LAS VÍCTIMAS
Víctimas ejemplares
Sobrevivir a la guerra significa también comenzar una nueva vida. Y aunque no es una tarea fácil, muchos han salido adelante a propio pulso. Testimonios.
Lina Marcela Ortiz (27 años)
La discapacidad está en la mente. También el trauma que deja algo como le que me ocurrió. Tenía 13 años, vivíamos en Salado Blanco, en el sur del Huila. Eran las nueve de la noche del 25 de diciembre de 1998. Estábamos pasando la Navidad con papi, que era policía. Yo no me enteré de mucho.
Más tarde, los periódicos informaron que unos milicianos de las Farc habían lanzado una granada desde una moto contra la estación de Policía. Perdí mi pierna derecha. Me atendieron por ser hija de un oficial, pero justo ahí comenzó el mayor martirio. Me pusieron una prótesis primitiva, y así debía comenzar a vivir de nuevo. No me fue bien. No me adapté a la prótesis, que me produjo una artrosis que me afectó la columna. Me enfermé, y aunque necesitaba apoyo psicológico, no lo recibí. Mi trauma siempre fue mi prótesis, más aún durante mi adolescencia y como mujer en un país tan superficial como Colombia.
Poco después del atentado me di cuenta que era una enemiga de inspirar lástima. Para salir de ahí, necesitaba las herramientas. Nadie quiso ayudarme. Recuerdo que un mayor del Ejército un día me reprendió diciéndome que las prótesis solo eran para los héroes. Toqué puertas buscando la adecuada, que costaba miles de dólares. Mi suerte vino cuando un benefactor llegó como caído del cielo y me la pagó. Estudié, sabiendo que de lo contrario mi destino sería un call center o un puesto de caridad en el Estado. Hoy soy abogada de una compañía multinacional".
Norte de Bogotá, 27 de noviembre de 2012.
Olinda Girón (27 años)
Estábamos en una finca de caña de azúcar en el sur del Valle. Apenas recuerdo que iba corriendo y que caí de cara contra el suelo. Luego hubo un estruendo. Más tarde, en el hospital, mi mamá me dijo que me había visto volar. Que yo había pisado una mina y que había perdido la mano derecha, una parte de la izquierda y un ojo, y que por el otro ojo no iba a volver a ver. ¡Eso fue duro! Los ojos se me aguaron cuando pensé que no iba a volver a ver a mi familia. Pero lloré dos días y ya.
Lo que me pasó tenía que pasarme. Me quedé primero en Cali, donde nací, pero vine a Bogotá para una rehabilitación que me pagaba el Estado. Me daba mamera estar en esas, viendo pasar el tiempo, viendo que nadie me daba trabajo, pues muchas empresas discriminan a la persona con discapacidad.
Al fin, fue la buena suerte, pero también mi forma de ser lo que me ayudó. Soy una sobreviviente y sé que si uno no perdona no avanza. Me contrataron para atender el punto de información de un enorme centro comercial en el occidente de Bogotá. ¿Yo? ¿Ciega y sin una mano? Mi jefe me decía que fuera paciente, que poco a poco. Hoy, tres años después, me sé de memoria las dos fases del centro y me oriento mejor que cualquiera. También en la vida: estoy casada y espero un hijo".
Gran Estación, Bogotá, 20 de noviembre de 2012.
Fransua García (39 años)
Uno lleva presente al hombre que le cambió la vida. A veces lo veo: él se timbra, pero yo sigo mi camino. No lo miro para no pensar en el momento en que sacó su changón y me voló una pierna. Para mí, los armados son unos cobardes.
Pasé mi infancia en una flota, y a los 15 años volví a Bogotá, a Triángulo Alto: terreno de las Águilas Negras. Los bandidos eran viejos amigos. Pero en 2004 perdí la paciencia y les dije que porqué atacaban a la gente. No me mataron porque al que disparó, el arma lo pateó y le dañó la puntería.
Tras esquivar la muerte, me pregunté: ¿Cómo hago para que la gente no sienta compasión por mí? Me dije: ¡Necesito fortaleza! Comencé a vender collares y lo hago hasta hoy. Y entendí que para llenar el vacío debía trabajar y entender que una discapacidad no es una incapacidad. Soy capitán del equipo de voleibol sentado de Bogotá y bailo en una pierna… salsa, merengue. Está en YouTube".
Sur de Bogotá, 16 de febrero de 2013.
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Ángela Escudero (50 años)
Yo hablo de violencia para referirme a lo que pasó aquí. No me gusta señalar a nadie, ni dar nombres. Pero lo que sí sé es que perdí a mi esposo y a uno de mis hijos. Él, mi esposo, dio la vida por la comunidad de Dos Quebradas, que es la vereda en que vivimos, de la cual hace tiempo yo decidí irme y a la que hace pocos años decidí volver.
Hace 20 años mi esposo y yo habíamos traído un sistema de cultivos productivos y de ganadería con el fin de beneficiar a la población. Éramos los mayores generadores de trabajo en la vereda. A algunas personas eso no les gustaba. Y cuando llegó la violencia, lo perdí a él y a un hijo, dejé los cultivos y me fui a San Carlos, un municipio cercano. Aquí hubo de todo: delincuencia, guerrilla, paramilitares, minas quiebrapatas. Las minas afectaron a mucha gente en esa zona, que ahora ha sido desminada. A mí me hizo daño sobre todo la violencia: la presión, las amenazas, los asesinatos que ocurrían con tanta frecuencia.
Volví en 2008, es decir seis años después de haberme ido convencida de que nunca regresaría. Pero entonces me sentía más segura y además, como muchos otros campesinos desplazados, estaba aburrida en la ciudad. Mi retorno es mi felicidad y me ha dado la posibilidad de rehacerme, de abandonar el miedo, de pensar en todo lo maluco que pasó y de ver ahora la oportunidad de no defraudarme a mí, ni a nadie más en el pueblo".
San Carlos, Antioquia, 20 de marzo de 2013.
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LEY DE VÍCTIMAS: EL GRAN DESAFÍO
- "Esto hay que hacerlo bien y lo estamos
- "Hay gran rezago en prevención": Patricia Luna
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2013