar sonidos extraños, como silbidos que uno hace al juntar las manos. Hasta tres veces en periodos largos”.
“LAS CONCLUSIONES PUEDEN SER MUCHAS, COMO LOS AISLADOS. PERO NUESTRA MISIÓN NUNCA HA SIDO BUSCARLOS. LOS RESPETAMOS AL MÁXIMO POR LA RESPONSABILIDAD QUE TENEMOS COMO INVESTIGADORES POR SUS PENSAMIENTOS Y POR LO QUE PUEDA SUCEDER DESPUÉS DE TENER UN CONTACTO CON ELLOS”: GONZALO ANDRADE
Ilustración: "Danza de los mitúes", dibujo de P. Fritel según el texto y unas fotografías.
Ese ruido, para muchos indescifrable, fue una cosa rara para Andrade, quien ha recorrido casi todo el país estudiando mariposas. “Empezamos a gritar duro los nombres de los compañeros que estaban en la parte alta del tepuy, pero nadie contestó. La única respuesta eran los silbidos. Luego vino otro ruido raro, un toc, toc, toc, como si alguien estuviera echándole machete a un árbol. El sonido no cesaba, nos asustamos, ya que algo raro estaba pasando”.
Tomaron la decisión de entrar en las carpas con la orden de que nadie saliera en la noche perpetua, bañada en un silencio extraño para el hombre civilizado. “Entramos en psicosis. La mente es muy fuerte. Pensamos que había llegado la guerrilla. Nos acostamos a dormir, pero ninguno lo logró. Yo me desperté unas 500 veces a prender la linterna. A las 5 de la mañana, todos salimos rápido de las carpas a preparar tinto. Al conversar, el común denominador fue que nadie pudo dormir, ya que todos tuvimos la sensación de que alguien nos estaba mirando. El cerebro es muy fuerte, por eso no me atrevo a decir que hayan sido los aislados. Simplemente pudo ser un juego de la mente”.
Dos días después de la experiencia sensorial, un helicóptero llegó a recogerlos. Los grupos de antropólogos y biólogos tuvieron una reunión con Parques Nacionales Naturales para contar los resultados de las expediciones. “Al comienzo no dije nada de lo que nos pasó esa noche. Entonces, Carlos Castaño mostró varios hallazgos. Dijo que una tarde, bajó al último tepuy por medio de cuerdas para llegar a la parte baja, darle vuelta a toda la formación de roca y encontrar pictogramas en sus muros. Castaño mencionó que encontró caminos con palos doblados y no cortados con machete, todos recientes”.
Mientras le daban la vuelta al tepuy, un proceso que demoró más de cuatro horas, Castaño seguía viendo palos doblados frescos. “Pero lo que más le sorprendió fueron las huellas de los caminos. Los expedicionarios siempre vamos con botas de caucho, y Castaño vio huellas de pies descalzos sobre las de las boras. Dijo que no vio a nadie. Entonces yo conté mi historia. Las conclusiones pueden ser muchas, como los aislados. Pero nuestra misión nunca ha sido buscarlos. Los respetamos al máximo por la responsabilidad que tenemos como investigadores por sus pensamientos y por lo que pueda suceder después de tener un contacto con ellos”, asegura Andrade.
Los pictogramas de los muros de los tepuyes también podrían indicar presencia de posibles aislados. “En esas maravillosas expediciones, vimos pinturas de más de 20.000 años de antigüedad, pero también imágenes más recientes. Eso significa que Chiribiquete sigue siendo un sitio de actividad permanente de las comunidades que van allá, entre ellas, lo más probable, grupos aislados. Una de las figuras más repetidas en estos murales son las manos. A mi me llamó mucha la atención una de ellas, bastante alargada, y que algunas tribus han blanqueado los dibujos más antiguos, quitando las capas de piedra, para hacer otro totalmente distinto”.
Andrade complementa que no todo lo visto fue bueno. En los sitios de los pictogramas, que cuentan con un tipo de techo en roca que los protege del agua y la luz, las comisiones encontraron la palabra FARC pintada con carbón sobre las figuras milenarias, además de cilindros bomba desocupados.
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En el Parque Puré habitan las dos tribus aisladas ya confirmadas en Colombia: los yuris y passés. En esta zona, PNN y ACT han construido cuatro cabañas para controlar el ingreso de extraños y reunirse con la comunidad aledaña.
Crédito: Leonardo Villa.
En sus viajes por Chiribiquete, Andrade encontró cosas que jamás había visto. Por ejemplo, que a las 5 de la mañana, siempre puntuales, salen cientos de abejas a perturbar el silencio de la zona. “A esa hora solo escuchamos el zumbido de las abejas. Al día uno puede tener 200 o 300 pegadas en el cuerpo. A mi nunca me picaron. Pero ellas se meten por todo lado, por la ropa, el pelo. Las atrae el sudor del cuerpo humano, porque en la zona hay escasez de sal. A las 5 de la tarde van a dormir, y todo Chiribiquete vuelve a quedar en silencio”.
En los 30 años que lleva estudiando mariposas, jamás había visto especies tan raras y desconocidas como en los tepuyes. Todavía tiene cerca de 40 por describir, que aún no tienen nombre, desconocidas para la ciencia, y eso que las expediciones solo han muestreado menos del 40 por ciento de todo Chiribiquete. “Otra experiencia rara fue en uno de los tepuyes. Encontramos un bosque que sonaba de una manera impresionante. Cantaban los pájaros, insectos y grillos, y vimos caminos y excrementos de dantas. Decidimos instalar cámaras trampa por varios sitios. Al día siguiente regresamos y ya todo estaba en silencio, no cantaba ni un sólo pájaro”.
Cuando revisaron el material de las cámaras trampa no había una sola imagen de animales por la zona. “Además, cuando las recolectamos, toda la zona estaba inundada. En Chiribiquete llueve mucho, toda esa agua baja por las rocas y causa inundaciones. Las cámaras no se dañaron, pero igual no había material. Cuando le conté a mi suegra el suceso, que trabaja con indígenas, me preguntó si le había pedido permiso previo para ingresar a Chiribiquete. Desde ahí, siempre hice oraciones internas para ingresar a los sitios sagrados, las cuales funcionaron. En la siguiente expedición, la biodiversidad tuvo una manifestación magnífica”.
“FUIMOS A UN SITIO CON PINTURAS QUE NO CONOCÍAMOS. LLEGAMOS DESCOLGÁNDONOS POR CUERDAS. ENCONTRAMOS UNA PARED LLENA.SOBRE EL SUELO HABÍA TRES FOGONES RECIÉN APAGADOS, QUE PODRÍAN INDICAR TAMBIÉN LA PRESENCIA DE AISLADOS”.
Ilustración: "Visita al bohío de los mitúes", dibujo de Riou según bosquejo de E. Lejanne.
En compañía de expertos de la Unesco, Andrade visitó las pictografías milenarias de los muros de los tepuyes. No desaprovechó esa oportunidad para recolectar mariposas. “Fuimos a un sitio con pinturas que no conocíamos. Llegamos descolgándonos por cuerdas. Encontramos una pared llena. Sobre el suelo había tres fogones recién apagados, que podrían indicar también la presencia de aislados. De la nada ví tres mariposas que no conocía, pero por respeto al sitio sagrado decidí no cogerlas. Les dije a todos que no pensaba recolectar nada. Solo pasaron par de minutos y de la nada sobrevolaron cientos de mariposas a mi alrededor. Solo les tomé fotos. Primero eran cinco, luego 40. Se me pararon en las manos, cabeza y todo el cuerpo”.
En términos de biodiversidad, las sorpresas no cesaron. El director del Instituto de Ciencias Naturales halló sitios con presencia de especies netamente andinas que no deberían estar ahí. “En los tepuyes encontramos especies que pensábamos sólo habitaban en los Andes sobrevolando con las amazónicas. Ese fenómeno aún es un misterio, pero creemos que podría tratarse de que Chiribiquete es un centro de diversificación de especies, es decir que de ahí parte hacia el resto de Colombia”.
En marzo de este año, Parques Nacionales Naturales autorizó a 19 operadores turísticos para que realicen sobrevuelos desde junio por el hervidero de biodiversidad más grande de Colombia: Chiribiquete, una noticia que le causa un sinsabor a Andrade. Afirma que siempre le ha recomendado a la entidad no hacer ningún tipo de turismo por la zona, por lo que puede albergar en términos ambientales y culturales, incluidos los aislados.
“Hay mucha gente que lo quiere ver. Para mí es irresponsable hacer sobrevuelos comerciales por esa área milenaria, cargada de sabiduría indígena y uno de los mayores centros de biodiversidad del planeta. Aunque calculo que sobrevolar no tiene un daño directo sobre los ecosistemas, el ruido puede alterar dinámicas. Allá hay muchas cosas cosmológicas. Algo terminará afectándose. Por ejemplo, si hay no contactados, el ruido de la avioneta los puede desplazar de nuevo. Muchas plantas están colgando como hilos de las rocas. Un simple viento las tumba”.
Andrade hace memoria y aparecen varias conversaciones previas con los indígenas ya contactados antes de las expediciones para la ampliación. “Nos dijeron que éramos unos irresponsables por ingresar. Ellos sí creen que hay aislados, por lo cual nadie debería visitar esos sitios, y tienen toda la razón. Un contacto entre estos grupos y los científicos podría terminar en tragedia”.
Fernando Montejo, coordinador del grupo de patrimonio arqueológico y antropológico del Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH), fundado en 1938 para garantizar la investigación, producción y difusión del patrimonio antropológico, arqueológico, histórico y etnográfico del país, también estuvo adentrado en Chiribiquete en las expediciones para su última ampliación, y participó en la formulación del Decreto 1232 para su protección.
“He leído bastante sobre el tema de los aislados, en especial de otros países con mayores evidencias y confirmados, como Perú, Brasil y Venezuela, porque la discusión es amplia e interesante. La documentación de Roberto Franco es magnífica, donde en efecto hay todas las posibilidades e indicios para asegurar la presencia de estos pueblos. Aún es un misterio cómo interactúan con el medio natural, cómo es su relación con espacios específicos vinculados seguramente a su mundo simbólico y su sistema de creencias y representaciones”.
Montejo estuvo en Chiribiquete en 2017 y 2018, pero no para indagar sobre los aislados, sino para estudiar las pictografías. Sin embargo, al recorrer la zona pudo constatar que hay serias posibilidades de que estos grupos tienen la dinámica de realizar pinturas contemporáneas sobre los páneles rupestres y más antiguos de Chiribiquete. “Hay dibujos recientes, los cuales indican que hay poblaciones con un vínculo y relación en estos sitios. El solo indicio es importante para la protección y prevención de estos pueblos. Algunos creemos que supuestos aislados en Chiribiquete no son pueblos de maloca ni de cultivos, por eso nada aparece en los sobrevuelos. Al parecer nunca están quietos, pero ignoramos dónde duermen o qué comen”.
“HAY DIBUJOS RECIENTES, LOS CUALES INDICAN QUE HAY POBLACIONES CON UN VÍNCULO Y RELACIÓN EN ESTOS SITIOS. EL SOLO INDICIO ES IMPORTANTE PARA LA PROTECCIÓN Y PREVENCIÓN DE ESTOS PUEBLOS”: FERNANDO MONTEJO
Ilustración: "Visita el bohío de los mitúes", dibujo de Riou según bosquejo de E. Lejanne.
En esos análisis sobre las pictografías de los tepuyes del Parque, el arqueólogo vio fogones aparentemente recientes y desconchamientos en las rocas. “Muchos fogones lucían como si alguien los hubiera prendido ayer para preparar alimento o poner bajo fuego los minerales para la pintura. Los indígenas preparan estos sitios para pintarlos. Desconchan las rocas ya pintadas, es decir que las borran para hacer nuevos dibujos. Lo hacen con óxidos de la zona, minerales locales casi todos de coloración roja, aunque vimos algunos blancos y negros. Cada objeto tiene un significado”.
El color de algunas pinturas lo lleva a concluir que son algo recientes. “Predomina el color rojo muy vivo. Carlos Castaño tiene la teoría de que uno de esos páneles fue pintado en 1970, lo que confirmaría que hay presencia humana en tiempos recientes. En todo Chiribiquete, Castaño identificó 50 paneles de hasta 10 metros de altura con cerca de 70.000 figuras. Aún falta mucho por estudiar. Sabemos que las rocas cuentan con características propicias para la pintura y que su posición las resguarda de humedad y calor. Por eso los materiales están conservados”.
Para el experto, no hay duda que Chiribiquete es un sitio de visita de grupos indígenas desde tiempos remotos hasta hoy. Lo demuestran las pictografías y los fogones de los tepuyes. “Es un lugar estratégico para ellos. Seguramente las manifestaciones rupestres tienen cientos de investigaciones e interpretaciones, pero no me aventuro aún a dar significados. Podrían estar vinculados al orden simbólico y a la vida cotidiana, por eso aparecen jaguares, palmas, fauna y flora de manera realista. Este sitio es de suma importancia para las poblaciones en aislamiento”.
También sintió un tipo de embrujo por los sonidos de la noche, que jamás había presenciado en sus estudios en varias zonas del país. “En Chiribiquete están amplificados y son raros. Todo se escucha como si estuviera al lado, pero seguimos con la duda de quién o qué los emite. Podría tratarse de simples animales locales muy cerca, pero también de indígenas. En las noches pasaba tiempos largos sin dormir por tratar de identificar esos ruidos místicos y extraños”.
Define Chiribiquete como un sitio con espacios vivos. “Al contemplar su inmensidad desde lo alto de los tepuyes, uno cuestiona muchas cosas, como estar en un lugar que podría ser visitado por poblaciones aisladas. Emerge un sentimiento de extremo cuidado para su ingreso, a no desequilibrar la zona, no sólo en lo natural sino en lo cultural. Esos equilibrios que conocemos muy parcialmente, deberíamos protegerlos como individuos y sociedad. Amenazas como la deforestación indican que en el Parque debe haber una intervención mínima o casi nula, ya que revertir esos procesos es imposible”.
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Los pictogramas de los tepuyes de Chiribiquete podrían indicar la presencia de aislados. Científicos que visitaron la zona hace dos años aseguran que vieron imágenes pintadas recientemente.
Crédito: FCDS.
La Serranía de la Lindosa, un pequeño Chiribiquete rupestre que sí pueden visitar los turistas, ubicado a pocos minutos del casco urbano de San José del Guaviare, no ha escapado de los impactos de la civilización. Muchos han ingresado a los cerros a retirar las rocas pintadas con pictogramas para llevarse un recuerdo a sus casas, o han pintado grafitis sobre los dibujos de los indígenas.
“Chiribiquete y la Lindosa son los únicos sitios en la Amazonia colombiana con pinturas rupestres exhibidas, además de muchos petroglifos a los largo de los ríos. Por eso, el ICANH, junto a la Gobernación del Guaviare y la Alcaldía de San José del Guaviare, trabaja en convertir a la Lindosa en un parque arqueológico,. Ya está declarada como área arqueológica protegida, pero necesitamos hacer este parque como figura administrativa, de gestión del patrimonio y de visita controlada, con estudios de capacidad de carga. Para eso necesitamos recursos para infraestructura, personal, seguridad, mantenimiento, conservación y nueva investigación”.
Así como desaparecieron los motilones y los opones carares, otros pueblos que han decidido aislarse están en peligro. La deforestación y la minería ilegal son su mayor verdugo. Entrevista con el antropólogo Carlos Castaño Uribe.
Hace 30 años el antropólogo Carlos Castaño Uribe se topó con lo que hoy conocemos como el Parque Nacional de Chiribiquete. Una tormenta lo desvió del camino y lo llevó a su destino. En ese momento era el director de Parques Nacionales, desde allí empezó su lucha, lo declaró área protegida. Su gran pasión ha sido el estudio del arte rupestre -de más de 20.000 años de antigüedad- que encontró en los tepuyes, en lugares tan elevados que cuesta entender cómo llegaron hasta ellos.
Castaño sabe que dentro de Chiribiquete, y en el resto de la Amazonía, hay pueblos que decidieron aislarse, para no tener contacto con los caribas (blancos) y salvarse del exterminio. Sin embargo, siguen estando en peligro. Los acecha la sed de oro de los colonos, el hacha de los madereros, las oraciones de los evangelistas y la indiferencia de los colombianos.
“Estamos atentando contra la vida de pueblos milenarios que han logrado mantenerse en un estado relativo de condición adaptativa a la selva, pero hoy cuando no hay ninguna acción decidida por parte del Estado, la deforestación nos está ganando la lucha”.
Carlos Castaño Uribe
Ilustración: "Visita el bohío de los mitúes", dibujo de Riou según bosquejo de E. Lejanne.
Carlos Castaño: Primero por un tema de salud pública, porque estos pueblos carecen totalmente de vacunas y hay bacterias, virus y enfermedades infecciosas que nosotros transmitimos. También está el cambio en la forma de vida. Hay que respetar que estos pueblos han tomado la decisión de aislarse. Ellos llevan siglos con estos mecanismos de adaptación, el modelo de cazadores-recolectores tiene toda una serie de reglamentos de orden cultural y cosmogónico que les han permitido adaptarse, cuando se les saca de ese contexto pasa lo que ocurrió con los nukak.
Las mujeres nukak llegaron con sus hijos en 1984 a Calamar (Guaviare), al principio no sabíamos qué les había pasado, pero después supimos que habían matado a los hombres de su comunidad en un enfrentamiento con narcotraficantes. Tiempo después tenían colorete, ropa que no es de su tradición, unas dietas absolutamente precarias -como me tocó verlo a mí- se alimentaban todo el día a punta de gaseosas y comida chatarra. Recibían limosnas en todas las esquinas de San José del Guaviare. Eso ocurrió por primera vez con los nukak y no ha parado, sigue viéndose de una forma muy lamentable.
C. C.: Sí, el problema ambiental más serio que tiene Colombia es la deforestación. Si no se le pone atención todo lo demás será de gran insignificancia, porque estamos perdiendo la biodiversidad y con ello todos los servicios ambientales. Estamos atentando contra la vida de pueblos milenarios que han logrado mantenerse en un estado relativo de condición adaptativa a la selva, pero hoy cuando no hay ninguna acción decidida por parte del Estado, la deforestación nos está ganando la lucha.
C. C.: Es un tema muy complicado que lleva décadas siendo el viacrucis de estos pueblos, porque desde la conquista algunos grupos religiosos se han sentido en el deber innato de adoctrinarlos y darles una oportunidad de entrar al reino de los cielos. Desconociendo que todos los pueblos desde el inicio de la humanización en este planeta -hace 3 millones de años- han venido practicando toda suerte de actividades propias en el campo cosmogónico. Pero hay quienes creen que si no practican el credo de una población mayoritaria no tienen ninguna oportunidad de salvarse al tenor de lo que dictan esas doctrinas.
C. C.: Sí, lo vimos desde la Conquista y ahí están todos los problemas que hemos tenido por procesos de aculturación de una forma inmisericorde. Sigue ocurriendo, como si el escarmiento no hubiera sido suficiente. Estos procesos de adoctrinamiento llevan a la extinción de estas comunidades, lo vimos en el caso de los nukak. Evangelistas, católicos, cristianos... han estado desde los años 70 -en toda la zona periférica de Chiribiquete- en este tipo de prácticas sin autorización, vienen de otras partes del mundo y van a buscar a estas comunidades como si fuera un “gran sacrificio”. Entre más aislado esté el pueblo, más interesante se convierte para ellos. Eso hace el contacto, los diezma, incluso sucedió con la presencia de las Farc.
C. C.: Los principales frentes disidentes de las Farc nunca salieron de allá, en Guaviare y Caquetá siguen ejerciendo las mismas funciones, solo que su prioridad ya no es política, sino económica. Todos estos grupos al margen de la ley se están peleando el territorio palmo a palmo, están haciendo parte de este mismo negocio, con la complacencia de muchas autoridades locales. La tarea que se tiene por delante es muy importante, si no lo logramos frenar esto en el término de 2 a 4 años ya no tendremos mucho que defender en la Amazonía.
C. C.: La desaparición. Como el resto de los organismos vivos que han estado adaptados a condiciones de sobrevivencia en las selvas, cuando se modifican estas condiciones pierden no solo el hábitat sino la oportunidad de mantenerse. Lo digo también por la fauna y flora que es la que alimenta a estos pueblos indígenas de forma permanente. Es un círculo vicioso en un mundo que claramente está predispuesto a acabar con todos los recursos a nivel planetario.
C. C.: Uno de los dramas más importantes que tiene este país es que no ha logrado valorar suficientemente bien lo que significa perder estos pueblos. Ya tenemos casos dramáticos como el de los últimos indígenas opones carares en el valle medio del Magdalena. Desaparecieron en los años 50 gracias a todas las actividades petroleras, perdimos toda la oportunidad de conocerlos. Lo mismo ocurrió con los motilones en Catatumbo. De las 68 culturas étnicas diferentes que existen, muchas están seriamente amenazadas y seguramente desaparecerán. Como el caso de los últimos indígenas tinigua, en la zona de la Macarena, o lo que está a punto de ocurrir con los karijona, después de ser una población de casi 25.000 individuos a finales del siglo antepasado fueron desapareciendo, hoy no nos quedan más de 15 familias que están atomizadas por la geografía amazónica de nuestro país. Lo único que queda digno de contar de los karijona está al interior del Parque Nacional de Chiribiquete, porque tenemos sospechas de que por lo menos hay dos grupos. Cada vez es más evidente cómo poblaciones que vivían hace 100 años de una forma muy especial fueron introducidos a nuevos modelos, los expropiaron y los abandonarlos a la buena de Dios. Es lo que les han hecho durante siglos.
“Estamos perdiendo nuestro patrimonio. Lo que demuestra que el Estado colombiano no está preparado ni ha entendido la dimensión de lo que está ocurriendo, de lo que vamos a perder”.
Carlos Castaño Uribe
Ilustración: "Visita el bohío de los mitúes", dibujo de Riou según bosquejo de E. Lejanne.
C. C.: Hoy el flagelo de la minería ilegal es un drama parecido a la deforestación. Además, van de la mano de estas economías ilegales que las están financiando. La minería en la cuenca amazónica es un flagelo enorme que ha significado una pérdida irremediable de grandes extensiones de selvas y culturas, como fue el caso de toda la región del Taraira (Vaupés) cuando se dio en los años 80 esa bonanza tan pavorosa y logramos borrar del mapa una serranía. Eso sigue ocurriendo ante la indiferencia de nuestro país en muchas regiones. La minería ilegal viene de la mano de las economías mafiosas de los grupos insurgentes, y de los intereses económicos de los grandes gamonales locales, muchos de ellos con status de funcionarios públicos que están auspiciando la destrucción de la Amazonía, apropiándose de tierras con el argumento de que son baldíos de la nación y que no le pertenecen a nadie.
C. C.: Primero roban las tierras y luego buscan la legalización con un tímido uso de chacras para el cultivo de coca que alienta un modelo de deforestación e ilegalidad. Luego se van juntando todos estos pequeños sitios, que solo se pueden detectar desde el aire, y cuando ya van consolidando el espacio "abierto" fortalecen una economía ganadera, también mafiosa e ilegal. Después viene el puntillazo final: hacer carreteras ilegales para unir todos estos predios. Con la exigencia de que hay que meterles servicios básicos, para que los políticos consigan sus anhelados votos, las tierras de la nación terminan siendo legalizadas tarde o temprano.
C. C.: Los pueblos no contactados tienen una primera connotación en el ámbito legal cuando en el gobierno del presidente Santos logramos incorporar, con el esfuerzo de varias instituciones, una serie de artículos del plan nacional de desarrollo en 2011, en el que se da por primera vez el mandato de empezar a legislar. Ya teníamos argumentos técnicos de su existencia sobre todo en el Amazonas, muchos de los cuales fueron desarrollados por Roberto Franco, que en paz descanse, y quien tuvo un papel protagónico. Todo ese esfuerzo terminó en la expedición del Decreto 1232 del 2018. Pero, desde mi punto de vista, no está funcionando. La deforestación se disparó, creo que fue muy lamentable la aproximación desde el plan de desarrollo al tema, siendo uno de los problemas más serios que tenía que enfrentar el gobierno.
C. C.: En el pasado hicimos esfuerzos enormes. En el año 89 se expidió la política de conservación de patrimonio natural y cultural amazónico. Se declararon más de 25 millones de hectáreas en resguardos indígenas en la Amazonía, y no menos de cinco millones de hectáreas en el área de parque nacionales. Toda esta estrategia la apoyó el gobierno de Virgilio Barco. Veíamos con gran preocupación lo que estaba ocurriendo, particularmente en algunos países de la cuenca con el tema de la deforestación, que entre otras cosas era auspiciada por el Estado generando la incorporación de las selvas amazónicas al mal entendido desarrollo, abriendo carreteras, con un aprovechamiento de recursos naturales nocivo para el ecosistema amazónico. Colombia dio un ejemplo muy importante en ese momento. Pero ahora tenemos que pensar cómo lograr una protección efectiva.
C. C.: Los colombianos somos muy dados a no prestarle ningún tipo de atención a aquello que no nos afecta en nuestro entorno inmediato. Estos temas no tienen ningún interés para el grueso de la población, son sitios que ven por allá aislados. Además, quienes tienen que resolver eso son las autoridades, que para eso están. Pero todos nos conformamos con hacer muy poco por tratar de movilizar la conciencia pública. Estamos perdiendo nuestro patrimonio. Lo que demuestra que el Estado colombiano no está preparado ni ha entendido la dimensión de lo que está ocurriendo, de lo que vamos a perder.