La riqueza hídrica en Colombia no está distribuida equitativamente. En las cuencas del Magdalena y Cauca vive el 80% de los colombianos, pero estas solo representan el 13.5% de la oferta de agua. El 77% del agua del país está en la Amazonía, la Orinoquía y el Pacifico.
Colombia nunca había sufrido tanto por agua como en 2016. Puede que no sea para menos. Este ha sido el año más caliente de la historia reciente en el planeta. El fenómeno El Niño pegó con fuerza y dejó ver lo que podría ser un apocalipsis terrenal. Los primeros meses los recursos hídricos, que muchos colombianos creían tener en exceso, se evaporaron. La sequía dejó a 200 municipios sin agua y a varias capitales como Medellín, Cali y Santa Marta al borde de fuertes racionamientos. Las llamas arrasaron 200.000 hectáreas de bosques y ríos como el Magdalena y el Cauca llegaron a mínimos históricos. El costo de atender esa emergencia superó los 1.6 billones de pesos. Más de 60 mil animales murieron de sed, como se creía que solo pasaba en las secas planicies africanas.
No han pasado sino un par de meses y ahora al país se le viene encima una situación exactamente opuesta. La llegada de la Niña amenaza a muchos pueblos, a todos los sectores económicos y promete incluso encrispar el ambiente político. El agua se ha convertido en un factor decisivo pero olvidado, en un tesoro refundido y subvalorado que puede poner a temblar los cimientos de un país que ha crecido a sus espaldas.
Por esta razón, SEMANA, con el apoyo de Postobón, recorrió durante varios meses algunos de los lugares más estructurales para la protección de este valioso recurso. Se trata de puntos fundamentales: la Sierra Nevada, los Nevados, la estrella fluvial de Inírida, el nacimiento del Magdalena y el Páramo de Belmira. Un equipo periodístico recorrió esos destinos armados de un dron y varias cámaras de fotos y vídeos para presentarle al país, en esta serie de reportajes y en un especial multimedia disponible en semana.com, el más completo especial periodístico que se haya hecho sobre los nacimientos de agua.
La principal conclusión de este trabajo es que Colombia se mueve entre dos postales distintas y opuestas, la de “Magia Salvaje” y la de “Mad Max”, la de la selva amazónica y la Guajira, la de la abundancia y la escasez extrema.
En el país todavía no ha hecho carrera la idea catastrofista de una guerra por el agua, pero puede que no tarde. Como explica el director del Ideam, Omar Franco, “la idea de ser una potencia hídrica nos ha hecho un daño enorme”. Para el técnico, que lleva años dirigiendo el conocimiento científico de los recursos hídricos en el país, ese panorama está cada vez más cerca. “El agua va a ser el objeto del principal conflicto social del país”, concluye.
La frase puede parecer el eslogan de una protesta de ecologistas, pero quienes conocen las dinámicas del conflicto, como el ex ministro de Ambiente Frank Pearl, no lo ven improbable. Es más, el negociador en los procesos con las Farc y el ELN explica que en Colombia “la lucha por la tierra y la lucha por el agua vienen siendo lo mismo”. El territorio sin ese recurso valioso pierde todo su valor. Para Pearl, al igual que en el conflicto armado, los conflictos que hoy se viven por este recurso tienen origen en un problema de equidad.
El agua genera conflicto porque, al igual que la riqueza en el mundo, alcanzaría para todos, pero no está repartida en partes iguales.
Colombia es el segundo país del mundo con más conflictos ambientales.
A pesar de que el Chocó es una de las regiones con mayor pluviosidad del mundo, el suministro de agua es deficiente. Aquí decenas de personas en Quibdó recogen agua de una motobomba.
Los ríos son una de las principales víctimas del conflicto armado. La voladura de cinco pozos petroleros por parte de las Farc produjo esta tragedia ecológica en Puerto Asís (Putumayo).
La sequía tiene en jaque a los pobladores de la Alta Guajira. En algunos puntos no llueve hace más de cuatro años.
El fenómeno de El Niño en 2014 produjo la muerte de cientos de animales, entre ellos chigüiros, en Casanare.
Andrés Epieyu, indígena wayúu, tiene que hacer largas caminatas, acompañado de sus nietos, para recoger agua.
Los pescadores de Honda han visto como los peces se han menguado en el Magdalena. En el pasado fenómeno de El Niño no hubo subienda.
Y hay mucho menos para repartir de lo que se pensaría. Del total de agua que hay en el planeta, el 97 por ciento es salada y está en los mares y solo el 3 por ciento es dulce. De ese 3 por ciento, dos tercios están congelados en los glaciares y casi un tercio es agua subterránea. Eso quiere decir que menos del 1 por ciento de toda el agua está disponible en la superficie en forma de lagos, ríos y quebradas.
Ese escaso 1 por ciento no está distribuido de forma igualitaria. Según un informe de la Revista Economist “apenas nueve países concentran el 60 por ciento de los recursos de agua dulce del mundo y, entre estos, solo Brasil, Canadá, Colombia, Congo, Indonesia y Rusia los tienen en abundancia”. Como afirma Aldo Palacios, presidente de la Asociación Mundial para el Agua (GWP) -Chile, “América Latina es la reserva mundial en agua” y, específicamente, Suramérica, pues cuenta con el 26% de la disponibilidad de agua en el planeta. En el caso colombiano, la oferta hídrica es seis veces superior a la oferta mundial y tres veces mayor que la de Latinoamérica.
Víctor Pochat, Consultor Internacional en Planeamiento y Gestión de los Recursos Hídricos y miembro del Comité Directivo de GWP, manifiesta que “Colombia es un país con una magnitud muy importante en cuanto a recursos hídricos”. En ese sentido, según publicación del CAF, Colombia cuenta con 2.360 Km³/año de recursos hídricos renovables, lo que la posiciona por encima de Perú (1.894 Km³/año) y Venezuela (1.325 km3/año). Con esa posición privilegiada, nadie entendería por qué el país puede sufrir por agua.
La verdad es que Colombia también es como un pequeño mundo y el agua tampoco se reparte de forma equitativa. En el centro del país y en la costa Caribe, que es donde habita el 80 por ciento de la población y se produce el 80 por ciento del PIB, apenas está el 21 por ciento de la oferta hídrica. Los cántaros de agua que se imaginan los colombianos cuando hablan de una “potencia hídrica” sí existen, pero en la inmensidad de la selva amazónica, en el Pacífico y en la Orinoquía.
A eso se suma que a medida que crece la población, crece también la falta de agua. Hace 60 años, cuando el planeta contaba con 2000 millones de personas, las preocupaciones por este recurso apenas si existían. Ahora con más de siete mil millones de personas el tema es de supervivencia. Un informe de World WildLife Fund (WWF) aseguró que el pasado 8 de agosto la humanidad entró en “sobregiro” pues usó más recursos de lo que el planeta está en capacidad de regenerar. Es decir, emitió “más dióxido de carbono a la atmósfera de lo que los océanos y bosques pueden absorber, y agotó pesquerías y taló bosques más rápidamente de lo que pueden reproducirse y volver a crecer”.
Una tarde en Nueva Venecia, municipio de la Ciénaga grande de Santa Marta.
Una tarde en Nueva Venecia, municipio de la Ciénaga grande de Santa Marta.
Por eso, los conflictos por el agua cada vez más pone en jaque la estabilidad del planeta. El Banco Mundial acaba de alertar que su escasez es la mayor amenaza al crecimiento económico mundial y puede además empujar una crisis de migrantes sin precedentes. El Pentágono aseguró en un informe que la falta de recursos hídricos pone en peligro la seguridad de Estados Unidos. No es una exageración. El agua explica en parte la tragedia que vive Siria, un país en el que antes de la guerra, la sequía ya había desplazado a 250 mil personas. También la de Darfur, que el mismo secretario de la ONU, Ban Ki Moon, catalogó como una “catástrofe ecológica”. Y ha sido uno de los principales ejes del conflicto irresuelto entre Israel y Palestina. Por eso, John F. Kennedy decía que “quien fuera capaz de resolver los problemas del agua, merecería de dos premios Nóbel: uno por la Paz y otro por la Ciencia”.
Resolver esos problemas no es una tarea ambiental, sino una apuesta política y económica del más alto nivel. Según explica el codirector del Banco de la República, Carlos Gustavo Cano, el agua hoy es el principal elemento determinador de las finanzas nacionales. La explicación es sencilla: la oferta y la demanda. Cuando la demanda supera la oferta, como sucedió en el primer semestre con el fenómeno El Niño, el agua se convierte en un bien escaso. Y el valor de los bienes y servicios que dependen de esta –que son todos- aumentan de precio. Esto explica por qué durante el último año la inflación aumentó a 8.97 cuando la meta era no superar el 4 por ciento.
Cano sostiene que en el Banco de la República, por ejemplo, los instrumentos de política monetaria pueden intentar medidas de choque para otras externalidades, pero nunca para una sequía. Por eso cree que Colombia está en mora de crear una política ambiental fiscal que, por ejemplo, grave las conductas contaminantes y obligue a devolver a la naturaleza lo que se le ha quitado. “Ahora que se habla tanto de una reforma tributaria estructural, esta sería imposible sin incluir el componente ambiental”, concluye. Si a eso se suma que el agua no tiene valor económico, pues lo que cobran los acueductos es su distribución y no el valor que tiene en el medio ambiente, la situación se agudiza.
¿Por qué se dice que el país es una megapotencia hídrica? ¿Por qué entonces Colombia sufre por este recurso? ¿Quiénes son los que más lo utilizan? ¿Qué peligros tiene esa riqueza?
El 46.6% de la demanda de agua en Colombia corresponde al sector agrícola. La ganadería usa el 8.6%, la minería el 1.8%, el petróleo el 1.6% y los hogares el 8.2%.
Esas teorías económicas se traducen en el hecho de que con el agua que tiene, Colombia podría ser una potencia alimentaria, pero está lejos de serlo. Según el presidente de la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC), Rafael Mejía, hace 15 años el país exportaba más de lo que importaba (5 millones de toneladas contra 4,2 millones anuales); hoy esa cifra es opuesta (4,2 millones contra 11 millones de toneladas).
Todos los problemas del país se reflejan en el agua. La falta de ordenamiento territorial, por ejemplo, es un factor decisivo. Según el Instituto Geográfico Agustín Codazzi (Igac), de los 114 millones de hectáreas que tiene el país, 26 millones tienen vocación agrícola, pero solo se produce en 6,3 millones de hectáreas. En cambio, solo 8 millones de hectáreas tienen vocación ganadera, pero se usa para ese fin 38 millones de hectáreas.
El conflicto con la naturaleza es aún mayor. En más de un millón de hectáreas de páramos, lugares sagrados para la producción de agua, existen títulos mineros u otras actividades económicas. La cifra se duplica a dos millones en otros ecosistemas como humedales, ciénagas y pantanos. Mientras usted se leyó este artículo, se han perdido cerca de 16 hectáreas por hora de bosque. “Entre más bosques, más páramos, más glaciares, más agua va a haber. Es una lástima que Colombia no entienda eso”, explica el ex director del Ideam, Ricardo Lozano.
La razón tiene que ver con la falta de Estado y con un problema político estructural. En otros países, la distribución del agua es uno de los asuntos públicos más importantes. En Colombia, el sistema nacional ambiental no solo es muy débil sino que le entregó ese manejo a las CAR, unos organismos manejados por el clientelismo y en el que ha reinado por años la impunidad.
El río Magdalena es el eje de la vida de muchos municipios. Aquí niños disfrutan de sus aguas en Puerto Ricaurte (Cundinamarca).
El Magdalena es la principal arteria fluvial del país. Muchos municipios se comunican gracias a sus aguas. En la foto un planchón o ferry en el municipio de Gramarotal (Cundimarca).
La muerte de los ecosistemas de manglar en la Ciénaga Grande amenaza la seguridad alimentaria de muchos municipios en la costa Caribe.
existen 50.492 puntos de agua subterránea entre manantiales, nacederos, aljibes y pozos. se calcula que el agua en el subsuelo puede ser tres veces más que la superficial.
Esas entidades deberían asegurarse de que todos los colombianos en las regiones tengan acceso a los recursos hídricos, pero como en muchas ocasiones están coptadas por los caciques regionales, entonces quienes tienen el poder político, tienen también el poder del agua. Por eso, en departamentos como los de la costa Caribe es muy normal ver que el pueblo no tenga el líquido, pero la finca del gamonal sí.
El agua es una de las principales fuentes de corrupción en las regiones del país. Como señala el fiscal, Néstor Humberto Martínez, “en lugares como la Guajira no hay agua, no porque no haya plata para construir acueductos sino porque se la robaron”. Esas investigaciones se volvieron una prioridad en el ente investigador y se cree que existan resultados rápidos pues según Martínez la forma en que se ha desfalcado al Estado ha sido “burda y evidente”. El ex ministro de Vivienda, Luis Felipe Henao, padeció en carne propia ese fenómeno. “La infraestructura del agua es muy atractiva para los políticos para hacer corrupción”, sostiene.
A todo eso se suma que Colombia está lejos de tener reglas claras en materia de quién, cómo, y en dónde se pueden aprovechar esos recursos hídricos. La mayoría de macroproyectos económicos y de inversión están hoy frenados o generan enormes conflictos sociales por el temor que existe en las comunidades de que se acaben los recursos hídricos.
Ese limbo hace que el país sea hoy, según el Atlas Internacional de Justicia Ambiental, el segundo del mundo con mayores conflictos ambientales. Muchos al menos tienen que ver con actividades legales, como la minería a cielo abierto en el Tolima, que están ad portas de que toda una ciudad, Ibagué, salga a votar un referendo para proteger su agua. Pero la gran mayoría están relacionados con actividades ilegales, como la minería criminal, que está financiando la guerra, corrompiendo a las instituciones y llenando los ríos colombianos de mercurio.
Por eso, no es de extrañar que cada vez sea más común que Colombia sufra por agua. Como explica Julio Carrizosa, uno de los mayores conocedores de los recursos naturales del país, “lo que vivimos hoy es lo nuevo normal y lo anormal será vivir como antes”. El concepto del “Agua Bendita”, que durante muchos siglos fue solamente religiosos, quizás nunca había tenido tanta relevancia.