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deslice
Dos niños de pelo largo y túnica blanca abren los portones de madera y de inmediato se siente como si se entrara a otra dimensión. Ahí empiezan tres horas de un ascenso tortuoso trepando riscos y sorteando grietas que desembocan en un pequeño valle en medio de las imponentes montañas de la Sierra Nevada, en donde se levanta la capital de uno de los cuatro pueblos indígenas que han habitado por siglos este lugar.
En Colombia, por hectárea de marihuana, se desaparecen 1,5 hectáreas de bosque.
Por hectárea de coca, se desaparecen cuatro hectáreas de bosque.
Pocos metros adelante aparece la imagen esperada: Nabusímake, el corazón del mundo arhuaco, la tierra donde nace el Sol. El lugar donde todas las cosas tienen espíritu y se cuentan historias de seres mágicos que son capaces de herir y de sanar.
En la construcción de esta concepción del mundo la coca ha jugado un papel fundamental. Para los arhuacos, al igual que para sus parientes wiwas, koguis y kankuamos, esta planta es sagrada.
“La coca es un botón espiritual, una llave para descifrar el tiempo. Es una conexión con la naturaleza que permite entender lo que va a ocurrir”, explica Oliverio Villafañe, un joven líder de Nabusimake.
Wade Davis, el gran explorador de National Geographic y uno de los mayores conocedores de esa cultura, dice que los indígenas de la Sierra Nevada “consumen más coca que cualquier otro grupo humano en el planeta: un cuarto de kilo por hombre cada día”. Los indígenas llaman mambear al hecho de mascar esa planta todo el día, que no es otra cosa que su forma de estar en contacto permanente con la madre naturaleza.
No todos los indígenas la consumen. Quienes lo hacen generalmente la cultivan en sus fincas, junto al café, el maíz y el plátano. Después de recogerla, la dejan secar y la guardan en sus mochilas. Para mambear, los hombres se echan una manotada de hojas en la boca, formando una bola que se acumula dentro, en uno de los cachetes.
La coca ha provocado la deforestación de más de 300.000 hectáreas de bosque en los últimos trece años.
La mezcla la completan conchas de mar en polvo que extraen con una especie de pitillo de madera (sokʉnʉ) de un recipiente llamado poporo. La operación se repite decenas de veces en el día, sin importar si están viendo un partido de fútbol en la cancha comunitaria, caminando hacia el pueblo para visitar a un vecino o esperando que la esposa sirva la comida en la noche.
En la Sierra Nevada, la coca es la base de un ritual milenario incrustado en la vida cotidiana de la comunidad, de manera inofensiva y casi imperceptible. Así fue hasta que los hermanos menores, como ellos llaman a los foráneos, la convirtieron en el insumo de un proceso perverso que marchita la tierra y trastorna las mentes y los corazones de todos los entran en contacto con ella.
Nabusímake es apenas una pequeña muestra de los tesoros que esconde la Sierra Nevada de Santa Marta. Los límites de este paraíso natural comienzan en las playas del mar Caribe y se elevan hasta sus picos nevados a casi 6.000 metros de altura, convirtiéndolo en la montaña litoral más alta del mundo.
Sus 17.000 kilómetros cuadrados se extienden por tres departamentos y abarcan ecosistemas tan variados como la selva húmeda, el bosque seco y los páramos donde nacen múltiples ríos que abastecen a ciudades como Valledupar y Santa Marta. “En ese macizo al lado del mar tenemos el mejor resumen posible de todo el continente suramericano", afirma el antropólogo Carlos Castaño.
Debido a esa enorme riqueza natural y cultural, en su interior convergen y se sobreponen varias figuras de protección. La Sierra Nevada es Parque Nacional Natural, Reserva de la Biosfera declarada por la Unesco y Resguardo de cuatro comunidades indígenas que suman cerca de 70.000 personas. Estas condiciones favorecieron, paradójicamente, la expansión del cultivo de hoja de coca para producir gran parte de la cocaína que Colombia exportó al mundo entre finales de la década de los 80 y parte de la del 2.000.
Adán de Jesús Bedoya cuenta que llegó a La Sierra en el 75, atraído por los rumores de que la siembra de marihuana podría volverlo millonario. No pasó mucho tiempo hasta que se dio cuenta de que esa “bonanza marimbera” no era tan buena como la pintaban.
“De una hectárea apenas salían cuatro o cinco quintales, mientras en otras regiones se sacaban 30 o 35”, relata. En ese rebusque Adán pasó a cultivar cacao, pero a los cinco años una peste se llevó todo el producido de su trabajo. A finales de los 80, preso de la incertidumbre, al hombre le sonó la idea de cultivar coca en la Sierra, una planta que hasta ahora comenzaba a sonar en el mundo de la ilegalidad.
Amenazado y poco estudiado, así es considerado el Bosque Seco Tropical a nivel mundial. Aunque Colombia contaba con una extensión aproximada de 8,8 millones de hectáreas, apenas sobreviven 720.000 en el Caribe, la región Norandina, Magdalena y el Valle del Cauca.
Pero en ese intento le fue aún peor, pues el dinero no se lo quedaba el que sembraba las plantas y recogía las hojas, sino quien la transportaba hasta el consumidor final. “Ese tipo de negocios son rentables para el negociante, para el campesino no. Él es el único que se hace rico ligero”, afirma Adán, quien hoy tiene una posada turística por el camino que conduce a Ciudad Perdida, las ruinas arqueológicas que son famosas en el mundo entero por las leyendas sobre los pueblos que las habitaron alguna vez.
Adán es apenas una de los miles de personas que llegaron por esa época a la Sierra detrás de ese mito blanco. Y con ellos, la guerra que también se ensañó contra este refugio natural. El jefe del Parque Nacional Sierra Nevada de Santa Marta, Tito Rodríguez, relata que “la región se convirtió en un territorio en disputa de diferentes grupos armados, en gran parte debido a los cultivos que lograron esconder en sus montañas”.
34% de los cultivos de coca identificados en 2017 fueron plantados en áreas que en 2014 eran bosques.
La guerrilla y los paramilitares se disputaron a muerte cada metro de La Sierra.
Los lugares sagrados para los indígenas se convirtieron de pronto en campos de batalla profanados por la sangre de uno y otro. Para los mamos, los guías espirituales de estas comunidades, se volvió un riesgo mortal desplazarse para poder cumplir con su tarea de sanación del territorio.
El conflicto armado rompió por completo el equilibrio. Las balas fracturaron con una línea imaginaria la zona plana donde viven los kankuamos y donde más presencia tuvieron los paramilitares y la parte montañosa que por muchos años estuvo bajo influencia de las Farc. Una frontera que coincide en términos generales con el trazado de la carretera Valledupar-Bosconia-Santa Marta, la línea férrea de la Drummond y con el oleoducto que surca esa zona. Quien la cruzaba corría el riesgo de morir.
Los arhuacos, koguis y wiwas no podían ir a la parte baja de la Sierra porque eran acusados por los paramilitares de ser guerrilleros, y los kankuamos no podían subir porque eran acusados por las mismas autodefensas de ser informantes y proveedores de las Farc. Esa fue la lógica que imperó durante años y que casi extingue a esas cuatro culturas milenarias.
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Se alimenta de aves pequeñas, ardillas y ratones. Es un animal pequeño que mide entre 35 a 45 centímetros de largo y puede pesar 500 gramos. Esta comadreja emite un desagradable olor cuando se siente en riesgo.
Crédito: Instituto Humboldt.
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Este felino, el más grande de América, es una cazador oportunista. Un jaguar adulto puede llegar a pesar 150 kilogramos. El jaguar es una especie amenazada por la persecución humana y la degradación de su hábitat.
Crédito: Fundación Omacha, Parque Nacional Natural Serranía de Chiribiquete, Colombia.
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También es conocido como perro vinagre porque su orina huele parecido a este producto. Vive en parejas o en pequeños grupos. Su peso máximo es de 7 kilogramos y puede llegar a medir hasta 65 centímetros de longitud.
Crédito: Programa de conservación y manejo de los armadillos de los Llanos Orientales, conformado por la alianza del Oleoducto de los Llanos Orientales ODL S.A., la Fundación Omacha, Cormacarena, Corporinoquia, el Bioparque Los Ocarros y Corpometa.
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Este felino, el más grande de América, es una cazador oportunista. Un jaguar adulto puede llegar a pesar 150 kilogramos. El jaguar es una especie amenazada por la persecución humana y la degradación de su hábitat.
Crédito: Fundación Omacha, Parque Nacional Natural Serranía de Chiribiquete, Colombia.
La sangre corrió por las laderas de la Sierra Nevada. Entre 1995 y 2008, esos grupos asesinaron a 190 kankuamos. Unos 2.600 arhuacos fueron desplazados y más de 200 fueron reportados como desaparecidos, según un reporte de la Corte Constitucional. Sólo en el inicio del nuevo milenio fueron reportadas al menos 30 masacres. Nadie duda de que el negocio alrededor de la coca fue el motor de toda esta devastación.
Carolina Jarro, subdirectora de Parques Nacionales, explica la destrucción que lleva la coca consigo. “Los narcotraficantes levantan sus cultivos en esos refugios naturales por dos razones esenciales. La primera es que lugares como La Sierra son prácticamente inaccesibles. Por ser parques naturales no se puede construir adentro carreteras y para poder llegar a sus entrañas a veces se necesita andar varios días a pie. La segunda talanquera la ha dado la ley, pues con el objetivo de proteger la naturaleza que allí habita, el Estado prohibió la fumigación, lo cual aumentó el interés de sembrar en estas reservas”.
Se calcula que en 2004 había al menos 1.200 hectáreas de coca sembradas en toda la Sierra Nevada. Pero el informe del Sistema Integrado de Monitoreo de Cultivos Ilícitos (Simci) de la ONU en 2017, reveló sólo dos hectáreas con coca en el parque. Hoy el café es la planta que domina los paisajes que antes estuvieron dominados por este cultivo.
Sin embargo, el narcotráfico que trajo esa nociva concepción de la coca dejó una huella indeleble en muchas zonas de La Sierra. “Acá han habido intervenciones muy fuertes que dejan cicatrices difíciles de curar. Aunque hay gestiones interesantes para recuperarla. Son décadas acumuladas que tardarán mucho tiempo en sanar”, concluye Tito Rodríguez
La coca es un negocio redondo. Según cifras de las Naciones Unidas, en los lugares en los que se cultiva, el kilo de hojas de esa planta vale aproximadamente 1 dólar (3 mil pesos). Cuando esas hojas se convierten en pasta esa cifra sube a 620 dólares el kilo (1.895.700). Y cuando la pasta se convierte en cocaína el valor sube a 1,600 dólares el kilo (5 millones de pesos).
La Sierra Nevada de Santa Marta es la cuna de los Tayrona y sus descendientes vivos: 12.714 Kakuamos, 13.627 Wiwas, 22.134 Arhuacos y 9.111 Koguis.
Aun así, esa trepada de valor no se compara con la que tiene fuera de Colombia, una vez los narcotraficantes logran ponerla en las principales capitales del mundo. Según el Informe Mundial de Drogas, ese mismo kilo en un barco llega a los 25 millones de pesos. Y si esa embarcación logra “coronar” el llamado primer mundo, el gramo de cocaína tiene un valor mucho más alto al del oro. Hoy ese metal precioso está tasado por el Banco de la República en 112 mil pesos (aproximadamente 37 dólares), mientras el polvo blanco supera con creces esa cantidad. En Estados Unidos el gramo cuesta aproximadamente 220 dólares; en Noruega, 114; en Arabia Saudita, 98; en Suecia, 81; en China, 79; en Italia, 67; en Alemania, 64; en Francia, 58, entre otros.
Durante esos años, en la Sierra, para evitar que la fumigación alcanzara las hojas de coca, los colonos solían talar cuatro hectáreas de bosques y dejar en pie otros cuatro. Esa especie de dominó que se puede ver desde el aire es una postal triste de cómo la cocaína arrasó con una parte del mayor patrimonio que tienen los colombianos. Los cultivos no llegaban solos sino con decenas de personas que perseguían la escasa fortuna que daba ser raspachín. Los laboratorios comenzaron a llevar a las entrañas del bosque sustancias químicas que dañaron el ambiente natural y terminaron corriendo por aguas antes cristalinas. Y eso para no hablar del daño que hace el afán del narco en las culturas ancestrales.
Aunque la hoja de coca tiene propiedades alimenticias y medicinales comprobadas, su imagen la profanó el narcotráfico que se escuda en los territorios ancestrales y protegidos para contener la intervención de las autoridades.
En 2016, gracias al trabajo de la sustitución de cultivos y al liderazgo de los indígenas, la Sierra Nevada fue declarada área “libre de coca”. En 2017, el Sistema Integrado de Monitoreo de Cultivos Ilícitos de la ONU, registró 2 hectáreas cultivadas.
Pero en términos de lucha contra la droga, se podría decir que Colombia no va pasando la materia. La cifra de cultivos de coca pasó de 146.000 hectáreas en 2016 a 171.000 en 2017, un incremento del 17 por ciento.
En los parques naturales la coca creció un 4 por ciento, con un total de 8.301 hectáreas en 16 de los 59 parques. Paradójicamente, el aumento se da precisamente porque estos lugares tienen una protección especial y no se permite la fumigación aérea con glifosato y otros herbicidas.
5 por ciento de la coca del país está en estos sitios y 27% a menos de 20 kilómetros de una de esas áreas protegidas.
La coca ha provocado la deforestación de 290.992 hectáreas de bosque en los últimos trece años, lo que equivale un poco más a dos veces el área de Bogotá.
El 97% del bosque seco tropical está amenazado por la expansión agrícola, la ganadería, el fuego y la minería.
Los indígenas de la Sierra saben que esa ambición de sus hermanos menores puede ser la condena de esa montaña. Rumualdo, el mamo de Ciudad Perdida, suele contárselo así a los valientes que se atreven a subirla, en un viaje que dura cinco días a pie. Sentado en las ruinas arqueológicas, explica que las sequías que se han vivido allí pueden ser causadas por cuenta de que por décadas los indígenas no pudieron parar a los grupos ilegales que llegaron a profanar su tierra.
Danilo Villafañe, un líder arhuaco, siente algo similar. Para él, son los hermanos mayores los encargados de cuidar la vida del daño que pueden hacerle los demás seres humanos. “El mundo depende de cómo lo percibimos. El colibrí no necesita ir a una escuela para ser colibrí. No necesita sino aprender a vivir el mundo que le toca y cumplir la función que le corresponde. Si el único paraíso que palpas y que ves es este, ¿por qué no enseñar a amarlo?”, dice.
Wade Davis, quien recibió hace pocas semanas la nacionalidad colombiana, por su maravillosa narrativa para descifrar ese mundo fantástico explica lo que se vive en esa sagrada montaña así: “Los indígenas de la Sierra viven y respiran el reino de lo sagrado, una religiosidad barroca simplemente magnifica… Es increíble pensar que a tan solo dos horas de los Estados Unidos en avión hay una civilización entera de seres humanos rezando por nuestro bienestar. Se llaman a sí mismo los hermanos mayores, a quienes les arruinamos el mundo sus “hermanos menores”. Ellos no logran entender por qué le hacemos tanto daño a la tierra”.