En Colombia hay casos en los que las comunidades reconocen como su patrimonio cultural lo que se sale de los parámetros tradicionales. El video muestra cómo la gente del común, interesada en cuidar su patrimonio, lo entiende y reinterpreta. El proyecto Por la Candelaria y su Patrimonio fue desarrollado entre la Administración Municipal y las organizaciones comunitarias Pasolini en Medellín y Platohedro con el objetivo de enriquecer los intereses y fortalecer el trabajo de seis grupos de Vigías del Patrimonio en el centro de Medellín.
En el censo del Patrimonio Cultural Inmaterial de Bogotá, realizado en 2007, se encontró, por ejemplo, que los habitantes de Chapinero reconocen el entorno cultural de La Playa, el sector donde se reúnen los mariachis y otros músicos popul
ares, como la manifestación más importante de su patrimonio cultural. En la localidad de Rafael Uribe Uribe, al sur de Bogotá, los habitantes definieron al Torneo Hexagonal de Fútbol del Olaya como su principal expresión. Y en Usme la comunidad optó por el hip-hop.
Al igual que ese género musical, una expresión foránea que hoy tiene una gran importancia cultural, los caleños reconocen la salsa como parte de su patrimonio y los paisas sienten lo mismo por el tango. A pesar de que no son manifestaciones nacidas en Colombia, ya hacen parte de la identidad de esas ciudades y son incluso una referencia obligada al hablar de ellas.
Hay también grupos que han intentado que no se destruyan construcciones particulares, pues las reconocen como parte del patrimonio cultural. El edificio del Aeropuerto Eldorado es quizás uno de los que mayor polémica ha causado, pero también están el de la Caja Agraria de Barranquilla y la antigua Fábrica de Loza de Bogotá, en el barrio Las Cruces. Ambos están, todavía, ad portas de ser destruidos para darle paso a proyectos de infraestructura.
Hay quienes han buscado que algunos bares o cafés sean reconocidos como patrimonio por parte del Estado –algo que ya pasó con La Cueva de Barranquilla– como el Café Pasaje en la capital o el Salón Málaga en Medellín. Hay, también en Bogotá, una guía de los árboles patrimoniales de la ciudad, a los cuales se les reconoce un papel importante dentro de la configuración de la identidad de la urbe. Hay grupos que han propuesto, incluso, que el grafiti sea considerado patrimonio cultural.
Así, el patrimonio cultural se ha consolidado como una herramienta para que las comunidades muestren y reivindiquen lo que son. Y también para que se sientan orgullosas de su identidad.