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Parir en medio de la pandemia

Crónica: Paula Doria

Fotos: Karen Salamanca

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Mientras las unidades de cuidados intensivos se empiezan a llenar con casos críticos de covid-19, en las salas de parto cientos de mujeres están dando a luz nuevas vidas. Crónica en un hospital en el sur de Bogotá.

El 27 de abril, afuera del Hospital de Meissen, en el sur de Bogotá, no parecía que hubieran llegado las noticias del covid-19. Si no fuera porque todo el mundo usaba tapabocas, nadie se imaginaría que esa zona estaba en cuarentena. Varios locales abiertos, mucha gente transitaba por ahí e incluso vendedores informales ofrecían mango con sal y jugo de naranja natural.

En el hospital ha disminuido la cantidad de pacientes por accidentes leves, cirugías programadas o patologías diferentes al virus. Pero las salas de neonatos están llenas. Meissen es el hospital público materno infantil del sur de la ciudad. Allí nacen cerca de 600 bebés cada mes y en el tiempo de la pandemia han nacido 823. Con o sin coronavirus la vida se abre paso.

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Karen Martínez, de 18 años, depende de su madre, quien trabajaba haciendo oficio en casas, pero perdió su empleo.

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El hospital de Meissen no está atendiendo pacientes con covid-19. Quienes llegan con síntomas del virus son trasladados al Hospital del Tunal.

Muchas de las mujeres que llegan a Meissen ya tenían una situación difícil antes del coronavirus. Ahora todo es aún más incierto.En una habitación en la que se encuentran tres madres está Karen Rodríguez, de 18 años. Su cabellera negra le cubre la espalda. En sus brazos sostiene a la pequeña María Helena, nacida el 25 de abril. “Estaba nerviosa por el virus —dice —. No sabía si este hospital recibe pacientes con coronavirus y no quería contagiarme”. Se enteró de que iba a ser mamá en septiembre, cuando ya tenía tres meses de gestación. No estaba en sus planes ser madre, pero decidió continuar con el embarazo.

La madre de Karen, María Claudia, cuenta que cuando se enteró sintió mucha tristeza. “Mi hija acaba de terminar el bachillerato y yo quería que estudiara algo más. Antes de la cuarentena, trabajaba haciendo oficio en casas y pensaba que si ella estudiaba podríamos colaborarnos entre ambas… Pero ahora estoy muy feliz por mi nieta. Karen es mi única hija y es una felicidad tenerlas”.

Después de que se declaró la cuarentena, Karen y su madre se fueron a vivir donde una tía. Allá les llegó un mercado de la alcaldía, pero les preocupa el arriendo. Aunque pagan menos por ser familia y no las pueden desalojar, igual deben pagarlo y no tienen cómo.

“Tampoco hemos podido recibir las medicinas para controlar la epilepsia, algo de lo que mi hija y yo sufrimos”. Karen responde “yo creo que con la ayuda de Dios, todo sale bien”. Tiene la esperanza de convertirse en enfermera más adelante.

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Marcela y Weimar son padres de trillizos. No saben de dónde sacarán en dinero para leche, pañales y el arriendo.

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En Meissen nacen cerca de 600 bebés cada mes y en el tiempo de la pandemia han nacido 823.

En el cuarto de al lado hay otras tres mujeres que también acaban de parir. Una de ellas es Angie Méndez. Tiene 28 años y su hija Lauren nació el 24 de abril. Estaba tranquila en su casa cuando su placenta se desgarró y empezó a sangrar. Llamó a su esposo, Hawer Álvarez, quien cumplia con su función de policía en Teusaquillo. Él le pidió a una vecina del barrio que la llevara a Meissen.

“No tenía muchas ganas de venir al hospital porque me daba miedo el contagio. Pero ante la hemorragia, no me quedó de otra”, dice Angie.

Cuando la bebé nació y ella se despertó de la anestesia, se dio cuenta de que aún tenía el tapabocas y que los médicos no le permitieron cargar a su bebé, sino tiempo después. Los médicos, además de su traje quirúrgico, ahora por la crisis del coronavirus, usan gafas, tapabocas especiales y máscaras antifluidos para asistir los partos.

Hawer cuenta que quería entrar al parto, pero no lo dejaron. Aunque la OMS recomienda que un acompañante asista como apoyo emocional, por el covid-19, varios hospitales en el mundo han impedido el acompañamiento de familiares.

Angie y Hawer tampoco han registrado a la bebé porque hasta donde saben las notarías no tienen permitido todavía hacer este trabajo. Tampoco han podido comprar muchas cosas que necesita la bebé porque todo está cerrado. Entre las madres que dieron su testimonio en Meissen, Angie es la que puede estar más tranquila pues su esposo tiene trabajo. Las otras, además de temor al contagio sienten incertidumbre con respecto a su futuro.

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Gabriela y Ana Gabriela, como muchas otras migrantes venezolanas, vinieron a Bogotá a tener a sus bebés. Necesitan más que el servicio médico pues no tienen empleo y sus parejas tampoco.

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Muchas de las mujeres que llegan a Meissen ya tenían una situación difícil antes de la pandemia. Ahora todo es aún más incierto.

Elizabeth Fajardo, de 25 años, tuvo a Ángel Leonel Gaona el 26 de abril a las 2:07 de la mañana. Es su segundo bebé. Al igual que su pareja, Johan Gaona, de 19 años, es recicladora. Antes de la pandemia se dedicaban a recolectar material reutilizable de los bares de Chapinero.“Nos iba muy bien. Hacíamos 40.000 pesos al día porque los bares tienen mucho plástico y vidrio. Pero ahora, con la cuarentena y con el nacimiento del bebé, Johan recicla en el barrio y solo se hace entre 5.000 y 7.000 pesos diarios”, dice Elizabeth. Ese dinero no será suficiente para los pañales, la leche y todos los gastos que vendrán. Por ahora lo que les queda es cumplir con todas las medidas para no contagiarse del coronavirus: lavado de manos frecuente, uso de tapabocas, confinamiento y evitar el contacto físico.

El Distrito les provee la atención médica a las madres en Bogotá, pero muchas necesitan más que cuidados médicos para seguir adelante. Es tan complicada la situación de estas mujeres que incluso el personal médico les ha donado mercados de su sueldo. También, después de tener a sus bebés les piden que entren en alguno de los programas de planificación que ofrece el Estado de forma gratuita.

La doctora Ruth Liliana López Cruz, quien es la cabeza del programa de Neonatología y del programa Canguro de Alto Riesgo de Meissen, explicó a SEMANA que las condiciones sociales y económicas de estas mujeres hacen que sus pequeños sean más vulnerables a tener problemas médicos: “Muchas de las mujeres que atiende este hospital tienen problemas que están relacionados con la pobreza y con el hambre. Cuando ellas salgan de aquí van a estar más expuestas a un contagio porque el simple hecho de tener que cambiar de tapabocas, que debería hacerse todos los días, les representa un gasto que no pueden asumir”.

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Las embarazadas que llegan con síntomas de covid-19 son ubicadas en un lugar apartado. Hasta ahora no se ha confirmado ningún caso.

Uno de los casos más impresionantes es el de Marcela Martínez, de 24 años. Dio a luz a trillizos el pasado 13 de abril. Luciana, Isabella y Willmar David pesaron 1800, 1700 y 1500 gramos respectivamente. Aunque estaban bajitos de peso se encuentran en perfectas condiciones. Pero tienen que hacer plan canguro por algunos meses mientras alcanzan el peso adecuado. Este consiste en tener a los bebés en contacto piel con piel el mayor tiempo posible para que terminen de crecer.

Marcela cuenta que no esperaba quedar embarazada. Usaba un implante subdérmico como método anticonceptivo, pero por un problema médico se lo extrajeron y en ese periodo de tiempo concibió a los trillizos. “Cuando el médico me dijo que estaba embarazada de trillizos me puse a llorar de la preocupación — dice Marcela— No podía creerlo. Pensaba que me iban a echar del trabajo, que no me iba a alcanzar la plata... Pero después lo asimilé, no me echaron y ya hoy estoy muy agradecida de tener bien a mis bebés. Pero sí me preocupa el futuro porque por un tiempo no podré trabajar”.

A pocos días de que los pequeños salgan del hospital, Marcela y su esposo, Weimar Londoño, de 22, no saben qué va a pasar con ellos. Ella no puede trabajar mientras sus bebés están en plan canguro y él, que trabajaba de barbero en una peluquería, perdió su empleo por la cuarentena. Viven en una pequeña casa en el barrio Alfonso López en Usme, junto a la hija de Marcela, que tuvo en otra relación. “En la cama donde dormíamos tres ahora vamos a tener que dormir seis”, dice Marcela. Weimar también tiene a otra hija en Urabá que cuenta con el apoyo económico de él.

A Weimar le preocupa todo. Llegó a Bogotá huyendo de los paramilitares que lo querían reclutar en Urabá y de la violencia de la comuna 13 de Medellín. En la capital, conoció a Marcela en una discoteca y viven juntos hace un año. Ahora su mayor estrés es conseguir pañales y leche para tres bebés. Pagar el arriendo y tener qué comer. Además, los controles del plan canguro se harán en la calle 51 y el medio de transporte es TransMIlenio. “Yo no sé qué vamos a hacer para no contagiarnos, para comer, para pagar el arriendo. Yo estoy dispuesto a trabajar en lo que sea para que mis hijos no sufran, pero con la pandemia es muy difícil”, dice él.

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Elizabeth Fajardo junto a su hijo y su madre. Le preocupa que su pareja solo obtiene 5.000 pesos por una jornada de reciclaje. Antes recibía 40.000.

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-“Cuando el médico me dijo que estaba embarazada de trillizos me puse a llorar de la preocupación”.

Marcela Martínez

En la sala de las madres que esperan por dar a luz en los próximos días están Gabriela Moreno, de 19, y Ana Gabriela Hernández, de 18. No solo tienen en común el nombre. Ambas huyeron de Venezuela en busca de un mejor futuro.No tienen mucho contacto con su familia, entraron a Colombia de forma irregular y su futuro no les ofrece certezas. Como ellas, desde que empezó el éxodo venezolano, muchas mujeres han cruzado la frontera para parir en Bogotá pues es la ciudad más cercana que les ofrece todos los servicios hospitalarios para el cuidado del bebé de forma gratuita.

Gabriela Moreno lleva tapabocas y un gorro quirúrgico en su cabeza. Está recostada sobre una camilla y le duele un poco el abdomen bajo. Está internada porque su embarazo es de alto riesgo. Esto se debe a que su primer bebé lo tuvo a sus 15 años y todos sus órganos no estaban bien desarrollados y también sufrió un aborto involuntario después.

Cuando Gabriela se separó de su primera pareja, hace un año y medio, vino desde el estado de Valencia a Bogotá con su hijo de tres años. Dice que no piensa mucho en el coronavirus, está concentrada en suplicar que su bebé nazca bien. Antes de la pandemia y pese a que su situación no era tan sencilla, soñaba con tener otro bebé, pues su sueño de ser policía se veía cada vez más distante.

La pareja de Gabriela trabajaba llevando lavadoras a domicilio de un lugar a otro, pero desde la cuarentena se quedó sin trabajo y ahora le ayuda a una vecina del barrio en su bodega. Ella le paga con comida y a veces con dinero. Además, el gobierno de Soacha les dio un mercado que les ha alcanzado para pasar las primeras semanas de cuarentena.

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Para evitar el contagio de los bebés, los médicos usan tapabocas N95, gafas, máscaras antifluidos y guantes.

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A Ana Gabriela Hernández le pasó algo desconcertante. Vino al hospital de Meissen para hacerse un control y el médico le dijo que su bebé no tenía un crecimiento natural. Después descubrieron que ella perdió el bebé que había concebido en septiembre y volvió a quedar en embarazo en noviembre. Esta joven dice que después de este bebé planea operarse para no tener más hijos. Con respecto al coronavirus, afirma que no piensa mucho en eso. En lo que sí piensa es en su otro hijo de dos años. “Mi esposo me dice que no está comiendo bien y que me extraña mucho”. Él no ha podido ir a visitarla porque no tienen con quien dejar al pequeño y desde que se declaró la cuarentena no ha podido salir a vender dulces en las calles.

Para estas mujeres la preocupación no es el virus ni tampoco el parto, porque este hospital tiene la capacidad médica para atenderlas de forma gratuita y con todas las precauciones. Además, en Meissen no están atendiendo pacientes con coronavirus y las mujeres embarazadas que tienen síntomas son ubicadas en un lugar apartado. Hasta ahora ninguna tiene un diagnóstico confirmado. El Hospital del Tunal es el responsable de atender los casos positivos de la red de hospitales del sur de la ciudad que no entran al Meissen.

Los problemas de estas mujeres van más allá de parir en medio de la pandemia. Tienen que ver con asuntos que el país no ha podido solucionar históricamente: la pobreza, el desempleo y la falta de oportunidades para una vida distinta.

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