El mundo no ha visto, quizá, una cumbre como la Conferencia de Desarrollo Sostenible de Río de Janeiro, más conocida como Río+20, que sesionará entre el 20 y el 22 de junio de este año. No se va a aprobar ninguna convención, pero el secretario general de la ONU la ha calificado como “una de las más importantes en la historia”. Los asistentes son tantos (75.000) que la presidenta de Brasil pidió camas hasta a los moteles de Río de Janeiro para suplir la demanda. Participan 193 países y varios miles de ONG. Se han inscrito para hablar 130 jefes de Estado, aunque aún no se han publicado sus nombres. Hay cientos de eventos paralelos y una Cumbre de los Pueblos alternativa.

Entre los egoísmos nacionales, la crisis mundial y las diferencias entre los hemisferios norte y sur, la cumbre Río+20 puede ser un fiasco mayúsculo. El costo podría ser el planeta.
¿Qué se juega en Río?

Sencillamente, la triste realidad del planeta. La cumbre de Río de 1992 puso en el diccionario mundial el concepto de ‘desarrollo sostenible’. 20 años después, poco se ha hecho sobre el segundo elemento de este término y mucho, lamentablemente, respecto al primero: el voraz desarrollo ha puesto a la humanidad en el trance de preguntarse, cada vez más alarmada, si su hábitat, el planeta Tierra, se está convirtiendo en otra especie en proceso de extinción. Por eso, hoy Río, 20 años después, congrega a tanta gente (y por eso varios de los responsables del actual estado de cosas prefieren no asistir).

¿Qué reúne en Río a tanta gente? 

Hace 40 años, en una cumbre modesta en Estocolmo, en 1972, a la que solo asistieron dos jefes de Estado –el anfitrión, Olof Palme, e Indira Gandhi, de India–, los desafíos ambientales entraron por primera vez en el debate global. Veinte años después, en 1992, en Río, otra conferencia, con 108 jefes de Estado y 17.000 participantes, aprobó dos convenciones (sobre cambio climático y conservación de la biodiversidad) y puso en el diccionario mundial el concepto ‘desarrollo sostenible’.

¿Oportunidad de una generación?

 

 

Río+20 se ha calificado como la “oportunidad en una generación” para que el concierto de las naciones enderece el rumbo y opte, por fin, por medidas prácticas y medibles para enfrentar el creciente deterioro del entorno natural del que la humanidad extrae los recursos para vivir.

 

Cuarenta años después de Estocolmo, la población mundial es casi el doble, la economía, tres veces más grande y la demanda por recursos naturales supera en 50 por ciento la capacidad regenerativa del planeta. Esto solo empeorará en los años que vienen. La situación es tan grave que ya no puede revertirse.

Las mismas divisiones de hace 40 años dominan hoy las negociaciones

 

El problema es que las mismas divisiones que surgieron en Estocolmo hace 40 años siguen dominando las negociaciones. ¿Quién y cómo va a dar agua, comida y energía a los 9.000 millones de personas que vivirán en la Tierra en 40 años?, es una pregunta que debería congregar a todos. Nada más inocente.

¿Qué impide los acuerdos?

Los países del norte le apuestan a la economía verde, los del sur temen que se convierta en un chaleco de fuerza para su desarrollo y en una suerte de ‘proteccionismo verde’. El Grupo de los 77 y China, que agrupa a los segundos, piden a las naciones del hemisferio norte cambiar sus patrones de consumo y producción, regulaciones estrictas a la extracción de sus recursos, y que cumplan compromisos de Río 1992 como la transferencia de tecnología o el pago de buena parte de los costos de la adaptación (lo que se conoce como el principio de las responsabilidades comunes pero diferenciadas), pues las naciones ricas fueron las que más destruyeron el medio ambiente en su camino al desarrollo, aunque los efectos los padecen con mayor agudeza los países pobres. Estados Unidos y otras naciones han intentado incluso retroceder frente a lo acordado 20 años atrás, mientras China, India y otras potencias emergentes no quieren oír hablar de limitaciones a su desarrollo. No hay consenso sobre la necesidad de nuevas instituciones globales que supervisen la sostenibilidad ni sobre la de los objetivos de desarrollo sostenible, sus metas o cómo hacer que se cumplan.

Brillan por su ausencia

Las ONG son escépticas

La falta de consenso sobre la necesidad de nuevas instituciones globales que supervisen la sostenibilidad y sobre los objetivos de desarrollo sostenible, ha llevado a una coalición de grandes ONG, como Oxfam, Greenpeace y otras, a sentenciar que “Río+20 no añadirá nada a los esfuerzos globales para garantizar el desarrollo sostenible”.

 

El potencial estallido de la zona euro y sus repercusiones internacionales y la tensa elección presidencial en Estados Unidos tienen la atención de los grandes de este mundo puesta en otras cosas. En tiempos de crisis y recesión, pocos quieren oír de los costos que implicará detener el deterioro del planeta. En 1992, en Río, se habló de que los países ricos tendrían que poner 100.000 millones de dólares anuales para ayudar al mundo en desarrollo a lograr los objetivos del desarrollo sostenible. Un reporte del BID para esta cumbre sostiene que serán necesarias inversiones de 110.000 millones de dólares en América Latina para lograr reducir a niveles tolerables la emisión de gases de efecto invernadero para el año 2050.

 

No todo es negro

Las cumbres han mostrado, a menudo, ser más que sus documentos. Río, en 1992, fue declarada un fracaso, pues Estados Unidos decidió, a último minuto, no firmar la Convención de Biodiversidad y los imperativos del consenso aguaron los documentos aprobados. Pero el mundo empezó a pensar en serio en desarrollo sostenible desde entonces. Las instituciones ambientales, pocas y débiles, florecieron. Y un intangible poderoso, la conciencia ambiental, se volvió protagonista en las discusiones globales. ¿Ocurrirá algo similar en Río+20 y a último minuto se logrará el consenso básico para seguir avanzando? Ojalá. Si los gobiernos no se pellizcan, la “oportunidad en una generación” que ofrece la Conferencia de Desarrollo Sostenible de Río de Janeiro podría perderse. La pregunta obvia será entonces: ¿habrá planeta para salvar en la próxima cumbre? Es la cumbre más importante de la historia, pues representa la oportunidad para enderezar el rumbo.