“Cuando yo tenía como 8 años todo aquí estaba sano: había peces, serpientes y jaguares. Luego vino gente armada a saquear y a acabar todo… violaron este sitio que es sagrado… y por eso pasa hoy lo que tenemos: no hay lluvia… el nevado está perdiendo su blanco”. Romualdo es el mamo de Ciudad Perdida. Tiene el trabajo de cuidar uno de los lugares más enigmáticos de la tierra y de esconderle a sus ‘hermanos menores’ todos sus secretos.
Suele estar en medio de esa ciudad arqueológica, ocupada por los teyunas entre el siglo V y el XVII, hablando con los turistas. Muchos se le acercan, se toman fotos, le preguntan cosas. Romualdo vive angustiado de lo que pueda ser el futuro. Desde hace unos años ha sentido todos los cambios que vive la sierra, el calor extremo, el deshielo, la falta de agua. Cree que nada de eso es gratuito. “Tenemos una deuda con la naturaleza y nos la está cobrando”, cuenta resignado.
Los indígenas de la sierra se sienten todos responsables. El mamo Romualdo está convencido de que si la naturaleza está pasando esa factura es por culpa de ellos. Sospecha que puede ser una forma de castigo porque se han perdido las tradiciones y muchos ya no hacen los pagamentos. Cree que los indígenas no defendieron lo suficiente la sierra frente a todos los que han intentado apoderarse de ella.
“Yo no entendía qué era la guerra. No sabía qué era la guerrilla ni los paramilitares. Cuando los vi por primera vez no sabía que eran diferentes al Ejército. Yo los veía igual y no entendía de dónde venía el problema”, se queja.
Los indígenas de la sierra son unos sobrevivientes y en cierto modo se han convertido en una especie de últimos mohicanos de casi todas las guerras que se han librado en Colombia.
Los koguis, los arhuacos, los wiwas y los kankuamos fueron de los pocos grupos étnicos que se salvaron de la extinción cuando la conquista española llegó a América Latina a esclavizar a su gente y saquear sus riquezas. Sobrevivieron gracias a la sierra. La montaña, enclavada al lado del mar, era en ese entonces impenetrable.
383 lagunas se encuentran en la sierra.
91% de su área glaciar ha desaparecido.
35 ríos la atraviesan.
36 ríos nacen en el parque.
Los indígenas encontraron en el macizo el mejor refugio frente al mundo moderno y por eso, durante siglos, lograron vivir alejados. La sierra, sin embargo, siempre ha sido un anhelado botín. Y no quedó por fuera del cruel conflicto armado que ha azotado a Colombia.
La primera guerra que vivió la sierra fue la de la marimba. En los setenta, la marihuana era la cocaína de años más adelante. Los caminos laberinticos de la montaña y los atajos de los indígenas para pasar del valle al mar se volvieron muy apreciados por los traficantes que sembraban en un lado y sacaban el producto por el otro.
Adán de Jesús Bedoya, quien hoy tiene una posada turística, llegó a la sierra en esa década asombrado por ese embrujo. Intentó meterse al negocio pero fracasó rotundamente. “La marihuana era rentable pero solo para los comerciantes, para el campesino no”, reconoce.
El hombre cuenta que el gobierno emprendió una ofensiva y fumigó la zona. Desde ahí la montaña nunca volvió a ser igual. “Aquí había mucho cacao, ñame, aguacate. El veneno acabó con esos cultivos y muchos ni siquiera volvieron a darse”, explica John Montero, uno de los guías ecoturísticos. Los indígenas sienten que este fue un punto de quiebre y una de las mayores heridas que se le han hecho a la madre tierra.
Después de la marimba llegó la coca en los años noventa y con esta casi la totalidad de los grupos armados. Por años, el frente 19 de las Farc estuvo en la vertiente occidental. La parte suroriental la tenían las Autodefensas Unidas del Magdalena y La Guajira estuvo bajo el control de Hernán Giraldo, alias el Patrón. La guerra se perpetuó en las entrañas de la montaña.
La sierra comenzó a sonar en el mundo entero, pero no propiamente por su belleza. En 2001, las Farc llevaron allí, por ejemplo, a la cacica Consuelo Noguera y la asesinaron. El mundo descubrió Ciudad Perdida no por sus bondades arqueológicas sino porque en 2003 el ELN secuestró a ocho turistas extranjeros que querían conocerla.
44 especies no se encuentran en otro lugar.
49 especies están amenazadas.
1979 fue el año en que la declararon reserva de la biosfera.
El líder arhuaco, Danilo Villafañe, asegura que la Sierra Nevada es el corazón que bombea la tierra. Cree que la misión de los indígenas es resguardar el planeta de sus hermanos menores, los blancos.
La peor parte de esta guerra la vivieron los indígenas. Según un informe de la Fiscalía, entre 1974 y 2004 sufrieron 1.145 actos de violencia. La Corte Constitucional recopiló hace un par de años las cifras de esa cara de la tragedia de la sierra. Entre 1995 y 2008, los grupos asesinaron a 190 kankuamos. Los primeros años del nuevo milenio hubo cerca de 30 masacres. Unos 2.600 arhuacos fueron desplazados y más de 200 fueron reportados como desaparecidos.
“La guerra nos obligó a coger montaña arriba”, cuenta Lorenzo Malo, un guía wiwa que hoy lleva turistas a Ciudad Perdida. En los últimos años, miles de indígenas de los cuatro grupos étnicos han tenido que migrar dentro de la sierra para asegurar su propia existencia.
En el primer semestre de este año, muchas familias indígenas tuvieron nuevamente que vivir esa diáspora. Su amenaza ahora es más invisible, pero podría llegar a ser más letal: se está agotando el agua.
“Familias enteras les ha tocado irse de sus casas porque los pequeños afluentes se secaron”, cuenta el líder arhuaco, Danilo Villafañe. Su pueblo vive a lo largo y ancho del territorio, 30.000 indígenas en 13 comunidades. Cada quien suele elegir un lugar cerca de un riachuelo para poder cuidar de su familia y cultivar su comida.
En el pasado fenómeno de El Niño, cuando el río Guatapurí alcanzó uno de los niveles más bajos de la historia, los arhuacos sufrieron como nunca antes los embates del clima. Los cultivos se secaron y durante meses tuvieron que salir a buscar en la montaña donde todavía corría el agua.
“La tierra está enferma. La naturaleza tiene sus reglas, pero los hermanos menores no las siguen. Yo creo que estamos ante un punto de no retorno. Si las personas no cambian esto no se va a detener”, concluye Villafañe.
Casi nadie entiende cómo es posible que allí se sufra por agua. La sierra es uno de los lugares más extraordinarios de la geografía colombiana. Es un macizo aislado de la cordillera de los Andes que tiene unas características geológicas que no se presentan en ningún otro lugar del planeta pues se trata de la montaña intertropical más alta junto al mar.
Carlos Castaño, exdirector de Parques Nacionales y uno de los descubridores de Ciudad Perdida, explica que esa majestuosidad natural se debe a que en los 6.000 metros que alcanza de altura se puede encontrar “el mejor resumen posible de todo el continente americano”.
Pocos sitios logran reunir tantos climas y tantos ecosistemas: desde las playas coralinas hasta las nieves perpetuas. La fuente de esa riqueza, por supuesto, es el agua. La sierra la tiene en todos los estados, salada, dulce, subterránea, en casquetes glaciares. Toda la vida que se ha sostenido allí por milenios se debe a ese privilegio. Por muchos años, la sierra tenía una de las ofertas hídricas más abundantes del planeta: más de 10.000 millones de metros cúbicos del líquido vital por año.
Se podría decir que, si fuera solo por la naturaleza, en la sierra el agua brotaría a borbotones. Por allí pasan 35 ríos, de los cuales 16 nacen en el parque y se calcula que existen no menos de 700 microcuencas. Sin embargo, toda esa riqueza está en jaque por esa combinación nefasta del cambio climático y la huella destructora del hombre.
70.000 indígenas viven en la Sierra Nevada en 4 comunidades.
Mamo Romualdo, máxima autoridad espiritual de Ciudad Perdida.
La revista Science publicó hace poco los resultados de una investigación científica que determinó que de 173.000 áreas protegidas del planeta, esta tiene la mayor concentración de mamíferos, aves, peces y anfibios amenazados. Concluyeron que si se perdieran, la sierra sería el lugar más difícil de reemplazar en el mundo.
La peor parte la lleva el nevado. Según los datos satelitales del Ideam, la Sierra Nevada podría tener cerca de 7 kilómetros cuadrados de superficie glaciar, el 16 por ciento de todos los ecosistemas de este tipo en Colombia. Los picos son emblemáticos para las comunidades indígenas que construyeron una cosmogonía alrededor de estos. Aunque a los más altos se les ha dado el nombre de personajes históricos (Colón y Bolívar), para las comunidades se llaman Nobacá y Serancúa.
Romualdo relata con asombro la desaparición del ‘pico blanco’. Para ellos, el malestar de la naturaleza refleja en cierto modo la muerte del planeta mismo. Los indígenas del lugar creen que esa montaña es el centro del universo. El agua es la vida y la fecundidad de la madre tierra. Y ese pico es el eje de toda la montaña y lo representan en el gorro blanco que casi todos llevan puesto. El Ideam registra que se ha perdido el 91 por ciento de su masa glaciar. Es decir, que la sierra, dentro de poco, dejará de ser nevada.
El 13 de abril de 2015, un astronauta de la NASA tomó esta fotografía en la que se ve el pico Cristóbal Colón, que está ubicado a 5.700 metros
Jaguar.
El líder arhuaco cree que la única forma de salvar la sierra es “llamando al vecindario” que vive de ella: el territorio es compartido por 17 municipios y 3 departamentos.
El malestar de la montaña tiene en jaque a todo el Caribe. La naturaleza siempre está conectada y por eso todo lo que pasa tiene una especie de efecto dominó. El fenómeno de El Niño aceleró ese proceso y el caribe fue una de las regiones más golpeadas por este.
En la región, pocos pueden entender cómo se puede sufrir por agua al lado de semejante fábrica. La verdad es que muchos de los ríos que surten a centenares de municipios nacen en el glaciar. Allí brotan de entre la tierra el Guatapurí, el Palomino y el Aracataca. Toda la sierra surte agua para más de un millón y medio de personas. No solo para el consumo humano, sino para los distritos de riego, especialmente para palma y banano, ganadería e incluso para los procesos de extracción y transporte del carbón.
A todos los ríos, el cambio climático les atesta su primer golpe en la cumbre deshielada, pero la mano del hombre hace estragos todo su recorrido. Como el agua escasea, muchos se han inventado todo tipo de trampas para sacarla a la brava.
Las grandes fincas, algunas propiedades de los caciques electorales de la región, tienen desviaciones y microacueductos para satisfacer sus necesidades. Las CAR que deberían vigilar hacen parte de ese botín político, entonces su acción no ha sido muy efectiva. Los distritos de riego se han convertido en un factor más del conflicto pues los monocultivos acaparan muchísimos recursos hídricos, a veces dejando con poco a los campesinos que cultivan pancoger.
"Cuando subí por primera vez a la Sierra, hace 30 años, muchos me preguntaban por qué quería reunirme con "gente sucia". Ahora no hay un presidente de Colombia que no quiera ir allá", Wade Davis, gran explorador de National Geographic.
El caso de Santa Marta refleja muy bien lo que puede venir. La capital del Magdalena se abastece de tres ríos, Piedras, Manzanares y Gaira, pero desde hace un par de años el agua que corre por allí es insuficiente para satisfacer la demanda de toda la ciudad y en el fenómeno de El Niño redujeron su caudal hasta en un 90 por ciento.
El servicio de acueducto lo presta la empresa Metroagua. La ciudad requiere 1.300 litros por segundo, pero en el primer semestre del año, a la planta solo estaban ingresando 230 litros, 120 por Mamatoco y 110 litros por Robles, cuando lo normal era 800 y 400 litros por segundo respectivamente.
La ciudad está en plan de contingencia desde hace tres años por la escasez de agua. La Unidad de Gestión del Riesgo ya ha construido 48 pozos. Según la gerente de la entidad, Johanna Segrera, cada pozo le puede dar agua a 20 barrios pues está conectado a la red de acueducto y alcantarillado.
El exalcalde Carlos Caicedo contrató un estudio con la Universidad de los Andes para traer agua desde el río Magdalena, a una distancia de más o menos 100 kilómetros. Sin embargo también se están estudiando otras fuentes, la de los ríos Córdoba y Toribío, que abastecen al municipio de Ciénaga, más o menos a 50 kilómetros de Santa Marta, pero el alcalde de Ciénaga se opone. Considera que su municipio ya sufre suficiente por la tragedia de ese ecosistema, herido de muerte cuando el gobierno decidió atravesar en los años cincuenta la carretera a Barranquilla que desde ahí impide que los manglares se conecten con el mar.
La Sierra Nevada es uno de los últimos relictos que le quedan a los jaguares. Los felinos más grandes de América son fundamentales para conservar el equilibrio de este mágico lugar.
Sin embargo, la solución sería más simple. Los tres ríos de los que dependen ahora nacen en la Estrella Hídrica de San Lorenzo, uno de los grandes epicentros de la deforestación en el Caribe. Aunque el lugar debería estar protegido y ser parte del parque nacional de la Sierra Nevada, todavía no lo es. El director de ese refugio natural, Tito Rodríguez, explica que una de las prioridades para la conservación es la ampliación de este parque.
Villafañe cree que no hay que ir a buscar agua a ninguna parte sino hacer algo más lógico: proteger la sierra. “Si todos dependen del agua nuestra. Ya es hora de que ayuden a cuidarla”.