Fotos: Pilar Mejía
deslice
18 años de edad y 4 meses de embarazo.
Se escapó de su casa en Venezuela junto a su novio hace 3 meses.
A unos cuantos metros del Terminal Salitre de Bogotá hay un lugar llamado El Bosque. Al acercarse, poco a poco, van apareciendo pequeños cambuches hechos con ramas y bolsas plásticas donde duermen algunos venezolanos que llegan a la capital. Los árboles son grandes, al menos unos 8 metros de alto. La tierra está mojada y todavía quedan residuos del granizo que cayó la noche anterior.
“Por favor, no me grabe — dice Carlos, el hombre que se ofrece a mostrarnos el campamento— Si mi familia se entera de que estoy durmiendo en la calle se moriría de la tristeza y de la vergüenza. Siempre que los llamo les digo que estoy bien”.
En la entrada, en el andén, hay varios vendedores ambulantes. “Nos ayudamos vendiendo que si boli, que si chupeta, que si papitas”, dice uno de ellos. Hay una camioneta blanca parqueada. Viene cargada de mercado. Varias personas lo reciben y lo llevan a un centro de acopio. Es una especie de quiosco donde montaron un fogón de leña. Allí las personas hacen fila para recibir su porción. Sin embargo, varios dicen que es una especie de mafia y que la señora que administra la comida tiene preferencias. Por eso algunos tienen sus propias fogatas y cocinas.
Varios niños corren por el lugar y otros jóvenes juegan fútbol. Algunos están sentados mirando a la nada, o recordando o imaginando. Otros duermen con sus pies por fuera de las carpas. Y por ahí aparece Shaira una pequeña de 2 años. Tiene cabello crespo, ojos sorprendidos, piel negra y una sonrisa que no pertenece a ese lugar. Se queda mirando las cámaras y posa. Antes de que sigamos el camino nos ofrece un beso.
Son muchísimas las familias las que viven en este campamento improvisado. Según un censo de la Secretaría de Integración Social, son 221 personas. La mayoría llegó por motivos económicos, laborales, falta de acceso a alimentación y a salud. Se sabe que en el campamento hay 9 mujeres embarazadas. Mientras preguntamos por ellas, Carlos nos cuenta que casi no salen de las carpas, se quedan todo el día durmiendo: “Yo creo que es la pura depresión, es mejor dormir que despertarse y mirar dónde podrían terminar teniendo un hijo”.
“Al bebé todavía no lo siento. No pienso mucho en eso, sino en salir de aquí —dice Yatzalí Cova— pero a veces me pongo las manos en la barriga y me espanto. Tengo miedo de regresar a mi país, pero también tengo miedo de quedarme”.
Finalmente encontramos a Yatzalí Cova, una joven de 18 años, quien tiene 4 meses de embarazo. Viste un pijama térmico rosado y una cachucha negra. Dice que desde que la hospitalizaron por falta de oxígeno hace poco, ahora sale más de la carpa para recibir la luz del sol. De todas formas está pálida, sus ojos se ven cansados y su sonrisa nostálgica.
ver más
ocultar
Se sabe que en el campamento hay 9 mujeres embarazadas, pero casi no se sabe de ellas pues casi no salen de sus carpas. “Yo creo que es la pura depresión, es mejor dormir que despertarse y mirar dónde podrían terminar teniendo un hijo”: Habitante de El Bosque.
Junto a su esposo Víctor David Targill, de 20 años, Yatzalí decidió dejar Venezuela, para llegar a Perú en busca de nuevas oportunidades. “Se supone que en Cúcuta me iba a encontrar con un amigo de mi mamá, pero nunca fue por mí. Y decidimos quedarnos en Colombia porque nos han dicho que en Perú y en Ecuador están muy rudos con los venezolanos”.
Llegar desde Venezuela hasta Cúcuta les tomó 7 días. Iban caminando. Y para llegar a Bogotá lograron que un señor los trajera en una tractomula. Él les pagó una noche de hotel, tres comidas y les dejó 10.000 pesos. “Creo que el hecho de ser mujer y estar embarazada hace que la gente sea más solidaria. Los que la tienen más fuerte son los jóvenes que son hombres”, explicó.
Fueron a buscar ayuda a la oficina de la Fundación San Antonio de Atención al Migrante, ubicada en el Terminal Salitre. Allí les dieron algo de comida y ropa. Pero no encontraron un lugar donde dormir. En el terminal hay un albergue para 50 personas, pero llegan al día entre 300 y 500. Así que se quedaron afuera al frente de unas tiendas que tenían un techo cubierto donde se escondían de los aguaceros de Bogotá.
La Secretaría de Integración anunció que el campamento desaparecería. Se haría de forma paulatina durante los próximos días. Las primeras familias en salir serían aquellas que tengan hijos menores de 5 años.
Después de dormir ahí por varias noches, una mujer venezolana les propuso que montaran un cambuche en El Bosque. El campamento lleva poco más de un mes y poco a poco se fue llenando de mucha gente. El 79 por ciento son hombres y el 21, mujeres. El 97 por ciento son venezolanos y el 3 por ciento restante, colombo-venezolanos. Más de la mitad dice que no cuenta con ningún documento migratorio o de identidad. Pero la mayoría quiere quedarse.
“Al bebé todavía no lo siento. No pienso mucho en eso, sino en salir de aquí —dice Yatzalí— pero a veces me pongo las manos en la barriga y me espanto. Tengo miedo de regresar a mi país, pero también tengo miedo de quedarme”. Aunque la Secretaría de Salud de Bogotá ha dado la orden de atender a todas las mujeres venezolanas en estado de embarazo, Yatzalí teme que se le ha acabado la suerte. Hasta ahora solo ha visitado una clínica esa vez que la llevaron de urgencias.
Esta comunidad se ha organizado para suplir sus necesidades básicas. Encontraron un lugar donde los dejan bañar por 1.000 pesos con agua fría. A veces, si les va bien, se dan el lujo de bañarse con agua caliente en las duchas del terminal por 7.000 pesos. Para vigilar el campamento algunos jóvenes se turnan la guardia en las noches. Y las mujeres se encargan de la cocina y de repartir las donaciones que van llegando. La comida, según cuenta Yatzalí, no ha faltado. “Los colombianos son muy solidarios, todos los días nos traen que si huevos, que si arroz, tamal, mucho tamal, panela y broma”. El agua la sacan del terminal, o de una bomba de gasolina que queda cerca o de algunas casas vecinas.
ver más
ocultar
“Los colombianos son muy solidarios, todos los días nos traen que si huevos, que si arroz, tamal, mucho tamal, panela y broma”: Yatzalí Cova.
Yatzalí cuenta que se escapó de la casa de sus padres. Pensaban que cualquier cosa iba a ser más fácil que vivir en Venezuela. Sin embargo, el hecho de tener que dormir en la calle le ha hecho pensar en regresar a su país. Su familia piensa que está en un refugio. Aún no saben nada del embarazo ni de la situación por la que está pasando. “Por lo único que me quedo es por el bebé porque cómo lo voy a tener allá donde no hay nada”, dice Yatzalí. Pero extraña a su mamá, quien dio a luz hace poco. Dice que quisiera estar con ella y preguntarle algunas cosas, por ejemplo, si es normal que a los 4 meses de embarazo ella en vez de subir de peso haya perdido unos cuantos kilos.
La Secretaría de Integración anunció que el campamento desaparecería. Se haría de forma paulatina durante los próximos días. Las primeras familias en salir serían aquellas que tengan hijos menores de 5 años. Y para quienes quieran viajar a otros lugares se les gestionarán tiquetes. Además se realizará una feria de servicios sociales, incluidos de ofertas laborales.
Aunque al campamento llegan varias donaciones, varios dicen que la señora que las administra tiene una especie de mafia. Por eso algunos tienen sus propias fogatas y cocinas. Ese día, Yatzalí y Víctor estaban preparando pasta y arroz.
El futuro del bebé no lo tiene claro. Yatzalí dice que desde que salió de Venezuela las metas se volvieron a corto plazo: solucionar los problemas o las necesidades del día. La joven consiguió un trabajo en una peluquería donde ya lleva una semana, pero su esposo aún no encuentra nada. Se aventura a vender dulces en los buses o en el TransMilenio. “Lo primero que queremos hacer cuando tengamos suficiente dinero es encontrar un lugar donde vivir. Ya no quiero dormir más en la calle”, dice Yatzalí. Esa es su única meta por ahora.
ver más
ocultar
Hace poco hospitalizaron a Yatzalí pues se desmayó por falta de oxígeno; ahora sale más de la carpa para recibir la luz del sol.
— “Por lo único que me quedo es por el bebé. ¿Cómo lo voy a tener allá donde no hay nada?”.