Con sus libros, millones de personas en el mundo pensaron que Latinoamérica funcionaba como Macondo.

El incitador

Después de leer las novelas de Gabriel García Márquez, muchos jóvenes latinoamericanos decidieron seguir sus pasos y volverse escritores.

 

Por Edmundo Paz Soldán*

A los 14 años descubrí Cien años de soledad, Ficciones y La ciudad y los perros. Esos libros me hicieron ver las amplias posibilidades de la literatura para crear universos autónomos, regidos por sus propias leyes; también me llevaron a creer en la fuerza de la escritura en español. A partir de esos descubrimientos quise ser escritor, aunque tardé muchos años más en darme cuenta de mis deseos. Con el tiempo fui conociendo a muchos como yo, jóvenes que habían decidido seguir la vocación literaria gracias a García Márquez o algún otro de nuestros clásicos. Alguien que comienza a escribir no debe ser tímido y dejarse, simplemente, influir por otros escritores; uno, como sugería T. S. Eliot, debe saquear a sus modelos.

 

Vargas Llosa siempre me pareció la influencia más benigna; los mundos de Borges y García Márquez eran tan peculiares, tan suyos, que uno corría el riesgo de dejarse devorar por ellos. Eso fue lo que les pasó a los lectores extranjeros con Gabo: después de leerlo, era fácil pensar que América Latina funcionaba de acuerdo con las leyes de Cien años de soledad: el continente donde lo extraordinario se convierte en algo cotidiano. En “Tlon, Uqbar, Orbis Tertius”, Borges describe los hronir, objetos imaginados con tanta fuerza que terminan convirtiéndose en realidad. Eso fue lo que le pasó a la obra de García Márquez: tanta vividez macondiana devoró al continente real.

 

Algunos se sorprenden cuando cuento que enseño Cien años de soledad o Crónica de una muerte anunciada –mi nouvelle favorita– casi todos los años. Sí, la gente que vive en McOndo no entiende las contradicciones de Gabo –su agudeza para criticar el poder en El otoño del patriarca, su incapacidad para tener una distancia crítica del poder en sus relaciones con Castro– y cuando lo conoce piensa que es un hombre encantado de ser él mismo (debe ser difícil, incluso para él, convivir con un premio Nobel); pero se reconoce fascinada por Macondo, o mejor dicho, por los párrafos perfectos de García Márquez, las metáforas insólitas, la prosa desbordante en inteligencia e imaginación.

 

Sin embargo, una cosa es admirarlo como escritor y otra seguirlo. García Márquez ha hecho que muchos nos convirtamos en escritores, pero a la vez, de manera paradójica, su mundo no ha sido una influencia importante para mi generación (o mejor: ha sido importante por oposición). La culpa acaso la tuvieron sus seguidores, que convirtieron el “realismo mágico” en una fórmula reductiva de interpretar el continente. Flujos y reflujos normales: estoy seguro de que en este momento, en algún lugar del continente americano, hay un chiquillo que acaba de descubrir Cien años de soledad y, maravillado, ya está preparando la insurrección a la insurrección, el retorno a Gabo.

 

* Escritor boliviano nacido en 1967. Ganador del premio Juan Rulfo en 1997 por su novela Dochera. En 1999 fue finalista del premio Rómulo Gallegos con Río Fugitivo. Actualmente es profesor de literatura hispánica en la Universidad de Cornell, Estados Unidos.

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