Cortesía de Juan Pablo Tobal.
Sixto Muñoz tiene unos 80 años y vive alejado de la civilización en lo más profundo de la selva de la Serranía de La Macarena. Él es el último hablante de la lengua tinigua y el único miembro con vida del pueblo con el mismo nombre.
La última vez que lo vieron hablar animadamente fue hace unos ocho años, cuando departía con su hermano mayor, Criterio. Pero este falleció al poco tiempo de una enfermedad tropical.
Hoy Sixto vive en su pequeña casa de madera, que gracias a la solidaridad de campesinos de veredas cercanas pudieron levantar luego de que se derrumbaran las chozas originarias de palma que él mismo había construido. Solo quedó una de ellas, que le llama “Tiguana”: en ella atiende a las personas que vienen de otras comunidades para curar sus males. Y todo porque Jizityu (nombre de Sixto en Tinígua) es un reconocido especialista en medicina natural, tradición heredada de los hombres de esta etnia.
El anciano dice que habla la lengua con su dios Tinigua janiniye y sus gallinas para no olvidarlo. Sus fuerzas no le permiten ir de casería como lo hacía antes, ni de pescar con su arco y flecha. Sixto Muñoz es, ni más ni menos, el último heredero de toda una cultura colombiana, de una visión del mundo, de una lengua única. Solo él tiene los conocimientos medicinales, las tradiciones de todo un pueblo que ya desapareció.
Los Tinígua habitaban las cuencas de los ríos Yarí, Caguán y Guayabero, en Caquetá. Este pueblo sufrió diversos traspiés que mermaron su población: la explotación del caucho, enfrentamientos con otras tribus y la llegada de los colonos. Pero el acontecimiento que marcó definitivamente el destino de esta etnia s ocurrió en 1949. Un sanguinario bandolero, Hernando Palma, acabó con todas las mujeres Tinígua porque no le dejaron llevarse a la fuerza a una de ellas. Como venganza mató a todas las mujeres fértiles y a todos los hombres jóvenes.
Una tragedia que recuerda Don Adriano, uno de los Fundadores de La Macarena: “los encerró a todos en un rancho, los ató y los mató uno a uno haciendo tiro al blanco, quemándolos vivos y asesinando a las mujeres embarazadas y los bebes que tenían en su panza. Fue desgarrador”.
Sixto, en ese momento, se encontraba en San José del Guaviare. Gracias a ello fue de los pocos supervivientes de una masacre que fue el principio y el fin para su etnia, su familia y su lengua. Un fin que se aceleró por vivir en una zona que se convirtió en un escenario de guerra entre colonos, Ejército, paramilitares y la guerrilla. Frente a este panorama las posibilidades de los indígenas eran escasas: desplazarse o morir.
El anciano vive sus últimos momentos retirado de la civilización con problemas de salud y sin ningún tipo de asistencia. Aunque cada 21 de febrero algunos lo recuerdan en el Día internacional de la lengua materna, por ser el único hablante de una lengua, poco ha hecho el Estado para brindarle un fin digno, a pesar de que existen leyes para proteger estas comunidades.
La vida se acaba para Sixto, tras pasar por varias enfermedades graves, su estado de salud no es la mejor. El sabio anciano Tinígua está a punto de decir adiós y llevarse con él toda su historia.
Los riesgos
La globalización, la homogeneización cultural, los desplazamientos forzados y la
Intolerancia de los grupos dominantes hacia los grupos minoritarios son las principales amenazas de las lenguas indígenas.
Según datos arrojados por la UNESCO la demografía actual de los hablantes de las lenguas es muy desigual, un pequeño número de lenguas son muy habladas y a la inversa, muchas lenguas son habladas por una población pequeña.
El 97% de la población mundial habla el 4% de las lenguas, por lo que se deduce que el inmenso legado histórico de la diversidad lingüística humana está a cargo de una pequeña minoría de la población mundial.
Es una lengua amerindia propia de un pueblo indígena que habita en el Cauca, al noroccidente de Colombia, en un municipio que lleva el mismo nombre. Actualmente apenas tiene cuatro hablantes activos y 50 pasivos (que entienden la lengua pero no la hablan). Los Totoró han hecho múltiples esfuerzos por recuperar y conservar su lengua, como una emisora comunitaria, una escuela y programas culturales. A medida que mueren los miembros más viejos de este pueblo, se pierden hablantes activos y quedan jóvenes que permeados por la civilización entienden el totoró pero se comunican en español.
Su extinción está casi consumada. No hay ya hablantes activos, y en cuanto a los pasivos -cuya edad supera los 60 años- se estima que sean 30. Esta lengua viene de zonas específicas y reducidas en los departamentos de Guaviare y Caquetá. Su desaparición se debe a la sumatoria de múltiples factores como un par de fuertes epidemias de sarampión en los años 30 que disminuyeron significativamente la población. Durante la misma época llegaron a la región los caucheros y un internado dirigido por capuchinos, con lo que la penetración del español se intensificó. Además, el contacto con otras etnias de la región terminó por forzar a los Carijona a adaptar su lengua para poder comunicarse.
Según datos del Programa de Protección a la Diversidad Etnolingüística del Ministerio de Cultura quedan más o menos 25 hablantes. El pisamira es otra de las lenguas colombianas que está moribunda. En su caso es porque en años recientes han fallecido los ancianos guías y ejemplo para la práctica de la lengua y la cultura, según explica María Stella González de Pérez, Investigadora de lingüística indígena en Instituto Caro y Cuervo, quien estuvo con los Pisamira por última vez en 1991. Como pasa con muchas lenguas, sobre todo las más escasas, no se tienen datos actuales. Los Pisamira habitan en el poblado de Yacayacá situado a orillas del río Vaupés.
Solo quedan dos hablantes vivos. Ya no se usa en la vida cotidiana porque ha quedado reducida a algunas palabras y expresiones. Según Isabel Victoria Romero Cruz, Lingüista de la Universidad Nacional de Colombia, “está en riesgo de desaparecer porque ha caído en desuso y no hay conocimiento suficiente, ni siquiera por los mismos miembros de la comunidad, como para restaurar su uso, ni por parte de los académicos, pues la posibilidad de documentación lingüística con hablantes nativos fue muy reducida”.
Canto Nonoba, comunidad indígena Nonuya.