DETRÁS DE LAS REJAS

|||| Capítulo 3 ||||

El sistema empeora la salud de los presos. Cuando tienen la fortuna de ser atendidos por un psiquiatra, la consulta dura en promedio siete minutos.

||||| LA CÁRCEL ENFERMA |||||

Las prisiones son un espacio marginado, olvidado y negado por la sociedad. Así viven los internos de La Modelo de Bogotá.

||||| LA SALUD MENTAL |||||

Dos tercios de las personas privadas de la libertad en La Modelo tienen una alta probabilidad de padecer un trastorno mental.

||||| LA ATENCIÓN |||||

Este es el personal médico que atiende las consultas por salud mental en La Modelo.

||||| CONDENADOS AL OLVIDO |||||

Ante la falta de un diagnóstico oportuno, los reclusos que padecen algún trastorno mental sufren todo tipo de maltratos en los patios comunes.

Si hoy todavía hay internos con heridas visibles que mueren en las prisiones de Colombia porque no reciben atención oportuna, menos posibilidades tienen quienes padecen un trastorno mental. Incluso afuera sus síntomas tienden a pasar desapercibidos. Pero adentro, detrás de las rejas, se vuelven aún más silenciosos entre la multitud, las necesidades y el abandono.

 

Eso sería distinto si los centros de reclusión tuvieran un área sanidad adecuada, pero el 85% carece de esta, según un informe adelantado por la Defensoría del Pueblo en 2010. Además no todos los presos pasan por el consejo de evaluación y tratamiento, encargado de examinar jurídica y psicológicamente a los condenados para formularles un plan de resocialización. Con un hacinamiento que bordea el 50%, el personal disponible no da abasto.

 

La Modelo de Bogotá, por ejemplo, pese a que cuenta con una unidad sanitaria, tiene un déficit permanente de doctores. Con una población que asciende a casi 5.000 internos, un solo médico debe atender entre tres y cuatro pacientes al mismo tiempo.

 

“El problema además de que los reclusos no reciben un diagnóstico adecuado, es que sin una historia clínica bien hecha se crea un subregistro que hace muy difícil estimar la verdadera situación de salud en las prisiones”, explica Julián Urrutia, aspirante a doctorado de la Universidad de Harvard y coordinador de un estudio piloto en esa cárcel con apoyo del grupo de prisiones de la Universidad de Los Andes.

 

Lo grave es que la mitad de los presos encuestados en su investigación aseguró necesitar algún tipo de atención médica en los últimos meses, pero la mayoría da por descontado que es imposible recibirla.

 

Por eso en algunos casos solo hasta que presentan una crisis psicótica aguda que amenaza con la convivencia del patio son remitidos a un hospital o a la unidad de salud mental.

 

Y eso si corren con suerte, pues como lo ha documentado la Defensoría en visitas a distintos centros de reclusión, las Unidades de Tratamiento Especial (UTE) son utilizadas como celdas de aislamiento y de castigo para ‘estabilizar’ a este tipo de reos.

 

“A esos internos los sedan uno o dos días, pero cuando regresan al patio vuelve y juega, hasta que los otros compañeros se cansan y como nadie quiso atenderlos de verdad, se encargan ellos mismos”, añade Urrutia. Lo que prueba, de nuevo, que las personas con trastornos mentales son más susceptibles a padecer violencia que a ejercerla.

 

La mitad de los reclusos de La Modelo cree que no existe una unidad sanitaria en la cárcel.

En un entorno tan perverso como la prisión, la recuperación parece destinada al fracaso. Ni siquiera es una garantía para los internos que hacen parte del programa en salud mental del Inpec, es decir que superaron el difícil camino de ser diagnosticados y reciben medicamentos psiquiátricos para tratar sus patologías en los pabellones comunes.

 

Primero, porque el 76% de los establecimientos de reclusión carece de atención psiquiátrica –a La Modelo este especialista solo va una vez al mes, por ejemplo–. Y segundo, porque los reos no reciben sus dosis periódicamente.

 

En el estudio de 2010 la Defensoría detectó que el 66 por ciento de las prisiones no cuenta con suficientes medicamentos para atender esta población. Y si los hay, suelen caer en las redes de tráfico.

 

La adicción a sustancias psicoactivas es uno de los problemas más serios en las cárceles. Muchos internos son consumidores habituales y los medicamentos psiquiátricos también hacen parte del mercado negro.  “Algunos utilizan estos fármacos para doparse y los consiguen ya sea acumulando varias dosis, o con la complicidad de familiares que los ingresan camuflados los días de visita”, admite Rudy Estela Tovar, psicóloga del Inpec.

 

De hecho, además de manifestaciones de ansiedad y depresión, Caprecom reconoce que uno de los motivos de consulta más frecuentes es la simulación de síntomas. “Montan el ‘show’ para que el psiquiatra los valore y los formule. Se hacen pasar por ‘locos’, como dicen ellos, para ‘tener la traba gratis’. Hay que tener mucho cuidado en esos casos”, cuenta una psicóloga que trabajó en La Modelo.

 

En el fondo esa y otras estrategias no son más que un grito de ayuda. Algo tiene que andar muy mal cuando la distribución de medicamentos en los centros de reclusión se convierte en negocio de los presos.

 

Como consecuencia, los guardias están tan prevenidos que el día en que un interno de verdad necesita atención, lo van a tildar de mentiroso. Hace cinco años, de hecho, la Defensoría identificó en diferentes regiones del país a 555 presos con enfermedad mental sobrevenida sin ningún tipo de tratamiento.

 

No sorprende entonces que más de la mitad de la población privada de la libertad en La Modelo presente un riesgo elevado de padecer un trastorno. Según Urrutia, uno de los hallazgos más reveladores de su estudio es que allí existe una tendencia muy alta de padecer estrés postraumático, un cuadro común en excombatientes.

 

“Eso podría significar que la experiencia detrás de las rejas genera los mismos efectos que los de participar en una guerra: ataques de pánico, delirios irreducibles, pesadillas y pensamientos obsesivos”, asegura el investigador.

 

Además, las manifestaciones de depresión y ansiedad se intensifican cuando los reclusos están a punto de dejar la prisión, pues como durante su encierro no hubo un proceso de rehabilitación continuo, no están preparados para enfrentar el mundo de nuevo.

 

Es cierto que el área de psicosocial del Inpec ha desarrollado una serie de programas para apoyarlos en ese tránsito así como para desincentivar el consumo de sustancias psicoactivas. El problema es que no hay suficientes profesionales de planta.

 

“¿Deberíamos tener más psiquiatras? Sí. ¿Deberíamos tener más psicólogos? Sí. Definitivamente debería haber un programa mucho más integrado para estos pacientes”, reconoce Carmen Bermúdez, psiquiatra del Inpec.

 

Aunque esa es una verdad repetida hasta el cansancio y pese a que está claro que la solución no consiste simplemente en crear cupos, desde 2002 solo se ha invertido en programas de resocialización el 0,6% del presupuesto total destinado a las cárceles y penitenciarias. Y sí, mientras el reloj corre y las cosas siguen igual, esta población no solo se agrava, sino que aumenta.

 

Algo tiene que andar muy mal cuando la distribución de medicamentos psiquiátricos en las prisiones se convierte en negocio de los reclusos.

“Nos esforzamos, pero falta que la atención en salud sea continua”

||||| VOCES DE LA CÁRCEL |||||

El sufrimiento y las terribles condiciones afectan la vida de un sinnúmero de personas que hacen parte del sistema de la cárcel Modelo.

“A La Modelo entra mucha gente, pero no sale. Eso es un imán. Pelean hasta la libertad. Es una lidia para salir. La cárcel los atrae”.

José Cano (Sindicado declarado inocente)

 

 

“Mi primera detención como adulto fue a los 19 años en la Modelo. Hay cosas que la gente oye o ve pero no alcanza a saber lo que en realidad es una cárcel”.

John González (condenado por Hurto calificado)

“El patio 2B, es una caja de cigarrillos repleta. Pero si aquí las condiciones son difíciles, en el ala sur son infrahumanas”.

Harlinson Lugo (Condenado por narcotráfico)

“Creo que los milagros existen y que el castigo más grande ha sido vivir en carne propia las miserias de una cárcel que solo da soledad, hambre y abandono”.

Víctor Torres (Sindicado)

 “Para ser guardián a uno le enseñan básicamente el control en seguridad, bajo la idea de que nosotros los guardias somos los buenos y ellos, los internos, son los malos”.

Henry (Guardia del Inpec desde hace 24 años)

“Jamás dije que no quería volver porque en medio de todo no me agredieron física o verbalmente. Nunca vi peligro de que me fuera a pasar algo a mí”.

Claudia Penagos (exfuncionaria de la Modelo)

 

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