CONFLICTO y SALUD MENTAL

EL LADO OLVIDADO DE LA VIOLENCIA

El peso del dolor ajeno

La mayoría de los profesionales que atienden a las víctimas tiene riesgo de sufrir de un síndrome de cansancio. Expertos cuentan de qué se trata.

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Rosa Lilia Agudelo, psicóloga encargada de acompañar a las familias durante la entrega de restos. Dice que aunque ha aprendido a manejar este momento, de alta carga emocional, todavía le duele el sufrimiento de los otros.

En sus dos años como psicóloga de la Unidad de Víctimas, Rosa Lilia Agudelo no había visto nada igual. La escena no podía ser más dolorosa: una mujer sostenía entre sus brazos el cráneo de su hijo asesinado por uno de los grupos armados en Casanare y lo besaba y arrullaba como sí aún fuera un bebé mientras preguntaba por qué le habían quitado lo que más quería. “Es imposible que no te desbarates viendo eso, te llega a tus entrañas” dice la experta, quien acompaña a la familia en la entrega de los restos. Ella debe hacer una labor similar dos veces al mes, con diferentes víctimas y en distinto lugares de la geografía colombiana. Es un proceso que demora tres días y en el cual su misión consiste en ayudar a aliviar el dolor de cada familia en ese duro momento: cuando los familiares se enfrentan a la verdad de cómo su ser querido murió en el marco del conflicto armado.

 

Rosa Lilia es consciente de que, así como todos los que trabajan con víctimas, ella está en riesgo de que su salud mental se vea seriamente afectada. “Tienen una fatiga emocional con tal descarga de dolor”, dice Martha Nubia Bello, trabajadora social del grupo de memoria histórica, quien también ha tenido que escuchar cientos de vivencias crudas de las víctimas. Como consecuencia estos profesionales presentan cansancio, dolor de cabeza, pérdida de energía, o la sensación de que su trabajo es negativo o frustrante. A este cuadro se le conoce como síndrome de la cabeza quemada o fatiga por compasión y describe el agotamiento que desarrollan los profesionales que se dedican a cuidar a otros.

 

Psicólogos, antropólogos, topógrafos, fiscales, abogados, trabajadores sociales y médicos forenses que trabajan con víctimas están expuestos a sufrirlo. “En la unidad de víctimas se hizo un análisis de riesgo sicosocial y la mayoría estábamos en rojo”, dice Lina Rondón, psicóloga de la Unidad. En la Defensoría del Pueblo otro análisis reportó niveles altos de estrés. “Hay profesionales que terminan en el psiquiatra porque no es fácil oír esos relatos”, señala Luisa Fernanda París, psicóloga de este ente. En País Libre la rotación de psicólogos es alta porque estos especialistas permanentemente están oyendo historias que a ellos mismos los desbordan. “A veces absorben los mismos miedos y temores de los pacientes o sienten que su trabajo no da resultados porque las historias no se resuelven”, dice Clara Rojas, exdirectora de esta organización. Elsa Moyano, quien trabajó en la sub-unidad de Víctimas de la Fiscalía relata que durante muchas noches no pudo contener las lágrimas al ver el expediente de un caso o al preparar una audiencia. “Tuve que distanciar la participación en exhumaciones, que eran cada ocho días, porque es muy impactante ver el mismo dolor”.

 

Martha Nubia Bello cuenta que es casi imposible escuchar tanta atrocidad sin impactarse. “Escuché historias que luego fui incapaz de repetir, que me perturbaron el sueño, me alteraron el apetito y me convirtieron en un ser más irascible y triste. El trabajo con las víctimas nos hace preguntas frente a nuestro lugar en el mundo, y sobre todo si merecemos lo que somos y tenemos.  Nos confronta con la inmoralidad que significa vivir en un país que admite y convive normalmente con tanta barbarie. Trabajar con las victimas también es un privilegio, pues aprendemos lecciones de valor, de dignidad, de resistencia y de capacidad frente a la adversidad, que nos enseñan a amar, valorar y respetar más la vida; esa vida que gracias a ellas consideramos milagro y privilegio”.

 

Las instituciones que trabajan con víctimas hoy son más conscientes del tema y no solo hacen pruebas sino que también ofrecen cursos de autocuidado a estos profesionales que involucra prácticas para evitar que el dolor de los otros los agote psicológicamente. Rosa Lilia tiene varias estrategias: limitar las entregas a solo dos al mes, no llevar las historias a su casa sino apoyarse en sus colegas para descargar el dolor que le producen y asistir a una sesión terapéutica cada seis meses. La estrategia de Moyano es desconectarse del trabajo y sumergirse en temas triviales. “No resistiría ver series como ‘CSI Miami’”.

 

Al principio para Rosa Lilia era más difícil pero ahora ha aprendido a manejarlo. “Eso no significa que haya sacado callo. Siento lo que pasa, me duele la injusticia, y a pesar de haber acompañado a más de 60 familias me sigue doliendo”. Pero así como el sufrimiento perturba a los psicólogos, la valentía de las víctimas les da muchas lecciones de coraje y tenacidad. “Yo aprendo de cada mamá, de cada esposo, de cada hijo, de cada hermano, y me conectó con ellos y su dolor. Cuando vuelvo a mi vida veo que todo se puede resolver menos la muerte”.

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CRÉDITOS

Dirección y edición periodística: Silvia Camargo  |  Periodista: Cristina Castro  |  Diseño y montaje interactivo: Carlos Arango  |  Fotografía: Juan Carlos Sierra, León Darío Peláez, Daniel Reina, Jesús Abad  Colorado, Carlos Julio Martínez  |  Video: Sandra Janer y Silvia Camargo, Diego Llorente, Camilo Bonilla, Alexander Guerrero.