La mamá de Carlos Andrés, Patricia, no carga el fúsil ni su equipo de guerra desde que se enteró que estaba embarazada.
En las FARC hay una perspectiva que encarna Patricia, una mujer de 33 años. Con ellos aprendió lo que no pudo afuera: leer, escribir y un curso de enfermería con el Bloque Oriental. Tiene tres abortos. “Todos fueron mí decisión (…) yo misma pedí que me los sacaran (…) Para qué hijos, ¿para tenerlos por ahí sufriendo?”, se pregunta mientras carga Carlos Andrés, el pequeño que desde hace cuatro meses le alegra la vida. “Decidí tenerlo porque ya están cambiando las cosas”.
Es una de las cuatro mamás lactantes que hay en la zona veredal de La Fila. Está al otro lado del par de tablas que la separan de Jerónimo y Carolina. Casualidad o no, su hijo nació mientras se desarrollaba la Décima Conferencia Guerrillera en los Llanos del Yarí. Quizá por eso, decidió ponerle el nombre de uno de los miembros del secretariado. “El prácticamente lo vio nacer”, advierte esta curtida guerrillera que hace parte de la guardia de Carlos Antonio Lozada.
Dentro de la habitación Carlos Andrés tiene su propio espacio. No solo hay rústicos estantes pegados de la madera limpia con todas sus cremas, polvos y lociones, sino que también tiene un coche, una mecedora, una cama propia, además de 14 mudas de ropa. Incluso, recuerda su mamá, el primer regalo fue una volqueta amarilla, que le dio la Policía en la vereda Playa Rica La Ye cerca al Caquetá.
“Nació con problemas de estreñimiento y no conseguí que lo revisaran en San Vicente porque no teníamos identificación”, cuenta Patricia al mismo tiempo que le quita un bombón de la boca. Como todas las mamás de La Fila evitan darles dulces para que no les dén parásitos.