Con el retiro de más de ocho millones de metros cúbicos de basuras en 68 kilómetros del lecho del río Bogotá y la ampliación de su cauce de 30 a 60 metros en su cuenca media, los desbordamientos quedaron en el pasado. Las obras de adecuación hidráulica también incluyeron seis nuevos humedales artificiales.
El Fenómeno de la Niña de 2010 y 2011 dejó a Colombia bajo el agua. El aumento de las lluvias, superior al 170 por ciento, trajo consigo efectos devastadores, como tres millones de personas damnificadas, cerca de 3,6 millones de hectáreas inundadas, 874.000 viviendas afectadas y pérdidas económicas por 11,2 billones de pesos.
Los 380 kilómetros del río Bogotá y las 589.143 hectáreas de su cuenca, que abarcan 46 municipios de Cundinamarca, no fueron ajenas a estos coletazos. Más de 30.000 personas fueron perjudicadas por las lluvias y el desbordamiento del río, su mayoría residentes de Chía, Cajicá, Villapinzón, Cota, Funza, Suesca, Mosquera y Soacha. En Bogotá, 4.000 hectáreas quedaron inundadas, mientras que 1.800 ciudadanos de Suba, Fontibón, Engativá, Bosa y Kennedy fueron damnificados.
En esa época, el Bogotá tenía una capacidad para transportar 100 metros cúbicos de agua por segundo. Pero el Fenómeno de la Niña registró picos de hasta 146. Esto, sumado a la ausencia de jarillones, poca capacidad para almacenar y transportar agua, exceso de basuras y escasez de zonas de inundación, provocaron que el río reclamara sus terrenos y desbordara con furia su líquido contaminado en la cuenca media.
Ya han pasado ocho años desde que la tragedia hídrica hizo visible lo que el río Bogotá puede hacer, pero los desbordamientos e inundaciones no han vuelto a presentarse. La razón, las obras de adecuación hidráulica realizadas por la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca (CAR) entre 2012 y 2016 en 68 kilómetros de la cuenca media, entre las compuertas de Alicachín en Soacha y el Puente de la Virgen en Cota.
Con una inversión superior a los 200.000 millones de pesos, la CAR retiró más de ocho millones de metros cúbicos de residuos que dormitaban en el lecho del río durante décadas. Con el desplazamiento del jarillón, su cauce pasó de 30 a 60 metros, ampliación que arrojó una duplicación de la capacidad de transporte de 100 a 200 metros cúbicos por segundo.
“La solución fue sacarle los sedimentos arrojados por más de 150 años, recuperar su cauce y ensanchar el vaso. Para eso introdujimos en Colombia el concepto de ingeniería con la naturaleza: antes de diseñar entender cómo es el comportamiento natural del río”.Director de la CAR
Para esto, la Corporación adquirió 198 predios en más de 600 hectáreas, de las cuales 230 hectáreas fueron destinadas a áreas de humedales, meandros artificiales y zonas de amortiguación, donde el río descarga sus excesos de agua en crecientes extraordinarias.
La ronda del río Bogotá fue reverdecida con 120.000 árboles de 20 especies nativas, como cedro, cajeto, sauco, caucho sabanero, guayacán, roble y chichalá, jornadas en las que participaron habitantes de nueve municipios de la cuenca media.
Esta obra tuvo varias etapas. La primera fue la adquisición de los predios para devolverle al río las zonas de inundación y su ronda original. Luego el desplazamiento y fortalecimiento del jarillón para duplicar el ancho del afluente, seguido por dragados para extraerle los ocho millones de metros cúbicos de basuras. Además de mitigar los olores y darle una nueva cara al río Bogotá, más de seis millones de personas fueron beneficiadas.
Néstor Franco, director de la CAR, informó que este proyecto ha garantizado que el río Bogotá pueda recibir toda el agua que le llega y no genere riesgo por desbordamientos e inundaciones, como había pasado históricamente.
Según Franco, en la adecuación hidráulica no hubo un solo enderezamiento del río Bogotá, como sí sucedió en el siglo pasado. “Hicimos todo lo contrario: recuperar sus meandros y curvas, zonas fundamentales para regular su velocidad, y que han evitado la presencia de desbordamientos e inundaciones desde que culminaron las obras”.
Aníbal Acosta, director del Fondo para las Inversiones Ambientales de la cuenca del río Bogotá de la CAR, aseguró que la adecuación hidráulica empezó a cocinarse en 2009, con la adquisición de predios; pero la gente estaba reacia a la venta y no creía que fuera necesario. Sumado a esto, en 2010, la entidad evidenció que no contaba con el presupuesto para realizar la obra y la ampliación de la Planta de Tratamiento de Aguas Residuales del Salitre, obligaciones contempladas en la Sentencia del río Bogotá.
“La adecuación hidráulica y ampliación de la PTAR tenían un costo de 487 millones de dólares, y la CAR solo contaba con 237 millones. Entonces buscamos recursos con la banca multilateral. Escogimos al Banco Mundial, que aparte de prestar la plata nos daba la asistencia técnica. Paralelo a esto, luego de las inundaciones entre 2010 y 2011, la población de la cuenca media nos dio la razón de minimizar los riesgos de inundación y dio su visto bueno para la compra de predios, proceso que culminó en 2012”.
Culminada la compra de 198 predios y con la inyección financiera del Banco Mundial, 68 kilómetros de la cuenca media fueron sometidos a su primera gran cirugía, consistente en el retiro de los sedimentos que tenía el río, ampliación del cauce y correr el jarillón 30 metros para darle el doble de capacidad hidráulica.
“Hay que quitarnos de la cabeza el cuento de que los ríos no deben inundar sus sitios aledaños. Ellos necesitan zonas de amortiguación o descanso, pero las del río Bogotá fueron urbanizadas, rellenadas e intervenidas. Por eso compramos una serie de predios para generar esas zonas de amortiguación”, dice Acosta.
Durante cuatro años, la cuenca media estuvo en una operación a corazón abierto, tiempo en el que la CAR sacó de su cauce muebles, chasises de carros y motos, neveras, computadores y hasta cadáveres. Al quitarle ese peso, las aguas del Bogotá empezaron a moverse. “Antes lucía quieto y estático. Ahora adquirió un mejor movimiento. Aunque la contaminación es la misma, los olores mermaron. Cuando iniciamos el proyecto, teníamos que ir con máscaras industriales. Eso ya no pasa”.
Hoy, el tramo de 68 kilómetros del río Bogotá es navegable y resistente a las crecientes extraordinarias. “Solo le falta el cambio en sus aguas, que empezará con la puesta en marcha de la ampliación de la PTAR Salitre. Eso nos permitirá no darle más la espalda al río, que fue olvidado por su ciudadanía”.
De las 230 hectáreas de la cuenca media destinadas como zonas de amortiguación, 153 están conformadas por seis humedales artificiales, nuevos hogares para aves como monjitas, tinguas, alcaravanes y garzas.
Tres están ubicados en Soacha (Tequendama, Indumil y Ogamora), y los otros tres en Bogotá (Isla Vuelta Grande, el filtro de humedales de la calle 80 y las áreas de compensación de la PTAR Salitre).
“Actualmente tenemos un contrato con el Banco Mundial para diseñar áreas multifuncionales, que incluirán diseño con aulas ambientales y zonas de conservación. Estos terrenos de recarga fueron perdidos en las décadas de los 80 y 90. Todo río plano tiene meandros que le dan la capacidad de retardar sus crecientes”, anotó el directivo.
Desde 2016, cuando culminó la adecuación hidráulica, las cuencas alta y media no han presentado más inundaciones o desbordamientos. Para Acosta, eso prueba el éxito de las obras. “El invierno de 2017, cuando fueron registrados 180 metros cúbicos por segundo en la cuenca media, fue una prueba de fuego. Ningún predio quedó bajo el agua. La naturaleza es implacable cuando las obras quedan mal ejecutadas. Un jarillón mal hecho queda destruido en una creciente, y eso no ocurrió”.
En abril de este año, Colombia volvió a quedar a merced de las lluvias. Según Acosta, la mayoría de ríos del país desbordaron sus aguas, mientras que el Bogotá siguió su curso y no generó tragedias. “El río funcionó divinamente. Esto tiene su raíz en la adecuación hidráulica, algo que los colombianos deben reconocer. Cuatro mil hectáreas productivas en la sabana de Bogotá no han recibido impactos en los últimos cuatro años”.
Todas las obras son auditadas por el Banco Mundial cada tres meses. “En abril, cuando medio país estaba bajo el agua, auditores del banco recorrieron la zona y nos dieron una calificación excelente. El proyecto pasó de mediano cumplimento a uno de excelencia. Ahora somos referentes a nivel mundial”.
Desde hace 30 años, 186 familias de recicladores de Mosquera vivían hacinadas sobre el jarillón del río Bogotá en El Porvenir, una zona lúgubre de un millón de metros cuadrados con 124 tugurios. Era uno de los puntos más críticos sobre la cuenca media del río Bogotá.
En 2015, mientras la CAR adelantaba la adecuación hidráulica, la vida de estos recicladores tuvo un cambio drástico. Por medio de un convenio con la Alcaldía de Mosquera, fueron reubicados en un conjunto residencial de 125 casas, cada una de 52 metros cuadrados.
Acosta recuerda lo difícil que fue el proceso. “Ingresar era imposible. Nos tocó ir sin chalecos para ganarnos su confianza. Les contamos que serían beneficiarios de un proyecto de vivienda con todos los servicios públicos. Ninguno creía en las promesas, pero poco a poco fueron cayendo en cuenta del beneficio”.
Las trabajadoras sociales pensaron que en el conjunto seguirían las riñas, enfrentamientos y muertes. Pero no fue así. Las 186 familias, que siguen viviendo del reciclaje en dos bodegas donde realizan la separación de las basuras, conviven en paz y no arrojan residuos al río Bogotá. “Les cambió la vida. Todas las casas fueron entregadas en obra gris y ellos las adecuaron a su gusto. Tienen hasta cámaras de vigilancia”.
La reubicación de los recicladores fue entre 2015 y 2017 y contó con una inversión de 9.000 millones de pesos, de los cuales 7.000 fueron aportados por la CAR y 2.000 por Mosquera.
Otro beneficiario fue el barrio San Nicolás en Soacha, que contaba con un potrero cerca a las aguas del río Bogotá destinado al consumo de droga y delincuencia. Allí la CAR construyó un parque recreativo.
En 20.000 metros cuadrados y con una inversión de 2.000 millones de pesos, fueron construidas dos canchas múltiples y dos de fútbol ocho, un sitio para los patinadores extremos, un sendero con nuevos árboles, un parque biosaludable, máquinas de fuerza y un arenal para los niños. “Pensamos que no durarían, que iban a vender el metal por chatarra. Pero hoy está impecable, la gente se apropió del lugar y lo defiende”, anota Acosta.
La cuenca media contará con senderos peatonales, embarcaderos para realizar navegación y puntos de avistamiento de aves, un proyecto denominado Parque Lineal. A la fecha, ya fueron construidos 28 kilómetros entre Soacha y Suba, y hay obras en otros 40. La meta es llegar a los 68 kilómetros donde fue realizada la adecuación hidráulica.
“El Parque Lineal será uno de los más largos de Latinoamérica. Nace por la necesidad de frenar las invasiones en la ronda y de que la comunidad le vuelva a dar la cara al río. Contará con senderos, plazoletas y embarcaderos en guadua. Además, los seis humedales artificiales tendrán estructuras de 10 metros en bronce con figuras representativas como el pez capitán y la canoa muisca”, complementa Acosta.
La inversión económica para esta obra es de 30.000 millones de pesos. Ya fueron adjudicadas las licitaciones para dos embarcaderos en la calle 80 y el Puente de la Virgen. En agosto de este año, la CAR espera culminar la construcción de senderos en los 40 kilómetros que faltan, los cuales ya están reverdecidos con 120.000 especies de árboles nativos.
La adecuación hidráulica llegará a otro tramo del río Bogotá. Con una inyección de 87.000 millones de pesos por parte de la CAR, 48 kilómetros de la cuenca alta, comprendidos entre el Puente de la Virgen en Cota hasta el Puente de Vargas en Cajicá, serán sometidos a una ampliación del cauce, dragado, compra de predios para restauración ecológica y zonas de inundación controlada.
“Serán abordados cuatro frentes, cada uno de 12 kilómetros. Esperamos concluir las obras en diciembre de este año, lo que permitirá contar con 116 kilómetros de río Bogotá navegables y soñar a futuro con un taxi acuático que vaya desde la Universidad de la Sabana hasta Soacha. Eso será posible con el saneamiento de las aguas residuales en las PTAR Salitre y Canoas”, concluye Acosta.