Fotografía: Diana Sánchez – Revista Semana.
Una casa de estilo colonial español se mantiene en pie en el centro de Bogotá desde 1602. Las puertas de la sala se abrieron al público el 16 de julio de 1816 de la Virgen del Carmen para ofrecerle al pueblo santafereño las delicias de La Chozna, la fundadora de La Puerta Falsa. En ese momento se vendían golosinas de la época: dulcería y mogollas. Hoy es la séptima generación la que se encarga de preservar y conservar la tradición gastronómica de la capital. Carlos Sabogal y su hermana Ana Teresa se reparten las tareas de uno de los lugares más emblemáticos y antiguos en materia de gastronomía.
El pequeño salón de paredes gruesas está ubicado al costado de la catedral y debe su nombre a la tradición que tenía la gente de encontrarse frente a la puerta falsa de la iglesia. “Al ser demolida dicha puerta la gente perdió la referencia, pero no quería perder el punto de encuentro”, cuenta entre sonrisas Carlos, quien también que el éxito del negocio se debe a ese ambiente familiar que se siente apenas se pasa del quicio de La Puerta Falsa, como siguió llamándose el sitio. Allí, todo es proveído por la familia, unos se encargan de los tamales y los otros de los dulces. Lo único que no hacen es la gaseosa, la harina y el azúcar.
La Puerta Falsa guarda los secretos de la comida capitalina, aunque sus dueños señalan que pese a que han intentado preservarla, hay cambios que han sido inevitables: “debido a la industrialización se han perdido algunos productos como las harinas. El tamal santafereño era hecho con productos de la región como la calabaza y era envuelto en hoja de chisgua o guasca”, explica Carlos.