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La calle o la vida

Centenares de jóvenes se esfuerzan por salir adelante en una ciudad donde no hay oportunidades para trabajar y donde reciben la peor educación del país.

Ser joven en Tumaco es un acto de fe. Lo ha constatado Ully Purrer, una teóloga alemana que ha dedicado sus últimos años a dirigir una biblioteca comunitaria a la entrada de uno de los barrios más complejos de Tumaco: Nuevo Milenio. Lo que cuenta Ully se repite por decenas en todos los rincones de la ciudad.

“Aquí un muchacho puede llegar a bachillerato sin saber leer de corrido”, dice Ully. Y agrega: “No hay una sola semana en la que reciba clase de lunes a viernes, por lo que sea, por la lluvia o por cualquier cosa”. Esto es preocupante porque solo en Nuevo Milenio de los 7.000 habitantes, 5.000 son jóvenes, y su biblioteca solo acoge a unos 150. Algunas ONG e iglesias tienen programas deportivos o culturales, también minoritarios.

Apenas un 26 por ciento logra terminar la secundaria y 4,6 por ciento logra graduarse de la universidad. Con estudio o sin él, los estudiantes de Tumaco están condenados a la falta de competitividad. Con estudio o sin él, es remoto, muy remoto, que encuentren un empleo.

Ella siente que cada día hay que dar una batalla para crear una alternativa a la calle, que en la adolescencia es un poderoso imán para los jóvenes. La calle se combina con la violencia y la droga. El consumo de estupefacientes está disparado. Ully reconoce que ha alcanzado logros sobre todo con las niñas. Por lo menos media docena de muchachas han podido salir a estudiar a Bogotá, becadas por misioneros que trabajan en la ciudad. Con los varones la calle gana más fácil. Pero también hay excepciones.

Por lo menos 300 jóvenes, que viven en barrios conflictivos, han participado en una escuela de liderazgo y emprendimiento promovida por Colombia Responde, un programa de la cooperación internacional. El principal objetivo es que construyan un proyecto de vida propio, bien sea con negocios independientes, grupos de música o con iniciativas comunitarias.

Michelle Sinisterra es una destacada líder de una agencia de comunicaciones llamada Notiparche, que cuenta entre sus logros tener un espacio radial diario, ‘Buenos días Tumaco’, para los jóvenes de la ciudad, y ahora un programa de televisión en Tele Pacífico para promover la cultura de todo el litoral, de Panamá a Ecuador. “El conflicto limita los sueños y las metas de todos nosotros”, reconoce. Mantenerse al margen de él ha sido un esfuerzo personal de ella y también de su familia, en medio de lo que se vive en el barrio Buenos Aires. “El temple de mi mamá ha sido clave”, dice.

En el barrio Las Flores, un grupo de jóvenes ha decidido asociarse alrededor de una peluquería temática con marimbas y tambores. Mientras el cliente espera su turno, los jóvenes le enseñan la música del Pacífico. Ellos confiesan sin titubear que no ha sido fácil mantener el camino. Y se sienten sin puntos de apoyo firmes para salir adelante. “Hace poco me dijeron que en Bogotá no saben dónde queda Tumaco. Entonces yo me pregunto qué va a ser de nosotros”, dice José Alexánder Quiñones, de 21 años, quien ya maneja su propia peluquería.

Resistir las embestidas de la violencia y el narcotráfico no es fácil. “He visto chicos que se resisten una, dos veces hasta que a la tercera caen y ahora están muertos o presos”, comenta el padre José Luis Fonsillas, director de la Casa de la Memoria de Tumaco.

En Tumaco viven más de 100.000 jóvenes. Solo buscan una oportunidad, en el campo o la ciudad. Para ello requieren una fuerte inversión en educación y cultura. La cooperación internacional y las iglesias contribuyen, pero su esfuerzo es marginal. Una política pública fuerte para los jóvenes también salvaría vidas y construiría paz.

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