Hace 25 años murió Pablo Escobar, el mayor criminal de la historia del país. Colombia dejó de ser un Estado al borde del colapso, pero aún está lejos de derrotar el negocio del narcotráfico.
Los colombianos que lo vivieron difícilmente olvidan qué hacían o dónde estaban el 2 de diciembre de 1993. Y no es para menos. Poco antes de las tres de la tarde, Pablo Escobar, el peor criminal de Colombia, murió de tres disparos. Su cuerpo quedó tendido sobre el techo de una casa de clase media en Medellín a la que pocos días antes había convertido en su madriguera. Ese día murió el hombre que hizo del narcotráfico y el asesinato una forma de vida. Y con su muerte renació la esperanza en un país por varios años sometido y resignado a su yugo.
El respetado historiador Simón Montefiori, en su libro Los Monstruos, lo definió como el criminal más poderoso, más asesino y más rico del siglo XX, y comparó su crueldad con la de genocidas como Adolf Hitler o el camboyano Pol Pot. Las cifras oficiales estiman que Escobar ordenó personalmente por lo menos 5.000 muertes. Según sus propios sicarios, como Popeye, mandaba a matar sin titubeos, por venganza, por capricho o para despejar el camino de sus propósitos.
En Colombia la imagen de Escobar como representación del mal opaca a otros de crueldad comparable como Carlos Castaño, jefe de las AUC, o Manuel Marulanda, de las Farc. A diferencia de Castaño o Tirofijo, Escobar logró poner al establecimiento de rodillas. En la cúspide de su poder mafioso no solo desafió al Estado con actos atroces sino que construyó un ejército de jóvenes sicarios leales a él, dispuestos a matar y a morir en su nombre. Fue el responsable de inculcarle a una generación entera las armas, las motos, el dinero manchado de sangre y la coca como la única opción para salir de la pobreza.
Ni los hermanos Rodríguez Orejuela, jefes del cartel de Cali, ni los capos del norte del Valle, lograron nada parecido. Tampoco los Castaño o todos aquellos narcos poderosos que prefirieron comprar al Estado o aliarse con él antes que combatirlo.
Algunos consideran a Escobar un genio del mal y de los negocios. Sus habilidades criminales lo llevaron a crear y liderar el cartel de Medellín, una organización que a mediados de los años ochenta respondía por el 90 por ciento del tráfico de cocaína en el mundo. Esto le permitió amasar una fortuna estimada en su momento en más de 1.000 millones de dólares. Sin embargo, lo que hizo como cerebro empresarial de la mafia palidece frente a su hoja de vida en el crimen.
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Hermilda Gaviria reconociendo el cuerpo de su hijo, Pablo Escobar.
Antes de Escobar nunca en la historia un ciudadano particular le había declarado la guerra a un Estado. Y solo la perdió tras 10 años de una intensa cacería esa tarde de diciembre de 1993 cuando los hombres del Bloque de Búsqueda de la Policía Nacional lo interceptaron a balazos en un tejado. Al Capone, el capo que Escobar admiraba y trataba de emular, era un gánster hábil que llegó a controlar la ciudad de Chicago a través de la intimidación y el soborno en los años treinta. Pero de ahí a pensar que le declarara la guerra a Franklin Roosevelt, el presidente de Estados Unidos, y pusiera en jaque a las instituciones norteamericanas, hay un trecho enorme. A Capone, el hombre que ha inspirado la mitad de las películas de la mafia, solo lo responsabilizaron de 24 asesinatos en toda su carrera. En el caso de Escobar, solo en el año en que ofreció a sus sicarios 2 millones de pesos por cada policía muerto, la cifra superó los 500 uniformados asesinados en Medellín.
Escobar no tuvo límites en su locura sanguinaria, y no pocas veces ordenó dos asesinatos en un mismo día para eliminar a aquellos que valientemente lo desenmascararon y lo enfrentaron. En la mañana del 18 de agosto de 1989 sus sicarios acabaron con la vida del comandante de la Policía de Antioquia, coronel Valdemar Franklin Quintero. Esa noche, menos de 12 horas después, una ráfaga terminó con Luis Carlos Galán, el candidato destinado a ganar las siguientes elecciones a la presidencia. Ellos pertenecen a una larga lista de valientes que pagaron el máximo precio por denunciar y enfrentar el terror encarnado por Escobar (ver Capítulo: La Barbarie).
Esa orgía de sangre desatada por el jefe del cartel de Medellín acorraló como nunca a los colombianos. Sus sicarios combinaron las balas con el estruendo de las bombas y con los secuestros. En un momento el país estuvo sometido a vivir un atentado importante cada semana. Entre el asesinato de Galán y la bomba que destrozó las instalaciones del diario que más lo enfrentó, El Espectador, pasaron apenas dos semanas. Entre la bomba del avión de Avianca que mató a más de 100 personas sobre Soacha, y la que destruyó el edificio del DAS trascurrieron solo diez días. Entre esta y el secuestro de Álvaro Diego Montoya, hijo del secretario general de la Presidencia, otros diez, y así sucesivamente.
La venganza siempre hizo parte de esa mentalidad criminal y asesina de Escobar. Así murió Enrique Low Murtra ministro de Justicia entre 1986 y 1990, solo dos años después de que Escobar asesinó al titular de esa cartera, Rodrigo Lara Bonilla en 1984. A Low Murtra le correspondió firmar las extradiciones de Escobar y sus secuaces. Para protegerlo lo enviaron de embajador a Suiza, donde pasó unos años.
Durante ese tiempo la guerra del capo contra la extradición había producido tantos muertos que la Constituyente de 1991 se encaminaba a eliminar la extradición para parar el baño de sangre.
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Al sepelio de Pablo Escobar, que tuvo lugar el 3 de diciembre de 1993 en el cementerio Jardines Montesacro de Itagüí, llegaron miles de personas.
A pesar de que ya estaba claro que iba a salirse con la suya, Escobar ordenó asesinar a Low Murtra cuando salía solo y sin escolta de dar clases en una universidad en el centro de Bogotá. Faltaban ocho días para la votación. Era su venganza pero también una macabra forma de recordarles a los constituyentes la suerte que podían correr si se arrepentían. Una semana después prohibieron la extradición por norma constitucional y el jefe del cartel de Medellín se entregó al día siguiente en la cárcel de La Catedral.
La había mandado hacer a su medida, en terrenos de su propiedad. El lugar en realidad era más bien un club campestre con tantos lujos que los subalternos de Escobar se entregaron voluntariamente para acompañarlo. Desde allí continuó dirigiendo el negocio del narcotráfico y ordenando asesinatos, algunos de los cuales cometían incluso en la propia cárcel. Esa situación fue la gota que rebosó la paciencia del gobierno de Estados Unidos, que le solicitó a Colombia recluir a Escobar en una verdadera penitenciaría. Cuando el capo se enteró de esa posibilidad sencillamente se marchó con algunos de sus lugartenientes en julio de 1992. Nuevamente comenzó el baño de sangre, pero también una renovada cacería contra el narco prófugo.
El Bloque de Búsqueda reforzado, con nuevos hombres y nuevas ideas diseñaron un plan basado en el talón de Aquiles del jefe del cartel de Medellín: su familia. Tras evitar que algún país del mundo los recibiera en su intento por escapar de sus múltiples enemigos, pusieron a su esposa y sus dos hijos bajo custodia del Estado en un apartamento en el centro de Bogotá. Acorralado y desesperado el capo llamó a su hijo Juan Pablo. La llamada monitoreada por las autoridades les permitió dar con la casa en donde estaba escondido y donde finalmente lo mataron.
Ya han pasado 25 años desde ese momento. Y si bien el narcotráfico sigue siendo una pesadilla para Colombia, la lucha contra Escobar dejó valiosas lecciones. Muchos han intentado ocupar su lugar pero la expectativa de vida de los narcos se ha reducido sustancialmente. De los 15 años en los que Escobar reinó, hoy difícilmente un narco logra superar los cinco años antes de morir en un enfrentamiento o terminar preso y extraditado.
Si bien el país hoy es radicalmente diferente, el fantasma de Escobar aún atormenta a millones de colombianos. No por los actos de terrorismo sino por la cuestionable industria que en los últimos años ha crecido en torno a la imagen del capo, algo de lo cual también se han lucrado su viuda, sus hijos y sus hermanos.
En varios países han producido decenas de novelas, series, documentales y libros sobre uno de los peores asesinos de la historia mundial (Ver Capítulo: Polémica ficción). Muchos presentan una imagen distorsionada de Escobar, como si fuera una especie de Robin Hood. Otros justifican sus crímenes como los de alguien que se vio obligado a enfrentar al Estado. Y no pocos enaltecen la figura del criminal.
Recordar los 25 años de la muerte del capo no es una forma de reivindicar una vida marcada por la crueldad. Todo lo contrario. Las nuevas generaciones deben conocer la historia, los crímenes y las víctimas del hombre que sumergió a Colombia en uno de sus periodos más oscuros. Para evitar que jamás surja en Colombia un nuevo Pablo Escobar.
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Así bajaron a Pablo Escobar del tejado en que murió de 3 tiros en la cabeza. El operativo, el sector Los Olivos, de Medellín, duró solo 15 minutos.
Corto y contundente fue el operativo para dar de baja a Escobar. Sin embargo, dos semanas antes aparecieron las primeras pistas para dar con él.
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Pablo Escobar compró, a través de un testaferro, la casa de la calle 79A # 45D-94, en el sector de Los Olivos, un barrio de clase media cerca del estadio Atanasio Girardot. Su escondite hasta el día en el que cayó.
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Mientras que la familia de Escobar viajaba a Alemania a buscar asilo (condición que el capo puso para entregarse), en la Casa de Nariño se celebró una cumbre de emergencia: el gobierno sospechaba de que el ‘capo’ buscaba ganar tiempo para reactivar su aparato terrorista.
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La desesperación de Escobar llegó al máximo cuando las autoridades alemanas les negaron la entrada a ese país a su esposa e hijos. Sería el último intento que el jefe del cartel de Medellín haría por ubicar a su familia en un lugar seguro.
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A las 7:17 de la noche, casi 47 horas después de haber abandonado el país en un avión de Lufthansa hacia Frankfurt (Alemania), María Victoria Henao y sus hijos, Manuela y Juan Pablo Escobar, regresaron a Colombia. El gobierno los hospedó en Residencias Tequendama y quedaron bajo protección de la Policía, algo que indignó a los colombianos.
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Ante el hecho de que su familia estuviese protegida por la Policía,institución de la que el narco fue verdugo, el capo se descontroló y llamó seis veces a Residencias Tequendama. Las primeras conversaciones duraron pocos segundos y sus familiares lo felicitaron por su cumpleaños -que sería al día siguiente-. El narcotraficante le pidió a su hijo que buscara un país donde asilarse. También se refirió al suceso de Alemania como una trampa del gobierno y del fiscal Gustavo De Greiff.
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A la vez que Escobar hablaba con sus familiares, uno de sus lugartenientes, para despistar, llamaba a algunos medios de comunicación haciéndose pasar por su patrón. Una estrategia comúnmente utilizada por el cartel, pero el Bloque de Búsqueda no cayó en ella.
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El Bloque de Búsqueda rastrea una pista contundente: una seguidilla de llamadas que Escobar hizo desde las 1:37 p.m. en las que se identificaba como un periodista que quería entrevistar a Juan Pablo Escobar. El capo fracasó en los primeros dos intentos de comunicarse pero al tercero, lo logró.
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Escobar se comunicó con su esposa y su hijo durante 2 minutos y 25 segundos, suficiente para que la Policía rastreara la llamada. Esta vez, la satisfacción de que Juan Pablo le contara que el presidente salvadoreño Alfredo Cristiani -que por esos días estaba de visita en Colombia- había abierto la posibilidad de recibirlos en El Salvador, desconcentró al jefe del cartel y lo hizo cometer el error que conduciría a su muerte.
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En los sótanos de la escuela Carlos Holguín, la sede el Bloque de Búsqueda en Medellín, una joven oficial de la Policía notificó a su superior que esta vez habían logrado ubicar de manera casi exacta la ubicación del lugar de donde salía la llamada de Escobar e inició el operativo. Los 17 mejores hombres de la organización -sin helicópteros ni mucha parafernalia- salieron en busca del narcotraficante.
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Tres furgones del Bloque de Búsqueda llegaron al sector de Los Olivos por tres rutas diferentes, mientras que, desde una camioneta color crema, los encargados de rastrear la llamada confirmaron la dirección de donde esta provenía: la casa que 15 días antes el capo había comprado.
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El narcotraficante comenzó a oír ruidos afuera de la casa y le pidió ‘El Limón’, el hombre que lo cuidaba, que se asomara a la ventana. Justo en ese momento los hombres del Bloque de Búsqueda se acercaban a la puerta. ‘El Limón’ salió a la calle a disparar para distraer a la Policía mientras Escobar trataba de escapar por detrás de la casa. Sin embargo, fue abatido en el intento.
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Luego de haber saltado desde una ventana del segundo piso hacia el tejado de la casa vecina, el jefe del cartel de Medellín se encontró con dos hombres del Bloque y comenzó a disparar. Disparó 12 de las 13 balas que tenía su pistola Sig Sauer (9 mm). Al tiempo, tres tiros entraron en su cabeza, dos en su pierna derecha, una en el muslo izquierdo y otra en la cadera.
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Dos teléfonos de la oficina del entonces ministro de Defensa Rafael Pardo sonaron al tiempo. En uno de ellos el general Octavio Vargas Silva, subdirector de la Policía Nacional, le dijo: “Cayó Escobar, me acaban de llamar desde Medellín”. Por la otra línea, el comandante del Ejército, general Hernán José Guzmán, le dio la misma noticia. Personas que lo conocían ya habían reconocido que era Escobar, solo faltaba cotejar las huellas dactilares.
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El presidente César Gaviria, que estaba en un breve descanso en la casa privada del Palacio de Nariño, contestó la llamada en que Rafael Pardo le comunicaba la información que había recibido la Policía y donde le advertía que, máximo, en 10 minutos habría una confirmación.
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RCN publicó la noticia y esta comenzó a viralizarse. En Washington, el presidente Clinton concluyó una reunión y pidió a su equipo preparar un mensaje para el presidente de Colombia. Las principales cadenas de televisión interrumpieron la señal para dar la noticia. Y, finalmente, César Gaviria, a las 6 de la tarde, dio el parte de victoria en una alocución.
18 de noviembre
Comienza el fin
27 de noviembre
Dudas del gobierno
28 de noviembre
Desesperado por su familia
Devueltos de Alemania
29 de noviembre
29 de noviembre
Llamadas delatoras
29 de noviembre
Pista falsa
2 de diciembre - 1:37 p.m.
En contacto con su hijo
2 de diciembre - minutos después
Su gran error
2 de diciembre - 1:45 p.m.
Inicia el operativo
2 de diciembre - 2:35 p.m.
La encerrona
2 de diciembre - minutos después
Cae ‘El Limón’
2 de diciembre - 2:50 p.m.
Fin de la pesadilla
2 de diciembre -2:55 p.m.
2 de diciembre - 3:00 p.m.
2 de diciembre - 3:10 p.m.
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Director de Noticias Caracol
Directora de Los informantes,
de Caracol TV
Periodista judicial
Jefe de redacción de El Espectador
El dos de diciembre de 1993, acababa de llegar de Medellín, precisamente de hacer un turno de “guardia”, ante la inminente caída del capo del cartel. Había tomado la decisión de renunciar a mi trabajo como reportero del noticiero CM&, para trabajar en una empresa de comunicaciones, simplemente porque me pagaban más. Ese día arrancaba en “mi nuevo trabajo”. Cuando estaba entrando a la oficina del que sería mi nuevo jefe, escuché el extra de Caracol Radio, que anunciaba que había sido abatido Pablo Escobar. Por instinto, salí despavorido corriendo hacia CM&, en donde se supone que ya no tenía puesto. Sin mediar palabra, me puse a correr y a ayudar en la transmisión hasta pasadas las diez de la noche. A esa hora Yamid Amat, el director del noticiero, me preguntó: “¿Usted no se había ido?’” y le dije que no, que la muerte de Escobar me había salvado de cometer el peor error que estuve a punto de cometer en mi vida: alejarme del periodismo.
Mis jefes -la directora del Noticiero 24 Horas, María Isabel Rueda, y el gerente, Sergio Arboleda- recibieron un mensaje de Pablo Escobar Gaviria diciendo que quería que alguna de las llamadas Arango, como nos decían en esa época cuando presentábamos el noticiero Adriana Arango y yo, sirviéramos de garante, como en el pasado había sido el padre García Herreros, para que el narcotraficante se volviera a entregar a la justicia. Adriana estaba embarazada y yo, ingenua y con el sueño de una chiva mundial, acepté y muy rápidamente viajé a Medellín.
Las pistas eran pocas pero definitivas: nos indicaron el hotel en el que debíamos alojarnos y tenía que viajar con una gorra, gafas oscuras y un par de tenis. Por mi seguridad no me mandaron sola e iba con Carlos Julio Betancur (gran reportero, amigo y paisa…por si acaso) y el camarógrafo Juan Carlos Sánchez (qepd).
Aterrizamos el 29 de noviembre de 1993 en el aeropuerto Olaya Herrera y nos reunimos con dos de los lugartenientes (eso dijeron ser) de Escobar en la piscina del hotel, y después de unos aguardientes y un par de horas, nos empezaron a llevar por distintos bares y casas del sector occidental de Medellín, siempre a la espera de la llamada del Patrón.
Todo iba bien, ya habíamos entrado un poco más en confianza con nuestros anfitriones, cuando reventó la noticia de que Alemania había impedido el ingreso de la familia del capo y de que el vuelo de Lufthansa con la esposa y los hijos de Pablo Escobar llegaría pronto de regreso al país. Un hecho que, por supuesto, cambió todo el panorama para él y para nosotros.
Pablo Escobar estaba desesperado, iracundo y sobretodo indignado con la noticia. Estaba obsesionado con que su familia estuviera protegida, lejos y a salvo. Los muchachos se pusieron nerviosos, entraban y salían y hablaban por teléfono (no había celulares. Los llamaban a un fijo) y nos seguían cambiando y paseando por la ciudad... anduvimos por la 33, por la avenida 80, por la Castellana, Los Olivos y ya clareando la mañana, asustados y muy cansados, nos dijeron que la cita había quedado aplazada hasta nueva orden.
Recuerdo que para demostrarnos seriedad, nos pasaron frente a una casa y nos dijeron que ahí estaba Pablo, pero que no era momento para entregas ni reuniones con la prensa. Nos dejaron en el hotel y muy rápidamente nos bañamos y decidimos regresar a Bogotá. La ciudad estaba caliente y el ambiente, muy pesado. Era peligroso seguir esperando.
El 2 de diciembre, tres días después de semejante noche, ya en Bogotá y sin ninguna noticia del capo, un extra anunció que Escobar había muerto mientras trataba de escapar sobre un techo de una casa de dos pisos en una casa en Medellín.
La misma por la que pasamos delante solo tres días antes.
Lo único cierto es que nunca supimos quiénes fueron los hombres con los que pasamos en vela, de tango en tango, cigarrillo y aguardiente. Una noche completa esperando una chiva que jamás llegó.
Ese día estaba en la redacción de la revista Cambio y, junto con los otros periodistas, habíamos almorzado muy rápido. Ya sabíamos que el Bloque de Búsqueda estaba cerca de dar con Pablo Escobar porque las fuentes estaban más ansiosas de lo normal. Nos llamaban al conmutador de la revista para alertarnos de que en cualquier momento esperábamos la noticia. Por supuesto, no nos podíamos concentrar en nada distinto.
Daba vueltas por la revista. Hablábamos entre nosotros. Imaginábamos cómo íbamos a titular, qué foto pondríamos. En fin, el frenesí se iba apoderando de nosotros. Yo tenía una fuente muy acertada y confiaba que apenas se produjera la noticia me iba a llamar. Intenté comunicarme una y mil veces ese día con él y nada. Ni mensajes ni nada. Ya iban a ser las dos de la tarde cuando entró la llamada a la extensión de mi escritorio. No voy a negar que ese día la adrenalina hizo de las suyas y me pegaba a la radio por si echaban el extra y nada. Levanté el teléfono a millón y al otro lado mi fuente, a quien parecía que el corazón se le iba a salir, me dijo: ‘listoooooo, dado de baja’ y pum, me colgó el teléfono. Me fui corriendo a donde mi jefe a contarle y supimos en ese momento, todos, que era una de las noticias más importantes que podíamos haber dado. Hoy lo sigo pensando. Creo que pasé sin dormir toda la semana siguiente buscando datos, detalles, información y aún hoy, 25 años después, siguen apareciendo historias inéditas sobre la vida y muerte del capo. Este hecho nos hizo reporteros de verdad-verdad a muchos, aunque hayamos tenido que cubrir sobre tanta sangre y ver tanto, pero tanto dolor y miseria ocasionada por Pablo Emilio Escobar Gaviria.
Ese jueves, cuando la radio dio la noticia, empezó el revuelo de cambiar el periódico. Con la coordinación del editor judicial, Luis de Castro, se acordaron enfoques, se distribuyeron tareas y, con aportes de otras secciones, la edición quedó lista en un par de horas. "Y cayó Escobar" fue el título de primera página y el énfasis de la edición fue recordar a las víctimas, entre ellas, el director del diario Guillermo Cano. Al día siguiente, el sinsabor fue la foto exclusiva de El Tiempo de media página en primera, pero había que pensar en sábado y domingo. Mi nota firmada fue “Catálogo de forajidos” para referenciar que Escobar entraba de primero a la lista de maleantes tan taquilleros como depredadores. Efraín González, ‘Desquite’, ‘Sangrenegra’, ‘Chispas’, ‘El Cóndor’, ‘El Ganzo’ Ariza. La lista es larga.
Medios nacionales e internacionales dedicaron su portada a la muerte de Escobar. Incluso algunos publicaron ediciones extraordinarias.