Su padre Carlos Pizarro era el máximo dirigente del Movimiento 19 de abril (M-19). Al mes y medio de haber entregado las armas para iniciar su vida política, murió asesinado en un avión comercial en la ruta Bogotá-Barranquilla.
El padre de María José Pizarro fue asesinado un mes y medio después de firmar el acuerdo de paz con el Gobierno y entregar las armas. El shock que le produjo ese fatídico día, dice, le borró de la memoria la mayoría de los recuerdos con él. Aunque ha sido difícil y doloroso el camino para reconstruirlos, hoy dice que lo recuerda como un hombre absolutamente cálido y coherente. Para procesar su tristeza tuvo que hacer un largo recorrido que comenzó a los 18 años cuando abandonó su casa y se fue a recorrer el país y el resto de Sudamérica. Ese viaje y la construcción de memoria que emprendería después, le permitieron hacer más fácil la catarsis.
“Era una muerte anunciada”
“Cuando me enteré de la muerte de mi padre estaba en clase. En ese entonces estudiaba en el Liceo Francés y tenía otra identidad. Estaba en un examen de matemáticas cuando llegó el director del colegio y dijo: “Por favor, María José Pizarro”. Me asusté mucho porque cuando me llamaban por mi nombre era porque algo grave había pasado. No respondí, hice como si no fuera conmigo. Entonces el profesor dijo que había una María José con otro apellido. Me sacaron, recorrí el pasillo, bajé las escaleras hasta el despacho del director y cuando entré ahí estaba mi madre con la compañera de Álvaro Fayad. Ambas estaban llorando y lo entendí. No tuvieron que decirme nada: habían asesinado a mi padre. Lloré mucho. Era una muerte anunciada”.
“Él no está físicamente pero vive en las demás esferas de mi vida”
“El duelo fue difícil y ha durado una gran parte de mi vida. Ni mi madre, ni mi familia supieron cómo explicarnos bien lo que había pasado. Entonces tuve una adolescencia muy rebelde, complicada. Tomé la decisión de irme de mi casa a los 18 años. Me fui a viajar por Colombia y Suramérica. Recorrí todo el continente con mi perra. Yo decía que tenía que ir lejos porque Colombia me dolía. Me dolía profundamente este país que me había causado tanto daño. Pero en ese viaje, con esas limitaciones económicas tan grandes, empecé a ver la realidad de este país y del continente. Me dolía la realidad de millones, porque una cosa es acercarse a la pobreza y otra cosa es vivirla. Ahí entendí a mis padres. Empecé a entender por qué había peleado y cuál era realmente la coherencia entre lo que él nos decía de niños y lo que era la realidad. Ahí empecé a buscar a mi padre. De alguna manera ese viaje me permitió reconstruir esa relación. Yo he dicho varias veces que tengo mi vida con Carlos. Es decir, es una persona que no existe en mi vida materialmente, pero sí en todas las esferas de mi vida. En ese viaje por fin encontré respuestas a todas mis preguntas. Construí un padre y lo guardé dentro de mí. Eso fue un acto de amor muy profundo”.
“Fue reparador poder levantar sus banderas”
“Cuando empecé a construir el camino de la memoria empezó a llegar a mí la vida política. Al principio fue un proceso muy íntimo que se empezó a volver público. Empecé a recorrer el país con otras organizaciones de víctimas. Eso me fue conduciendo sin que yo me diera cuenta al momento en el que ahora estoy. Claramente, cuando tomé la decisión de meterme en la política, ese mundo que significó tanto dolor para mi familia, me cuestioné. Pero lo hice porque de alguna manera ese amor que siento por mi padre empecé a sentirlo de manera profunda por este país. Además, fue reparador para mí poder levantar esas banderas. Recuperar unos ideales que quedaron perdidos tras su muerte. Fue ocupar el espacio que mi padre debería haber ocupado. Por eso, el día de la posesión llevé el sombrero de mi padre, lo coloqué allí, creía que era su lugar. Obviamente, su legado siempre me acompaña”.
“Cargaba una maleta demasiado pesada”
“Fue el trabajo de memoria lo que me ayudó a hacer catarsis. Llevo 15 años construyendo la memoria de mi padre y estudiando la historia reciente de este país, poniendo allí mis propias visiones, mis reflexiones. Haberme metido tan de lleno en reivindicar la figura de mi padre me permitió liberarme de eso como un equipaje que me pesara. Ahora es algo que me acompaña pero de manera liviana. Creo que esa catarsis sí la hice y por eso voy más libre. Ahora no soy solamente la hija de Carlos Pizarro, sino María José Pizarro. Construí mi propia identidad, mi propio camino, camino con mis propios pies. Luego, hay otras cosas que tienen que ver con la verdad, con la justicia. Allí es donde están los pendientes. Pero no míos, son los pendientes que tienen conmigo. Hay otras víctimas que toman decisiones completamente diferentes. Tal vez el miedo y el odio les vence. Yo soy autista para el odio, por eso pido que seamos capaces de encontrarnos desde la grandeza”.
María José Pizarro lleva más de una década tratando de reivindicar la historia de su padre a través de la memoria, el amor y el perdón.
“Los asesinos de mi padre deben asumir su responsabilidad”
“Nunca ha habido un acto de perdón, un acto de reconocimiento de responsabilidad. El caso se encontraba en una etapa preliminar hasta hace un año. En esa lucha llevo 12 o 13 años de mi vida. Hasta los 32 pude llamarme nuevamente María José Pizarro. Recuperé mi identidad y logré que me reconocieran como parte civil en el caso. Desafortunadamente la verdad se aleja. Yo no sé si algún día alcanzaré la verdad pero sí voy a seguir perseverando siempre, no les voy a dejar el camino fácil. Creo que quienes tomaron la decisión de asesinar a hombres como mi padre tienen que asumir su responsabilidad, decirle al país por qué se perdieron hombres de este tamaño humano. Me lo merezco yo, como hija, pero el país también. Las nuevas generaciones merecen conocer la verdad. Tener otros referentes distintos a la guerra. Tengo ese compromiso y no voy a desistir. Yo tengo mis verdades, pero mis verdades solas no tienen ningún sentido. Lo que necesitamos es que el Estado colombiano nos diga la verdad”.
“Necesitamos una buena dosis de verdad”
“Yo creo que ninguna víctima de este país, sea cual sea el victimario, de donde sea que hayan venido las balas, puede renunciar a la verdad, la justicia y a la reparación. Este país necesita muchísimas dosis de verdad, entender qué es lo que nos ha pasado. Esa comprensión es precisamente lo que nos va a permitir transitar por caminos diferentes y que podamos dirimir nuestros conflictos de una manera distinta. Hasta que no hayamos cumplido con esas tres etapas para todos y para todas, sin estratos, sin estratificaciones, sin diferenciar los dolores, no habrá paz. Creo que allí empieza un camino distinto para Colombia.
Por varios años María José Pizarro permaneció en estado de shock -el primero de las etapas del duelo- por la muerte de su padre, a tal punto que no podía recordar los recuerdos que tenía con él.
“El nos dijo que lo iban a matar muy pronto”
“Justo la noche anterior a su muerte hubo un pequeño encuentro en un restaurante con amigos. Algo muy íntimo, muy familiar. Mi padre llegó tarde con una camisa blanca. Y mi hermana lo miró y le dijo: “Carlos tú no tienes el chaleco antibalas, te pueden matar”. Mi papá le respondió: "Si me van a pegar un tiro, me lo pegan en la cabeza, el chaleco antibalas no sirve para nada". En ese momento se sentó y nos dijo que lo iban a matar muy pronto. Nos pidió que no lo olvidáramos. Yo me fui a dormir con eso en la cabeza y al otro día por la mañana lo asesinaron. En mi ingenuidad pensaba que la paz iba a ser ya garantía de su vida, pero no sabía que la paz iba a ser todo lo contrario”.