La ilusión aplastada

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En Praga, los estudiantes y los intelectuales aprovecharon la apertura del gobierno comunista para soñar con el fin de ese sistema. Fracasaron, pero dejaron la semilla de la revolución de terciopelo, 21 años después.
- Por Mauricio Sáenz.

El Imperio Soviético también sintió el terremoto político y social que estremeció al mundo en 1968. El tremor se presentó en Checoslovaquia, uno de los países más importantes de ese bloque, en la forma de un movimiento que intentó reformar el comunismo desde adentro, pero murió bajo las orugas de los tanques del Pacto de Varsovia. Alexander Dubcek, su líder, dijo después que era posible aplastar las flores, pero no la primavera. Y tenía razón. Algo más de 20 años después, bastó una “revolución de terciopelo” para sacar definitivamente a los soviéticos. Porque la Primavera de Praga había puesto en evidencia que el gigante tenía pies de barro.

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En las calles,la situación osciló entre la extrema violencia (hubo más de 70 muertos) y las discusiones políticas.

Dubcek había pasado muchos años en la Unión Soviética y era un consentido de la dirigencia de Moscú. Por eso a nadie en el Kremlin de Brezhnev y Kosygin le molestó que tomara el poder el 5 de enero de 1968, cuando las tensiones en el Partido Comunista de Checoslovaquia obligaron a enunciar al secretario general, Antonin Novotny.

Armado con el poder que daba ser el nuevo jefe del Partido Comunista local, el dirigente amplió las reformas económicas que se habían iniciado el año anterior. Y el 5 de abril publicó el ‘Programa de acción’ que, entre otras cosas, aflojaba la censura de prensa, cambiaba el énfasis productivo de insumos industriales a bienes de consumo, planteaba la competencia entre las empresas, abría el debate político a partidos distintos del comunista y reorganizaba el país como una república federal, en la que los sectores checo y eslovaco quedaban en pie de igualdad. El documento se definía como un “experimento único hacia el comunismo democrático” y planteaba un proceso de apertura a 10 años. Era, en suma, el programa para un “socialismo con rostro humano”.

Dubcek entreabrió la puerta de las transformaciones, y los checos se colaron en tropel. Con cada día que pasaba, la prensa mostraba mayor independencia y proliferaban las críticas al sistema soviético. Pero en Moscú y otras capitales comunistas, los jerarcas de la burocracia comunista miraban con horror lo que estaba sucediendo y temían que el virus se contagiara a otros países. En su singular retórica, el gobierno soviético llamaba “fuerzas de la reacción, que luchan por restablecer el sistema burgués” a los intelectuales y estudiantes que se manifestaban en la calle.

El 27 de junio apareció un crucial manifiesto redactado por el escritor Ludvik Vaculik y firmado por decenas de reformistas, incluidos algunos del Comité Central del Partido. Este documento, conocido como el ‘Manifiesto de las Dos Mil Palabras’, iba mucho más lejos que el Programa de Acción de Dubcek, pues exigía, entre otras cosas, la democratización inmediata y el restablecimiento del Partido Social Demócrata.

Aunque Dubcek y sus aliados, asustados por el giro que tomaban los hechos, rechazaron el documento, el Kremlin consideró que era la gota que faltaba. Reunidos en Varsovia, los partidos de la Unión Soviética, Hungría, Polonia, Bulgaria y Alemania Oriental, declararon que “los hechos de Checoslovaquia ponen en peligro los intereses vitales de los demás países socialistas”. Entre el 29 de junio y el primero de agosto hubo negociaciones entre ese grupo de países y el comité checo. Dubcek defendió las reformas con el argumento de que lejos de hacer peligrar la primacía del partido, le traerían mayor apoyo popular. Y aseguró a sus colegas que ninguna de sus medidas iba contra el comunismo, ni contra la permanencia de Checoslovaquia en el Pacto de Varsovia y en el Consejo de Ayuda Económica (Came), el órgano que controlaba las economías del bloque.

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Muchos soldados del Pacto de Varsovia no sabían a qué iban a Praga, y estaban a favor de las reformas.

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Los medios de comunicación jugaron un papel crucial para movilizar las protestas

Pero no logró convencerlos, y en la noche del 20 de agosto, unos 500.000 soldados de esos cinco países entraron al país con varias divisiones de tanques. Dubcek ordenó a sus tropas permanecer en sus cuarteles, mientras pedía a la gente abstenerse de resistir. Tanto él como sus compañeros del Comité Central fueron arrestados y conducidos a Moscú. Mientras tanto, las plazas de Praga eran escenarios de discusiones entre los soldados y los manifestantes, pero también de episodios de violencia que dejaron como saldo unos 70 muertos y varios centenares de heridos. El 27 de agosto los líderes regresaron y pronto demostraron haber aprendido la lección. Una a una, reversaron las reformas. Dubcek permanecería nominalmente en su puesto hasta abril del año siguiente, cuando fue reemplazado por Gustav Husak. La Primavera de Praga había terminado.

Era posible aplastar las flores, pero no la primavera, diría Dubcek.

Si los checos resistieron, fue a pesar de sus líderes. Tanto, que el muerto más famoso fue el estudiante Jan Palach, quien en 1969 se encendió fuego para protestar por esa indiferencia. Los checos no recuerdan con especial emoción la Primavera de Praga, porque sienten que su dirigencia los traicionó. Varias decenas de miles de ellos emigraron decepcionados.

Es que supieron muy tarde que el movimiento promovido desde arriba no quería cambiar el sistema ni reemplazar la elite burocrática que dominaba al país. Incluso Dubcek, un personaje anodino, ni siquiera formaba parte de los reformistas más radicales y había sido un candidato de transacción. Lo que en realidad pretendía era atacar los males de la economía checoeslovaca, que llevaba años en picada. En efecto, ese país era uno de los pocos que ya estaban industrializados antes de caer bajo la égida soviética, en 1948. Por eso, su aparato productivo fue el que más sufrió cuando fue ajustado a la división internacional del trabajo impuesta desde Moscú para sus satélites a través del Came.

En ese momento el desenlace pareció favorecer a la Unión Soviética y su bloque comunista, cuya unidad prevaleció. Sin embargo, la invasión a Checoslovaquia le quitó a Moscú el apoyo de los partidos comunistas de Europa Occidental y, sobre todo, mostró que el comunismo no era reformable desde adentro. De hecho, hoy se considera a la Primavera de Praga el antecedente remoto de la “revolución de terciopelo” que, 21 años más tarde, contribuyó al derrumbe del bloque comunista.

Ese intento por remover las estructuras sin cambiarlas ni entregar el poder, por lo visto no impresionó a Mijail Gorbachev, quien años más tarde, al frente de la Unión Soviética, lo repitió con la perestroika y el glasnost. Gorbachev declaró en 1998 que, como él, Dubcek carecía del beneficio de la experiencia, pues su experimento no tenía antecedentes que sirvieran como guía. Como él, había sido arrastrado por la historia.

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Alexander Dubcek (de sombrero) al bajar del avión de regreso de Moscú el 27 de agosto. Ya había renegado de sus reformas y pronto fueron derogadas. El primero de mayo (derecha), una gigantesca manifestación había apoyado el proceso. En la foto, el Comité Central del Partido Comunista al frente de las celebraciones. La emoción duraría sólo unos meses.

* Editor de Mundo de SEMANA.
**Este artículo fue publicado en mayo de 2008 en la revista Semana, cuando se cumplieron 40 años de Mayo del 68.

La imagen que resume una guerra. El 1 de febrero de 1968, Eddie Adams registró el momento en que un guerrillero del Vietcong es asesinado por el jefe de Policía de Saigón.

La guerra perdida

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El presidente Lyndon Johnson dio el primer paso para la larga retirada de Estados Unidos de ese país del sureste asiático.
- Por Juan Carlos Iragorri*

Hay fechas clave en los conflictos bélicos y 1968 no fue la excepción. Ese año resultó decisivo en la guerra de Vietnam y constituyó un auténtico punto de quiebre en lo que vino después en el sureste asiático. Se produjo el 31 de marzo, cuando el presidente de Estados Unidos, Lyndon Johnson, anunció que iba a suspender los bombardeos en Vietnam del Norte y que no pensaba luchar por la candidatura del partido demócrata y ser reelegido en noviembre para continuar en la Casa Blanca.

El segundo anuncio tenía mucho qué ver con el primero. Como dice el profesor de Oxford John M. Roberts, en su Historia Penguin del Siglo XX, “Johnson había llegado a la conclusión de que Estados Unidos no podía ganar la guerra, por lo cual restringió los bombardeos y les pidió a los vietnamitas del norte que se sentaran a la mesa de diálogo a negociar”. Si Johnson pensó que de ese modo podía quedar bien políticamente, se equivocó. Las elecciones de aquel 68 quedaron en manos de un viejo enemigo de los demócratas, el republicano Richard Nixon, y a la postre Estados Unidos salió de Vietnam con el rabo entre las piernas.

La ofensiva del Tet rompió el mito de que Estados Unidos estaba ganando la guerra.

La decisión de Johnson también estuvo influida por lo que ocurría en universidades como Berkeley en California y Columbia en Nueva York, cuyos campus hervían de manifestaciones pacifistas y en pro de los derechos civiles. La prensa ponía así mismo en entredicho la política del gobierno, y la opinión pública quedaba horrorizada al enterarse de que sus tropas habían perpetrado la muerte de casi medio millar de civiles vietnamitas en la matanza de My Lai. También estaba impactada por la ofensiva del Tet, que había sido emprendida por los norvietnamitas el 30 de enero de 1968. Fueron ataques coordinados por toda Vietnam del Sur que rompieron el mito de que Estados Unidos estaba ganando la guerra.

La guerra fue una de las peores pesadillas para Washington. El costo, en dinero, se calculó en 210.000 millones de dólares de la época, cifra que en plata de hoy sería seis veces mayor. Mucho peor fue el número de muertes: más de 56.000 soldados estadounidenses perdieron la vida. Para los vietnamitas, las cosas fueron aún más desastrosas. Los Ejércitos de ambos lados de Vietnam del Sur dejaron 200.000 víctimas mortales en el campo de batalla. La contraparte (las tropas de Vietnam del Norte y la guerrilla del Vietcong) se quedó sin 900.000 hombres. Aparte de eso, más de un millón de civiles de ambos bandos corrieron igual suerte. A Estados Unidos nunca le fue bien en Vietnam. Su participación en la guerra empezó cuando terminaban los 50, cuando el secretario de Estado, John Foster Dulles, respaldó al primer ministro de Vietnam del Sur, Ngo Dinh Diem, en su negativa a celebrar las elecciones junto con Vietnam del Norte previstas por los acuerdos de paz firmados en Ginebra en 1956. Sin embargo, el primer envío real de soldados (5000.000 hombres) sucedió en 1965, tras el ataque del Vietcong al destructor Maddox.

El ascenso de Nixon al poder en enero de 1969 produjo la primera retirada de soldados norteamericanos y el respaldo al acuerdo de paz suscrito en 1973. Washington quería salir con dignidad. No pudo. Los combates continuaron. Sin más alternativa sobre la mesa y consciente de que el futuro era negro, cortó de un tajo la ayuda a Vietnam del Sur y debilitó al gobierno de Saigón, que estaba al mando de Nguyen Van Thien y que dimitió el 21 de abril de 1975. Nueve días después fue la rendición oficial y un año más tarde, el 2 de julio de 1976, dos países se convirtieron en uno. Saigón fue rebautizada como Ciudad Ho Chi Minh, en honor a quien había dirigido el movimiento independentista contra Francia, y Hanoi se transformó en la capital de todo el territorio. El Norte había vencido.

La marcha a Washington en agosto de 1963 fue el momento culminante de Martin Luther King. Allí pronunció su famoso discurso ‘Tengo un sueño’.

Dos de sus mejores hijos

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Los asesinatos de Martin Luther King y Robert F. Kennedy sepultaron las ilusiones de millones de personas.
- Por Alfonso Cuéllar*

“Como cualquier persona, me gustaría tener una larga vida. Pero eso no me preocupa ahora. Sólo quiero hacer la voluntad de Dios. Y Él me permitió subir a la montaña. Y he mirado al otro lado. Y he visto la tierra prometida. Quizá no llegue con ustedes. Pero quiero que sepan esta noche, que nosotros, como un pueblo, ¡llegaremos a la tierra prometida!”. Menos de 24 horas después de pronunciar estas palabras, el 4 de abril de 1968, Martin Luther King caería asesinado en una fría noche en Memphis, por James Earl Ray, un hombre blanco racista y desencantado. A 617 kilómetros al norte, en Indianápolis, Robert F. Kennedy, precandidato demócrata se preparaba para dirigirse a una multitud compuesta mayoritariamente por ciudadanos afroamericanos. Al ser informado de la muerte del portaestandarte de los derechos civiles, desechó los consejos de sus asesores quienes recomendaban cancelar la manifestación y se dirigió a los asistentes: “Señoras y señores, sólo voy a hablarles por poco minutos. Les tengo una noticia muy triste. Martin Luther King fue asesinado esta noche”.

Murieron en la primavera de sus vidas. King tenía apenas 39 años; Kennedy, 42.

En uno de los discursos más cortos de su campaña, Kennedy invitó a la muchedumbre a no dejarse tentar por la venganza y el odio y en cambio, acoger el mensaje de amor y solidaridad de King. Lo escucharon esa noche. Indianápolis fue la única ciudad grande en donde no hubo disturbios raciales. Pero los deseos de Kennedy de ayudar a Estados Unidos a romper esas barreras y divisiones resultaron efímeros. Dos meses después, en la cocina del Hotel Ambassador de Los Ángeles, lo esperaba Sirhan Sirhan, un palestino disgustado con el apoyo de Kennedy a Israel. Los disparos de Sirhan como los de James Earl Ray acabaron con las vidas de dos líderes que habían logrado simbolizar la esperanza, la ilusión de un mundo donde a punto de idealismo se podría cambiar la tozuda realidad. En ese año 1968, había confluido el sueño de King –“que mis cuatro pequeños hijos algún día vivirán en una nación donde no serán juzgados por el color de la piel, sino por el contenido de su carácter”– en la visión de Kennedy, “algunos hombres ven las cosas como son y se preguntan: ¿por qué? Yo sueño cosas que nunca existieron y me pregunto: ¿por qué no?”

La muerte les llegó a King y Kennedy en momentos diametralmente opuestos de sus vidas públicas. El defensor de los derechos civiles ya no era el de antes; su influencia entre la comunidad afroamericana iba en declive. Cada día menos creían en su discurso pacifista; en cambio, muchosjóvenes negros abogaban por soluciones radicales. Es diciente que su asesinato generó las reacciones violentas que tanto quiso evitar King en vida.

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Robert F. Kennedy, que logró su mayor apoyo popular durante la campaña presidencial de 1968, fue asesinado momentos después de realizar su discurso de victoria -en las primarias de California- a la madrugada del 5 de junio de ese año.

Robert F. ‘Bobby’ Kennedy, mientras tanto, había podido por fin irrumpir de la sombra de su hermano presidente, John, y de su controvertido pasado como impulsor del macartismo en los años 50 y como el ideólogo de los esfuerzos non sanctos de la administración Kennedy por tumbar a Fidel Castro. En su últimos meses en este mundo, se transformó en el adalid de los desprotegidos –los negros, los hispanos, los pobres blancos– en su frenética campaña por la Presidencia.

Ese año, Estados Unidos se quedó sin dos de sus mejores hijos. King, un pastor negro bautista del sur más sur de Estados Unidos, quien es recordado como uno de los hombres excepcionales de lahistoria de la humanidad. Y Bobby, un integrante de una de las familias más privilegiadas y poderosas, quien terminó como el vocero de un extraordinario movimiento de masas, casi revolucionario en sus aspiraciones de crear una nueva, más igualitaria sociedad.

Dos hombres que increíblemente murieron en la primavera de su existencia. Martin Luther King apenas tenía 39 años; Robert Kennedy, 42. Si James Earl Ray no hubiera hecho realidad la pesadilla de un hombre matando a otro por un odio racial irracional y si Sirhan Sirhan no hubiera inaugurado el terrorismo como método de lucha de los palestinos, tal vez King y Bobby no serían tan recordados –el martirio crece a las víctimas–, pero Estados Unidos y el mundo habrían disfrutado de sus enseñanzas y ejemplo muchos años más. Y no tendríamos que contentarnos con leer y releer sus discursos y preguntarnos una y otra vez sobre lo que pudo ser.

* Editor jefe de SEMANA
**Este artículo fue publicado en mayo de 2008 en la revista Semana, cuando se cumplieron 40 años de Mayo del 68.

Nunca se sabrá con certeza cuántos muertos hubo en la masacre, algunos calculan un número cercano a 300.

La matanza impune

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El escritor mexicano recuerda la masacre de Tlatelolco y analiza el impacto de los hechos del 2 de octubre de ese año.
- Por Carlos Monsiváis*

Es difícil, a los 40 años de ocurrido el movimiento estudiantil de México en 1968, dar una idea mínima de su trascendencia. Desde entonces, aunque no corresponda exactamente a la fuerza de estas movilizaciones, tiende a identificársele por la matanza del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco. Esto es justo pero parcial; pone de lado el surgimiento de esta hazaña de masas, la decisión de no permitir represiones a cargo de la Policía, la defensa de la autonomía universitaria, e ignora el modo en que ese año marcó la voluntad democrática hasta entonces arrinconada. Sin embargo, centrar el 68 en la matanza de Tlatelolco no es de modo alguno inexacto.

El mitin en la Unidad Habitacional Nonoalco-Tlatelolco ocurre al cabo de una etapa de reiteraciones y desgaste del Movimiento. Parece un acto más en el que hay 5.000 ó 6.000 asistentes con el ánimo suficiente para que no se note el desánimo.

En el tercer piso del edificio Chihuahua, el tema recurrente es el reclamo del diálogo, menospreciado por el gobierno que nada más admite la rendición. Llegan personas no identificadas con un pañuelo o un guante blanco en la mano izquierda. Se concentran en escaleras, pasillos y entradas. A las 6:10 de la tarde, se disparan desde un helicóptero dos bengalas verdes. Sin otro aviso que el ruido de las botas, entran miles de soldados.

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Hubo casi 2.000 detenidos.

El propósito de la incursión militar es arrestar a los integrantes del Consejo Nacional de Huelga y acabar con un “foco subversivo” 10 días antes del inicio de los Juegos Olímpicos. Pero un elemento inesperado radicaliza la operación. Desde el Chihuahua y otros edificios intervienen los francotiradores. Se vuelve incontenible el fuego y en el tercer piso, se oye una voz desconcertada: “¡No corran compañeros. Es una provocación!”. Luego, el Batallón Olimpia detiene a quienes están en el Chihuahua.

Los participantes están desarmados, salvo cinco o seis aventureros. Jamás se sabrá el número de muertos. Tal vez 250, quizá 350. Dos mil personas trasladadas de la Plaza de las Tres Culturas a las cárceles. El fuego cesa tras unos 30 minutos y los soldados registran a los detenidos junto a la iglesia. Los periodistas notifican de los cadáveres en los anfiteatros. El secretario de la Defensa del gobierno de Díaz Ordaz, general Marcelino García Barragán, explica escuetamente: “Como era sabido, durante la tarde (los estudiantes) realizarían un mitin y una manifestación a Santo Tomás en donde se pediría a las fuerzas del Ejército desalojaran el Casco, por lo que se ordenó un dispositivo para evitar que del mitin fueran a este lugar… El Ejército intervino en Tlatelolco, a petición de la Policía para sofocar un tiroteo entre dos grupos de estudiantes”.

La historia, madrastra desmemoriada

¿En qué medida deben agradecérsele al 68 los cambios positivos de estos 40 años? Cierto, la lucha por los derechos humanos es una conquista irreversible, y el proyecto del Consejo Nacional de Huelga, que apenas se esbozó en 1968, tiene que ver con los avances de la pluralidad. Es innegable la deuda con el Movimiento Estudiantil.

A las evidencias cuantiosas se opuso la mentira coaligada del aparato judicial, de muchos medios, del PRI y el temor. Desde hace 30 años, especialmente a partir de La noche de Tlatelolco de Elena Poniatowska, la verdad social y testimonial se ha enfrentado, victoriosamente, a la versión oficial. Pero el testimonio del general García Barragán y los documentos de su archivo forman por fin un panorama coherente en el sentido de la integración de las versiones. Por fin, así sea de modo ceñido, disponemos de las dos perspectivas, y corroboramos la visión estudiantil.

A la falsa alarma sucede la verdadera represión; al atropello feroz responde la organización cívica; para someter a la causa estudiantil se reprime y se calumnia, sembrando falsas alarmas. Al final del proceso, está la matanza de Tlatelolco.

* Periodista, ensayista, cronista y narrador mexicano. Ganador del premio Juan Rulfo en 2006.
**Este artículo fue publicado en mayo de 2008 en la revista Semana, cuando se cumplieron 40 años de Mayo del 68.

Las paredes gritan

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Este año y su víspera dejaron graffitis, frases y sentencias para la historia. SEMANA consultó a escritores, historiadores, académicos y periodistas para saber qué tanto quedó de esas ideas.

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“Prohibido prohibir”. Grafiti en la Sorbona

Por Pablo Montoya
Escritor. Autor de La escuela de música y Tríptico de la infamia, entre otros.

Mayo del 68 tuvo el impulso de toda utopía: transformar un mundo. Su frescura nació del descontento de la clase trabajadora y de los jóvenes estudiantes franceses. Pero como toda utopía, sus deseos de libertad se vieron limitados por un proyecto armamentista. No hay nada más prohibitivo y reprensor que las instancias militares. Y Francia, la de nuestros días, funda gran parte de su economía en la venta de armas y en el lobby nuclear. De ahí que su célebre consigna de libertad, fraternidad e igualdad haya estado siempre tan empantanada. Pero aquellos jóvenes rebeldes que estamparon en las paredes su deseo de prohibir la prohibición creían que era posible conformar un orden de cosas más libertario. Y se creyó por unos días, acaso por unos meses, quizá por unos años, tal vez muchos lo sigan creyendo todavía, que el alto destino de la humanidad sea la vitalísima libertad que acomete contra todas las intimidaciones.

“Inventen nuevas perversiones sexuales”. Eslogan de la época

Por Florence Thomas
Reconocida femininista en Colombia. Psicóloga con magíster en Psicología Social de la Universidad de París.

Fueron los muros de París los actores de esta primavera caliente que es Mayo del 68; fueron los verdaderos actores de lo que cambiaría poco a poco para toda la sociedad francesa. Los grafitis fueron borrados pero sus huellas para la vida de las y los franceses fueron definitivas. En los 10 años siguientes 1968-1978, las mujeres aprendieron que “Le droit de vivre ne se mendie pas, il se prend” (el derecho de vivir no se mendiga, se toma). Y lo tomaron. La píldora anticonceptiva cambiaría sus vidas de manera definitiva, sus relaciones con los hombres también. En 1975, el aborto se legaliza sobre simple demanda de una mujer; en 10 años, recuperarían sus cuerpos que habían sido usurpados por una feroz cultura patriarcal, recuperarían una sexualidad gozosa que me hace pensar en otro grafiti en los muros de la universidad de Nanterre que dice “Inventez de nouvelles perversions sexuelles” (Inventen nuevas perversiones sexuales) o “faites l´amour et recommencez” (hagan el amor y vuelvan a hacerlo). Y sí, aparecen nuevas palabras para el diccionario femenino: sexualidad, derechos sexuales y reproductivos, anticoncepción, aborto y amor libre entre muchas otras… Todo lo que viviría unas 20 o 30 años más tarde Colombia…

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“La imaginación al poder”. Grafiti en La Sorbona

Por Juan Carlos Flórez
Historiador y concejal de Bogotá.

50 años después de los disturbios de 1968 va quedando claro que aquellos acontecimientos fueron inflados por los medios y por el autobombo de algunos de sus líderes. Para comparar, piensen ustedes en todas esas primaveras árabes que aparecían hace unos años en los titulares de los medios globales y de las que poquísimo queda hoy. Nada de fondo se transformó en la sociedad francesa y los protagonistas de aquellos días se convirtieron después en burócratas, escritores o empresarios, que engrosaron el sistema que tanto habían criticado. Por eso el grafiti sobre la imaginación al poder fue un grito sin consecuencias. Hoy no hay lugar más árido para la imaginación que el poder y los mayistas fortalecieron el poder, no lo socavaron.

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“La cultura es la inversión de la vida”. Grafiti en las calles de París.

Por Juan David Correa
Director editorial del Grupo Planeta para el área andina

La cultura está ahí para subvertir el orden habitual de los elementos. El verdadero arte y el pensamiento siempre son incómodos y no deben, en ningún caso, servir a los intereses del poder. Esa idea del situacionismo: radicalizar y propender por una cultura capaz de invertir el orden es uno de los grandes legados de Mayo del 68. La cultura se ha usado, a lo largo de la historia, para apoltronarse, burocratizarse y para que el poder se sienta protegido. Nada más lejos de ella: la cultura debe servir para derrocar lo establecido, para ver la realidad con otros ojos y no con los que nos dicta la comodidad de la vida burguesa. Eso que parece hoy un sueño, quizás merece ser pensado de nuevo: la cultura es crear y toda creación implica un cierto grado de incomodidad.

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“¿Por qué deberían pedirme que me ponga un uniforme, irme a diez mil millas de mi casa y lanzar bombas y balas sobre gente parda en Vietnam mientras que los llamados negros en Louisville son tratados como perros y se les niegan los derechos humanos simples?”

Por Sandra Borda
Decana de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Jorge Tadeo Lozano

Esta frase de Muhammad Ali es un ícono de la resistencia civil estadounidense a la Guerra en Vietnam. Ali se negó a ponerse el uniforme, se negó a pelear la guerra y a convertirse en una herramienta de la dominación y la discriminación de la que su propia raza aún hoy sigue siendo víctima. Se negó a transitar a la fuerza de víctima a victimario y pagó un alto precio por ello. Se negó, como muchos otros, a comprar el discurso patriotero que prometía un mundo libre de comunismo pero no libre de la arbitrariedad y el unilateralismo estadounidense. Solo hasta la intervención de George Bush (hijo) en Irak, la sociedad civil estadounidense y global volvió a organizarse y manifestarse en contra de la guerra. En ambas ocasiones los llamados fueron desatendidos, ambas guerras estuvieron más cerca de perderse que de ganarse y el daño infligido así como la desolación dejados atrás escasamente permanecen en nuestra memoria hoy.

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“Mayo del 68 es un complot de zoquetes”, Georges Marchais, secretario del Partido Comunista Francés en la época.

Por Mauricio Sáenz
Jefe de redacción de SEMANA

La frase de Marchais resultó profética. Los jóvenes pequeñoburgueses que salieron a protestar por una reforma educativa terminaron convertidos en idiotas útiles. Los usó un establecimiento económico-político que quería destruir el Estado de bienestar que permitió a Europa cicatrizar las horribles heridas colectivas de la Segunda Guerra Mundial. Ellos creían que luchaban contra una sociedad opresiva, pero pasaron a la historia como heraldos del capitalismo salvaje y del individualismo consumista y posmoderno. Algunas cosas quedaron, como la liberación sexual y el empoderamiento de las mujeres, pero en su conjunto el balance es tan pobre que el despliegue mediático por sus 50 años parece sobredimensionado. La revolución nunca se produjo. Solo una serie de revueltas reaccionarias cuyos objetivos nunca fueron claros.