de personajes
Marta Gómez
Cantos dulces, acordes tristes
La voz de Marta Gómez ha sido descrita como “sublime”, “pura” y “exquisita”. Sin recurrir a mánagers o disqueras, vive para cantar, y canta para vivir.
Marta Gómez recuerda su vida sin el canto, e incluso las memorias más viejas de su familia la atan a la música. Le contaron que de niña tarareaba canciones para arrullarse hasta quedarse dormida, que por su voz fue la estudiante más joven en entrar al coro de Liceo Benalcázar de Cali, que nunca les dijo a sus padres que la llevaran a clase de música o que quería ser artista. Le dijeron que ella cantaba — y canta — porque era parte de ella, “porque tocaba”.
Lo que sí recuerda con claridad es el efecto que tiene su dulce voz en otros, y del que es testigo en sus presentaciones: “A mí me encanta ver a la gente llorando en un concierto porque yo he llorado escuchando a otros. Y llorar por ver a alguien cantar es una sensación hermosa. Es muy lindo ser tocado por algo tan raro como el arte”.
Marta recuerda que, en épocas de colegio, iba a la casa de la profesora de música junto a otras líderes del coro para aprender canciones como Tres hojitas madre. Luego tenían que enseñárselas a otros estudiantes hasta que llegaba el día de la presentación. El ritual se repitió hasta que su padre se radicó por trabajo en Bogotá y Marta tuvo que irse de Cali. La noticia no cayó bien pues justo cuando sentía que podía recorrer sola su ciudad, cargada de ritmos, sabores y colores, la distancia se lo iba a impedir.
Se mudaron un fin de semana, y ella no perdió tiempo. El primer lunes en la capital salió del colegio directo hacia los cursos de música de la Universidad Javeriana. Allá encontró un nuevo mundo. Empezó a compartir con personas que veían la música como una forma de vida y pasó de lo empírico a la academia. Llegaron así las notas y el estudio de músicos clásicos como Mozart y Beethoven. En la universidad formó la banda Eiti Leda, en honor a Charly García. Marta, el pianista de jazz Gabriel Guerrero, la cantante lírica Claudia Gremiery el saxofonista César Leal tocaban canciones como Rasguña las piedras cada tanto. Sandra Meluk, entonces directora de la Orquesta Filarmónica y a quien muchos le deben la disciplina de crear, los animaba para que tocaran propias composiciones en vivo.
Marta empezó a presentarse en bares a los 15 años, pues en ese tiempo estos lugares no estaban vetados para los menores de edad. Uno de sus predilectos era Cicronopido, por la carrera séptima con calle 45. “Las cosas han cambiado mucho —dijo Marta— No me imagino a una niña de 15 años en un bar ahora. Uno no tomaba ni nada. Los bares eran lugares para ir a ver poetas, a personas cantar, a conversar. Era algo bastante zanahoria”.
Graduada del colegio, fue a estudiar inglés seis meses a Canadá y, a su regreso tuvo que decidir. Pensó estudiar en la Javeriana, pero el enfoque era clásico y ella quería cantar música popular. Mientras barajaba opciones, vio una entrevista de Juan Luis Guerra en la que contaba que en Berklee había encontrado su identidad y su sonido. Aplicó para una beca y recibió media. Llegó a Boston en 1999, con 18 años.
“Me gustó que los profesores te tratan como un colega desde el inicio. Yo, como alumna, puedo atreverme a llamar a profesores para que toquen en mi grupo, por ejemplo. Me parecía lindo que algunas profesoras de canto se “rebajaran” a ser las coristas de unas chicas que a lo mejor no cantaban tan bien como ellas”.
En Berklee le permitían desarrollar cualquier género, de heavy metal a salsa. Los maestros piden una canción con piano y viento, por ejemplo, y dejan lo demás a la creatividad de los artistas. Marta Gómez empezó componiendo baladas, pero en Berklee se animó a cantar salsa, música brasileña, jazz, porro y folclor. Por esa época también compuso Confesión, un bambuco con el que ganó el premio de composición Alex Ulanowsky, antes de graduarse con honores en 2002.
Marta Gómez nunca ha pasado por una disquera. En su carrera ha gozado libertad de grabar y cantar con quien ha querido. Hace música al lado de sus amigos, esas personas con las que a veces toma vino, con las que habla por teléfono o con los puede pasar un rato agradable fuera de la tarima. Entre ellos están Piero, César López, Andrea Echeverry, Jorge Fandermole, y José Delgado.
Y si bien admira a sus amigos por sus talentos, como cualquier también tiene sus ídolos. “Gema Corredera siempre será mi voz favorita. Bueno, Mercedes Sosa y Gema Corredera”, dice. De otros cantantes será fan toda la vida, Liuba María Hevia, John Meyer, Jorge Drexler y Pedro Guerra.
A Julio Serna, su compañero de vida, lo conoció hace seis años en Nueva York. Él tenía un festival en Barcelona y la invitó a cantar. se hicieron amigos y después siguieron conversando de lejos. Se gustaron tanto que, finalmente, Marta decidió mudarse a Barcelona. No iba a extrañar la frialdad de la gente en Estados Unidos, y quería aprovechar para hacer una maestría en creación literaria. Al poco tiempo nació su hijo Alejandro, y Julio se convirtió en su manager. Ahora ambos viven del proyecto musical, tienen una vida sencilla y feliz.
A Marta le gustaría cantar con Jorge Drexler o con Residente. Si no se puede, de todas maneras está satisfecha con su vida. Disfruta que tanto ella como Julio se puedan dedicar a ser padres y vivir de lo que más les gusta, los viajes y la música. A principios de 2018 planea lanzar un disco de recopilación de canciones de dúos con Idan Rachel, José Delgado, Hugo Candelario y la gente que he conocido por el camino.
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La literatura y el cine son sus dos grandes fuentes de inspiración. Hizo un álbum en homenaje a García Lorca, una canción después de leer Paula de Isabell Allende, y tiene canciones que llevan el mismo nombre de películas, como Mar Adentro. Es probable que dentro de poco salga un disco a partir de Érase una mujer, un libro sobre relatos de mujeres a lo largo de la historia de la caleña Vera Carvajal. Ahora está leyendo Salir a la nieve del argentino Máximo Chehin.
Las canciones de Marta están llenas de nostalgia y dulzura. Estar lejos de personas que quería siempre la motivó para escribir. Estar afuera mientras en Colombia se avivaba la época de las bombas y secuestrados la lastimaba. Pero sentía que no podía llorar como quería, que el dolor no sería el mismo si estuviera en su tierra. Por eso, muchas de sus canciones hablan de la tristeza, del desarraigo y de la soledad. Pero a la vez son homenajes a la vida.
“Cuando volví a Colombia me di cuenta de que a pesar de todo la gente era muy alegre, entendí que los que más sufren no se quejan, que pueden perdonar, que siguen trabajando. Entonces quise cantarle a ellos”, dijo Marta. Aunque ama la ‘canción protesta’, no se animó a entonar acordes que tuvieran un ápice de violencia. Sin embargo, el componente social siempre ha estado presente en su trabajo y ha impulsado creaciones como Manos de mujeres, Imagino, Solo es vivir y Para la guerra, nada.
Esta última alcanzó una dimensión importante. La compuso en 2014 pensando en la guerra entre Israel y Palestina, pero muchas personas la han asumido como propia y, así, se convirtió en un himno de paz que ya tiene alrededor de 3.000 versos. Marta pensó en todo el esfuerzo y en todas las cosas que se usaban para la guerra, pero también en las personas que se dedicaban en aliviar el dolor. Pensó en cómo cosas sencillas como los barquitos de papel, un café o una ruana podrían significar tanto.
Aunque ha apoyado el proceso de paz del gobierno colombiano con las Farc, esto no le impide ver la situación preocupante que hay de fondo: “La paz es algo que no entendemos. Todo lo que está sucediendo en el mundo es consecuencia de nuestros actos. La guerra no es algo ajeno. Con el acuerdo de paz no se soluciona todo. ¿Cómo va a haber paz en un sistema de clases tan horrible como el colombiano? ¿Cómo va a haber paz cuando tratamos mal a la señora del servicio? ¿Cómo va a haber paz sin equidad social? ¿Cómo va a haber paz si el arte sigue siendo una materia de relleno en los colegios?”. Marta Gómez no cree que llegará a ver una paz total, pero no dejará de cantar para aquellos que hacen todo por conseguirla.