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Elogio a unas
manos doradas

Aunque sean la misma persona, en Condoto pocos saben quién es Leonidas Mosquera Mena, pero todos conocen a ‘Ñato’. A este hombre de 72 años, con contextura y postura de alguien de cincuenta, no le ha costado mucho reconocer que es una persona de carácter fuerte que se mueve gracias a su trabajo: la minería artesanal. Su mina es el único lugar del municipio en el que todavía se conserva esta tradición, a pesar de las múltiples ofertas que ha recibido para industrializarla.

Leonidas tiene la cabeza inclinada hacia la tierra de la que extrae todas las semanas el oro y el platino que le dan de vivir. Su espalda encorvada recibe los rayos del sol que alcanzan a colarse a través de las ramas de los árboles que le rodean. Pocas veces levanta la mirada, lo hace solamente cuando cree que lo que va a decir es tan importante que necesita hacer contacto visual con alguien, como ahora, que ha dicho que trabajará en este lugar hasta que se muera.

Él y su trabajo han sobrevivido a las grandes empresas mineras que han llegado al San Juan del Chocó, a los grupos al margen de la ley, a la delincuencia común y a las enfermedades que le han dejado sesenta años de trabajo pesado.

Cuando hace siete años varias multinacionales llegaron para ofrecerle un porcentaje de dinero, inferior al diez por ciento de la producción de la mina, si les dejaba trabajar la tierra que heredó de su padre, él dijo que no. “La tierra la dejó Jesucristo para que quienes la ocupen puedan vivir de ella”, comentó, bajo los inusuales 30 grados que hacían ese día en Condoto.

Sus manos son una biblia de la naturaleza minera y no hay nada sobre este oficio que ‘Ñato’ no sepa, a pesar de haber estudiado solo hasta quinto de primaria.

Él ha dedicado más de sesenta años a esta labor y aunque actualmente es la única persona en Condoto que mantiene viva una tradición de más de dos siglos, también es cierto que la minería lo mantiene vivo a él. “Es un trabajo duro, pero eso es lo que a él le gusta. Si lo dejara, creo que no tendría mucho por lo cual seguir adelante. Es ese trabajo lo que lo tiene tan fuerte y saludable”, comentó uno de sus hijos, Alexander Mosquera.

Leonidas Mosquera: el camino a una labor de hacha y batea

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Don Leonidas se levanta todos los días a las cuatro de la mañana y a esa hora enciende todas las luces de su casa. No importa que alguien esté durmiendo, ingresa a los cuartos y da los buenos días a quien se encuentre en su morada. Esta rutina se repite en varias esquinas de Condoto, pues entre semana hace lo mismo con todo el pueblo: a las cinco de la mañana, cuando sale de su casa hacia la mina, saluda y regala sonrisas a cualquier persona que se encuentre en su camino.

“Él saluda hasta a una sombra y creo que eso lo aprendió de su papá”, explicó su hijo de manera jocosa.

Son cincuenta minutos los que se demora caminando de su casa a la mina, siempre lo hace, aunque a veces, en el trayecto encuentra a un mototaxista que le ofrece un ‘chompi’, es decir, llevarlo hasta su trabajo en un ´chocho´, el transporte más usado en Condoto, una especie de carro con tres llantas que simula la imagen de un ratón y tiene espacio para tres pasajeros.

Interior de una mototaxi.
Interior de una mototaxi

Su jornada empieza alrededor de las seis de la mañana pero termina dependiendo de cómo está la mina. Si hay bastante agua, puede trabajar hasta las 3:30 o 5:00 de la tarde, pero si no, se regresa a su casa al mediodía porque sabe que lo que puede hacer es poco.

-¿Y qué pasa cuando está cansado?

- Me siento en una choza que hice acá y tomo un poco de agua.

-Y cuando se le acaba el agua que trajo ...

-Pues tomo orine.

Aunque parezca sorprendente que alguien beba su propio orine cuando tiene sed, don Leonidas lo hace seguidamente y lo reconoce sin interrumpir lo que está haciendo. Su trabajo le ha enseñado a naturalizar las condiciones adversas de una labor en la que su cuerpo y la tierra se funden como funde el joyero al oro.

Aunque las ganancias de la minería no son las mejores para él, nunca se queja de su trabajo. Ni siquiera el sol que le quema la espalda le molesta. Don Leonidas ya está acostumbrado y sabe que su vida no sería la misma si estuviera en casa o si se dedicara a hacer algo diferente. A él le preocupan otras cosas. Le entristece ver que de aquella labor con la que sacó adelante a sus cinco hijos y ayudó a que sus hermanos estudiaran carreras profesionales, queda poco. Se entristece también cuando delincuentes, que todavía no identifica, entran a su mina a robarle.

“Algunas veces no termino de sacar todo, así que el trabajo queda casi hecho, (...) cuando llego al siguiente día encuentro todo revuelto y ya no hay nada. Vienen (los delincuentes) y terminan de sacar todo”, aseguraba, afirmando que los robos de los que es víctima constantemente son porque “ahora a la gente le gusta todo fácil”.

El señor Ñato, como todos en Condoto le dicen, le enseñó a sus hijos el arte de la minería artesanal. Iba con su esposa y ellos a la mina desde que estaban pequeños. Una de sus hijas, Bertalina Mosquera, todavía practica la labor, pero lo hace en otro municipio del Chocó, donde barequea con otras personas y en donde le va, económicamente, mucho mejor que a su papá.

Lenia Sandra Mosquera, su otra hija, vive de camino a la mina, y algunas veces le entrega una lonchera con productos de la pequeña tienda que tiene en una de las habitaciones de su casa. Jugo, galletas y panes para que su papá pase el día, para que no se desmaye en medio de la nada porque aunque la mina no queda muy retirada del casco urbano, en el sector no hay señal telefónica y don Leonidas tampoco tiene celular, así que en la casa de su hija siempre están pendientes de que al regresar, los vuelva a saludar.

Ñato mide más de metro y ochenta centímetros, pero es diminuto comparado con la altura de los árboles que lo rodean, árboles que seguramente conocen todos sus secretos. En la mina siempre está solo, aunque en ocasiones pasan algunas mujeres que le piden permiso para buscar ‘alguito’ en su terreno, y a pesar de que la situación no es fácil ni siquiera para él, las deja trabajar, con la advertencia de que seguramente no van a encontrar nada.

A un lado, una pila de piedra que amontona con delicadeza para remover la tierra, y al otro, una pendiente de barro que cuenta todo lo que con sus propias manos ha excavado. Una pendiente que en cualquier momento puede convertirse en una amenaza para su vida, pues se puede derrumbar y sepultarlo vivo. Pero a él no le da miedo, no le teme a la naturaleza, asegura que la ha tratado lo mejor posible y que no habría razón para que algo grave le sucediera.

Don Leonidas no usa químicos para separar el metal ni ningún instrumento pesado que deje pozos en la tierra, como sí los dejan las retroexcavadoras de la minería a mediana y gran escala. “Si esta tierra hablara, no diría nada malo de la forma en la que yo trabajo”, comentó; pero lo que Leonidas no sabe es que, en este caso, la tierra sí habla y mucho. Mientras en los grandes entables mineros las dragas dejan lagunas contaminadas con mercurio que se convierten en el “ecosistema” de animales muertos; el mecanismo que él utiliza permite que el agua corra. En las minas trabajadas en Condoto por multinacionales como la Condoto Platinum Limited, de origen australiano, y otras empresas como la Compañía Minera de Nariño S.A., Consolidated Gold Dredging Limited y la Frontino Gold Mines Limited; los daños ambientales son notables: la tierra queda inservible para sembrar e incluso construir, y el río Condoto, a donde va a parar el agua, es el que más sufre.

Al final de la jornada, don Leonidas regresa a su casa, que queda a unas cuadras del centro del municipio. No siempre ha vivido allí, antes compartía su hogar con su esposa, Carmelina Quinto, quien padece de graves enfermedades y ya ni siquiera lo reconoce. Ni a él ni a sus hijos.

Minería artesanal: rostros de más de una generación

  • Yasiris Ruiz, ex minera artesanal
  • Habitante
  • Florentino Gutiérrez, exminero artesanal

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Con la señora Quinto compartió gran parte de su vida hasta que los constantes derrames cerebrales que ella sufrió le hicieron perder la memoria, también perdió la visión y la escucha. Así que ellos no tienen cómo comunicarse, aunque él, pasa todos los días a la casa de su hija Sandra, quien la cuida, para ver cómo está la mujer con la que tuvo tres de sus cinco hijos. Carmen, como le dicen en Condoto, es tan conocida en el pueblo como él, también tuvo una mina, pero las ganancias eran muy pocas.

Hace cinco años que Leonidas vive en la casa de un hermano, se duerme muy temprano por lo pesado de la jornada y porque sabe que al siguiente día debe madrugar. Si alguien pasa a buscarlo a las siete de la noche, seguramente no lo encontrará despierto, incluso en fechas especiales como el fin de año, él se va a la cama antes de las 12.

A veces ve televisión, aunque lo hace por sentirse acompañado y no tanto por el contenido. Estar solo en la mina, le ha ayudado a contemplar en silencio y a meditar sobre lo que tiene, tuvo y ha perdido en la vida. Se ha aferrado y ha defendido tanto a esta labor que los fines de semana, cuando no va a la mina, siente que no acontece nada interesante en su vida. Los domingos, visita a un par de amigos que tiene y juega dominó con ellos. No lo hace con plata, como acontece frecuentemente en el Chocó entre los que se reúnen alrededor de un juego de mesa, a él nunca le han gustado las apuestas.

Pero sí le apostó toda su vida a la minería. Hoy, cuando muchos otros mineros se preocupan por su constante exposición al mercurio, él duerme tranquilo porque sabe que su labor no representa riesgo alguno para el medio ambiente. En esta tierra se encierran sesenta años de sudor, lágrimas y mucha esperanza. Una vez esta mina deje de existir, la tierra seguirá allí para contar la historia de amor y terquedad de un hombre que dedicó su vida a cuidarla.

Minería artesanal, más allá de una práctica perdida

Yasiris Ruiz y su abuelo, Ovidio Ruiz, han extraído metales preciosos en Condoto a través de la minería artesanal desde hace cinco años, hoy miran hacia atrás con la esperanza de recuperar lo que fue de una actividad que no solo les dejó el sustento para vivir, sino también una tradición y una historia singular sobre las poblaciones afrocolombianas en el departamento del Chocó.

Los mineros artesanales del Chocó llevan años viendo la tierra esconder uno de los metales con mayor valor económico en Colombia. Sin embargo, para ellos el oro no es solo un ingreso económico, es también identidad y cultura. Este es el proceso de extracción del metal.

Autor: Klarem Valoyes

Fotos y videos: Klarem Valoyes

Tutor: Óscar Parra

Proyecto Universidad del Rosario

2018