Aunque la unión del Bogotá y el Magdalena es crítica en términos de contaminación hídrica, aves, reptiles, peces y algunos mamíferos hacen presencia en la zona. Crédito: Nicolás Acevedo Ortiz.
Capítulo 3: Cuenca BAJA

La naturaleza impone su fuerza

Luego de recorrer 380 kilómetros desde su nacimiento en el páramo de Guacheneque y atravesar territorios de 46 municipios de Cundinamarca, el río Bogotá deposita sus aguas al Magdalena a la altura de Girardot. Aunque la contaminación es el común denominador, la zona es gobernada por aves, tortugas y hasta babillas.


En el muelle de Girardot, donde luce inamovible la Barca del Capitán Rozo, una embarcación de dos pisos construida en 1939 y que ahora presta servicio de restaurante, salen a diario 10 lanchas a motor a recorrer las carmelitas aguas del río Magdalena. Juan Carlos Rodríguez, un hombre de 43 años, heredó este negocio de su papá, el cual fundó hace tres décadas.

Es el encargado de negociar con los turistas las salidas por el río, que pueden ir hasta donde el cliente quiera. “Hace unos años hicimos una expedición por todo el Magdalena hasta Barranquilla. Sin embargo, la ruta más pedida es de tan solo media hora para ir hasta la desembocadura del río Bogotá, un panorama que con el paso de los años ha ido tornándose crítico. Todos los días veo pasar basura, sedimentos y residuos. Algunos, creo yo, provenientes del Bogotá, y otros desde las partes altas del Magdalena. Hasta neveras y colchones viejos deposita la gente en estas aguas”.

Muchos clientes le han pedido ingresar sus lanchas por el río Bogotá, pero Rodríguez les informa que es imposible. “Baja con demasiados sedimentos. Además, un río represa al otro. Solo es posible divisarlo desde la desembocadura, que en algunas épocas deja teñido al Magdalena de negro. Todos somos responsables del mal estado del Bogotá, solo el hecho de arrojar basura a las calles es suficiente para contribuir”.

Los 15 minutos de recorrido entre el muelle y la desembocadura del Bogotá, ubicada en medio de dos barrios ilegales, es un contraste de la fuerza de la naturaleza con la crueldad de la actividad humana. Por un lado están vertimientos directos al Magdalena desde las destartaladas casas, tanto en Girardot como en Flandes. En las orillas no es difícil observar residuos sólidos arrojados por los ciudadanos, los cuales encallan entre la vegetación.

La otra cara de la moneda está en la cantidad de biodiversidad que hace presencia en la zona, a pesar de la contaminación de ambos cuerpos de agua. Garzas esbeltas y de largas patas sobrevuelan cerca al agua para cazar nicuros, peces que predominan. Otras aves, de color negro, carmelito y blanco, zambullen sus picos y sacan su presa con facilidad. Cuando el río está bajo, en los playones de arena toman el sol tortugas charapas. Si está alto, salen a las piedras más grandes. Varios pobladores han visto babillas.

En las inmediaciones del río Bogotá, entre los barrios Bocas del Bogotá e Islas del Sol, llegan embarcaciones cargadas de arena de otros sitios del Magdalena, las cuales, a punta de pala, ingresan a varios camiones ubicados justo en la orilla. Esta arena, según cuenta Oscar Núñez, uno de los lancheros, es utilizada para la construcción.

“Eso es normal en la zona. Muchos habitantes sobreviven de vender esas arenas. A mi me impresiona la cantidad de aves que hay a pesar de la contaminación. En los tres años que llevo como lanchero las he analizado: los patos son los que más sacan nicuros, hasta 25 en el día, mientras que las garzas solo necesitan como cinco. Los pescadores también sacan bagre, capaz, bocachico y mojarra. Ver a las tortugas asolearse es un panorama único”.

El encuentro del río Bogotá con el Magdalena es una mezcla de aguas carmelitas con negras. Sin embargo, la biodiversidad le gana la batalla a la contaminación.

José Cantillo, un lanchero experto nacido en Santa Marta, tampoco corre el riesgo de meter su embarcación por las aguas oscuras del Bogotá. “Si la metemos quedamos encallados. El río Bogotá desemboca con mucho sedimento y basura. Navegar es imposible. Además está por dos barrios de invasión, que son muy peligrosos”, explica.

Jhon Fredy Arias, otro de los lancheros con 40 años de edad, conoce el río Bogotá desde pequeño. “En época de lluvia, los dos kilómetros que hay entre el Bogotá y el muelle de Girardot se pintan de negro. A pesar de esto, las aves continúan sobrevolando la zona. Se ven manadas de patos y garzas. Aunque la cantidad de peces si ha bajado mucho”.

El cambio está próximo

Aunque no es la culpable, la cuenca baja del río Bogotá es vista como la más contaminada. La razón, recibe todas las descargas de más de 12 millones de personas, además de vertimientos residuales de algunos municipios que no han logrado concretar sus Plantas de Tratamiento. De los 120 kilómetros que hacen parte de este tramo del río, 72 por ciento presenta una calidad de agua mala.

La población que habita cerca al trayecto del Bogotá desde el Salto del Tequendama hasta Girardot, espera con ansias que terminen las obras en Bogotá y Soacha, las cuales le darán una nueva dinámica a un río al que todos le han dado la espalda. Juan Carlos Escobar, director regional de la CAR en el Alto Magdalena, asegura que con la ampliación de la PTAR Salitre y la nueva planta Canoas, las aguas serán tratadas, resultados que tendrán su principal efecto en la cuenca baja.

“Nosotros recibimos los altos grados de contaminación de las partes alta y media. Con estas obras veremos al río de otra manera y lo podremos utilizar para fines agropecuarios. Actualmente, el río Bogotá llega con un caudal de 40 metros cúbicos por segundo cargado de sedimentos, que alcanza hasta 140 cuando abren las compuertas cerca al Muña. Por su parte, el Magdalena pasa con caudales entre los 600 y 1.400 metros cúbicos. Un río retiene al otro, por eso llegan las inundaciones. Con la reducción de los sedimentos en el Bogotá, este panorama será mitigado y podremos navegar por su desembocadura”.

Sumando a esto, hay varios proyectos en los municipios cercanos a la desembocadura del río Bogotá que ayudarán a ese cambio. “Trabajamos en acciones preventivas y correctivas en Agua de Dios, Tocaima y Girardot a través de los Planes de Manejo y Saneamiento Básico. Con los municipios y empresas de servicios públicos estamos concretando la construcción de interceptores, mejora en el alcantarillado y adquisición de predios para construir plantas de tratamiento”, informó Escobar.

Ricaurte es un caso especial. Aunque ya cuenta con tres PTAR, éstas no tienen la capacidad para dar abasto con la masiva llegada de nuevos habitantes. “Desde el año pasado, Ricaurte ha tenido un crecimiento demográfico considerable. Ya construyeron 9.000 nuevos apartamentos. Por eso, con una inversión cercana a los 11.000 millones de pesos, estamos construyendo una nueva planta de tratamiento para que esos nuevos vertimientos no sigan derecho al río Bogotá, que contará con dos biodigestores para oxigenar el agua, retirar los sedimentos y hacer cloración. Esperamos entregar la obra a finales de este año”.

Por último, Escobar informó que Girardot ya cuenta con los diseños para construir un malecón turístico por el paso del río Magdalena, que iría desde la desembocadura del río Bogotá hasta el embarcadero. “Este malecón le cambiaría la cara a la zona, afectada por disposición de basuras y vertimientos ilegales. Además, incrementaría el turismo y generaría más empleos. Este proyecto requiere de una gran inversión para la compra de predios y la participación del gobierno nacional y departamental”.