“Yo creo que la ciudad no siente. El campo sí. Aquí uno se da cuenta de todo. Desde la guerra hasta la falta de agua. Allá ustedes abren la llave y ya”, dice Analía Anacona, campesina del suroriente del Cauca mientras limpia sus manos untadas de harina de trigo en un delantal rosado. El agua que llega a su finca, El Hospedaje los Milagros, viene de la quebrada La Hoyola que, ubicada a 3 kilómetros más arriba en la montaña, baja por una manguera y mantiene su cauce constantemente. Si llueve, hay agua para los turistas, la comida, las gallinas y su perro Tarzán, si no, ni siquiera alcanza para el pan.
La vereda La Hoyola, que pertenece al corregimiento de Valencia, municipio de San Sebastián, Cauca, está ubicada a seis horas de Popayán en el corazón del Macizo Colombiano. En ella viven 25 familias que rara vez están de acuerdo. Cada finca tiene sus propias reglas, incluyendo las ortográficas, para llamar a su vereda: ‘La Oyola’, ‘Loyola’, ‘La Ollola’, entre otros. La escuela solo tiene cinco alumnos que ven clase con una única profesora. Francisco Uni, presidente de la Junta de Acción Comunal, explica que sus antepasados campesinos le pusieron dicho nombre a estas tierras por quedar en un hueco.
A tres horas de caminata, al suroriente de la vereda en el Parque Nacional Natural Puracé, queda el Páramo de las Papas. Es la cuna de la Laguna de la Magdalena, donde nace el ‘Río de la patria’ que lleva su nombre y del cual dependen 32,5 millones de personas. Visto desde el cielo se ve como un lugar frágil y místico en el que la naturaleza se esfuerza por entregarle a la tierra cada gota.
Pocos pensarían que el 80 por ciento del país necesita del agua que se origina en ese pequeño espejo lagunar de 7 hectáreas. El páramo divide a Cauca y Huila. La Magdalena queda en la vereda San Antonio del municipio de San Agustín. Del agua que brota desde ese punto depende el 80 por ciento del PIB, el 70 por ciento de la energía hidráulica, el 95 por ciento de termoelectricidad, el 70 por ciento de la producción agrícola del país y el 50 por ciento de la pesca de agua dulce.
El río atraviesa 13 departamentos, 128 municipios y los 528 kilómetros desde la laguna de la Magdalena hasta Bocas de Ceniza.
"Nuestra ilusión es que haya un acueducto de agua potable, para que no estemos sufriendo cada que deje de llover".
"Aquí la gente entiende que el agua es importante porque es un lugar vital para todo el país".
"Esta zona es importantísima, no solo porque aporta agua, sino también oxígeno".
"En esta montaña he visto muchas cosas. un día me encontré de frente a un oso; y los dos nos asustamos. ¿quién se asustó más? yo creo que él, porque salió corriendo".
"A los estudiantes se les inculca el respeto a la naturaleza y a los animales porque son nuestra fuente de vida".
Para llegar a La Magdalena es necesario ascender la montaña por un camino histórico que data de la Colonia y por el que, se cree, pasó el conquistador Sebastián de Belalcázar. Un sendero inaccesible. Sitiado por las ramas de cerotes, encenillos y motilones. Tapizado por el agua que inicia su carrera hacia abajo.
El recorrido está repleto de leyendas. “Para nuestros antepasados no era el Magdalena, sino Yuma, que en quechua significa ‘Río de la alta montaña’. El Macizo Colombiano esconde un gran enigma. Cuando llegamos aquí tenemos que guardar mucho respeto por Mama Yaku (mamá agua) porque las lagunas tienen un espíritu que los cuida. Si se enoja, la montaña se empieza a encrespar, llueve y el mal tiempo nos obliga a salir. Por eso, al llegar hacemos una oración y pedimos permiso”, explica Gustavo Adolfo Papamija, guardaparques del Parque Nacional Puracé y descendiente de una comunidad indígena.
Siempre que llegan visitantes, repite el mantra que le enseñó su abuelo: “Mi cuerpo es tierra, mi sangre es agua, mi aliento es aire, mi espíritu es fuego”. Con él, de pequeño recorrió todos los rincones del macizo pues “el viejo trabajaba en Telecom y echaba cables por toda la montaña para que llegara la señal telefónica”.
Gabriel García Márquez describía en sus libros al Magdalena como “un río sin orillas que se dispersaba entre playones áridos hasta el horizonte”. Cuando sus aguas se intersectan
Héctor Miguel Piso nació en las entrañas del páramo de Belmira. El haberse extraviado allí, lo llevó a ser uno de los mayores conocedores de ese maravilloso productor de agua.
A 3.327 metros de altura, frente al nacimiento del río más importante del país, todo es más claro. El agua, el aire, el azul y el verde limón del que se visten los frailejones que abundan en el Páramo de las papas. El viento arremete fuerte y las cumbres de las montañas esconden formas humanas por descifrar.
A la cuenca alta del río Magdalena la protegen los guardaparques del Puracé, o los ‘guardianes de la conservación’, como se define a sí mismo Parménides Papamija, el funcionario más antiguo del Parque Puracé. En casi todos los refugios naturales de Colombia ellos son como el capitán Planeta, solo que su fuerza sobrenatural está compuesta por pasión y una camisa azul con un oso de anteojos labrada en su brazo.
Apenas 800 funcionarios están encargados de cuidar los 59 parques nacionales que cubren el 13 por ciento del territorio de Colombia. Cada uno tiene a su cargo 25.000 hectáreas. Más de 40 de ellos han muerto por cuenta del conflicto armado.
De los 55 años que tiene el parque, 33 han sido bajo el amparo de Parménides. La misión de 2016 es el cuidado de la danta de páramo, el oso de anteojos y la vegetación propia del lugar. Puracé es un ecosistema estratégico. En 1979 fue declarado como Reserva de la Biosfera del Cinturón Andino por la Unesco por su biodiversidad. Comprende una extensión de 83.000 hectáreas, con alturas entre los 2.500 y 4.700 metros, en Cauca y Huila.
Pumas, tigrillos, venados, cusumbos, coatíes, cotorras montañeras, tucanes andinos, azulejos, pericos de páramo y águilas de copete, son solo algunos de sus habitantes. Si uno quisiera caminar el parque entero, se demoraría entre 10 y 12 días. Allí, en el macizo, también conocido como el Nudo de Almaguer, se desprende la cordillera Oriental de la Central y se forma la estrella fluvial donde nacen los ríos Magdalena y Cauca que van al norte del país; el Patía hacia el occidente, y el Caquetá hacia el oriente amazónico. Según la delimitación realizada por la Corporación Regional del Cauca, el macizo se compone de 88 municipios, de los cuales 28 le pertenecen a su departamento. A la Cuenca Alta del Magdalena le tributan tres ríos del Cauca: Páez, Inzá y Totoró. La tierra es compartida con múltiples resguardos indígenas. “Aquí no tenemos plata, pero somos ricos, multimillonarios porque tenemos la Magdalena. En unos años, poquitos, la guerra va ser por agua. Nosotros la protegemos”, señala Gustavo Papamija.
La deforestación en el Magdalena asciende al 77%, la sedimentación ha aumentado en 33% en la última década y la erosión alcanza un 78%.
Si Colombia fuera un cuerpo humano, el río Magdalena sería su arteria principal. Es una estructura vital, pero enferma. A tan solo 36 kilómetros del nacimiento, la contaminación comienza a acecharla. Se cree que hasta que llega a su desembocadura en Bocas de Ceniza (Atlántico) los 500 afluentes y 5.000 arroyos, que lo nutren como si fueran venas, llegan cargados de contaminación.
El deterioro de la cuenca del Magdalena puede ser una de las mayores vergüenzas de los colombianos. Según el libro ¿Para dónde va el río Magdalena?, publicado por Fescol, el 77 por ciento de su cobertura vegetal original ha sido deforestada. Y de eso, el 42 por ciento se produjo en las tres últimas décadas. La pesca cayó en más de un 50 por ciento en 30 años. La erosión alcanza el 78 por ciento del área de la cuenca y la producción de sedimentos en suspensión, es decir, las partículas de tierra que transporta el río, ascienden a los 184 millones de toneladas al año. Son tantos los desechos que llegan al río, que el Magdalena es el décimo más sedimentado del mundo.
El pasado fenómeno del Niño secó como nunca antes los afluentes de los Colombianos. Algunas poderosas corrientes llegaron a medir menos de un centímetro.
El ambientalista José Yunis, quien lleva décadas alertando sobre la salud del río, asegura que Colombia vive en el siglo del guayabo: “Todavía hay gente de fiesta, pero luego vendrá la resaca. Hablamos mucho de cuidar los páramos, pero olvidamos que los ríos son continuos. El nacimiento está protegido, pero ¿qué es el Magdalena en Bocas de Ceniza? 1.800 volquetadas diarias de sedimentación”.
Más de 200 municipios ribereños vierten sus aguas residuales al río directamente de cómo salen de las casas e industrias. Los que lo deberían hacen mejor, como la capital del país, apenas alcanzan a limpiar una parte, pero la gran mayoría llega contaminada al río Bogotá que desemboca con toda sus desechos en Girardot al Magdalena. Saulo Usma, experto en agua de World Wildlife Fund, lo explica de una manera más cruda. “Imagínese usted 32 millones de personas que van al baño y botan basura todos los días. ¿Quién se recupera de eso? … Por eso siempre he dicho que El Salto del Tequendama fácilmente puede ser la letrina más alta del mundo”, señala.
Laguna de la Magdalena.
Espejo de agua en el Puracé.
Camino de azufre.
En el Puracé nacen algunos de los principales ríos del país: Magdalena, Cauca, Patía y Caquetá.
El Magdalena es tan poderoso que aun así serpentea imponente a lo largo de todo el territorio. Posee un sistema de páramos que genera agua constantemente, valles interandinos ideales para la agroindustria, variedad de bosques que capturan carbono y proporcionan oxígeno y planicies inundables que retienen sedimentos, amortiguan crecientes y sequías. El sistema de ciénagas y planicies de inundación del Bajo Magdalena es un reservorio natural con una capacidad de aproximadamente 18.000 millones de metros cúbicos de agua.
Hay dos cosas que no se pueden devolver: el tiempo y el agua. Sin embargo, expertos aseguran que aún queda mucho por hacer. “Para empezar a ayudar debemos tener una visión integral de la cuenca y trabajar en trayectos chiquitos. Si queremos restaurarla, tenemos que ponerles atención a las quebradas que la alimentan y reforestarlas”, explica el investigador Eduardo Aldana, quien le ha dedicado buena parte de su vida a entender el agua.
Estos son algunos de los peces que han desaparecido de las aguas colombianas. En el Magdalena 43 especies están amenazadas.
La introducción de la trucha Arco Iris causó su extinción hace más de 40 años.
El pez más grande de agua dulce no se ve desde hace décadas por la deforestación y la minería ilegal.
Este exótico pez es considerado un amuleto en Asia. Por eso, está en grave riesgo.
La interrupción del curso de los ríos lo tiene en grave peligro.
Cuando se pescaba hace unos años medía un metro en promedio. Ahora apenas alcanza los 42 centímetros.
Estos son algunos de los peces que han desaparecido de las aguas colombianas. En el Magdalena 43 especies están amenazadas.
La introducción de la trucha Arco Iris causó su extinción hace más de 40 años.
El pez más grande de agua dulce no se ve desde hace décadas por la deforestación y la minería ilegal.
Este exótico pez es considerado un amuleto en Asia. Por eso, está en grave riesgo.
La interrupción del curso de los ríos lo tiene en grave peligro.
Cuando se pescaba hace unos años medía un metro en promedio. Ahora apenas alcanza los 42 centímetros.
Y para Analía, quien recibe con aguapanela de anís a los turistas que van a recorrer el sitio donde nace el Magdalena, de lo que se trata es de reconocer los pequeños milagros que nacen en su tierra. Esos que le dieron el nombre a su hospedaje y que sustentan, día a día, a más de 32 millones de personas.