Te escribo como ciudadana ajena al dolor de la guerra aunque no inmune a sus estragos. Y lo hago para decirte que me siento responsable de tu pena, de tu búsqueda: como parte de este país, no hice siempre lo necesario para combatir la intolerancia, las voces violentas, el clasismo, la indiferencia.

Te pido perdón en nombre propio y del país. Te pido perdón por tu tristeza, por la vida de tu hijo y de tu padre. Y en nombre de ambos, también celebro tu existencia, tu lucha, tu trabajo sin descanso. No estás sol@.

¡Tus ausencias son también nuestras!

Gracias por no desistir y por invitar a Colombia, que tanto te ha quitado, a ser más justa e incluyente.

Dios te bendiga.

Siento un profundo dolor con las consecuencias que la violencia ha dejado en el país y, particularmente, en cada una de las familias que ha sido impactada directamente.

No hay palabras que justifiquen actos tan dolorosos.

Oro para que Dios los colme de fortaleza y mucho amor.