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Peter
Manjarrés

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Foto: cortesía Peter Manjarres

Con la bendición del Cacique

Estudió odontología pensando que le permitiría dedicarse a la música. Así fue, pero nunca creyó que llegaría tan lejos, ni que cantaría con Diomedes Díaz. Hoy es uno de los grandes exponentes vallenatos.

Peter Manjarrés soñó desde pequeño con ser médico. Con privarse del poco tiempo libre en su vida e invertirlo en algún quirófano o sala de urgencias, salvar vidas. Pero algo lo picó, dice que un bicho llamado música, de apellido vallenata.

De algo se siente seguro y orgulloso: es de los pocos artistas que defiende el vallenato que conserva su concepción base: alejado de la inevitable fusión que ha tenido con el género urbano. Y aunque a veces se le cuela algún sonido, en su amplio repertorio reina ese acordeón alegre, festivo, capaz de sacar melodías complicadas y largas.

“Lastimosamente muchos colegas se han ido por otro lado”, dice, como queriendo invitar a los cantantes de vallenato a regresar al origen, a esa fusión fundamental que descubrieron los juglares.

Cree que la internacionalización del vallenato no puede partir de fusionarlo con lo urbano. Y recuerda la primera bomba que pegó afuera: La gota fría de Carlos Vives (original de Emiliano Zuleta Baquero), que a pesar de ser una mezcla evidente, no perdía la filosofía del género que nació en su natal Valledupar.

Nunca pensó que sería famoso, mucho menos que se dedicaría de lleno a la música y a vivir de ella. Después de consultarlo con la almohada reconoció que la medicina le quitaría todo el tiempo del mundo. Y se metió a estudiar odontología. “La música me quita mucho tiempo. Hace mucho, en los tiempos de nuestros juglares no había tanta promoción ni tantos medios”, dice el músico vallenato.

Asegura que siempre ha sido organizado, y que de ahí nace su pasión por hacer las cosas bien. “Cuando llené mi primer concierto en Valledupar me dediqué a la música”.

En Bogotá tocaba en parrandas privadas o en algunos eventos sin mucho protagonismo. Pero en esa calle, en su ciudad natal, vendió toda la boletería y la gente coreaba. “Creo que Valledupar tiene algo. Somos sinceros, y a veces nos pasamos. Allá son muy exigentes con la música y tenía temor, pero el concierto fue… inolvidable. Cuando te aplauden 5.000 personas y te piden otra, es como una ovación divina. Ya llevo 18 años en esto y tengo un público que me quiere, y amo Colombia”.

Y ese amor, dice, lo demuestra no “descuidando” al país. Por más conciertos que haga afuera, siempre regresa. “Lo más difícil para mí fue sostenerme, es lo más duro porque puedes tener un éxito pero quién sabe si dos o más. Han entrado muchos géneros al país, hay mucho talento y mantenerse no es fácil y le doy gracias a Dios”.

Diomedes era un hombre difícil.

Y con el paso del tiempo y el éxito, Manjarrés tocó con muchos artistas y eso fue un milagro de Dios a su manera de ver. Una vez se encontraba grabando con un equipo de producción en Valledupar, y supo que en el mismo estudio trabajaba su ídolo Diomedes Díaz. Tentado, con los nervios que sacaron a flote el novato que tenía olvidado, le mandó a decir a su manager que si quería grabar una canción con él. “El martes voy”, le contestó diplomáticamente el cacique.

Pero nunca iba.

“Yo lo entendía y no me ponía tan triste porque yo sabía cómo era”, recuerda Peter. “Si él fallaba a conciertos, ¿por qué no me fallaba a mí? Pero seguía creyendo en él y en esa ilusión, ese sueño”.

Un día sonó el teléfono. “Vente para acá llega a las seis porque ese es el día que se pueden ver personalmente”. No llegó a las seis. Llegó a las cinco. Y el Peter Manjarrés artista se convirtió poco a poco en el Peter Manjarrés seguidor. “Tenía miedo de entrar porque él estaba grabando”. Entonces, desde adentro le decían que entrara pero su miedo lo paralizó y respondía que ingresaría cuando Diomedes lo autorizara . No iba a entrar “así como así”.

Esperó tres horas. Tenía un compromiso a las 7 p.m. pero ya eran las 8 y poco le importaba pues al frente tenía a su ídolo. “Dijo el Cacique que entres”, le avisó un muchacho que acompañaba a Diomedes. “Entonces yo entro, llego, me saluda y me da un abrazo y un beso. Lo vi como un padre”.

- Cacique, mi sueño es grabar con usted, con mucha pena no sé si se pueda...

- Después hablamos, la otra semana…

Y todo el mundo le vio la cara y se puso muy triste.

- No, pero cacique, es el sueño de Peter… - dijeron algunos de los seguidores que tomaban con Diomedes.

- Usted no tiene que darme a mí nada, yo no necesito dinero.

Lo convencieron. Entró a la cabina con Peter y empezó a sonar El vivo vive del bobo.

Y otro problema surgió. Cuando escuchó la canción “él dice que no puede grabar eso porque dice algo que de la mujer que no sé qué”. Diomedes se quitó los audífonos y se acercó a la puerta para irse lejos de Peter y del estudio. Cuando haló la manija se devolvió porque la cerradura estaba dañada.

Diomedes regresó a donde Peter y lo regañó: “¡Pásame esos audífonos y grabamos esa vaina!”… y la cantó tan bien que dejó a Manjarrés boquiabierto. Y todos aplaudían, y cuando terminó de grabar, ahí sí la puerta del estudio cedió. Ese día Peter Manjarrés siguió derecho y se quedó hasta las 7 de la mañana escuchando la canción. No lo creía. Era su voz en armonía con la de Diomedes.

El 22 de diciembre de 2013 Martín Elías estaba en tarima y de repente lo bajaron para darle la mala noticia. Y partió hacia Valledupar inmediatamente. Luego salió Peter Manjarrés, con el alma y el corazón quebrados.

“Y me tocó cantar sabiendo que Diomedes había muerto”.