Miembros de la alta sociedad, cuentos de fantasmas, una caída de agua que hipnotiza, bailes franceses, una antigua estación del ferrocarril y la principal inyección de vida al río Bogotá, hacen parte de la historia de este emblemático lugar, que va mucho más allá de los suicidios de los amantes con el corazón roto del siglo XX.
En 1994, María Victoria Blanco, una bogotana recién graduada como veterinaria de la Universidad Nacional, decidió abandonar la capital para irse a vivir junto a su esposo y dos hijos cerca de una cascada de 157 metros de altura por donde baja el río Bogotá: el emblemático Salto del Tequendama. En seguida inició un proyecto de ganadería sostenible, pero algo la inquietaba y le llamaba más la atención que su pasión por los animales y los recursos naturales.
Un imponente castillo, a punto de venirse abajo, y que a inicios del siglo XX fue el sitio de fiestas de la aristocracia colombiana, le robaba horas de sueño. Entonces, María Victoria empezó a indagar sobre la construcción abandonada, y descubrió que era un antiguo hotel de 1.470 metros cuadrados con cinco pisos llamado El Refugio del Salto, construido entre 1923 y 1927 por el presidente Pedro Nel Ospina, y que hacía parte de la estación del Ferrocarril del Sur.
La gente adinerada de la época eran sus más asiduos visitantes. Allí llegaban encopetadas mujeres vestidas con abrigos de pieles y trajes tejidos a mano, acompañadas de sus esposos de traje y sombrero negro, para hospedarse en algunas de las nueve habitaciones y danzar en un gran salón el ‘minué’, un baile de tradición francesa. La veterinaria descubrió que la imponente caída de agua del río Bogotá por el Salto del Tequendama era el paisaje principal de todas las fotografías de esos años, el cual podía divisarse a través de los grandes ventanales de la casa.
En la década de los 50, el hotel llegó a su fin para convertirse en un restaurante. Pero el incremento de la contaminación, sumado a las creencias de espantos y fantasmas de los suicidas que saltaban desde lo alto del salto, posiblemente para ahogar sus penas amorosas, acabaron con el lugar más turístico del río Bogotá. A partir de los 80 quedó abandonado y en 1986, debido al fanatismo y la falsa creencia de los cuentos de fantasmas, varias personas trataron de prenderle fuego a la antigua casona.
María Victoria decidió tomar cartas en el asunto. Su mente no concebía que el país perdiera ante sus ojos una construcción con tanta carga histórica, por lo cual creó la Fundación Granja Ecológica El Porvenir y empezó a tocar puertas para restaurar el antiguo hotel. En 2011 logró comprar el predio. Dos años después, con una inyección de 300.000 euros por parte de la Unión Europea, inició la reconstrucción. Ya no sería un hotel o un restaurante, sino la Casa Museo Salto del Tequendama.
“El proceso fue recuperar el pasado. Fueron reconstruidos el antiguo lobby del hotel, la sala de música, la de banquetes, los balcones, la suit presidencial y las demás habitaciones. Realizamos una restauración al piso de ajedrez, la fachada blanca y todo el tejado. Hoy en día, cerca de 400 turistas visitan la Casa Museo los fines de semana. En su interior hay fotografías de 1940, en donde aparecen los cachacos de camisa, chaleco y corbatín posando de espaldas al Salto, cajas fuertes de la época, una réplica de la Virgen Negra del Tuso y figuras con los rostros de muiscas y faunos”.
Todo el trabajo liderado por María Victoria no ha podido sepultar los rumores de los espantos. “Duele que el Salto del Tequendama solo sea recordado como el lugar de los suicidios. Desde que lo conocí me enamoré de él. En el pasado fue considerado como el principal centro cultural y turístico del país. Además, es el encargado de revivir un poco el río después de todas las descargas de la capital: esa caída revive al río. Cuando en el embalse de El Muña cierran compuertas, le hacen un daño enorme. No cae nada de agua”.
La llamativa caída del río Bogotá por las empedradas y afiladas piedras del Salto del Tequendama, de 157 metros, y la cual ha deleitado a sus visitantes, le da una pequeña inyección de vida al ya contaminado cuerpo de agua.
Según la CAR, antes del majestuoso descenso, el nivel de contaminación está en su punto más álgido. Pero en su caída es sometido a un proceso de oxigenación natural y un cambio de energía potencial, que lo revive un poco. “Esto genera una descomposición de materia orgánica, lo que disminuye la demanda bioquímica de oxígeno y permite que el río retome unas características que mejoran su calidad”.
Debido a esto, los olores fétidos, que predominan desde la salida del embalse del Muña hasta antes del gran precipicio, disminuyen, y a su vez aparecen espumas “producidas por la presencia de jabones y grasas que, combinadas con la caída y velocidad del Salto del Tequendama, emulsionan”.
La caída les brinda beneficios a los habitantes de San Antonio del Tequendama, Tena y El Colegio. En algunas partes, el río luce fresco y con menos descontaminación, ayudado por la entrega de aguas de quebradas y pequeños afluentes, por lo cual algunos pobladores lo usan para riego y actividades agropecuarias.
Uno de ellos es Rosendo Arias, un hombre de 63 años que tiene una finca de ocho fanegadas en la zona rural de Tena, muy cerca al río Bogotá, en donde cultiva mango, naranja tangelo y guanábana. “Aunque tengo un nacedero de agua en la finca, voy seguido a sacar agua del río Bogotá para regar los cultivos. Aunque ya no hay peces, en algunas épocas la contaminación no aparece. Sólo saco agua del Bogotá cuando en el Muña no mandan todo el caudal, ya que ahí sí que se ve sucia el agua.
En el Muña, grandes tuberías conducen parte de las aguas del Bogotá hacia plantas hidroeléctricas ubicadas en inmediaciones de El Colegio. La CAR aseguró que en municipios como El Colegio, Granada y Tena, el río disminuye considerablemente su contaminación, pero al llegar a La Mesa, estas plantas le regresan lo captado en el embalse, razón por la cual empeora y vuelve a presentar turbiedad, olores y quedar inutilizable.
En el siglo XIX, antes de la construcción del hotel, el Salto fue uno de los mayores atractivos turísticos de los habitantes de Bogotá. En “Biografía del Salto del Tequendama”, publicación de la Fundación Granja Ecológica El Porvenir de 2010, escrita por María Victoria, cuenta que en la vieja Santafé y la Bogotá de antaño, las clases más populares hacían paseos previos a diciembre para recoger lama, musgos o quiches para vestir sus pesebres por el Salto del Tequendama.
Pero las salidas más importantes eran las de las esferas sociales más altas, que al contar con dinero y buenas cabalgaduras, iban al sitio a tomar meriendas campestres. Sin embargo, los primeros pobladores de la zona fueron los indígenas muiscas.
La imponente catarata era el mayor atractivo de los visitantes. “Relatos históricos están cargados de impresiones y sorpresas frente a la grandeza de la cascada, las frecuentes nieblas que adornan la caída y al ruido generado en el fondo del abismo. José Celestino Mutis realizó la primera medida de la altura de la catarata y visitó los bosques aledaños para recolectar plantas: una de ellas la denominó Espino del Tequendama. También estuvieron en la zona Francisco José de Caldas, Agustín Codazzi y Alejandro de Humboldt. En 1827 fue visitado por el Duque de Montebello y en 1982 por Pedro Bonaparte, primo de Napoléon III”.
Respecto a la época muisca o chibcha, la obra hace referencia a las leyendas. “El mito de Bachué, madre de los hombres, el de Bochica, proyector y organizador, el de Cuchaviva, quien con el arcoiris les recordaba la promesa del perdón del diluvio, constituyen conceptos que recuerdan un diluvio universal que anegó toda la sabana. Bochica, con su saeta mágica, ayudó a drenar a través del Salto del Tequendama para hacer nuevamente habitable la región. En conclusión, el Salto no sólo fue la salvación del pueblo muisca al permitir recuperar la sabana para cultivos y habitación, sino que se convirtió en un lugar de adoración fundamental”, cita el libro.
Los alrededores del Salto del Tequendama están gobernados por bosques de selva andina, entre los 2.400 y 3.500 metros sobre el nivel del mar. Son sitios con nubosidades y nieblas frecuentes, donde abundan las plantas que acumulan agua, como quiches y orquídeas. Los árboles predominantes son los encenillos de hojas pequeñas y brillantes, cedrillos, gaques, yarumos, nogales, robles, quinas, manos de oso, sagregados, canelos, cucharos y siete cueros.
En cuanto a mamíferos, el territorio del Salto alberga faras o cuchas, oso perezoso, armadillo, murciélago frutero, zorro, ardilla, ratón silvestre, borugo, conejo de monte y soches. Entre las aves están la cotinga, tucán, azulejo, soledad, garcita, gavilán, colibrí, tingua, lechuga, búho, golondrina, monjita, mirla, pava de monte y perdiz.