Hijo de Rodrigo Lara Bonilla, exministro de Justicia, asesinado el 30 de abril de 1984 en el norte de Bogotá por sicarios de Pablo Escobar. Su padre lideraba la persecución a los narcotraficantes del cartel de Medellín. Tras su muerte, y a sus 8 años, tuvo que dejar el país y trasladarse a Europa con su familia.
El magnicidio del exministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla es recordado como el punto de partida de la más cruda guerra entre el Estado colombiano y el narcotráfico. Tras declararle la guerra a Pablo Escobar y lograr que lo expulsaran de la Cámara de Representantes, fue acribillado dentro de su vehículo en el norte de Bogotá por un grupo de sicarios. Ese 30 de abril de 1984, Rodrigo Lara, su hijo, fue uno de los pocos que lo vió minutos después de ser asesinado. Para él, ese momento fue traumático y desde que sucedió decidió asumir el duelo como un dolor privado. En esta entrevista reitera que, aunque lo recuerda, uno de sus objetivos siempre fue buscar su propio camino y no tratar de emular el legado que dejó.
“Lo primero fue tramitar ese dolor intenso y profundo”
“Yo era un niño cuando murió mi padre. Pero ese es un tema del que no hablo mucho. Por eso de pronto no voy a ser muy locuaz. El duelo ante una situación tan traumática, con una desaparición violenta como la de mi padre, fue muy difícil por las circunstancias. Yo estuve presente después de que lo asesinaran. Lo acompañé, lo llevé a la clínica y eso es indiscutiblemente, muy duro. Es duro porque el dolor y el traumatismo embargan completamente la vida y la existencia de la persona. Es un dolor que invade, un dolor omnipresente. Cuando una persona vive esas circunstancias su vida queda desorientada. Se pierde un poco el norte o la estabilidad misma porque los pilares en el hogar son el padre y la madre y ellos le dan sentido y razón de ser al mundo y la existencia de un niño. La primera fase del duelo fue procesar ese dolor Intenso y profundo. Ese sentido de vacío y ausencia que toma un tiempo, unos cinco o seis años. A mí en lo personal me ayudó mucho el hecho de haber salido casi inmediatamente del país y de haber reiniciado una vida distinta en un país como Suiza, que es muy tranquilo”.
“Me tocó valerme por mi mismo”
“Yo lo acompañaba mucho y él me llevaba. Tengo recuerdos de un padre muy cariñoso, pero un padre fuerte al mismo tiempo. Tenía las dos caras. Y esa fue la gran enseñanza que nos logró inculcar: aprender a valernos por nosotros mismos y la única forma de hacerlo era siendo muy exigentes con la educación. Siempre se esforzaba por despertar algún tipo de interés, de curiosidad intelectual. Nos regalaba libros, nos explicaba, hablaba, le gustaba mucho transmitir y enseñar. Él era un hombre muy inteligente. Era un profesor universitario y cultivaba ese amor por el estudio. Tenía su biblioteca y la cuidaba. Crecer sin el padre tiene dos caras. Una positiva y una mala. El padre es el padre, puede castrar. Ese es un temor que siempre he tenido. Crecer sin el padre indiscutiblemente priva a un niño de la orientación. Solo, pues toca valerse por uno mismo. Caerse y volverse a parar”.
“Mi trabajo no es una expresión de un duelo”
“No es algo que pueda desligar naturalmente de mi padre, ni más faltaba, pero mi trabajo no es una expresión de un duelo. Yo no estoy haciendo esto para lograr una reivindicación o retomar sus banderas. Nunca lo he entendido de esa manera y si lo hubiera entendido así hubiera preferido ser médico o corredor de bolsa, donde también hay altos niveles de adrenalina. Lo que pasa es que yo vi esta actividad desde muy pequeño en mi casa y me gustaba lo que hacía mi padre. Lo admiraba profundamente. Aunque tenía ocho años cuando murió, lo viví con cierta intensidad hasta donde pude. Entonces desde muy pequeño entendí que la única manera en la que yo podía realmente ser feliz o tratar de hacer algo en la vida más adelante, era seguir. No despojarme ni mucho menos de su presencia, ni ignorarlo, pero sí encontrar mi propio camino. Y eso lo pude ubicar a través de las enseñanzas que él me daba. Por eso pensé en qué le hubiera gustado a mi padre y me dije que sin duda, ser yo mismo. Creo que le hubiera parecido un fracaso indiscutible que yo tratara de emularlo en todas sus acciones, o que me dedicara básicamente a vivir aferrado a un pasado como una figura anacrónica, recitándolo a él o interpretando el presente con sus circunstancias del pasado. Esos son los dos ámbitos del duelo y yo creo que así es que lo he procesado”.
“Para mí, mi padre es un asunto muy privado”
“Para mí, mi padre es un asunto muy privado. Nunca lo he querido convertir en un asunto público. Es casi una disciplina que me he impuesto. No lo menciono en discursos a menos que sea una referencia histórica necesaria. Es algo también muy interno y privado. Es un poco una concepción protestante. Tal vez calvinista, por el tema de que en Suiza el dolor es un asunto privado, no un evento público. En las sociedades católicas el dolor se vive de manera más pública, pero para mí es asunto privado. Así lo he procesado y así lo llevé. No me gusta mucho exteriorizarlo. Por eso de pronto no siempre es fácil referirse al caso. Si me piden que explique cómo se llevó el duelo yo lo pudo hacer, si me piden que hable de mí relación personal con mi padre, no. Pero si me piden, como usted lo está haciendo, que explique cómo se lleva o se procesa un duelo, lo puedo explicar porque es un tema que no atañe mis sentimientos. Pero el duelo nunca va a terminar. Eso naturalmente emerge. Son fantasmas que permanecen. Son cosas que están adentro. Lo importante es que siempre exista la capacidad de racionalizarlo. El dolor siempre va a existir por que con muerte de un ser querido una parte de uno mismo se muere”.
Para Lara Restrepo el duelo es una herida que se abre una y otra vez.
“El duelo termina con la verdad y la justicia”
“La impunidad hace mucho más difícil el proceso de duelo. El duelo termina de cerrar cuando hay verdad, justicia y reivindicación. Eso de cierta forma puede tranquilizar el alma. Es difícil hablar de un perdón cuando hay impunidad. Yo hice un esfuerzo hace un tiempo con el hijo de uno de los asesinos y los autores intelectuales de mi padre que fue Pablo Escobar. El hijo de Pablo Escobar me mandó una carta pidiendo perdón por un crimen que cometió su padre. Yo le respondí y le di la mano. Le deseo lo mejor, que pueda tener una vida distinta, en últimas él también fue víctima. Espero que a los colombianos esto les sirva un poquito también. Es posible no repetir la violencia sobre la sangre de quienes nos han causado dolor”.
“Mi padre es una luz que ilumina mi camino”
“Tengo muchos recuerdos pero no me gusta hablar de episodios precisos. Tengo mucho, de la vida, de toda la vida pero es un asunto privado. El hecho de que no pretenda emularlo a él no significa que lo borre. Mi padre está ahí permanentemente. Es una luz que ilumina mi camino. No es el camino, pero es una luz que cuando me pierdo la miro. Es un referente”.
Rodrigo Lara fue Ministro de Justicia durante el gobierno de Belisario Betancur.
“Hay que cerrar los ciclos de violencia”
“El problema que hay en Colombia es que nosotros hemos vivido ciclos muy intensos de violencia. Hemos tenido a esas víctimas en el anonimato más absoluto, que es casi una forma de revictimización. Eso termina siendo una forma de desconocer el dolor de tantos. Por eso los ciclos de violencia en los años 50 y 60 se cerraron sin que existiera una sola mención por las víctimas. Ese dolor que existió en el campo colombiano se recicló muy fácilmente en otras formas de violencia. La herencia más probable de la violencia es la siguiente violencia. Entonces cuando no hay procesos de verdad y reconocimiento, no terminaba de cerrar el ciclo. Un cae fácilmente en más violencia porque fue lo que vio en el hogar. Es durísimo.