Cuenca baja

Cuenca baja, sobredosis natural e histórica


Luego de su paso por la capital del país y el municipio de Soacha, el río Bogotá queda prácticamente sin vida. Por eso, los 120 kilómetros de la cuenca baja están gobernados por el abandono.

Por la contaminación de sus aguas, las casi 300.000 personas que habitan en los 14 municipios que hacen parte de la cuenca baja de río Bogotá, le dieron la espalda. Son pocos los que se atreven a utilizarlo para algún fin agropecuario, porque saben que su maltratado cuerpo está casi muerto. El único uso permitido es el energético, algo que sucede en las cadenas de producción de energía de El Colegio.

Sin embargo, su tramo alberga una sobredosis de tesoros naturales, representada en lagunas místicas, tupidos bosques, cascadas imponentes y cientos de animales que se niegan a perder la batalla contra la contaminación. Muchos de estos lugares son cuidados por los habitantes, quienes esperan el renacimiento del río Bogotá para que el turismo dispare sus índices.

La historia también dejó una huella imborrable. Por la mayoría de sus municipios, pasaron los españoles en la época de la conquista, al igual que la campaña libertadora de Simón Bolívar y Francisco de Paula Santander. José Celestino Mutis descubrió la quina en sus bosques.

En uno de sus terruños han encontrado fósiles milenarios de mastodontes y tortugas ya extintas, mientras que los caminos reales, abiertos primero por los indígenas panches y luego empedrados para el paso de los españoles, son un común denominador en la región.

Haciendas antiguas, casonas, estaciones del ferrocarril y puentes con centenares de años, abundan por la cuenca baja, la cual espera con ansias las megaobras de las PTAR Salitre y Canoas para recuperar a su mayor ecosistema y volver a mirarlo de frente.

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Laguna de Pedro Palo. Crédito: Nicolás Acevedo Ortiz