CONFLICTO y SALUD MENTAL

EL LADO OLVIDADO DE LA VIOLENCIA

¡Más de 2 millones de niños víctimas!

Colombia no ha medido aún el costo para la sociedad de esta cifra de niños y niñas golpeados directamente por la guerra. ¿Puede una sociedad reponerse de esa barbarie? Tres expertos responden.

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Muchos coinciden en que los niños sufren la guerra de una manera más brutal. Sesenta años de conflicto armado no solo han dejado una cifra aterradora de más de 2 millones de niños víctimas de masacres, secuestros, asesinatos, desplazamiento y desapariciones forzadas, sino que han obligado a varias generaciones a crecer a pesar del dolor de sus recuerdos. Decenas de colombianos vieron a muy temprana edad cómo los grupos armados torturaban a sus familiares o tuvieron que vivir sin sus padres porque la guerra se los había arrebatado. ¿Cómo puede salir adelante un país que ha tratado así a sus niños? ¿Qué adultos se están formando en medio de la barbarie? SEMANA reunió a tres expertos para intentar responder estas preguntas: José Luis Campo, el director de la organización Benposta, que lleva décadas atendiendo niños víctimas, César Junca, un psicólogo experto en el tratamiento de población infantil en el conflicto armado y Claudia Guarnizo, asesora psicosocial en Niñez y Conflicto del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar. Estas son sus reflexiones.

 

SEMANA: ¿Qué significa para una sociedad tener más dos millones de niños y niñas víctimas del conflicto armado según el informe de Memoria Histórica?

 

CÉSAR JUNCA: La cifra es escandalosa. Un país que tiene esa cantidad de niños afectados por un conflicto armado que no hemos sido capaces de resolver da vergüenza. Ahora, son 2 millones solo si suponemos que la guerra está donde están las armas, pero la guerra no discrimina a nadie. Muchos niños no nacen en sitios de conflicto, pero eso no significa que este no los afecte.

 

JOSÉ LUIS CAMPO: Yo creo que en un contexto de guerra y teniendo en cuenta cómo vive y cómo ha vivido Colombia en los últimos 60 años es apenas lógico. Los niños y las niñas siempre han sido los más afectados por los conflictos armados en el mundo entero.

 

CLAUDIA GUARNIZO: Eso es verdad. Tenemos una niñez muy fracturada. Quienes trabajamos con ellos tenemos un gran reto y muchísimo por hacer. Pero también hay que valorar que los niños son quienes tienen mejores índices de resiliencia. Eso quiere decir que todavía estamos a tiempo de trabajar con ellos y de acompañarlos en ese proceso de recuperación emocional. Por eso, cualquier cosa que hagamos tiene que ser muy estricta, muy rigurosa y muy técnica.

 

SEMANA: Ese mismo informe dice que las huellas más destructivas de la guerra se dan en los niños. ¿En qué se ven esas huellas?

 

C.G.: Hace poco publicamos una investigación que hicimos con la OIM y Unicef en la que entrevistamos a 1.681 niños y niñas. Las secuelas de la guerra son profundas. Encontramos problemas de identidad y desconfianza en los niños víctimas de reclutamiento forzado. También conductas infractoras y predelictivas. Los niños en situación de desplazamiento sufren de depresión, aislamiento y baja escolaridad, y las víctimas de minas antipersona viven un doble drama: sufren porque no tienen plata para ir a las consultas, pero sobre todo tienen una dificultad enorme de ser felices. Paradójicamente, los índices más altos de resiliencia los tienen los niños desvinculados de los grupos armados.

 

J.L.C.: Sí. Eso se explica por el riesgo de leer el país a través del conflicto. A veces la exclusión afecta mucho más. Un joven de 15 años, desvinculado de las Farc, dijo en un evento internacional ¿Por qué se fijan tanto en nosotros y no se preocupan por los niños que están tirados en la calle? En Benposta hemos tenido niños del cartucho que están mucho más afectados que los de la guerra.

 

C.J.: Yo creo que cualquier trabajo con niños tiene que tener una reflexión muy importante. Son 2 millones hoy, pero ¿cuántos fueron ayer?, ¿cuántos papás de hoy son hijos de esa guerra de 60 años?, ¿cuántos más van a ser si no paramos la guerra?

 

SEMANA: ¿Creen que es posible con atención psicológica olvidar o superar los traumas que vivieron?

 

J.L.C.: Una de las grandes deudas que tiene el país con los niños y las niñas es el tema psicosocial. No hemos encontrado la fórmula para resolver esa pregunta. Pero la respuesta, sin duda, no es abordarlo por casos y cuando uno lleva a un niño al psicólogo eso es lo que está haciendo. Los niños y las niñas no son casos. Las universidades forman psicólogos para tratarlos así, pero no para abordar una problemática como la que vive Colombia.

 

C.J.: La gran pregunta es cómo atenderlos. La sociedad tiene que entender que esto no es de especialistas porque no va a haber psicólogos para 2 millones de niños víctimas. El niño que no tiene un pie por una mina puede estar más molesto por no tener con qué ir al médico que por su misma situación, y el psicólogo no tiene nada que hacer ahí. Para mí la preocupación fundamental es que el modelo clínico tradicional tiene que cambiar.

 

SEMANA: ¿Y cómo puede cambiar?

 

C.J.: Tenemos que reconocer que los colombianos poseemos herramientas sociales y culturales no solo para la guerra sino también para la paz. Si no, uno no entendería cómo nuestras comunidades con sus entierros y sus recuerdos logran sobrevivir a una masacre. Estas tienen herramientas que ningún psicólogo puede enseñarles.

 

J.L.C.: Es que el problema no se resuelve con terapias. Mi esposa y yo adoptamos tres niñas víctimas de una masacre del Ejército en Bolívar (Santander). Eso fue en 1998 cuando el ELN estaba el proceso de paz. Asesinaron al papá, a la mamá y a una hermanita de un año y medio. El papá murió encima del cuerpo de la mayor cubriéndola y protegiéndola. Nunca fueron a psicólogo.  En este momento una vive en Alemania y es profesional, otra vive en España y otra aquí. Entonces a veces uno presupone que el niño que estuvo en la guerra está traumatizado y tiene que ir a psicólogo. El desafío es romper con esos estigmas para tratarlos como personas y no con la etiqueta de niño excombatiente, desplazado, víctima de mina antipersona.

 

SEMANA: ¿Entonces qué habría que hacer?

 

C.J.: Lo primero es comenzar a reconocer que hay una afectación. En Colombia hay una normalización de la guerra. En sitios como Buenaventura es común la brutalidad amenazante de los actores armados. Para que a una persona le presten atención psicológica es porque lo que vivió fue terrible. En este momento se diagnostica para poder atender al peor del peor.

 

J.L.C.: Esa oportunidad está hoy abierta. La Ley de Víctimas reconoció que tenemos un problema. Eso es clave porque durante mucho tiempo este fue invisible. Antes nadie hablaba de los crímenes que habían sufrido los niños y las niñas. Ahora comienzan a aparecer concretamente los casos. Esa ley hace que los adultos que fueron víctimas cuando eran niños comiencen a reconstruir la verdad. Esto es muy interesante. ¿Cómo hacer que esa niña que hoy tiene 25 años que fue víctima de auténticas atrocidades cuando tenía 11 pueda hablar hoy?

 

C.P.G.: Sí. La ley de Víctimas es muy importante porque se reconoce por fin la existencia de hechos victimizantes. Antes solamente se visibilizaba el desplazamiento, el secuestro y el reclutamiento forzado. Esa ley nos da a quienes trabajamos en el ICBF más herramientas para trabajar otras situaciones como la orfandad, las minas antipersona, la violencia sexual. El reto es no generalizar ni tratar cada situación como un caso más.

 

SEMANA: Suena a que es mucho más fácil en el papel que en el trabajo diario de cada uno de ustedes…

 

J.L.C.: Es que el problema es una realidad que es permanente. Yo pienso que lo primero que hay que garantizarles a los niños es un presente digno. Por ejemplo, en el tema del desplazamiento, el problema no es el hecho del desplazamiento, sino que el niño siga viviendo como desplazado. Cualquier persona que vaya a Soacha o a Cazucá se dará cuenta de que es muy difícil que ahí alguien pueda crecer y soñar con un futuro. Si no tenemos la capacidad de garantizarles un presente que les permita proyectar un futuro con esperanza no los podemos poner a revivir el pasado. No tiene la capacidad emocional para soportar esto.

 

C.J.: Sé que suena muy oscuro el panorama, pero yo me reafirmo en esa oscuridad. Lo que vive cada niño realmente es un manojo de cosas mezcladas de guerra. No hay desplazado solo, hay desplazado con asesinato, con masacre, con violación sexual, con tortura. Los niños viven todo un  ramillete de hechos de violencia. Uno entiende que lo que termina haciendo el Estado es quitar 250 uvas para atender una. Pero esos hechos no son del pasado, son del presente brutal de todos los colombianos.

 

SEMANA: Y creen que ese panorama oscuro podría volverse claro con la firma de un acuerdo en La Habana. ¿Cómo afectaría esto la situación de los niños?

 

J.L.C.: Ahí sí tenemos la obligación de ser optimistas. La Habana es una oportunidad, aunque no signifique nada. En Colombia se han llevado a cabo montones de procesos de paz y los niños han sido invisibilizados en todos. Ese es un riesgo enorme. Sobre todo porque es muy difícil que las Farc reconozcan que tienen menores de 15 años pues eso es un crimen muy grave para la Corte Penal Internacional. Pero yo quiero volver al punto de que el problema no es solo la guerra. En Centroamérica hubo varios procesos de paz y la violencia no cesó, sobre todo en cuanto a los jóvenes.  El gobierno ha dicho que va a abordar el tema de los niños cuando hablen del punto de víctimas. Yo soy muy escéptico. Tengo el temor de que se vengan de La Habana sin hablar de niños y niñas. Eso sería gravísimo.

 

SEMANA: ¿Por qué sería tan grave?

 

J.L.C.: Si los niños no son visibles en el proceso, lo que va a pasar es que o los venden a otros grupos armados o esos paramilitares se van a alimentar de quienes salgan de la guerra. Creo que tenemos que hacer mucha fuerza sobre la necesidad de que se aplique el Derecho Internacional Humanitario en este proceso. Sería un gran error que firmen la paz y las Farc no entreguen a los niños.

 

SEMANA: ¿Qué otros riesgos ven?

 

J.L.C.: Veo un riesgo adicional y es el porcentaje de niños y niñas que son víctimas de reclutamiento forzado de organizaciones que el gobierno no reconoce como grupos armados. Esos niños pueden ser judicializados y de hecho hoy son judicializados como si fueran victimarios.

 

SEMANA: ¿Han pensado en cómo hay que prepara esa atención si se firma la paz?

 

J.LC.: Hay que trabajar para no tener que sacar a los niños de las comunidades sino construir capacidades en esas comunidades. Nosotros tenemos un hogar desde hace 30 años cerca de Bogotá en donde hoy viven 150 niños y niñas afectados por la guerra. Pero en otros lugares no tenemos internados así. En Córdoba, en Meta, en el Cauca y en Catatumbo trabajamos una propuesta que se llama núcleos protectores. Se trata, por ejemplo, de que un niño de una vereda en el Catatumbo, que  a los 14 años ya no tiene opción sino de trabajar en un cultivo de coca, pueda salir a estudiar al colegio del pueblo.

 

C.J.: Yo conozco el trabajo de Benposta pero eso es un trabajo excepcional. Sin embargo, pienso que los niños no pueden estar en Benposta. No podemos inventarnos refugios para proteger por fuera a quienes no podemos proteger en sus casas. Uno como psicólogo aprende más en las comunidades que en la universidad porque ningún texto enseña a manejar esta atrocidad. Cuando llegue la paz, si llega, habrá también que inventar cosas. Todos sabemos un poco hacer eso, todos hemos abierto el corazón para atender a alguien que tiene el corazón fracturado. Toca es emprender acciones más ambiciosas sobre fracturas mucho más fuertes. Pero en últimas, nosotros tres trabajamos para que nuestro trabajo se acabe.

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CRÉDITOS

Dirección y edición periodística: Silvia Camargo  |  Periodista: Cristina Castro  |  Diseño y montaje interactivo: Carlos Arango  |  Fotografía: Juan Carlos Sierra, León Darío Peláez, Daniel Reina, Jesús Abad  Colorado, Carlos Julio Martínez  |  Video: Sandra Janer y Silvia Camargo, Diego Llorente, Camilo Bonilla, Alexander Guerrero.