Condoto es un municipio agazapado en las minas de oro y platino del Chocó, que brilla por la pureza de los metales preciosos que parecen esconderse bajo los pies de sus habitantes.
Los 890 kilómetros cuadrados de Condoto, son pequeños si se comparan con la imponente y espesa selva chocoana de la que está rodeado el municipio. El lugar no solo ha hecho su nombre por ser la capital mundial del platino, sino por su peculiar forma de hacerse a la vida en esta geografía. La mayoría de sus habitantes vivieron en algún tiempo de la minería artesanal, una actividad económica que ha estado presente durante más de dos siglos en la historia del pueblo.
Con un clima envidiado en la región por no ser demasiado caliente, como el de Quibdó, que tiene un temperatura promedio de 30 grados centígrados; con 25 grados centígrados, Condoto recibe a sus visitantes, que llegan en los buses de veinte o treinta puestos con olor a ñame, chontaduro y cocada dulce que han comprado los pasajeros en el camino.
Quienes visitan el Chocó, se debaten casi siempre entre conocer la capital o las ballenas jorobadas que llegan cada año a Nuquí y Bahía Solano. Pero Condoto no aparece en la lista de aquellos lugares exóticos y turísticos de este departamento del Pacífico colombiano. Sin embargo, sus calles, sus habitantes y sus ríos, tienen mucho que decir sobre la cultura y la identidad de la gente de esta región. Obligatorio a su paso es degustar una guama, una fruta de semillas recubiertas de una carnosidad blanca, tan común en el pueblo que se vende en cada puesto que hay en la plaza o en las esquinas donde muchas mujeres improvisan un pequeño mercado con tres o más poncheras; mientras se transita por este pueblo de casas, que alcanzan a lo sumo los dos pisos, pero eso sí, viviendas llenas de un colorido, como el de las frutas típicas de la región.
Actualmente, Condoto es uno de los pueblos más tranquilos del Chocó, la delincuencia común y el conflicto armado no afectan en estos momentos, de manera significativa, la vida de sus habitantes. Caminar sus calles con alhajas de oro, celulares costosos y cámaras fotográficas no es hoy un problema. Así que en Condoto no le temen a la delincuencia, los problemas de este lugar son otros.
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Los niños de Condoto sentados en los andenes de las casas, jugando al escondite en las calles de un municipio en el que llueve casi todos los días. Los niños de Condoto caminando en un pueblo que, aunque tiene casi todas sus calles pavimentadas, huele a río. Al río San Juan y al río Condoto, a veces tan verdes como un relámpago que nace en la selva; o tan turbio, que a las mujeres que lavan la ropa y los platos en él, no les queda más que abandonar, por un tiempo, esta tradición tan antigua como el mismo pueblo, fundado en 1758.
Condoto significa ‘río turbio’ en lengua Catía, la lengua que hablaba la comunidad indígena que habitaba el lugar antes de la colonización española. Y así, pareciera que este nombre se anticipaba a la realidad que contarían sus ríos tiempo después.
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Sus calles, empinadas como una escalera hacia el cielo, recuerdan lo que significa cargar en la espalda este complejo minero, en cuyo seno se encuentran metales reconocidos internacionalmente por su pureza. El centro del municipio, donde se encuentran la iglesia, la alcaldía, los bancos, los hoteles y la plaza principal, es uno de los pocos lugares que se puede recorrer sin sentir que se está subiendo una montaña. De cariño, algunos habitantes le dicen a Condoto ‘Campoalegre’, porque así se llamaba el pueblo cuando Luis Lozano Scipión, el fundador, llegó con su familia a un lugar cercano al que hoy es la cabecera municipal. “El pueblo no quedaba aquí, quedaba en una zona minera muy cerquita que se llamaba Los negros”, comentó Ventura Mosquera, uno de sus habitantes.
Las cosas han cambiado para Condoto y para aquellos niños que, cuando llueve, no observan el arcoíris desde las ventanas de sus hogares, sino que corren bajo la lluvia mientras aprovechan las improvisadas duchas que caen de los techos de zinc de sus casas.