Jerónimo y Carolina, igual que más de 6.500 guerrilleros, salieron de las selvas en busca de un futuro diferente para su hija.
El tronar de los fusiles ya no se oye. Lo desplazaron por sonidos nuevos: el llanto y las risas de una nueva generación de colombianos nacida en las montañas, en los últimos días de la guerra. Cerca de 125 guerrilleras de las Farc viajaron a las Zonas Veredales Transitorias con sus hijos en brazos. Carolina es una de ellas. Tras cargar 30 kilos de equipos y armamento, esta huilense ahora solo vive en función de Alix, su hija. Llegó a Icononzo, Tolima, desde el mar verde de las sabanas del Yarí. Acompañada de otras tres mamás lactantes y cuatro gestantes, esta joven que “nunca pensó en ser guerrillera” salió de allí dispuesta a dejar las armas y a empezar su vida civil.
Como otros en el campamento de La Fila, ella habla con toda la libertad de su pequeña de 5 meses. Ahora que con el acuerdo de La Habana comienza a asomar la paz, ya no impera entre ellos el sigilo con el que por 52 años de guerra se refirieron a lo más sagrado: a su familia. Desde que entró a las Farc, Carolina empezó a planificar. Como muchas en el movimiento tomaba las pastillas anticonceptivas o le inyectaban una vacuna que no siempre resultaba eficaz. Las náuseas, mareos y vómitos eran el pan de cada día.
En diciembre de 2015 se sentía mal, extraña. Nunca había tomado y el 28 le entraron unas incomprensibles ganas de beber aguardiente frío con limón. “Yo creo que eso era porque estaba en embarazo”, recuerda ahora más convencida de ese lujo que se dio en plena tregua unilateral declarada cinco meses atrás por las Farc. Esa noche se emborrachó, pero el mareo se prolongó por más de cinco días. “Usted lo que tiene es cara de estar preñada”, le susurró una compañera un día que estaba en el cambuche sin poder moverse. Ese instante le disipó a ella la idea del “guayabo” y convenció a Jerónimo de que iba a ser papá.
La sabiduría popular les confirmó la noticia. Un amigo les dijo: “Para saber si una mujer está en embarazo lo que usted tiene que hacer es enhebrar una aguja y meterla uno o dos minutos en los orines de ella. Si sale oxidada no hay duda, está embarazada”. Era una opción fácil y ágil para salir rápidamente de la duda en medio de la selva. “Tenemos que conseguir otra prueba sin que nadie se dé cuenta”, le dijo Jerónimo a Carolina apenas vio que la aguja comenzaba a ponerse ocre.
El resultado estaba en sus manos. Jerónimo, o Care Santo, comandaba el Frente Séptimo y no le quedaba difícil conseguir que le hicieran otro examen. Se trata del mismo hombre que participó de la sangrienta toma de Puerto Rico y que por dos años fue el carcelero de Alan Jara, Eduardo Géchem, Gloria Polanco y el general Luis Mendieta durante su prolongado e infame secuestro. Actualmente se le ve en la zona veredal, de civil, con una camiseta que lleva estampada la imagen de su hija.
Pero ni el desescalamiento del conflicto, ni el cese del fuego bilateral y definitivo decretado en agosto del año pasado significaron que los guerrilleros pudieran moverse a sus anchas. Por eso en sus nueve meses de gestación Carolina no pudo someterse a ningún chequeo médico.
Pese al malestar que experimentó durante el embarazo, en general se sentían tranquilos. Jerónimo acostumbraba todos los días a reposar sus manos sobre la barriga de Carolina. Pero una noche el bebé no respondió, no saltó. “Siempre ese era como su saludito”, dice. Al día siguiente la envió directo a La Carpa, en el Guaviare, al puesto de salud más cercano. El parto estaba pasado de tiempo. La niña estaba en peligro pero el temor de que la descubrieran mientras legalizaba el traslado con la ambulancia, la sacó espantada del lugar. “Si me iba en la ambulancia lo primero que me iban a decir es dónde están sus papeles. ¿Qué tal que me cojan?”, recuerda ella.
Al día siguiente, Carolina llegó a San José del Guaviare con una cédula falsa. En el hospital, además de la mujer que le prestó los documentos de su hija, la acompañaba la angustia de que la Policía la identificara y el pálpito de que le arrebataran a su bebé. A la sala de urgencias entró con facilidad, pero los insistentes regaños de las enfermeras que le decían “descuidada”, “por qué no se hizo ningún chequeo”, acentuaban el miedo de quedar en evidencia.
Jerónimo había dejado todo listo. Una vez en la sala de urgencias el médico le recordó lo cara que le podría salir la imprudencia: “La bebé está aparentemente bien”. ¿Cómo así?, preguntó asustada. “Usted no tiene líquidos. No le puedo asegurar nada” le dijo mientras la trasladaba para practicarle una cesárea. Luego la escuchó llorar y alguien en la sala dijo: “Es una hermosa bebé”.
Alix es una más de los 64 niños que a la fecha deja el acuerdo de paz que firmaron el gobierno y las Farc en el Teatro Colón. “Tiene muchos tíos”, cuenta Jerónimo. Todos están pendientes de que no falte nada. A veces “quieren cargar y cargar a los bebés pero no hay que dejar que se malacostumbren porque si no ya no le gusta permanecer en la hamaca. Uno es el que se encarta”.
Alix es muy callada. Es de las que llora poco. Unas pantuflas, un par de botas y dos uniformes –uno del Atlético Nacional y otro de la Selección Colombia- fueron los primeros regalos que le llegaron cuando estaba en el vientre de su mamá. Todo lo provee el movimiento. Las Farc entregan las mudas, el coche, los pañales y los elementos de aseo a los 112 niños que hay en el campamento y los 87 más que están por nacer. “Uno es muy inexperto”, dice tímidamente Carolina sobre estos cinco meses que lleva junto a la niña. No sabía qué le podía hacer daño y qué podía comer. Hasta cómo bañarla al comienzo fue todo un trabajo. “No es que uno no sea tierno, sino que no estamos acostumbrado a esto”.
Lo que ahora más le preocupa es la escasa atención que ha recibido la niña. En San José de Guaviare un pediatra la vio pero le faltan todas las vacunas. Ese es el sentimiento que comparte con otras 65 madres lactantes que llegaron a los 26 puntos de concentración, además de otros 60 con niños mayores de un año. Y la demora que ha mostrado el Estado para llegar a las zonas también se ha visto reflejada en las dificultades para poner a andar el protocolo especial que les prometieron por su condición.
Se va a crear una zona de tránsito aledaña a los campamentos con servicios de salud para que atiendan a los niños, informó esta semana el Mecanismo de Monitoreo y Verificación que encabeza la ONU. Por lo pronto, 212 infantes acompañarán a los guerrilleros en su tránsito a la vida civil.
Todo es resultado de la esperanza de paz. Para el jefe guerrillero Marcos Calarcá, “termina la guerra con un compromiso y convicción de que vamos a avanzar en este proceso. Por eso, la gente comienza a pensar en lo que nunca antes había podido hacer”. Como tener una familia.