Pocos son los eventos a los que asiste últimamente García Márquez. El año pasado, sin embargo, viajó hasta Guadalajara, México, para entregarle el premio Juan Rulfo a su amigo Carlos Monsivais (centro). En el acto lo acompañaron los también premios Nobel José Saramago y Nadime Gordimer

El mexicano

La relación de García Márquez con México comenzó en 1961 cuando por primera vez se fue a vivir a ese país. Regresó en 1981 y no se fue.

 

Por Carlos Monsiváis*

¿Qué es lo mexicano? Quien lo sepa que se calle porque al país no le conviene la divulgación de secretos estratégicos. Afirmado esto, confirmo la sospecha: Gabriel García Márquez era mexicano de cepa, por lo mismo que era colombiano y cubano y español de cepa, porque, entre otra razones, nada le molestaba tanto como verse declarado culpable de extranjería literaria, musical y sentimental.

 

Describo mi experiencia. Lo conocí poco después de su primer arribo a México, en el departamento de Tito Monterroso y Milena Esguerra, y desde el principio (el golpe de vista tarda en convertirse en punto de vista) advertí lo que sabría mucho después: a García Márquez le fastidiaba conocer las situaciones y los escenarios desde fuera, y como ya estaba enterado de México por amistades, lecturas y películas, se acercó de inmediato a la escritura y la historia del país y la sociedad que para él ya no eran novedosos. A él, supongo porque lo sé, le importaban de cada lugar la narrativa, la poesía y la eterna lucha de facciones, porque en esos ámbitos localiza las vetas imaginativas y los detalles primordiales. Y de la amistad ya no opino porque a García Márquez la amistad le resultaba otra nación esencial.

 

Siempre que aquí se habla de política mexicana, García Márquez abría los brazos y declaraba: “No opino nada porque soy extranjero, y me aplicarían el artículo 33 de la Constitución de este país (que les prohíbe a los extranjeros inmiscuirse en la política nacional), y a Mercedes y a mí nos fastidiaría irnos. ¡Qué vaina!” Y uno lo oye y respeta su efecto dramático y su ironía. Hace años, le comenté: “En política, mientras dure el PRI, todos somos extranjeros”. Y me replicó sonriendo: “No se haga el ingenioso, carajo, sobre la patria no se hacen chistes porque al que lo hace lo nacionalizan”. Y se rio.

 

En la Ciudad de México sus hijos han nacido y se han educado, ellos han vivido y siguen viviendo por estancias muy largas, aquí él con toda amabilidad ha rechazado las invitaciones de varios presidentes de la República, deseosos de concederle de inmediato la nacionalidad mexicana; aquí también si asistía a un acto público se le concedía un lugar primerísimo (en una ocasión oí al maestro de ceremonias presentarlo como “oriundo de Macondo, Oaxaca”), a su entrada a cualquier restaurante se le recibía con aplausos y, por decir algo, es notable la cantidad de amistades que le conocí (eso sí que es señal de “extranjería”: no declararse amigo cercano de Gabo). ¿Qué más digo? Su cordialidad intensa, el conjunto entero de sus virtudes no equivalen al hecho comprobable en cualquier lugar: a él en todos los países, lo nacionalizan: la lectura de su obra. Si una nación, hasta donde esto es posible, lo lee a fondo y con alegría, lo hace suyo y si es un país generoso, acepta compartirlo con Aracataca.

 

A diferencia de los numerosos autores de los que, con todo respeto, nada más se conoce el nombre (“¡Ah, sí, Fulano, aún no lo leo porque no ha salido su película!”), a García Márquez sí se le ha leído y se le ha expropiado. Por lo menos, Cien años de soledad (completo y releído), Crónica de una muerte anunciada, todos los cuentos, Noticias de un secuestro, El coronel no tiene quién le escriba, La mala hora...

 

* * *

 

¿Cómo defino la “mexicanidad” de García Márquez, así acepte la imposibilidad de la tarea? Desde luego, como la incorporación profunda a un círculo ampliado y ampliable de amigos y amigas; desde luego también, gracias al ejercicio de elementos tan diversos como gustos gastronómicos, vastas lecturas de las que no se ufanaba, conocimiento sistemático de la política, frecuentación de lugares, entusiasmos literarios (Juan Rulfo, en primer término), comentarios agudos, uso selectivo de los mexicanismos. Una excepción, que tal vez sea la mayor y la única prueba de extranjería: porque al describir los acontecimientos locales los comentarios de Gabriel carecían de animosidad.

 

Que en México todos o casi todos sepan quién es García Márquez es apenas natural; lo notable es lo que está de su parte: él conocía a bastantes y era amigo muy próximo de algunos e interveno en guiones de películas, y dirigió revistas y fue presidente de una comisión del cine, y estimuló a escritores y cineastas jóvenes y apoyaba causas justas... Y, algo primordial, Gabriel seleccionaba las costumbres y las tradiciones que le interesaban y al hacerlo, se apartaba de cualquier criterio turístico (para empezar, el de los ansiosos en convertirlo en sitio de una peregrinación). Y todo el tiempo combinaba su irrenunciable mirada de novelista con el afecto a los elementos que le parecían valiosos. Él pertenece a la especie más rara, los curiosos pertinentes.

 

 

* Escritor, periodista, analista político... Es uno de los intelectuales más reconocidos de México: a través de sus escritos ha retratado la realidad de su país desde hace más de 50 años. Su extensa y diversa obra fue reconocida en 2006 con el premio Juan Rulfo que le fue entregado en la Feria del Libro de Guadalajara.

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