LA PUERTA DE SALIDA

Después de la cárcel, hay cadenas que no se rompen. Presos del olvido y de la falta de oportunidades, la sociedad les cierra las puertas a quienes ya pagaron su condena en prisión.

|||| Capítulo 6 ||||

||||| LA EXCEPCIÓN A LA REGLA |||||

Jorge Iván Guzmán escucha voces. Le dicen que alguien lo quiere matar y hace quince años lo orillaron a cometer un asesinato. Hace apenas un año terminó de pagar su condena pero la sociedad no estaba lista para recibirlo. Estaba destinado a terminar deambulando por las calles o a reincidir, pero dos mujeres cambiaron su historia.

“De no ser por ellas, estaría deambulando por las calles”

||||| LA RECETA |||||

Estas son algunas de las estrategias del gobierno para superar la actual crisis carcelaria y penitenciaria del país. La resocialización de los presos sigue siendo uno de los retos más grandes.

||||| LA SALUD DE LAS PRISIONES |||||

Por: Manuel Iturralde - Director del Grupo de Prisiones - Universidad de los Andes

¿Qué sucedería si el sistema de salud público no cumpliese con el fin de proteger la salud de los ciudadanos? O peor aún, ¿que fuese en contra de tal fin al generar o empeorar problemas de salud de sus usuarios? Probablemente habría un escándalo, debate público y se llegaría a la conclusión de que hay que hacer grandes reformas al sistema.

 

Algo similar sucede con el sistema penitenciario y carcelario colombiano. Con una diferencia importante: la crisis estructural de las prisiones, que desafía su razón de ser, a pocos importa, y solo ocupa un lugar tangencial en el debate público. La completa ineficacia de las prisiones para cumplir con sus fines declarados (que no se reducen a castigar, sino también a tratar, resocializar y proteger la integridad de los condenados) a nadie escandaliza.

 

Si se mira con distancia estos dos casos, no es difícil concluir que no tiene explicación lógica que el caso del sistema de salud propicie, al menos, un debate público, mientras que en el caso del sistema penitenciario y carcelario, hay una completa despreocupación, política y social, por la eficacia o adecuación del sistema, y qué decir de la suerte que corren quienes son procesados por este. Esto no quiere decir que las cárceles no generen debate en Colombia; pero este gira alrededor de problemas (y posibles soluciones) que realmente no cuestionan su finalidad y eficacia, como el hacinamiento (más cárceles); los delitos que se cometen en éstas (más disciplina); su ineficacia para reducir el delito (endurecer las penas).

 

Un buen ejemplo de lo anterior es el derecho a la salud de los reclusos, una de las problemáticas más serias del sistema y tal vez la forma  más frecuente de violación de los derechos humanos de quienes están privados de la libertad. No requiere mayor argumentación sostener que la inmensa mayoría de personas que ingresan a un centro de reclusión colombiano, salen peor de lo que entran en términos de salud, y particularmente de salud mental, al tener que enfrentar condiciones de vida deplorables y angustiantes que pueden causar estrés, ansiedad, agresividad y depresión, por mencionar los trastornos más comunes.

 

 

El índice de hacinamiento en los establecimientos carcelarios y penitenciarios supera el 50%.

En Colombia hay más de 120.000 personas tras las rejas. De estas, 38% son sindicadas

Todos estos aspectos, aunque conocidos por el sistema y quienes lo operan, son apenas discutidos o tratados. Los funcionarios penitenciarios y carcelarios, quienes deben trabajar en condiciones precarias (salarios bajos, escasez de personal, carencia de equipos, infraestructura y presupuesto, y especialmente de una política que los guíe) apenas pueden tratar de evacuar, de forma rutinaria y desinteresada, situaciones más apremiantes, como epidemias, realización de exámenes, provisión de medicinas y tratamientos, como para ocuparse de la salud mental de los internos.

 

La inercia del sistema hace que la mayoría de sus operadores, a pesar de saber que no se trata adecuadamente a sus usuarios, y que de hecho se les perjudica y enferma, hagan poco o nada al respecto. El fin del sistema se convierte en mantenerse a sí mismo, a pesar de su fracaso. Esta es una mala política pública y un desperdicio de los recursos con que cuenta el Estado.

 

Pero es más que eso; en su afán de perpetuarse, el sistema penitenciario y carcelario colombiano viola de forma sistemática y masiva los derechos de las personas detenidas, especialmente su integridad física y mental. Por esto se puede concluir que la institución de la prisión, en las condiciones en que funciona actualmente, y lo ha hecho por mucho tiempo, es inaceptable en una comunidad política que se proclame humanitaria.

 

Todo este razonamiento puede sonar ingenuo o incluso cínico pues, dirán sus detractores, estamos hablando de criminales y no de ciudadanos de bien. No obstante, en una sociedad que se precie de respetar unos mínimos estándares de dignidad para todos los seres humanos, que una persona sea considerada delincuente no justifica, bajo ningún punto de vista, que sea despojada de su humanidad.

 

La sociedad colombiana parece pensar de forma diferente pues el trato infame que se les de a las personas privadas de la libertad es tolerado e incluso celebrado como justa retribución por buena parte de la población, los políticos y funcionarios públicos. Mientras esto no cambie, las prisiones colombianas sólo lograrán que los presos salgan peor de lo que entraron, lo cual no resuelve problema alguno. Todo lo contrario, constituye una forma perversa de responder a un mal social, el delito, con males aún peores.