Yudi, la mamá de Michael, espera continuar sus estudios en Medicina una vez abandonen las armas.
Una mujer que llega con un niño en brazos rompe la rigidez de las filas que organiza un puñado de hombres en una improvisada cancha de fútbol frente a una vieja casa de bareque. Envuelto en un mameluco azul y un gorro blanco, Michael se roba la atención de la guerrillerada, que se prepara para pasar revista de los acontecimientos noticiosos del día anterior.
Su tía lo carga fusil en mano mientras Yudi -su mamá- termina de organizarse y le prepara los primeros tragos antes de meterlo en el balde amarillo para bañarlo. Aunque es un madrugador, todo el día permanece en su habitación-corral al lado izquierdo de la casa roja. Allí juega con la última volqueta que le regaló su mamá el día del cumpleaños o un par de cajas de gelatina que siempre le gusta saborear.
La guerrillerada no solo le adecuó a Yudi la habitación sino también un improvisado corral para uno de los niños más inquietos que hay en la zona veredal de Icononzo. Ya camina y quiere pasar todo el tiempo de aquí para allá. Con facilidad se baja de la cama rumbo al ventanal donde observa a un grupo de guerrilleros que preparan un baile para el fin semana al son de La suegra de Lisandro Meza.
“Siempre que ve a otro bailar empieza a mover los pies”, cuenta esta guerrillera del Frente 26. Contrario a los demás compañeros de su generación, Yudi una delgada mujer de ojos saltones aún tiene sus papeles de identificación. Por eso lo que primero que hizo esta enfermera por vocación, una vez lo tuvo, fue correr a registrarlo y afiliarlo al Sisbén. Aunque por la logística de la implementación del acuerdo de paz, Michael ya se atrasó con sus vacunas.