VÍCTIMAS HEROICAS
Héroes anónimos
Tres historias demuestran que en medio del conflicto siempre habrá personajes arriesgados, que con valentía luchan por defender sus derechos, los de su comunidad y los de las víctimas.
La salvadora
De desplazada a alcaldesa
Esta muejer salvó la vida de los soldados sobrevivientes de la toma de El Billar, Caquetá, en 1998.
La actual alcaldesa de San Carlos, Antioquia, reabrió hace poco la escuela de donde salió desplazada en 1998.
Edilma Zambrano nunca olvidará ese día. El miércoles 4 de marzo de 1998, a las diez de la mañana, 27 soldados del Ejército llegaron al remoto caserío de Peñas Coloradas, a orillas del río Caguán, en lo profundo del Caquetá. Eran los sobrevivientes de la cruenta toma de las Farc a la base militar de El Billar y venían huyendo hacía cuatro días por la selva. Olían a mortecina, tenían heridas infectadas; uno, incluso, había perdido casi toda su ropa.
Presintiendo la inminencia de un combate, la población se alistó a huir. La orden de la guerrilla era abandonar el pueblo. Edilma, de 37 años y secretaria de la Junta de Acción Comunal, decidió jugársela. “Yo les gritaba, les decía que no los podíamos dejar solos, a las mujeres les decía que como madres que éramos no nos podíamos ir, porque ellos eran los hijos de alguien más”, cuenta. La mayoría de los habitantes le hizo caso y hasta los que estaban embarcando ya en las lanchas para irse, se detuvieron.
Enseguida, en contra de la advertencia de las Farc de no navegar río arriba, se fue en una lancha con tres hombres del pueblo a buscar al comandante Vallenato, de las Farc. Este se rehusó a hablar con ella: “Las mujeres tienen el corazón blandito”, pero finalmente accedió. Cuando estuvo frente a él, Edilma le dijo: “Como madre estoy aquí y así es que vengo a hablar con usted… Usted manda en el monte, pero yo mando en el pueblo”.
La negociación duró varias horas y requirió de tres viajes por el río. Al final Vallenato accedió a no matar a los militares; serían ‘prisioneros de guerra’.
En vista de que se los iban a llevar, Edilma hizo una especie de acta en la papelería de la Junta en la que firmó cada uno de los soldados que se llevó la guerrilla. Con esto, les salvó probablemente la vida por segunda vez, pues gracias a esa lista fue posible hacerles seguimiento y evitar que se los tragara la selva en manos de las Farc. Ese día terminó con una pequeña mesa en la orilla del río, alumbrada por una vela, ante la que los soldados hicieron fila para poner su nombre en el documento. “Vivo se va, vivo lo devuelve”, decía la mujer.
Y vivos volvieron, aunque muchos años después. Durante el proceso de paz de Pastrana fueron liberados los 25 soldados rasos del grupo. El sargento Marulanda y el cabo Beltrán debieron aguantar mucho más. El primero fue rescatado casi diez años más tarde, en la Operación Jaque, junto a Ingrid Betancur, en julio de 2008; el segundo fue liberado en abril de 2012, luego de permanecer 14 años secuestrado. “Me pregunté mucho si valía la pena haberles salvado la vida para que terminaran tanto tiempo en la selva, pero tenía que pensar en los 27 que ya estaban libres”.
Cuatro años después de ese día que no olvidará, Edilma Zambrano debió abandonar Peñas Coloradas, como desplazada. Vivió cinco años como una veleta, en Toribío, Cauca, en Ecuador, y en el Patía, de donde la desplazaron los paramilitares, sobreviviendo con puestos de fritanga. Hace seis años volvió a Santander de Quilichao, en el norte del Cauca, donde nació. Se convirtió en líder de desplazados, creó una fundación para defender sus derechos y, en 2011, fue elegida al Concejo con el aval del Partido de la U.
Como en Peñas Coloradas, sigue sin tener pelos en la lengua.
María Patricia Giraldo encarna el drama que vivió San Carlos. Nació y creció en una casa de la vereda Santa Rita, junto con cuatro hermanitos y sus padres. Se fue a estudiar bachillerato al pueblo, en un hogar campesino, y cada fin de semana caminaba a ver a sus padres. Todo iba bien, hasta que hombres armados empezaron a aparecer en la vereda. Unos decían ser guerrilleros, otros paramilitares y empezaron a matar gente. “Vimos morir a parientes y amigos que vivían en la misma vereda”, recuerda. En 1998, esta quedó desierta. Ella se fue con su familia a Medellín y estudió Derecho. Graduada, volvió a su pueblo y fue personera. Su llegada coincidió con la intención de miles de desplazados de volver. Incluso, vecinos suyos que vivieron las peores escenas de violencia quisieron regresar. Ella los ayudó. Al volver, encontraron que lo poco que habían dejado los hombres armados se lo estaba comiendo la maleza. La escuela estaba invadida de hierba. Ahora ella es la alcaldesa de San Carlos. Y una de las cosas que hizo, en abril pasado, fue volver a abrir la escuela de la vereda de donde la sacó la guerra, hace casi 15 años.
Heredero de los Nej
Arquímedes Vitonás, símbolo de la resistencia indígena en el norte del Cauca, ante una casa destruida por las Farc en Toribío.
Arquímedes Vitonás, el emblemático líder indígena del Cauca, dibuja varios círculos concéntricos en un papel. Señala el más pequeño y dice: “Aquí están ubicados los espíritus mayores del pueblo nasa”. Les llama los Nej y constituyen la más alta instancia de la resistencia que libran los nasa desde hace unos 500 años para conservar su cultura, su autonomía y su territorio.
Vitonás habla bajito y pausado. Hace poco llegó de España. Allí se especializó en los derechos de los pueblos indígenas. Ahora es coordinador zonal de la Universidad del Cauca en el norte de ese departamento, donde existe una alta población indígena y afro. Unos años antes, la Unesco le había otorgado el título de maestro en sabiduría ancestral, junto a otros líderes nasa como Ezequiel Vitonás, Alcibiades Escué y Cristóbal Secue, este último asesinado –según los indígenas– por las Farc.
A su oficina, en Santander de Quilichao, acuden, en busca de consejo, gobernadores de resguardo y otras autoridades indígenas. Muchos de ellos han conocido a Vitonás en los diferentes cargos que ha ocupado desde que se vinculó de lleno al movimiento indígena en 1994.
El más complejo de esos cargos fue el de alcalde de Toribío, el pueblo más atacado por la guerrilla. Los indígenas votaron en masa por Vitonás y luego, cuando las Farc lo secuestraron, unos 400 de ellos, armados de bastones, se internaron en las selvas del Caquetá, y lograron que los guerrilleros liberaran a su líder.
LEY DE VÍCTIMAS: EL GRAN DESAFÍO
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