A pesar de sus incontables heridas y cicatrices, que datan desde el inicio de siglo XX, el río Bogotá, catalogado por los muiscas como el alma de la sabana, aún no pierde la batalla. Aunque su vida pende de un hilo por la falta de conciencia de los cerca de 12 millones de habitantes que viven en su cuenca, multimillonarias obras lo despertarán de ese sueño profundo causado por la contaminación.


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