La odisea del tratamiento
La atención psicológica a las víctimas del conflicto armado ha ido más allá de sentar a los afectados en el diván de un consultorio psiquiátrico. Así es como se curan las heridas que una guerra deja en el alma.
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Martín Peinado hace 7 años llegó a su casa en el instante en que unos hombres asesinaban su padre. Al enfrentarlos recibió una bala que casi lo mata. Todos estos años ha sufrido tristeza, rabia e impotencia. Pero este año, por primera vez, un equipo psicosocial del Papsivi tocó a su puerta para ofrecerle atención integral. “Parece un ayuda pequeña pero es muy grande”.
La historia de la atención en salud mental de las víctimas en Colombia está marcada por el abandono. Durante décadas esta población ha cargado sola con su sufrimiento, algunos por miedo a hablar, y otros porque se fueron desterrados y la nueva vida les impuso prioridades para subsistir que no les permitieron pensar en la tristeza. Su duelo quedó suspendido en el tiempo y por eso hoy lo recuerdan como si los hechos hubieran pasado ayer. Además, el Estado por mucho tiempo les dio la espalda a su dolor. Ante ese contexto, desde hace dos décadas la sociedad civil tomó el liderazgo de la atención a las víctimas, que se basó en experiencias latinoamericanas ajustadas al drama colombiano.
Sin embargo, ante la magnitud de la tragedia estos importantes esfuerzos han sido como paños de agua tibia. La Fundación Avre, por ejemplo, en 20 años ha atendido 2.000 personas en un país donde se contabilizan ya 6 millones de víctimas, una cifra que aumenta cada día.
Pero las cosas empiezan a cambiar. A raíz de la sentencia de la tutela de El salado y la promulgación de la ley de Víctimas, el Ministerio de Salud tuvo que responsabilizarse del tema por primera vez en 60 años y diseñó el Programa de Atención Psicosocial y de Salud Integral a esta población. Se le conoce como Papsivi, por sus siglas, y se puso en marcha en septiembre de 2013 en las zonas más afectadas por la violencia, con la meta de cubrir a casi 4 millones de víctimas en el territorio nacional en la próxima década.
Cada equipo cuenta con cinco profesionales entre los cuales hay psicólogos, trabajadores sociales, médicos y un promotor comunitario, por lo general una víctima, que hace el enlace con los afectados. La primera fase después del contacto es caracterizar los problemas detectados para diseñar una estrategia.
La Unidad de Atención y Reparación Integral a Víctimas también ofrece este tipo de servicio con lo cual se unen dos esfuerzos estatales importantes para recuperar esta población. Así mismo, las ONG siguen haciendo lo propio en diferentes comunidades. Hoy todas estas entidades coinciden en tratar el impacto de la guerra en la mente como sufrimiento y no como una enfermedad, “porque lo anormal no hay que buscarlo en el individuo sino en la sociedad en que vive. Si esto no se ve así se corre el riesgo de patologizar a la víctima”, dice Liz Arévalo, directora de la fundación Vínculos.
Esto no quiere decir que se deje de un lado lo médico pues algunas víctimas, la minoría, requieren tratamiento psiquiátrico. “Cuando tienen depresión se remiten a la EPS, donde debe haber una persona pendiente de las víctimas porque la idea es que ellas tengan prioridad”, dice Susana Helfer Vogel, jefe de la oficina de Promoción Social del Ministerio de salud.
El tratamiento psicosocial no es solo tratar las heridas emocionales sino diseñar estrategias para todas sus necesidades. “Por eso no sirve hacerles una terapia o darles plata sino desplegar múltiples acciones que ayuden a reparar el daño”, dice Arévalo. Algunas solo necesitan hablar y es valioso que lo hagan porque así pueden elaborar emociones paralizantes y dolorosas, como la culpa o la rabia, comunes entre esta población.
Otros casos implican ayudarlos a capacitarse para que puedan trabajar o a resolver necesidades materiales. A veces se cree erróneamente que las comunidades están afectadas por los hechos victimizantes pero “la sorpresa es ver que les preocupan las condiciones actuales, como por ejemplo, que el hijo no pueda ir al colegio”, dice Olga Rebolledo, psicóloga de la Organización Internacional de Migraciones. Para ciertas víctimas como los familiares de los desaparecidos o los afectados por violencia sexual, el acompañamiento es psicológico y jurídico.
Teniendo en cuenta que las afectaciones no solo son individuales sino también familiares, a veces los equipos se enfocan en problemas de violencia en el hogar y alcoholismo, que a veces aparecen como consecuencia de la guerra.
El tratamiento también busca reconstruir el tejido social para que los vecinos vuelvan a ser una fuente valiosa de apoyo emocional. La Unidad de Víctimas diseñó la estrategia Entrelazando para recuperar, entre otras cosas, emociones morales como la indignación y la clemencia, porque “en algunos lugares ya no les dolían sus muertos. En otros, unos asesinatos eran importantes, como los de los líderes, pero otros no, como los de las prostitutas y lesbianas”, dice Lina Rondón.
Sanar las heridas colectivas también pasa por recuperar ciertos lugares que la guerra convirtió en sitios de terror como el río de los paseos de olla que luego fue el escenario de muerte. “A veces son calles, a veces son casas, como una en La Gabarra, que durante la guerra se convirtió en centro de tortura. Hoy las mamás le siguen dando una función social para educar a los hijos cuando les dicen que no vayan por allá porque hay fantasmas”, dice la experta.
Aunque estos programas se inspiraron en la experiencia previa de muchas ONG, hoy algunas de ellas tienen dudas de su método y alcance. “La propuesta se hizo en un contexto de urgencia y tal vez mediado por el modelo médico”, dice el psiquiatra Alfonso Rodríguez, de la Universidad del Bosque. Otros temen que el equipo interdisciplinario no esté preparado suficientemente para hacer una acción sin daño durante el tratamiento, y que el tiempo de atención no sea el adecuado. Según Liz Arévalo, directora de la Fundación Vínculos, el modelo es un poco “loco” porque mientras en los demás países los ofrecen cuando el conflicto ha llegado a su punto final, el de aquí se da en medio de la guerra. “Eso es muy dificil porque los victimarios, que están aún libres, siguen sometiendo y amenazando a las víctimas”.
El reto ahora es capacitar profesionales de diversas áreas para que la atención se haga sin daño, pero sobre todo lograr que las EPS entiendan la importancia de atenderlas como se lo merecen. En estos procesos, que pueden ser largos, cada individuo o familia se recupera a su propio ritmo. Hay metas, y una de ellas es que “la persona reconstruya su proyecto de vida, sienta que tiene control, que hay futuro y que le encuentre sentido a lo cotidiano. Pero no se ‘curan’, dice Arévalo. Y es que la vida para ellos no podrá ser igual después de esta guerra. Como dice el psicólogo Juan David Villa, “es como una vasija que se parte, a pesar de que pegues los pedacitos, nunca va a ser la misma de antes”, dice Villa.
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LA ODISEA DEL TRATAMIENTO
La atención psicológica a las víctimas del conflicto armado ha ido más allá de sentar a los afectados en el diván de un consultorio psiquiátrico. Así es como se curan las heridas que una guerra deja en el alma.
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Dirección y edición periodística: Silvia Camargo | Periodista: Cristina Castro | Diseño y montaje interactivo: Carlos Arango | Fotografía: Juan Carlos Sierra, León Darío Peláez, Daniel Reina, Jesús Abad Colorado, Carlos Julio Martínez | Video: Sandra Janer y Silvia Camargo, Diego Llorente, Camilo Bonilla, Alexander Guerrero.