Su padre era Manuel Cepeda Vargas, líder del Partido Comunista Colombiano (PCC) en la década de los noventa y dirigente de la antigua Unión Patriótica (UP). Murió el 9 de agosto de 1994, asesinado por paramilitares del país (AUC).
El senador Manuel Cepeda, como otros militantes de la Unión Patriótica, sabía que lo iban a matar. Ese trágico día llegó finalmente en la mañana del 9 de agosto de 1994. Para su hijo Iván fue impactante más no sorprendente. Ha vivido su duelo en tres etapas, la primera fue investigar y recoger evidencia para encontrar a los responsables. Luego, se puso como meta conseguir un escaño en el congreso de la república, y por último, que aún sigue pendiente, es ver a este país con más justicia y paz. Para lograrlo dice que hay que dejar atrás el odio pues es una fuerza insaciable al igual que el miedo que siempre lo acompaña.
“Mi primera reacción fue buscar justicia”
“Yo tenía 32 años. Había hecho mi carrera universitaria y estudiaba un doctorado en la Universidad Javeriana. Aunque había tenido experiencia en la militancia política y social, yo estaba orientado a la vida académica y era un profesor universitario. La primera reacción después del dolor, el sufrimiento, la indignación, incluso la impotencia frente a un hecho que rebasa las fuerzas fue buscar justicia. Buscar la manera de esclarecer y encontrar a los responsables. Ponerle un rostro a quienes habían perpetrado el asesinato de mi padre y comenzar a trasegar por ese camino. Recogí pruebas, escuché distintas versiones, entablé acciones judiciales, creé dispositivos de memoria social y me involucré con la lucha de los derechos humanos y de víctimas. Todo eso me permitió ir procesando el luto, tramitando ese sentimiento inicial, hasta que, en el 2010, prácticamente 16 años después del asesinato, obtuvimos una decisión judicial que no tiene precedentes en Colombia. La decisión la tomó la Corte Interamericana de Derechos Humanos al condenar por primera vez al Estado colombiano en el caso del asesinato de un líder político en el contexto del genocidio contra la Unión Patriótica. Esa decisión dio lugar a un acto público en el que el Estado, a través del entonces ministro del Interior Germán Vargas Lleras, pidió perdón e hizo un reconocimiento de la responsabilidad del Estado”.
"El duelo es una experiencia que no termina fácilmente".
“Ocupé el vacío que había dejado mi padre”
“La muerte de mi padre me reorientó de una manera muy clara, me convirtió en lo que soy hoy. No sé si hubiera terminado en lo mismo, pero ese hecho fue definitivamente una especie de terremoto en mi vida personal. Desde esa época yo ya comenzaba a cuestionarme seriamente sobre si bastaban las denuncias, las acciones jurídicas que hacíamos y si no era necesario dar el siguiente paso, como lo fue entrar en el Congreso de la República. Sentí que la figura de mi padre fue fundamental en eso. Su experiencia como congresista, su vida política. En 2010 lo logré y pude obtener 35.000 votos en Bogotá para llegar a la Cámara de Representantes sin tener maquinaria. Sin ningún tipo de recursos económicos. En todo ese proceso mi padre fue una referencia permanente. Sentía que el escaño que ocupaba era de alguna manera llenar, sin pretensiones, ese vacío que había generado el asesinato de mi padre. Fue otra dimensión de satisfacer esa necesidad del duelo. De reparar el daño, de reparar la injusticia”.
“Tenía una serenidad digna de imitar”
“Mi relación con él era entrañable, atravesada por un gran afecto y un amor filial muy grande. Siempre tuve un gran respeto por él, una gran admiración. Era un hombre que en la vida pública no parecía tener sentido del humor, pero en la privada y en la familia era muy divertido. Llenaba todos nuestros espacios de momentos muy gratos y con mucha alegría. Tenía mucho optimismo a pesar de todos los tiempos difíciles que vivimos por su acción política y la de mi madre. Sin embargo, también era una relación de contradicción. También había discusión política. No todo fueron acuerdos, elogios y admiración. Cuando yo me convertí en una persona consciente políticamente tuvimos discusiones y debates que parecían no tener fin. Obviamente en algunos yo no tenía la razón y en otros, él no la tuvo. Pero siempre fue una relación respetuosa y eso para mí fue muy aleccionador. Para mí siempre fue muy impactante ver que en medio de las condiciones adversas mi padre guardaba una enorme serenidad. A veces uno podría pensar que era absolutamente inmune al miedo o a la desesperación”.
La noche en que mataron a José Antequera.
“Lo que se destruye con la violencia no se reconstruye fácilmente”
“Yo diría que el duelo no ha concluido definitivamente. La herida en cada momento se abre. El duelo parece ser una experiencia que no termina fácilmente, afortunadamente, porque es una fuente de inspiración también. Yo diría que hay una tercera etapa en mi vida política que ha sido fundamental y fue la de involucrarme de manera seria y comprometida con el proceso de paz. Eso me ha llevado realmente al último estadio que es entender de manera profunda lo que significa reconciliarse, perdonar, intentar reconstruir a una nación desde esas ruinas, esos odios y resentimientos que ha dejado el conflicto armado. Tal vez este sea el punto de llegada, pero puede ser que haya otras etapas porque este camino es largo. Lo que se destruye con la violencia no se reconstruye fácilmente. Es como la paradoja de que en un instante se puede acabar con la vida de un ser humano, pero se requieren décadas para poder reconstruir su memoria, para poder estar en paz con uno mismo y los demás. Es una labor muy exigente que necesita de paciencia para encontrar el camino correcto”.
“La verdad es fundamental para el perdón”
“Yo creo que he avanzado mucho en esa dirección y debo reconocer que en ese momento el ministro Vargas Lleras lo hizo muy bien cuando hizo un reconocimiento como el que esperábamos, sin omitir ni trivializar la responsabilidad y eso fue satisfactorio. Yo lo reconocí y lo acepté. Creo que he perdonado a los autores del asesinato de mi padre. Sin embargo, hay algunos a los que todavía no conocemos y deberían asumir su responsabilidad. Son los autores intelectuales del crimen. Así que todavía hay mucho camino que recorrer en ese sentido. La verdad es fundamental para el perdón. El poder sentir el alivio que implica descargar de los hombros y del corazón la indignación, es producto de un trabajo que no se le puede exigir a la víctima antes de que lo recorra. Es un proceso que hay que asumir con paciencia y con la comprensión de que no es un acto arbitrario de la víctima no querer perdonar. Hay que hacer un trabajo de reconciliación”.
Para Cepeda, el duelo colectivo todavía es tarea pendiente.
“Mi norte es un país justo y en paz”
“Yo en general tengo un norte, y quiero ir hacia un país democrático, justo y en paz. Esa es mi labor esencial. Todo lo que hago está en función de eso. Pero sí hay momentos difíciles en los que uno tiene que tomar decisiones entre lo peor y lo malo. Son terribles y eso ocurre casi diariamente pues la política es, entre otras cosas, un arte de decisiones de extrema complejidad. Efectivamente en medio de esas contradicciones adversas, en esas disyuntivas éticas, pienso en mi padre y dialogo con él de manera imaginaria. Pienso en qué habría hecho él, como se hubiera comportado. Eso me sirve de referente. Es cierto que uno tiene un diálogo permanente en la cabeza, que la memoria es un diálogo constante con los ancestros”.
Iván Cepeda hoy es político y defensor de los derechos humanos.
“Me despedí de él como si fuera la última vez”
“Fue la mañana del día en que lo iban a asesinar, cuando nos abrazamos en la puerta de nuestro apartamento al salir. Lo particular del asunto es que en esos días se hacía inminente que iba a ocurrir. Teníamos conciencia de que lo iban a matar. Era una situación para la que nos habíamos preparado, entonces decidí que cada vez que me despidiera de él lo iba a hacer como si fuera la última. Ese día efectivamente ocurrió. Uno se prepara mucho para esas circunstancias, pero nunca lo suficiente como para poder estar listo y afrontar la muerte de un ser querido. Regularmente mi padre y yo salíamos juntos en el carro. Un carro normal con escoltas. Esa mañana por alguna circunstancia yo no salí con él pero después recordé que tenía un compromiso por cumplir y salí 15 o 20 minutos después de él. En el trayecto encontré el vehículo minutos después de que había ocurrido el hecho. Mi padre estaba ahí, en una situación terrible, acababa de ocurrir el crimen. Fue un momento muy difícil y fue realmente impactante para mí. Nunca es suficiente estar preparado para ello. Teníamos plena conciencia de que lo iban a matar. Incluso mi padre fue a despedirse de mi hermana en el exterior, a conocer a su nieta y regresó con la plena conciencia de que lo iban a matar. Estaba precedido por hechos todos los días. Seguimientos, amenazas llamadas telefónicas, en fin. No fue sorprendente pero sí muy impactante”.