El pequeño pueblo de Zipaquirá a mediados del siglo XIX quedó retratado por los pintores de la Comisión Corográfica. Cortesía: Museo Nacional
Capítulo 1: Cuenca Alta

De pueblos de indios a grandes municipios

El crecimiento de la población, de la urbanización y de la industrialización en la sabana aumentó la demanda de agua y la contaminación del río Bogotá. Una de las soluciones es la construcción de plantas de tratamiento de aguas residuales.


En la parte alta del actual cerro del Zipa (que rodea la ciudad de Zipaquirá) antes de la llegada de los españoles existía un pequeño pero próspero poblado al que los muiscas llamaban Chicaquicha. Desde allí se controlaba la explotación y comercio de sal, uno de los productos más preciados por los indígenas. Desapareció en 1600 cuando el oidor don Luis Enríquez obligó a toda su población a desplazarse montaña abajo y a convivir con los indígenas de Suativa, Tenemequisa. Golaque, Yaita, Cogua, Nemeza, Peza, Pacho y Tibitó.

Durante el siglo XX la mayoría de las poblaciones de la sabana de Bogotá multiplicaron por seis su población

Así apareció la Villa de Zipaquirá, un pueblo conformado por alrededor de 600 indios tributarios y sus familias. Durante un poco más de siglo y medio, Zipaquirá fue un pueblo de indios, pero la reducción de la población indígena, la llegada de blancos y mestizos a sus predios, y las políticas de reagrupamiento impartidas por las autoridades españolas, llevaron a que a mediados del siglo XVIII sus habitantes originarios fueran trasladados a Nemocón.

Zipaquirá se convirtió así en un pueblo de blancos y mestizos que comenzó a tener una importancia regional. Su población se mantuvo casi igual durante el siglo XIX y la primera mitad del XX. Según los censos históricos, este municipio pasó de 31.123 almas en 1834 a 20.628 en 1951 (cabe anotar que esta reducción se debe más a los cambios políticos administrativos que existieron en la época que a un real descenso poblacional). Durante la colonia y el primer siglo y medio de la República la economía de Zipaquirá se basó en la explotación de sal y la agricultura.

Estas características comenzaron a cambiar de manera drástica. La población del municipio se multiplicó por seis en menos de 70 años y alcanzó los 128.000 habitantes. La agricultura perdió preponderancia frente al sector de los servicios y la industria. Esas transformaciones provocaron una acelerada y desordenada urbanización que generaron, entre otras cosas, el aumento del uso de aguas para actividades domésticas e industriales, extraídas de los ríos Neusa y Frío, así como el crecimiento de las aguas residuales depositadas en el río Bogotá.

La presión aumenta

Evolución de la población (1951 2017)

La historia de la evolución urbana de Zipaquirá se repite casi de la misma manera en la mayoría de las poblaciones de la cuenca del río Bogotá, en especial en las que se encuentran más cercanas a la capital y sobre la vía que de esta conduce a Tunja.

Como explica Óscar Javier Martínez Herrera, profesor e investigador de la Universidad Piloto de Colombia, una de las razones del crecimiento urbano evidenciado en los últimos diez años en el noroccidente de la sabana “se atribuye a la creciente demanda de vivienda, causada por los altos precios de la finca raiz en Bogotá y al ‘boom’ del sector”.

La urbanización ha sido promovida por las administraciones locales porque les representa un aumento en tributos, pero de- safortunadamente se ha hecho de manera desordenada y con poco control. Y ha causado un cambio en la actividad económica de esos municipios. El buen precio de la finca raíz frente al costo que implica las actividades agropecuarias, ha llevado a que los dueños de fincas las parcelen en pequeños predios y las vendan para proyectos urbanísticos.

A este fenómeno se sumó la expansión de las actividades industriales en la región, producto de la salida de empresas de Bogotá que decidieron trasladarse a los municipios de la sabana, gracias a sus incentivos tributarios, sus bajos costos en los servicios, entre otras ventajas que ofrecen.

A las tradicionales industrias ubicadas en Sopó, Chía o Tocancipá, se han sumado otras de gran envergadura como la moderna planta de la Central Cervecera, ubicada en Sesquilé. En la actualidad y de acuerdo con la Cámara de Comercio de Bogotá, los municipios de mayor participación empresarial y comercial en toda Cundinamarca, incluida la capital, son Chía con 1,4 por ciento, Zipaquirá con 1,3 por ciento y Cajicá con 0,7 por ciento. Solo las superan Soacha y Fusagasugá que tienen 2,7 por ciento y 1,6 por ciento, respectivamente.

Una de las principales consecuencias de esa transformación demográfica y económica es el aumento de la presión hídrica y la contaminación del río Bogotá. De acuerdo con un informe del Observatorio Regional Ambiental y de Desarrollo Sostenible del Río Bogotá, alrededor del 80 por ciento de la contaminación de este cuerpo corresponde a las aguas residuales domésticas y 20 por ciento restante a las industrias.

En Chía, la expansión urbana aumentó la demanda de agua potable y la generación de aguas residuales. Foto: Guillermo Torres

Plantas para aguas residuales

La PTAR de Zipaquirá será una de las más grandes de la región, con una capacidad de 200 litros por segundo, pero que puede ser ampliada a 400. Además contará con un parque con laguna. La PTAR de Zipaquirá tiene un avance de obra de 80 por ciento. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz

Si bien la responsabilidad sobre la presión hídrica en la cuenca es de las administraciones locales que tienen que regular el crecimiento urbano e industrial con los Planes de Ordenamiento y controlar la entrega de licencias de construcción, desde 2010, la CAR y las alcaldías han comenzado a trabajar en proyectos de construcción de Plantas de Tratamiento de Aguas Residuales (PTAR). Estas obras, gracias a la sentencia de Consejo de Estado de marzo de 2014 sobre la descontaminación del río Bogotá, deben entrar en funcionamiento en el menor tiempo posible.

En la cuenca alta del río la CAR cofinancia nueve PTAR en los municipios de Zipaquirá (la más grande de este grupo), Cota, Tocancipá, Chía, Cajicá, Sesquilé, Chocontá, Villapinzón y Suesca, con tecnología de lodos activados por aireación extendida, así como unos colectores en Chía. La inversión total asciende a los 219.000 millones de pesos aproximadamente y reducirá la contaminación de las quebradas El Amoladero, La Tenería y Murciélagos y de los ríos Frío y Bogotá. Por su parte, las industrias que se instalen legalmente en la cuenca alta deben cumplir un estricto plan de manejo ambiental que incluye, entre otras cosas, contar con sus propias PTAR.

Estas plantas de tratamiento son una parte de la solución para devolverle el esplendor y descontaminar el río Bogotá. Sin embargo, el futuro de la cuenca alta también depende de las acciones que se hagan para controlar y ordenar la expansión urbana e industrial en la sabana.

¿Qué son los lodos activados?

La descontaminación por lodos activados es un procedimiento biológico para tratar las aguas residuales con microorganismos que restablecen una buena parte de sus propiedades naturales. En unos tanques o piscinas el agua contaminada entra en contacto con un lodo que contiene microorganismos que se alimentan de materia orgánica tóxica. En ese proceso ocurre un proceso metabólico en el que los microorganismos transforman los contaminantes biológicos en biomasa y dióxido de carbono, y a su vez, eliminan el amonio y otros compuestos nitrogenados. El resultado final es un agua clarificada y sin materia orgánica.